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Cultura

Las vueltas de la vida de Roberto Rizzi Brignoli, el director musical de “Carmen”

Las vueltas de la vida de Roberto Rizzi Brignoli, el director musical de “Carmen”

Nació en Bérgamo, en el norte de Italia. Quiso ser futbolista, casi fue biólogo, pero privilegió ser músico. Estuvo diez años en La Scala de Milán y luego se lanzó al mundo. Hoy es el director de la OrqueSta Filarmónica de Santiago. Desde el 1 al 12 de julio está a cargo de dirigir musicalmente este célebre título, que abre la tempoRADA de ópera del Teatro Municipal.

Por: Por: Patricio De la Paz - Fotos: Patricio Melo | Publicado: Viernes 30 de junio de 2023 a las 08:00
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Roberto Rizzi Brignoli mueve los brazos con ganas. De arriba a abajo, de abajo hacia arriba, hacia los lados, a veces lento, después enérgico. Como si dibujara figuras en el aire. Aprieta los puños, luego abre los dedos. Además canta en voz bajita, como para sí mismo. Se sabe de memoria la ópera que en esos momentos se ensaya en la sala Ramón Vinay del Teatro Municipal de Santiago. Lo rodea su orquesta. Poco más allá, en una tarima, están los cantantes líricos también atentos a sus instrucciones.

Es lunes 19 de junio y faltan 12 días para que Carmen, de Bizet, abra la temporada de ópera 2023 del Municipal. Rizzi Brignoli, que es el director titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, está a cargo de su dirección musical. Se le ve tranquilo, jamás se descontrola, pero es exigente. Detiene repetidamente a los músicos para corregirles detalles. Lo mismo con las sopranos, las mezzosopranos, los tenores, los barítonos. 

-No, no, no leas las partituras, sino mírame a mí. Por eso te atrasas- le dice, amable pero firme, a uno de los cantantes.

Rizzi Brignoli tiene experiencia y largo recorrido en escenarios clásicos. Y es, sobre todo, alguien que ama la música. Desde niño. Desde que vivía en Bérgamo, en el norte italiano, donde nació hace 62 años.

Un piano en casa

El padre, Giovanni, trabajaba en una empresa de decoración de interiores, pero se gastaba su tiempo libre tocando el acordeón. Aún lo hace hoy, a sus 95 años. La madre, Margherita, era una enamorada de la ópera. Era un hogar donde, de manera autodidacta, la música estaba siempre presente. Al hijo mayor, Giovanni Battista, nunca pareció interesarle. Todo lo contrario de lo que ocurría con Roberto, el menor. 

Vivían en Bérgamo, ciudad de 120 mil habitantes y con un hermoso casco histórico en la parte alta. Además, territorio del Atalanta, equipo favorito de Roberto. Siempre le ha gustado el fútbol. De niño jugaba y era bueno. “Tenía una carrera rapidísima, corría como un loco”, cuenta él. Tanto, que dirigentes de su club predilecto le pusieron el ojo encima y a sus 8 o 9 años lo convocaron para probarse en las ligas inferiores. 

Pero llegó un piano a la casa. Y cambió todo. 

“El jefe de la empresa donde trabajaba mi padre nos regaló un piano porque su hija no lo usaba. Así que un día de regreso a la casa, me encontré al piano”, recuerda. Empezó a tocarlo. Le tomaron clases particulares dos veces a la semana, que para una familia de ingresos justos no era un gasto menor. Pero al niño le gustaba y los padres se sentían contentos. “Hasta que un día mi mamá me dijo: ‘o el fútbol o el piano’. Supongo que ella había visto algo en mí… Yo no había nacido músico, no soñaba con Mozart ni con Beethoven. Yo miraba jugadores de fútbol. Pero empezar con la música para mí fue una revelación”. Rizzi Brignoli eligió seguir estudiando piano. 

“El jefe de la empresa donde trabajaba mi padre nos regaló un piano porque su hija no lo usaba. Así que un día de regreso a la casa, me encontré al piano”, recuerda.

Continuó con clases cuando la familia, pocos años después, se fue a vivir a Besnate, cerca de Milán. La profesora, Lusella Bossi, fue para Rizzi Brignoli la primera persona que marcó un punto de quiebre en su ruta musical. Empezó a trabajar con ella a sus 13 años: “Me preparó para dar exámenes y fue la que me insistió para hacer una audición en el Conservatorio de Milán”. Le fue bien. A sus 17 fue aceptado. Y por su preparación previa, entró al sexto año de piano. Viajaba media hora en tren, desde Besnate, para asistir a las clases. 

Poco después, entró a la universidad en Milán a estudiar Biología. Le encantaban las materias científicas, especialmente la genética. Se las arreglaba para dejarle espacio a sus estudios de piano, al menos ya no era necesario el viaje en tren. Funcionó hasta su tercer año universitario. La carga se le hizo pesada y tuvo que decidir una vez más. ¿Biología o música? Rizzi Brignoli optó por la música. Dejó la universidad y puso todas las energías en el Conservatorio.

La danza de las manos

En el escenario, Roberto Rizzi Brignoli es igual que en los ensayos a puertas cerradas. Es lunes 12 de junio y el Teatro Municipal está lleno para un concierto que parte con Vivaldi y termina con Richard Strauss. Cuando la orquesta está lista, con sus instrumentos a punto, aparece el director. Vestido de negro de pies a cabeza. Solemne.

Saluda al público y luego se ubica frente a sus músicos. Se pone los lentes ópticos. Y empieza entonces la danza de sus brazos y manos. A ratos sus movimientos son suaves, como si siguiera el lomo de una ola. Otra veces son sacudidas en el aire, como si entrara en trance. En el rostro se suceden una sonrisa, un gesto con los labios para guardar silencio, un leve tarareo de la melodía. A veces, resopla. Con tanto ímpetu, que se puede escuchar desde los palcos que están sobre el escenario. 

El director no usa batuta. Su único instrumento son las manos. 

El salto

Cuando Rizzi Brignoli terminó interpretación en piano y composición musical en el Conservatorio de Milán, continuó allí con estudios de dirección de orqueta. Pero se dedicaba a ser solista en piano y no se sentía completamente a gusto. 

En esas disquisiciones estaba cuando se le cruzó el pianista Aldo Ciccolini. Otra de las personas que él considera fundamental. 

“Vi que había cerca de Milán una masterclass con Aldo Ciccolini. Yo había escuchado muchos discos y conciertos de él, y me gustaba mucho. Así que asistí. Fue una carga de oxígeno para mí”. Pero pasó algo más. “Había chicos de 14 o 15 años que tocaban el concierto de Tchaikovski, entonces me pregunté: ¿qué hago aquí? No me sentía adentro completamente. Hablé con el maestro un día que vino a Milán. Le plantié que no quería continuar y él, para mi sorpresa, lo entendió. Me dijo que no fuera más solista, sino pianista de ópera, que en eso sería magnífico”, cuenta.

Le hizo caso, aunque no había tocado ni una página de ópera. “Empecé a trabajar con cantantes y me sentía bien. Me llamaron del teatro de mi ciudad y de otros teatros pequeños del norte de Italia”, recuerda. En ese recorrido se cruzó con el famoso director de orquesta Gianandrea Gavazzeni. 

“Empecé a trabajar con cantantes y me sentía bien. Me llamaron del teatro de mi ciudad y de otros teatros pequeños del norte de Italia”, recuerda.

Gavazzeni era también de Bérgamo. Rizzi Brignoli hizo contacto con él a través de unos amigos de sus padres que lo conocían. Le escribió una carta. El director de orquesta le respondió con un telegrama. Tuvieron buena sintonía. “Un día me llama y me dice que dirigía la ópera Fedora en La Scala de Milán, que se le había enfermado un pianista y me ofrecía reemplazarlo. Para mí La Scala era como el Olimpo”.

Desde ese teatro italiano, uno de los más importantes del mundo, empezaron a llamarlo para participar en otras producciones. Subió a maestro subdirector, quien hace el nexo de coordinación entre el director de una ópera y los cantantes. Después asumió como asistente del director artístico para la parte musical. Así se fue acercando al entonces director titular de esa orquesta, Riccardo Muti. “Él fue la cuarta persona que hizo un cambio en mi vida”, dice. Le abrió espacios, le dio oportunidades. “Fue en La Scala donde comenzó mi carrera de director de orquesta”, reconoce. 

Estuvo casi diez años trabajando en ese teatro. Hasta que en el 2000 decidió romper esa zona de confort y buscarse la ruta por sí mismo, ya como director de orquesta con marca propia. Dio lo que él llama “un salto nel buio”. Traducido al castellano, es lo más parecido a un salto al vacío.

Un poquito más teatral

Continúa el ensayo del 19 de junio. Rizzi Brignoli, de jeans y camisa azul, sigue moviendo las manos y cantando bajito. 

-Ya, ahora repetimos todo- es la frase que más dice, una y otra vez. Entonces empieza la música. Y entran de nuevo los cantantes, que son observados por una coach que se encarga de su pronunciación del francés, idioma original de Carmen.

-Las dos corcheas un poquito más largo- pide a sus músicos. 

Luego se enfoca en un quinteto de los cantantes líricos, que se van pasando la posta. Rizzi exige seguir su ritmo, coordinarse con la orquesta. 

-No, así no; demasiado tranquilos- los corrige. Y canta él mismo la velocidad exacta que quiere. 

-Vamos, un poquito más teatral- les pide. 

Cuando está satisfecho, tras casi cuatro horas de ensayo, termina la sesión. 

-Bravo, gracias a todos.

Desde la ventana

El salto al vacío de Rizzi Brignoli tuvo buena red para recibirlo. Con un agente a cargo de gestionar su carrera, empezó a ser invitado a teatros de todo el mundo. Incluido el Teatro Municipal de Santiago, sin imaginar que desde allí le harían la propuesta que, otra vez, haría girar su vida. 

En 2019 lo llamaron desde la capital chilena para ver si estaba interesado en ser director titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago. Rizzi Brignoli tenía 58 años y nunca había ocupado un cargo así. Dijo que le interesaba. Resultó elegido, pero cuando estaba listo para viajar apareció el Covid-19. Debió quedarse cerca de dos años encerrado en su casa en Bérgamo y ser director de la orquesta del Teatro Municipal vía online. 

“La tecnología nos permitió mantener muchísimas reuniones, hice masterclass, organicé a los músicos”, cuenta. Mientras, desde su ventana veía el desastre que la pandemia dejaba en Bérgamo, una de las ciudades más golpeadas en Italia: ataúdes en la calles, camiones militares, el miedo. “Se respiraba el silencio de la muerte”, dice.

“Se respiraba el silencio de la muerte”, dice Rizzi Brignoli sobre su experiencia de pasar la pandemia encerrado en su casa en Bérgamo, Italia.

Finalmente pudo aterrizar en Santiago en marzo del 2022, para asumir presencialmente el cargo y, de paso, abrir la temporada de conciertos con el Réquiem de Verdi. A fines de ese año renovaron su contrato por tres años más: será el director titular de la Filarmónica hasta el 2026. Lo que implica que, cada año, pasará en Chile entre tres y cuatro meses, los que debe coordinar con sus responsabilidades en Alemania, ya que es también director musical general del teatro de Mannheim.

En los meses que le queden libres, además de agendar trabajo en otros teatros del mundo, quiere pasar tiempo con sus hijos. “Ellos son mi vida”, precisa. Francesco, el mayor, es filósofo y trabaja en la Universidad de Boloña. Margherita, la menor, llamada así en honor a la madre de Rizzi Brignoli, es directora artística del teatro de ópera de Montecarlo. Ella, en otra coincidencia con el padre, es también fanática del Atalanta.

Lo dijo Nietzsche

Después del ensayo, Roberto Rizzi Brignoli almuerza en un local frente al Teatro Municipal. Pide el menú. Come poco: un pedazo de pollo, algo de arroz. De postre ordena budín de naranja y un té. 

Piensa en el futuro. Dice que no tiene claro hasta cuándo ejercerá como director de orquesta -“dejo que la vida me mueva”-, pero luego de eso sueña con irse a una casa frente al mar, tener muchos libros y dedicarse a escuchar y estudiar música, pues eso jamás lo cansa. Posiblemente volvería a los cuartetos de Beethoven, “porque ahí está su vida y me permitiría conocer más a este compositor que está en mi corazón desde que soy pequeño”. 

Con más tiempo libre, Rizzi Brignoli posiblemente volvería a los cuartetos de Beethoven, “porque ahí está su vida y me permitiría conocer más a este compositor que está en mi corazón desde que soy pequeño”.

Debe volver rápido, porque tiene que seguir trabajando en Carmen, cuyas funciones van del 1 al 12 de julio. La ha dirigido varias veces antes, “pero cuando se hace de nuevo, se prepara de nuevo”, explica. Dice que lo que la hace difícil es que como se ha presentado tantas veces en tantos escenarios, es una ópera muy conocida y todos se dan cuentan de cualquier error. 

“Pero es fantástica. ¿Sabes lo que decía Nietzsche de esta ópera?”, pregunta. Esboza una sonrisa, la misma de cuando la orquesta hace bien su trabajo. “Decía que es tan linda, que transforma a las personas que la escuchan en músicos”.

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