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3 historias desconocidas de la nueva Premio Nacional de Literatura
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Las historias las cuenta Guido Arroyo, editor de Alquimia, quien es desde hace años muy cercano a la nueva Premio Nacional de Literatura, la poeta Elvira Hernández, y ha trabajado con ella varios de sus libros.
Recuerda que en la primavera de 2011 se reunían cada tres o cuatro semanas en el centro de Santiago -las zonas predilectas eran la Plaza de Armas, el Paseo Bulnes, el cerro Huelén, la Biblioteca Nacional- para “compartir un almuerzo regado e intentar cerrar un volumen que reuniría diversos libros inencontrables de su obra”.
En esos encuentros, dice, fue testigo de uno de los talentos más particulares de la poeta: su alto manejo de “picadas” para comer. “Conocía un chino donde servían orejas de animales fritas, bufetes de comida vegetariana, pequeños locales vietnamitas, japoneses o peruanos que nunca estuvieron de moda, fuentes de soda ocultas en galerías donde, me indicaba, vendían cazuelas como antaño y en sus menús ofrecían manos de cerdo; y también una amplísima gama de cafés para todos los deseos: chocolate caliente, mil hojas reales y un largo etcétera”.
Arroyo recuerda también otra historia de esas tardes compartidas: Elvira Hernández sabía dónde hallar todo lo que uno necesitaba comprar. “Tenía todo mapeado. Repuestos de electrodomésticos, tiendas de botones antiguos, estampillas, animitas o pertrechos militares, herbarios medicinales, tiendas de salud surcoreana… Cuando conversaba con quienes atendían los locales, un aire de reconocimiento reinaba en el diálogo. Era su zona”.
La tercera historia es de mediados del 2013. Ocurrió mientras comían una torta de mazapán, en un extinto café ubicado a espaldas de la Biblioteca Nacional. Arroyo le dijo que debían apurar el cierre del libro que preparaban (Actas Urbe).
“Me miró algo molesta y dijo: ‘¿No te parece demasiado rápido?’ Y como yo tenía la soga al cuello, busqué excusas para intentar persuadirla. El libro apareció ese mismo año y recibió lecturas cálidas, pero salió con errores de novato, con señas inequívocas de mi errática premura. Así entendí otro rasgo crucial de Elvira: la genuina calma. El poco interés que le producía figurar como autora pública, generar polémicas, ser vista. Era, más bien, todo lo contrario. Mientras más podía retrasarse el instante de publicación -momento que la mayoría de las autorías anhelan-, mejor era”.