Punto de partida
El nuevo comienzo del negocio familiar de Albertina Cortés en Santa Olga
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Albertina Cortés (58) nunca va a olvidar ese 25 de enero de 2017. Ese día tuvo que abandonar a la fuerza el que fue su hogar en Santa Olga (Región del Maule) durante 40 años y su panadería, la que había levantado en 2013 cuando se lanzó como emprendedora y aprendió todos los pormenores del oficio.
Partió rumbo a Constitución, a 22 kilómetros de distancia, con toda su familia -su marido, sus cuatro hijos y seis nietos-, para protegerse de las llamas que arrasaron con casi todo el pueblo. De su casa y su negocio, no quedó nada en pie.
“Yo no tenía dónde arrancar, para dónde me iba a ir. Habíamos visto otros incendios forestales, pero este aparecía por todos lados, eran como fuegos artificiales. Nos fuimos todos. No valía la pena arriesgar la vida de mi familia. Las cosas materiales van y vienen, no me dio pena en ese momento, sí me arrepiento de no haber sacado las fotos de mis hijos, mis recuerdos”, cuenta.
Llegaron a la plaza de la ciudad y luego los llevaron a un albergue. Pero Tina, como todos la conocen, a los pocos días decidió volver a Santa Olga, donde se instaló un tiempo donde su hija, en una de las pocas viviendas que quedó en pie tras el incendio. Luego, se instaló con su marido y su hijo menor en una casa arrendada en Constitución, pero no fue fácil: tuvieron problemas con el arrendador y sufrió un portonazo. “Me llovió sobre mojado”, dice.
De a poco se fue rearmando. En diciembre de ese año le entregaron su nueva casa, más chica y con menos metros cuadrados que la anterior, pero desde ahí empezó de nuevo a amasar sus famosas marraquetas, sus tortas, queques y pies de limón y a levantar de nuevo su negocio, Donde Tina.
De lunes a lunes
En el número 97 de la calle Los Polines queda la casa y el negocio de Albertina en Santa Olga. Hasta allá llegan los vecinos del sector, y también algunos visitantes que ya conocen su buena mano.
“Me gusta trabajar con buenas materias primas y me gusta hacer yo misma el pan que vendo y que la gente vuelva porque le gusta mi pan. Los que vienen de afuera me dicen que no hay como las marraquetas que hago. Así que trabajo feliz”, señala.
En el negocio la ayuda la segunda de sus hijas, Carolina, quien se encarga de los dulces, las tortas, los queques y los pies de limón, que solo venden por encargo. Tina cuenta que a veces son tantos los pedidos que les llegan, que no pueden tomarlos todos y tienen que dejar gente fuera.
“Mi local es chico, tengo dos vitrinas, una de yogurt y lácteos y otra para para carne, pollo y cecinas. Antes del incendio mi negocio era más grande y teníamos una vitrina para las tortas, pero ahora ya no hay espacio para crecer”, dice.
Donde Tina está abierto de lunes a domingo. A las 9:30, todos los días, los vecinos saben que sale el pan recién horneado, lo mismo a las 5 de la tarde, cuando sale la segunda tanda del día.
Un nuevo sol
Además, en su local tiene Caja Vecina, que es un gancho para su negocio. “Todos los abuelitos vienen a pagarse acá, vienen a buscar sus sueldos y me siento contenta porque les puedo servir. Y además me compran pan”, cuenta.
Albertina vive con su marido, que sufre de artrosis y tiene un implante de cadera, y su hijo de 23 años que está a punto de recibirse de profesor y que ya consiguió trabajo en un colegio privado de Constitución, lo que tiene muy feliz a su mamá.
Además, participa activamente de la comunidad emprendedora de Santa Olga como tesorera de Fondo Esperanza, una labor que la llena de satisfacción: “Somos 25 socias del fondo, todas hacemos cosas diferentes y nos va bien. Esto nos ha ayudado a ser solidarias y ponernos en el lugar del otro, a ser responsables y perseverantes. Si a uno le va mal, al otro día hay que levantarse con más ganas, porque todos los días hay un nuevo sol”.