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En la casa de

Carolina Echenique: "Cuando partí con Tika, todos me decían 'estás loca, te van a liquidar'"

Carolina Echenique: "Cuando partí con Tika, todos me decían 'estás loca, te van a liquidar'"

Estuvimos en la casa de Carolina Echenique, fundadora de Tika Foods, empresa que creó accidentalmente en 2008 con el fin de soltar la cabeza y una gran pena. Entre papas y camotes, la agrónoma recorre estos 15 años: habla de cómo se convirtió en “la niña símbolo” del emprendimiento chileno y cuenta también qué es Cooperatika, su última creación.

Por: María José López - Fotos: Verónica Ortíz | Publicado: Sábado 14 de octubre de 2023 a las 21:00
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Siempre quiso crear algo propio, pero no tenía idea qué podría ser, confiesa Carolina Echenique Pellegrini (48) mientras prepara en la cocina de su casa alguna de sus recetas.

Recetas todas en base a papas Tika, el emprendimiento en el que se lanzó en 2008 sin tener mayor conexión con el mundo gastronómico, pero que la catapultó como una de las mujeres más destacadas en el ecosistema de los nuevos negocios en Chile.

Hoy Tika es todo un imperio en la industria de snacks en Chile, con 12 líneas de productos que van desde chips de papas y vegetales, pop corns, granolas naturales y su reciente lanzamiento: sopaipitikas, preparación en base a zapallo inspirada en la sopaipilla chilena.

No es el primer negocio que encabeza. Antes lo hizo en Boston, ciudad en la que vivió entre 2000 y 2002 acompañando a su marido mientras estudiaba un MBA en Harvard. Recién cumplía 25 años y su hijo mayor tenía nueve meses (hoy son tres en total). Como no tenía con quién dejarlo, armó un playgroup, su estreno como emprendedora.

Luego se hizo conocida en esa ciudad por ser la chilena que vendía patés. “Me di cuenta del valor que le daban los gringos a este tipo de productos gourmet. Le pedí a la señora que trabajaba con mi mamá en su casa que me mandaran una receta de un paté de panita de pollo, y así partí. Los vendía a US$ 15. Fue un buen negocio esos dos años en Boston”, relata mientras se abrocha un delantal blanco y negro a rayas. Elige verduras que extiende entre fuentes de madera y greda. 

En Harvard terminó sus estudios; en Chile se licenció en Biología (1999), pasó por Bachillerato y Medicina, hasta que se decidió por Agronomía, tras un consejo de Felipe Berríos. “Trabajaba con él en Infocap y un día me dijo: ‘Entra a Angronomía, te queda al lado’”. Y así fue, casi al azar, tras desechar su futuro como doctora. En Harvard se especializó en Economía Agraria, título que terminó esperando el tercero de sus hijos en 2003. 


En el mesón se ven siete bolsas de los productos que a través de su empresa ha ido creando estos 14 años.

“En esa época había prácticamente que pedir perdón por emprender, se entendía que el que emprendía era porque no funcionaba en el sistema clásico laboral chileno. En 2009 este era un país súper pujante, todavía muy tradicional en términos de carrera, había que seguir ciertos caminos, emplearte en empresas que te enseñaran. Emprender era para los que estaban un poco locos o porque no tuvieron opción en otro lado. Nada que ver con el boom que estamos viendo hoy en que los jóvenes salen de la universidad pensando en hacer lo propio. Menos para una mujer entre agricultores”, rememora. Echa un puñado de Tika Papas Ramita a un sartén, lo mezcla con huevo, tomate, cebolla y empieza a cocinar.

La historia de cómo llegó a esto la ha contado en otras ocasiones. Se remonta a 2008, tras perder un hijo, Manuelito, durante su cuarto y último embarazo. “Mi embarazo estaba de término y de un momento a otro, dejé de sentir sus palpitaciones”, relata Carolina Echenique.

Tras el parto, la primera noche de vuelta en su casa, soñó que le llovían del cielo papas fritas de colores. “Me llegaban a las manos. Yo soy muy creyente y sentí que era una señal que me conectaría de nuevo con la vida. Apenas me desperté le dije a mi marido ‘esto es lo que quiero hacer. Un snack natural de chips de papas nativas, camotes y otros vegetales’. Me miró con cara de ‘estás loca’. Pero me apoyó. Pensé que sería una especie de pasatiempo más sano y entretenido que ir al psiquiatra para salir de la enorme pena que tenía por mi guagua”.
No sospechó lo que vendría después. No pensó que terminaría siendo la dueña de una fábrica de 3.000 m2 emplazada en Pudahuel, donde al día se procesan varias toneladas de papas y donde al mes se envasan y comercializan más de 15 millones de unidades.
 

“Es imposible que resulte bien”


El capital inicial fue de menos de $ 10 millones que consiguió vendiendo joyas, cosas de su casa, y un préstamo de su marido, “que después devolví con intereses”, ríe.

“En el recorrido, me topé con gente maravillosa. Con pequeños productores y productoras y fui entendiendo cómo hacer una empresa. Fue tanto el amor que le agarré a todo esto, que nunca más paré”, recuerda. Contrató a tres personas con las que probó tipos de cocción, fritura y horneado en su casa. Fue testeando, eliminando aceites -hasta que optó por el de maravilla alto oleico- y eligiendo verduras.

“Empecé a seleccionar un grupo de vegetales que funcionaban, que eran atractivos visualmente, y que eran parte de la cultura culinaria chilena. Y así parte mi conexión con el sur”, rememora. Armó un pequeño taller en la calle Victoria y a los 12 meses ya tenía el primer producto, unos chips artesanales que mezclaban camotes dulces, papas exóticas y betarragas nativas. Hoy compra a productores de todo Chile, pero en ese momento lo enfocó en Chiloé.

“Sin pensarlo como estrategia de marketing ni de venta, me preocupé de armar un snack que fuera más saludable que las clásicas papas fritas que conocíamos; que fuera una oferta artesanal; una alternativa interesante para el mundo vegano y vegetariano; y que diera trabajo a pequeños agricultores. Esto hoy parece un discurso casi repetido, todos hablan de sostenibilidad, pero en esa época no. Y se me dio de forma natural”, asegura.

Era tan novedoso lo que hacía, dice ella, que hasta entonces en Chile nunca se habían producido camotes de forma natural. Tampoco se habían hecho snacks a partir de tubérculos nativos chilenos. “Nunca pensé en hacerlo y nunca pensé que fuera posible tampoco”, dice.

Diseñó ella misma el logo y packaging -área que ella sigue dirigiendo hasta hoy-, y bautizó sus chips como Tika -flor en quechua-, y a esta primera línea la llamó Patagonia (a su empresa más tarde le puso Tika Foods). Dejó una caja con bolsas en 15 tiendas gourmet: al día siguiente tenía 14 órdenes de compra.

“Fue divertido porque este cuento empezó a agarrar fuerza sin querer. Y al mismo tiempo todo el mundo me decía: ‘Es imposible que esto resulte bien, existen multinacionales que hacen papas fritas, es imposible competirles, te van a copiar y te van a liquidar’. ‘¿Cómo te va a ir bien si además estás vendiendo más caro?’ A todos respondí: ‘Me da lo mismo. No sé si voy a competir o no, todo el mundo me dice que no lo haga, pero lo voy a hacer”, recuerda.

Esto, pese a que la cocina no estaba en su repertorio de habilidades. Ella solía trabajar con las manos, tejer, bordar. Le gusta el diseño, la decoración, las plantas. Pero lo gourmet no era lo suyo. Aunque siempre le llamó la atención este mundo.

De hecho, mucho antes, su proyecto de título en la UC fue una tesis sobre chocolatería fina (años más tarde, en 2013, cofundó la chocolatería Moulie Maison du Chocolat, que después vendió a su entonces socio para enfocarse 100% en Tika). En todo caso, no es la única en su familia que entró a esta industria: sus cuñadas Elisa y María Jesús Gutiérrez son las dueñas del restaurante Margó. Retira su preparación del sartén y lo monta en platitos. 
 

La niña símbolo

“Me di cuenta de que el mundo quería un producto como este. Que lo estaba esperando. Y ahí empezó a desarrollarse toda una veta que no cachaba que iba a surgir en mí, que mezcla mi lado artista, con el mundo industrial y a la vez el artesanal. Todo es súper casero, los productos los desarrollo yo”, reflexiona.

Y agrega: “Lo pienso y lo sigo encontrando increíble”, dice. Toma una bolsa de Tika formato ramita, 2 huevos, champiñones ostra, hierbas, ajo y cebolla. Y empieza su segunda preparación. Lo llama revoltijo.

Las cadenas de supermercados tocaron su puerta: entonces el crecimiento se disparó a tasas de 500% anual y alcanzó a tener cinco mil puntos de venta en todo el país. A los dos años, comenzaron a ir a exponer a ferias y de inmediato partió con la exportación a más de 15 países de América, Europa, Asia y Australia, entre ellos Corea, Francia, España, Grecia, China y Japón.

“Fue una avalancha. Como tirarse por un cerro a mil por hora, veía que todo esto pasaba al lado mío pero no era capaz de entender, porque íbamos muy rápido, éramos muy pocos los que estábamos atrás y teníamos que responder a tiempo”, recuerda.

Sin pensarlo, reflexiona ahora, se convirtió en “la niña símbolo” del ecosistema emprendedor: la fueron llamando a exponer, a dar charlas, sobre cómo crear valor con un producto chileno, regional, masivo y saludable, a ser panelista de la radio Agricultura, a relatar su historia en universidades y a foros en América Latina y EEUU.

Recibió el premio “Mujer Empresaria 2010” y ha sido reconocida ocho veces entre las 100 Mujeres Líderes por El Mercurio. Para la pandemia decidió poner freno a esa faceta y optó por un tiempo de silencio. “Ahora siento que tengo que retomar la vocería”, dice.

Y profundiza: “Chile necesita que las mujeres hablen y que la gente joven se empape de esto. Tienen que entender además que esto no se trata de apretar un botón y hacerse rico. Implica trabajo, tiempo, empatía, conectarse. Hoy hace falta entender eso. La gente joven cree que de la nada se hacen ricos, pero con esa mentalidad no sé si lo vas a pasar bien en el camino. La felicidad viene con generar algo distinto, con crear puentes, con dar oportunidades, con aportar a tu país. Por eso tengo muchas ganas de volver a comunicar”.

Eso sí, descarta de plano entrar a gremios y, pese a que la han invitado a candidata a diputada y concejal, insiste en que la política no es lo suyo. “No es mi pega”, dice mientras contesta un mensaje a Matías Muchnick, fundador de NotCo, con quien suele conversar y compartir ideas. En estos años también ha ido tendiendo puentes con otros protagonistas del mundo startup.

“Entre los consejos que doy es que se conecten más con lo local, porque a veces estan muy desde el cielo, vienen como estos inversores de afuera que les pusieron no sé cuántos millones de dólares, hay algunos que quieren generar valor altiro, no tienen fábricas y optan por ser totalmente dark kitchen. Yo creo que meter las manos al barro y estar en el día a día, aprender de la nobleza de la gente, también te enseña muchas cosas”. 
 

¿Nuevos socios?

Hoy en Tika trabajan 150 personas, equipo encabezado por el gerente general Max Undurraga y que está principalmente en Santiago. También hay dos agrónomos que monitorean el trabajo con agricultores en Chiloé. En su momento peak fueron 250 personas en Tika, pero han reducido la fuerza laboral por dos razones: porque ahora utilizan más máquinas en el proceso, y porque ha disminuido el crecimiento.

Los primeros años la tasa anual era de entre 500% y 300%, y hasta el 2021, seguían creciendo a más de dos dígitos creando nuevas líneas y productos en distintas categorías de alimentos. Desde el 2022 están creciendo el negocio en nuevos conceptos, gramajes y productos “para seguir aportando al mercado”, dice, pero han tenido que adecuarse e innovar su negocio en un escenario más complejo.

“Se nota que está trancada la economía. Está súper parado todo y los supermercados están más reacios porque quieren priorizar alimentos que sean baratos, simples y masivos... el consumidor está cuidando su bolsillo. Este último año ha sido muy difícil para empresas de alimentos, hemos tenido que adecuar equipo, buscarles ángulos a nuevos desarrollos y hemos tenido que apoyarnos como equipo para ser más creativos dado el escenario en el que estamos a nivel país. Hay áreas que me había distanciado más, por ejemplo el marketing y hoy he vuelto para apoyar y tratar de hacer cosas diferentes y entretenidas que nos ayuden a que nuestros consumidores sigan descubriendo en qué estamos”. 

Le han tocado la puerta grandes y medianos, también inversionistas, pero nunca ha querido vender.  Hace a un par de años incorporó a un fondo de inversionistas liderado por su marido, Sergio Gutiérrez-, y junto a ellos tiene planes de seguir creciendo en diferentes ámbitos.

“Aunque suene cliché, en las crisis hay que buscar oportunidades. Tenemos ideas geniales para innovar, por un lado estoy como con las manos apretadas en tema desarrollo, porque llevamos demasiado rato entre el estallido, la pandemia, y la inflación que subió nuestros costos en un 42%”. Pese a ello, están haciendo malabares para no elevar tanto sus precios de venta.

“Es parte de nuestra misión, y la hemos cumplido durante 12 años: donde nunca subimos los precios. La idea siempre fue ofrecer un producto para todos y no sólo para los amantes de lo gourmet y de gustos más sofisticados”.

Entre los lanzamientos que piensa para marzo, hay una línea de galletones y colaciones saludables pensadas para niños. También tiene planes de armar un libro de recetas y decoración y evalúa desarrollar una línea de platos preparados ligados al concepto Tika, algo más asociado a solucionar la vida de familias y ofrecer cosas sabrosas y prácticas,  pero de ello no entra en detalles.

Y adelanta que está en conversaciones con un gran supermercadista para conquistar nuevamente -y con más fuerza- mercados como Brasil y México, pues durante la pandemia las exportaciones se frenaron casi a cero.

“Hay mercados que están complejos, como Europa, entonces no vamos a tratar de recuperar esos destinos sino que entrar fuerte en un supermercado brasileño y mexicano grande, de la mano de un retail”. Para esta nueva etapa piensa que la entrada de un socio estratégico podría ser una buena alternativa.

“En esta crisis le estoy dando vueltas al negocio, y una opción puede ser vender un porcentaje o hacer un aumento de capital. Si tomamos una decisión así es porque queremos buscar un socio estratégico que nos ayude a abrir mercados afuera. No hay un símil exacto de Tika afuera y hay mercados súper poderosos. Es difícil crear de cero, crear valor. Hemos sabido competir en un rubro muy difícil, en la historia de los snacks nadie ha logrado sacar un 10% de mercado de los gigantes. Nosotros sí”.
 

La cooperativa

Hace un año Carolina Echenique emprendió un nuevo desafío: una cooperativa para apoyar a los agricultores con los que trabaja. La llamó Cooperatika. “Somos la primera empresa de alimentos que invierte el 1% de las ventas en proyectos innovadores y sustentables, contribuyendo en la conservación de especies nativas, el cuidado de nuestro planeta y en el desarrollo de comunidades vulnerables”, explica.

Se armó una parrilla de programas: se llaman agrotika, viverotika, reciclatika e innovatika.

“Son como 68 familias de Chiloé a quienes les montamos un vivero en su predio y les estamos enseñando a cultivar el bosque nativo desde cero. La idea es educar a estas mujeres, enseñarles a hacer sus propios viveros con 17 variedades de bosque nativo. Todas las semanas tienen una visita de dos asesores que les van dando clases y luego nosotros les compramos sus productos. Es una manera de devolverles todo lo que nos han entregado estos años”, concluye. Apaga el sartén y pregunta: “Quieres probar?”.
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