Cultura
El brillante crecimiento del arte lumínico en Chile

El brillante crecimiento del arte lumínico en Chile
Los inicios de este arte se remontan a los años ‘60 pero en Chile hoy vivimos un auge de sus exponentes, quienes comienzan a construir una interesante escena nacional en torno a la luz como medio, material y experiencia.
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La luz, ese fenómeno físico que hace visible el mundo, siempre ha estado presente en el arte -pensemos en el pintor italiano Caravaggio, creador de la técnica del claroscuro-, y más recientemente, como un material más. Si hablamos de contrastes, es más fácil visualizarlo: en arte lumínico, se utiliza la luz tal como un artista usaría el óleo, aunque los resultados difieren: el lienzo se observa; el arte lumínico, más performático, se experimenta.
Al ser inmersivo permite dejar atrás la idea tradicional de la obra como un objeto para dar paso a la creación de una experiencia que involucra al espectador desde el color, las sensaciones y, por supuesto, la luz.
En Chile, sus exponentes y el público interesado aumentan, impulsado por la versatilidad que permite su material principal. Una prueba de ello fue Artlum, el primer festival de arte lumínico realizado en mayo, que expuso de manera gratuita diferentes experiencias lumínicas en nueve puntos de Santiago.
Delight Lab, Sergio Mora-Diaz y Antonia Peón-Veiga, tres exponentes de esta disciplina que estuvieron presentes en el evento, hablan sobre las posibilidades que entrega este formato y cuál es su proyección en Chile.
¿Qué ofrece la luz?
Octavio y Andrea Gana son hermanos y los creativos detrás de Delight Lab, el reconocido estudio de arte, diseño y experimentación que, a través de la luz, crea intervenciones minimalistas y site-specific. Las más conocidas son las que han reflexionado acerca de conflictos sociales, políticos y medioambientales -como cuando junto a Galería CIMA proyectaron distintas palabras durante el estallido social en gesto de protesta-, pero también llevan a cabo otras que se alejan de la contingencia, por ejemplo, conciertos audiovisuales como el realizado en una de las antenas del observatorio ALMA.
“Creemos que el arte lumínico hace entrar en un mundo fantasmagórico, de ilusión. El artista lumínico además de pensar en los emisores, se enfrenta a cómo hacer aparecer lo que está proyectando. De cierta manera trabajamos con magia porque la luz es mágica. También trabajamos con tecnología, pero generamos un momento que se pueda contemplar y que de pronto se va a desvanecer. Es una situación efímera y eso en el mundo del arte es muy interesante porque tiene que ser invaluable”, explican desde Delight Lab.
Ese “entrar en un mundo” es algo que también existe en el trabajo de Sergio Mora-Diaz, artista de nuevos medios cuyas intervenciones comienzan con la observación del entorno y la relación entre cuerpo, naturaleza y tecnología para activar la imaginación de quien observa o, en este caso, de quien experimenta la obra. Así, la percepción del espacio se transforma gracias a las características físicas de la luz, lo que Mora-Diaz combina con tecnologías digitales para expandir su potencial expresivo.
“Desde una perspectiva conceptual, la luz también puede activar memorias colectivas asociadas a fenómenos naturales como el fuego, las estrellas o los ciclos solares, lo que le otorga una resonancia simbólica y narrativa muy fuerte. El espectador no sólo observa, sino que participa, se reconoce y se transforma dentro de cada obra”, explica.
A diferencia de los otros entrevistados, Antonia Peón-Veiga no se define como artista, de hecho nunca había expuesto creaciones suyas hasta que fue invitada a Artlum. De formación es arquitecta, recibió el premio a la mejor tesis luego de cursar el Máster en Diseño de Iluminación Arquitectónica de Parsons, The New School for Design (Nueva York), y desde entonces ha construido una muy destacada trayectoria en iluminación arquitectónica y de montajes de danza.
“Pienso que el arte lumínico invita al público de una manera amable a vivir la experiencia artística. En algunos casos por ser una propuesta del tipo inmersiva, pero en otros casos sólo por el hecho de ser luz. Es un material que todas las personas reconocemos de forma muy personal y única, lo que nos invita a explorar experiencias nuevas que generalmente despiertan interés”.
Una combinación virtuosa
La opinión de Mora-Diaz, Peón-Veiga y de la dupla tras Delight Lab es unánime: en Chile el arte lumínico está creciendo. Mora-Diaz asocia este auge a tres aspectos que, al ocurrir en simultáneo, están mostrando resultados: público interesado, el impulso de creadores y un mayor acceso a tecnologías.
“Artistas, colectivos, espacios culturales y festivales han impulsado el arte lumínico como un lenguaje contemporáneo con gran potencial sensorial; el público también muestra gran interés por este tipo de experiencias, quizás como respuesta a la necesidad de habitar el arte de forma más participativa; y la mayor disponibilidad de tecnologías que permiten explorar la luz de forma accesible y experimental ha favorecido su expansión”.
“Como medio artístico, además de su posibilidad de ser efímera e inmaterial, es cada vez más versátil por el desarrollo tecnológico y eso genera un sinfín de posibilidades para trabajar con ella”, señala Peón-Veiga, y es lo que rescata también Delight Lab:
“Ya no sólo es videomapping, sino láser, filamentos, fibra óptica y otras ideas muy refrescantes por ejemplo el uso de ópticas y conceptos más análogos que usados con sensibilidad son increíbles, como es el caso de lo que hacen Antonia Peón-Veiga y del diseñador de iluminación Julio Escobar”.
Pero con el auge surgen también desafíos pendientes para consolidar el arte lumínico en Chile: mayor infraestructura especializada y articulación entre artistas para fortalecer redes interdisciplinarias permitirían darle más proyección a esta disciplina, atraer talentos y seguir iluminando a cada vez más espectadores.