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Alumnos cuentan cómo la falta de conectividad los afectó el 2020

Alumnos cuentan cómo la falta de conectividad los afectó el 2020

La brecha de acceo a internet en el país fue uno de los hechos que se hizo patente durante la pandemia. Tres alumnos de colegios de enseñanza básica de Chile -Kathia, de Cunco; Yuyunis, de Coyhaique; y Juan, de Puente Alto-, cuentan cómo lograron -o no- cumplir con sus responsabilidades académicas.

Por: Isabel Ovalle | Publicado: Domingo 27 de diciembre de 2020 a las 04:00
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Kathia Urrutia Manqueo tiene 11 años y cursa 5° básico en la Escuela San Francisco de Cunco Chico. Esta comunidad rural de 15 mil habitantes de la comuna de Padre Las Casas en la Región de La Araucanía está ubicada a 18 kilómetros de Temuco. El establecimiento tiene una matrícula de 296 alumnos con una tasa de vulnerabilidad del 98,8% y el 95% es de origen mapuche.

Alcanzó a ir cuatro días al colegio y su uniforme luce impecable en su closet. “Ojalá que lo pueda usar otra niña porque yo he crecido un montón”, relata la menor. Y añade: “Para los de mi curso fue súper raro lo del Covid-19. Nos mandaron un viernes para la casa y nunca más volvimos”, confiesa Kathia. A partir de ese día la niña no salió más de su casa por más de seis meses.

Según la OCDE, en nuestro país, el 25,5% de la población es rural -263 comunas correspondientes al 83% del territorio nacional-, y su vulnerabilidad y brechas se acentuaron en esta crisis. “La IX Región es la más pobre del país, la que tiene el mayor número de niños en la educación rural y la mayor concentración de población indígena (mapuche) en sus escuelas rurales”, señala Paula Pinedo, directora ejecutiva de la Fundación Educa Araucanía, sostenedora oficial desde 2012 de la Escuela San Francisco de Cunco Chico.

La familia Urrutia Manqueo demora aproximadamente 15 minutos en llegar al colegio, pero hay otros que tardan más de dos horas porque viven en localidades más alejadas. “Si no fuera por los tíos del furgón yo no sé qué hubiéramos hecho”, señala la niña desde el celular que hay en su casa. A través de un sistema de transporte, con los mismos “tíos” que acarreaban a los alumnos, la escuela se organizó y cada viernes llevaban a las casas de los 265 alumnos, las guías y materiales para la semana y los retiraban al viernes siguiente. “Convertimos el transporte escolar en la conectividad de la comunidad”, apunta Pinedo.

En esos buses iban profesores jefes -como Darly Orellana, educadora de Kathia- y los encargados de convivencia, con el fin de aclarar dudas y ejercer contención emocional. Además, prepararon un set de guías especiales para ser trabajadas en familia: la primera trató el tema Covid-19 con tips de autocuidado y explicaciones de conceptos como cuarentenas y aforos; la otra abordó la Constitución y los derechos de los pueblos originarios. Además, había una biblioteca móvil para acceder a libros.

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Sedentarismo y pantalla

Las diferencias de conectividad en el país se hicieron patentes durante la pandemia. Le precariedad digital en las zonas rurales pasó a ser una necesidad insustituible. En éstas, sólo el 16% tiene acceso a internet de banda ancha y un 46% a internet móvil, mientras que en el sector urbano estas cifras alcanzan el 59,6% y el 62,7% respectivamente según lo indica la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA).

Una encuesta del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE), de la Universidad de Chile reveló grandes diferencias sociales en el acceso y condiciones a la educación remota en niños y jóvenes del país y detectó preocupantes señales de problemas emocionales, sedentarismo y un excesivo tiempo frente a las pantallas. “Las condiciones de los hogares y lo inédito de la situación de confinamiento han significado obstáculos muy difíciles de superar para una buena parte de familias”, sostiene Cristian Bellei, investigador del CIAE, en el documento.

Una hora, o menos, de estudio

“La conexión aquí es pésima”, retoma Kathia. Los cortes de luz, la lluvia incesante y los pocos puntos de conectividad hace que la señal de internet se caiga y los teléfonos empiecen a “chicharrear”. “El Zoom no se escucha bien y de repente ¡paf! se corta y todos quedábamos colgados.”

Pasó de curso con nota 5,8. “No me quejo, pero creo que todos estudiamos un poco menos”. El estudio del CIAE avala lo que indica la niña: existe una enorme diferencia entre los estudiantes en cuanto a las horas de dedicación a actividades escolares en sus casas. Mientras 1 de cada 4 dedica una 1 hora o menos al día a actividades escolares, 1 de cada 3 dedican 4 horas diarias o más.

Kathia no se vio con sus amigos, pero a veces les resultaba hablar por WhatsApp, herramienta que mejor les funcionó. “¡Ah! Y también nos mandábamos saludos a través de “Cuarenseña”, un programa de la radio de mi escuela que la emitían por la Radio Universal que dan todos los días de 4:30 a 5:00”. Por esa vía además compartían recetas, reflexiones y enviaban recados y avisos importantes.

Dos horas caminando

“Después de 4 horas de viaje, el domingo de la tercera semana de marzo, mis papás me dejaron en la residencia que queda cerca del liceo. Jamás pensé que a la semana siguiente no volvería a pisar las salas de clases,” señala al teléfono Yuyunis Almonacid, alumna de 2° medio del Liceo Agrícola de la Patagonia de Coyhaique. Mientras habla, la interferencia corta el sonido.

El establecimiento se ubica en el casco histórico de la capital de la Región de Aysén. La matrícula 2020 contó 165 alumnos, de los cuales el 95% tiene índice de vulnerabilidad. Las distancias en esta localidad son extensas. Los alumnos demorarían hasta 10 horas en transporte llegar, razón por la cual gran parte de ellos acuden a residencias de la Junaeb. Con las cuarentenas debieron volver a sus casas y ahí se reveló el problema de la conectividad.

A principios de abril, la ODEPA señaló que en Chile hay 3.393 escuelas rurales y cerca de un 18% de su población son niños en edad de escolar. ¿El problema? Sólo el 33,4% de la población rural tiene acceso a un computador, contra el 60,3% de los que viven en ciudades. Esta cifra preocupa, dado que existen una serie de actividades asociadas a las modalidades de clases online y teletrabajo que requirieron no sólo de algún tipo de conexión a internet, como dispositivos móviles, sino que esta conexión cumpla con los estándares de velocidad y estabilidad necesarios para desarrollar estas tareas.

En la región de Aysén, apenas un 27% tuvo acceso a banda ancha y la mitad a teléfonos móviles de prepago el cual se consume en su totalidad con la descarga de videos o documentos tipo PDF.

“El liceo se organizó rápido para entregarnos el material de estudio, pero la señal en Coyhaique es lo peor,” señala la joven. Y agrega: “Cuando llueve es medianamente buena, pero cuando está lindo, no me pregunte por qué, pero se va a negro”. Yuynis tiene compañeros que debieron caminar dos horas para llegar a la cima de un cerro para obtener señal. Pero era tan débil que no les permitió descargar las guías.

El director del liceo, Fabián Saavedra, intentó solucionar el problema enviando canastas a las casas con material académico y guías de aprendizaje. “Eran bastante buenas, pero no se compara con el aprendizaje en la sala”, confiesa la joven.  El establecimiento dispuso a un psicólogo al que podían llamar para conversar sobre asuntos académicos o personales. “Creo que la desmotivación no sólo fue por la pandemia, a muchos le fallecieron familiares y a varios apoderados se les murieron animales y quedaron sin trabajo”, dice. Pese a todo, no hubo ningún caso de deserción escolar en el establecimiento.

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Yuyunis se mantuvo motivada. Cuando no estudiaba, ayudaba a su madre a limpiar el gimnasio de la municipalidad donde trabaja y a cortar leña para ganar plata y poder recargar su celular. Desde su casa, participó en un debate internacional sobre el cambio climático con escuelas de Singapur, México, Brasil y Chile.

Sueña con volver a clases presenciales. Su foco es ir a la universidad en Viña del Mar y estudiar Psicología y luego Psiquiatría.

El radar de búsqueda

Antes de la pandemia, los escolares chilenos pasaban en promedio seis horas y 18 minutos diarios en clases y destinaban otros 42 minutos a realizar sus tareas, según lo evaluó la encuesta del CIAE. Eso totalizaba siete horas dedicadas a la educación. Pero el cierre de escuelas redujo radicalmente esas cifras.

“El colegio es el factor protector de cuidado socio emocional de los niños más vulnerables”, señala Paula , subdirectora de ciclo de un colegio municipal subvencionado de la Pintana que cuenta con una matrícula de 1.500 alumnos.

Juan (quien prefirió no revelar su nombre), tiene 11 años, es alumno de 5° básico y fue uno de los casos de deserción de este colegio que tiene 95% de vulnerabilidad. Tercero de una familia de 5 hermanos, a cargo de la madre y con problemas de lenguaje y muy tímido, a pesar de todos los esfuerzos tanto del equipo académico -que proveyó al niño de material adaptado y de un celular-, como de la madre, no pudieron revertir la situación del menor. La familia, que vive en Puente Alto, tiene dos hijos más grandes que Juan y otros dos que no superan los tres años. Con un solo celular -de prepago- habitan en una “zona roja” de la comuna, esto es, con casi nula conectividad, dado principalmente por el robo de cables.

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El caso de Juan no fue el único desafío del equipo académico de este colegio. “Tuvimos que implementar un real radar para ubicar a nuestros alumnos dado que muchos de ellos se fueron a vivir a otras comunas o regiones luego de que sus padres perdieran los trabajos”.

De esta manera, la capacidad de completar el curriculum y de hacer un seguimiento a la comunidad escolar les significó un esfuerzo enorme. Se organizaron haciendo un plan de tutoría especializado para los alumnos. Cada profesor, miembros del equipo académico y la comunidad en su totalidad se encargó de tres alumnos. “Fue una odisea rastrearlos, muy pocos tenían celular y había que preguntarles a los vecinos si habían visto a tal o cual alumno”, comenta la subdirectora.

Pese a que a Juan pudieron tenerlo en vista, la precariedad de su situación familiar y sus capacidades académicas y de adaptación llevaron al colegio a tomar la decisión -debido a que no pudieron calificarlo en ninguna asignatura y que sólo asistió una vez a clases- de hacerlo repetir 5° básico en 2021 bajo un programa de integración.

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