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Testimonios tras las llamas: cómo se viven los incendios en el Sur
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“Estaba en mi casa cuando me llegó la noticia de que se estaba quemando la casa de mi amigo que estaba al lado de mi bodega (en Leonera). Salimos corriendo para ver qué podíamos hacer. Intentamos controlar el fuego y apagarlo un poco. Era la primera vez que pasaba por una situación como esta.
Estábamos ahí con un amigo y de repente empezaron a caernos encima chispas, carbón quemado y empezó a rodearnos el fuego. Mientras intentábamos apagar una parte nos vimos rodeados. De verdad que tenía mucho, mucho miedo. Entré en pánico. Salí corriendo y por fortuna pasaba un amigo en una camioneta y nos recogió.
Luego intentamos sacar a toda la gente posible y la trajimos donde yo vivo, que era la parte más alejada de los incendios. De hecho, en mi casa -en Coelemu- pasaron la noche varias familias y aún sigue siendo un pequeño refugio para la gente.
Volvimos a la bodega a ver cómo estaba la cosa y estaba todo derrumbado, quemado. Ya no había nada que hacer, en una hora se había consumido todo. Fue súper rápido, había un viento tremendo.
Todo lo que tenía estaba en esa bodega. Había gastado toda mi plata en comprar insumos para embotellar la cosecha del 2022. Tenía los 11.000 corchos que iba a utilizar. Todo estaba listo para embotellar esta semana. No voy a tener vino para vender, se evaporó todo. Y este año va a ser muy difícil hacer el vino.
Yo tengo un importador en Estados Unidos, otro en Dinamarca, y contactos en España y Canadá que estaban esperando que yo embotellara para venderles. Eso era mi fuente de ingreso, pero ahora no, ahora no voy a tener nada que venderles.
Ayer (lunes 6 de febrero) estuvo el ministro de Economía en nuestra bodega, con el Seremi y un delegado del gobierno escuchando no solamente a nosotros, sino que nos reunimos un pequeño grupo de viñateros de la zona que fuimos afectados. Todos coincidimos en que el modelo de la industria forestal tiene que cambiar. Esto es como vivir en medio de gasolina, la propagación es muy rápida y apagar el fuego es muy difícil”.
“Sabíamos que había un foco cerca que llevaba como dos o tres días. Era un fuego muy chico que nadie venía a apagar. Todos reclamando, los vecinos: ‘Oye hay un fuego que puede generar un incendio’. Pero estaba la tendalada por todos lados, los bomberos iban donde estaba la masificación de casas y población. Aquí son pocas casas. En ese momento también estaba el incendio en Chillán, entonces no dan abasto no más, así de sencillo.
Fue cosa de minutos y ya estaba todo quemado. Nosotros nos quedamos, dándole de allá para acá, haciendo cortafuegos, hasta que llegó un momento en que no había nada que hacer. Ni la billetera alcancé a sacar, nada, ni ropa ni nada, salimos con lo puesto. Se quemó un lado primero, después bajó la intensidad de ese fuego, pero se prendía en otro lado. Al menos con la adrenalina no sentimos nada. Estábamos todos, mi papá, mi hermano, mi mamá, mi hijo mayor... 45 minutos y se apagó, después era pura brasa.
Nosotros habíamos comprado madera para leña, queríamos iniciar estos meses. Lo habíamos logrado hace poquito, hace un mes compramos un camioncito chico. Teníamos un equipo forestal bien armado. Era un negocio familiar. Yo había empezado hace poco, pero mi papá había comenzado mucho antes.
Habíamos invertido mucho, casi $ 10 millones, formamos 10 hectáreas de eucaliptos solamente para hacer la astilla. Tenía mi casa que había terminado hace no mucho. Siete años haciendo una casa para que se fuera en un rato. Nos queda algo que rescatar todavía, tenemos unas maderitas para movernos económicamente, si es que no se nos siguen quemando, porque todavía hay riesgo”.
“En el campo que tenemos mi papá vive solo. Cuando comenzó esto el viernes pasado, se puso fea la cosa. No pudimos conversar con él, porque se fue la señal y se cortó la luz.
Entonces perdimos todo contacto con él, no sabíamos qué pasaba, los bomberos para allá y para acá, se escuchaban las sirenas y todos súper preocupados por los incendios. Mi papá estuvo entre tres y cuatro horas tratando de salvar la casa, y gracias a Dios pudo lograrlo porque justo tenía estas piscinas plásticas y con eso combatió el fuego.
Cuando la situación estuvo un poco más tranquila, él se pudo contactar con nosotras y le pedimos por favor que se viniera a la casa, acá en Santa Juana, porque preferíamos que él estuviera con vida.
Más tarde fuimos al campo nuevamente porque se había perdido nuestra perrita. Cuando íbamos de camino para allá veíamos todo quemado; en la ruta de la madera había lugares todavía en fuego, entonces era complejo avanzar. Llegamos y se habían quemado dos galpones, lugares donde mi papá guardaba leña, herramientas, cosas anexas a la casa.
Fue muy impactante y triste ver cómo el lugar donde crecí estaba destruido. Los recuerdos con animales, con la naturaleza, era muy hermoso el campo y ahora verlo todo quemado fue horrible. Nos pusimos a buscar a nuestra perrita y, lamentablemente, la encontramos días después sin vida.
No fuimos los únicos que perdimos mascotas y casas, fueron muchas personas. Cuando íbamos en el camino veíamos personas intentando salvar sus hogares, y realmente era desesperante. Todos estaban prestando ayuda en otras zonas.
Creo que la ayuda del gobierno fue bastante tarde, incluso ahora que han disminuido un poco los focos de incendios, los recursos siguen siendo escasos. Siempre dejando en alto el trabajo de bomberos y voluntarios que lo han dado todo por su pueblo y alrededores.”
“Originalmente, pertenezco a la Primera Compañía de Bomberos de Isla de Pascua, donde llegué hace siete años y me convertí en voluntario hace poco más de tres. El encierro que provocó la pandemia en Rapa Nui me dejó sin mucho que hacer, por lo que en agosto pasado regresé al continente para trabajar en una empresa de insumos hidráulicos.
Pese al cambio, no quise dejar de lado las funciones bomberiles, así es que contacté al capitán Claudio Valenzuela, de la 17ª Compañía del Cuerpo de Bomberos de Santiago, un cuartel ‘hermano’ del isleño, para anotarme en sus filas.
El sábado pasado partí rumbo al sur junto a casi 130 voluntarios del Cuerpo de Bomberos de Santiago, que se sumaron a otros cientos que llegaron de todos los lugares de Chile y viajamos a la zona para combatir una de las temporadas de incendios forestales más duras de las que exista registro.
Nuestro destino fue Mulchén, y lo que encontré ahí fue algo que nunca me había tocado presenciar. En la Isla de Pascua tenemos incendios forestales, pero no de esta magnitud. Los cinco días que estuve ahí los pasé principalmente en los sectores de El Cisne y San Juan de Dios, donde me impresionaron dos cosas en particular.
La primera, lo agradecida que estaba la gente con nuestra ayuda. Los ayudamos a salir de sus casas, a sacar sus animales y sus cosas. La calidad de la gente fue tremenda, nos dieron alimento y nos hicieron sentir como en casa. Un aplauso o un abrazo eran gestos que nos daban ánimo para seguir cuando las fuerzas se agotaban.
Lo otro que rescato es el empeño que observé en los bomberos que no son especialistas en incendios forestales. Le pusieron un corazón y unas ganas para salir adelante que me conmovieron.
Las jornadas en terreno fueron agotadoras, porque eran 24/7. Nos dividíamos por turnos para un combate permanente. El cansancio, en todo caso, es más mental que físico. También hubo varias complicaciones, aunque ninguna tan grande como cuando tuvimos que arrancar de un fuego que crecía para no sufrir bajas.
La batalla no está ganada, porque las condiciones climáticas son propicias para que el fuego avance. Sin embargo, estamos satisfechos por haber evitado que las llamas llegaran al centro de Mulchén. Si no llegábamos, creo que el pueblo se consumía. Me hubiese quedado más tiempo, pese al cansancio. Y si me piden volver, volvería sin pensarlo. No hay incendio que extinga el alma de un bombero”.