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Carlos Peña: Los rectores "prefieren ser managers y no líderes intelectuales”
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Carlos Peña, rector de la UDP, abogado, doctor en Filosofía, saca la cuenta de los muchos libros que forman su biblioteca repartida en varios lugares.
En su oficina de la universidad, en el primer piso de una casa señorial del centro, calcula que tiene dos mil: están en dos estantes altos donde no cabe un alfiler, en una mesa grande de centro, en un par de mesas laterales y sobre el escritorio largo donde su computador está completamente rodeado de volúmenes. Al frente tiene otra sala, donde dice que debe haber ocho mil libros más. Y tiene otros tantos en su casa. “Lo que pasa es que leo mucho”, dice a modo de explicación. Y lo hace con dedicación y constancia: reserva, al menos, una o dos horas diarias para sus lecturas.
En su oficina de la universidad, en el primer piso de una casa señorial del centro, calcula que tiene dos mil: están en dos estantes altos donde no cabe un alfiler, en una mesa grande de centro, en un par de mesas laterales y sobre el escritorio largo donde su computador está completamente rodeado de volúmenes. Al frente tiene otra sala, donde dice que debe haber ocho mil libros más. Y tiene otros tantos en su casa. “Lo que pasa es que leo mucho”, dice a modo de explicación. Y lo hace con dedicación y constancia: reserva, al menos, una o dos horas diarias para sus lecturas.
El rector Peña también escribe, y mucho. Es prolífico. Hace más de dos décadas tiene su columna de domingo en El Mercurio, con la cual frecuentemente saca ronchas. “A mí me gusta la columna de actualidad. No escribo columnas para mostrar mi subjetividad, como hay otra gente que lo hace. A mí me gusta reaccionar inmediatamente. Con rapidez y con riesgo”, dice.
Se ha despachado también quince libros de autoría propia. “Yo escribo ensayos -precisa él-; y los escribo con una rutina rigurosa”. Allí analiza, profundiza, reflexiona sobre lo que ve y sobre los procesos y circunstancias que cruzan al país. Está trabajando en dos nuevos: La universidad amenazada; y otro en conjunto con Carlos Berner, Introducción al derecho civil.
Se ha despachado también quince libros de autoría propia. “Yo escribo ensayos -precisa él-; y los escribo con una rutina rigurosa”. Allí analiza, profundiza, reflexiona sobre lo que ve y sobre los procesos y circunstancias que cruzan al país. Está trabajando en dos nuevos: La universidad amenazada; y otro en conjunto con Carlos Berner, Introducción al derecho civil.
Es justamente desde ese rol de observador agudo que mantiene esta conversación sobre lo que ha visto durante estos años en Chile. Habla de lo que ha pasado en el terreno valórico y también con la juventud (ver recuadro). Además, y sobre todo, mira con ojo crítico el estado actual de nuestra política. Carlos Peña responde sin prisas, con contextos y frecuentes citas de autores, sentado en uno de los sillones de su oficina con aires de biblioteca.
- ¿Cuáles diría usted que han sido los cambios más notorios en la sociedad chilena en, por ejemplo, una década?
- El cambio fundamental que ha experimentado la sociedad chilena se ha producido en las últimas décadas y es lo que llamaríamos un cambio en las condiciones materiales de la existencia de las personas. Su signo más elocuente es la expansión del consumo, tanto de bienes materiales como de bienes simbólicos. En el caso de los primeros, el mejor ejemplo es el consumo del automóvil.
Los sociólogos hablan de bienes de estatus y el automóvil es el bien de estatus por excelencia. Entonces, es la expansión de un bien material que tiene una gran significación cultural que consiste, para decirlo en términos polémicos, que en Chile se ha sustituido la lucha de clases en la que creíamos en los ‘70 por una lucha por el estatus.
Los sociólogos hablan de bienes de estatus y el automóvil es el bien de estatus por excelencia. Entonces, es la expansión de un bien material que tiene una gran significación cultural que consiste, para decirlo en términos polémicos, que en Chile se ha sustituido la lucha de clases en la que creíamos en los ‘70 por una lucha por el estatus.
- ¿Y qué pasa con los que llama bienes simbólicos?
- Dos cuestiones fundamentales. Una, la expansión de los certificados educacionales. Recién el 2000, a fines del gobierno del Presidente Lagos, se hace obligatoria la educación escolar por 12 años. En el gobierno de Frei Montalva (entre 1964 y 1970) eran cuatro años. Por otra parte, se produjo un fenómeno extraordinario que es la universalización, en términos cuantitativos, de la educación superior. A este consumo de certificados y a la expansión de bienes materiales se suma la aparición de las redes en los ‘90.
- Se refiere a las redes sociales, me imagino.
- Sí. Las redes sociales, y esto lo quiero subrayar, no son un mero medio de comunicación como la gente cree, sino que son un fenómeno sociocultural que hace que las personas comiencen a interactuar a partir de identidades inventadas. Entonces, se genera una especie de espacio público simulado, enmascarado, embozado, que sustituye falsamente al espacio público dialogante, propio de la democracia. Esos son, en mi opinión, los fenómenos más sorprendentes, ya que explican buena parte de lo que ha ocurrido después. Porque, paradójicamente, la expansión de los bienes simbólicos y materiales que uno pensaría que debieran ser motivo de alegría y satisfacción para las mayorías, que desde luego lo son, a poco andar producen frustración, desengaño, molestia. Esta es la paradoja del crecimiento, la paradoja del bienestar.
- ¿Qué es lo que produce esa frustración?
- Los bienes de estatus son un buen ejemplo. El bienestar que proveen está en una relación inversamente proporcional al número de gente que los tiene. Si yo logro acceder al título de abogado, este título me provoca más bienestar, más sensación de estatus, mientras menos lo tengan. Pero si todos lo tienen, ese efecto de bienestar se apaga. Eso es lo que explica la paradoja de Chile: nunca habíamos estado mejor y nunca habíamos estado más descontentos.
“He hablado con el Presidente Boric un par de veces”
- Encuestas y estudios muestran que la democracia sigue siendo el sistema más deseable según los chilenos. Sin embargo, en el último tiempo aparecen crecientemente “tendencias hacia el autoritarismo” en temas como el combate a la delincuencia. ¿Cuál es su lectura?
- La democracia liberal no es sólo la idea de que quien gobierna debe contar con la anuencia de la mayoría, sino que tiene límites que son los derechos de las personas. Eso requiere un Estado a la altura de sí mismo. Y lo vengo diciendo hace tiempo: un Estado a la altura de sí mismo es uno capaz de eliminar la violencia de las relaciones sociales.
El Estado tiene dos funciones: una, monopolizar la fuerza y erradicarla de las relaciones sociales; la otra, una función distributiva de justicia, evitar el hambre, la miseria. Cuando el Estado no logra equilibrar ambas funciones, acaba deslegitimando a la democracia. Cuando quien maneja el Estado olvida que tiene en sus manos el monopolio de la violencia y que tiene que saber usarla, las personas empiezan a descreer de los bienes que provee la democracia y están dispuestas a desprenderse de ellos y pagar cualquier precio a cambio de alcanzar seguridad, de no estar expuesto a una muerte violenta, a un asalto en la calle. Eso es un poco lo que está ocurriendo.
El Estado tiene dos funciones: una, monopolizar la fuerza y erradicarla de las relaciones sociales; la otra, una función distributiva de justicia, evitar el hambre, la miseria. Cuando el Estado no logra equilibrar ambas funciones, acaba deslegitimando a la democracia. Cuando quien maneja el Estado olvida que tiene en sus manos el monopolio de la violencia y que tiene que saber usarla, las personas empiezan a descreer de los bienes que provee la democracia y están dispuestas a desprenderse de ellos y pagar cualquier precio a cambio de alcanzar seguridad, de no estar expuesto a una muerte violenta, a un asalto en la calle. Eso es un poco lo que está ocurriendo.
- ¿Cuáles serían los riesgos?
- Si el Estado se inhibe de ejercer la violencia legítima, estamos perdidos. Cuando esto ocurre, las personas están dispuestas a echar por la borda los bienes de la democracia y abrazar a un líder autoritario a fin de que les dé seguridad. Ha ocurrido tantas veces en la Historia. No comprender esto es terrible. Max Weber lo decía notablemente hace un siglo: quien aspira al Estado aspira a administrar la violencia, quien no comprenda esto es un niño políticamente hablando.
- ¿Estamos gobernados por niños políticos?
- No, no, pero a veces se deslizan a esta imagen weberiana.
- En su columna del pasado domingo escribió que la democracia en Chile estaba “adornada con mucha tontería”. ¿A qué se refiere?
- Estamos llenos de tonterías realmente. Nuestra clase política está invadida por la tontería. No hay gente de gran calidad intelectual, diría yo. O sea la hay, desde luego, pero no es la mayoría. Hemos visto en el último tiempo sustituir el diálogo y la participación democrática por el payaseo y la tontería frecuentemente.
- ¿Lo ve transversalmente en la clase política?
- Sí, tanto en la derecha como en la izquierda. El tema de los retiros de las AFP fue el momento cúlmine de esto, donde se abandonó toda racionalidad. Hay discursos demasiado livianos, frases dichas al pasar, lugares comunes repetidos infinidad de veces. El propio Presidente a veces, desgraciadamente, incurre en eso. Tenemos una política llena de tonterías, para que ocultarlo.
Una expresión paradigmática de lo que está ocurriendo, de la informalidad, la inelegancia, el abandono de la forma, es lo que ocurre en la mesa del Senado con el debate sobre los notarios. A qué nivel hemos llegado que un asunto tan relevante que los ciudadanos suponemos está entregado a la deliberación democrática, se transa como una cuestión mercantil entre un par de amigos, como si plegarse a esta o aquella ley, decidir si va esta o aquella comisión, fuera un tema de favores personales. Es una cuestión impúdica.
Una expresión paradigmática de lo que está ocurriendo, de la informalidad, la inelegancia, el abandono de la forma, es lo que ocurre en la mesa del Senado con el debate sobre los notarios. A qué nivel hemos llegado que un asunto tan relevante que los ciudadanos suponemos está entregado a la deliberación democrática, se transa como una cuestión mercantil entre un par de amigos, como si plegarse a esta o aquella ley, decidir si va esta o aquella comisión, fuera un tema de favores personales. Es una cuestión impúdica.
“Estamos en un país, repito, donde nadie quiere tener la razón. Los rectores quieren que a las universidades les vaya bien, pero no quieren tener la razón. Prefieren ser managers y no líderes intelectuales. Los políticos quieren básicamente popularidad; y así suma y sigue”.
- Esa tontería que menciona, ¿nos podremos sacudir de ella?
- La política siempre ha tenido un cierto componente de tontería, en el sentido de que el discurso político muchas veces es un discurso ligero, de digestión fácil. Pero las democracias sanas tienen dentro de los grupos políticos pequeñas élites, que ejercen un cierto ascetismo sobre el resto. Eso falta hoy en Chile, creo yo. No hay esas minorías excelentes. Eso lo decía Ortega y Gasset y tenía razón: las sociedades se sostienen cuando hay ciertas minorías excelentes, que tienen conciencia de su deber. Una minoría excelente son gente que quiere tener la razón. Pero hoy día todos quieren tener popularidad, nadie quiere tener la razón. Necesitamos élites a la altura de su deber cívico.
- ¿No ha pensado comentárselo al Presidente Boric?
- Yo he hablado con el Presidente Boric un par de veces. Hemos conversado estos temas. Lo he visto receptivo. Pero bueno, en mi opinión él es un líder a destiempo. Alcanzó la presidencia antes de tiempo. Así como hay héroes por accidente, él es un Presidente a destiempo.
- Decía que el Presidente ha sido receptivo cuando conversan estos temas…
- Lo hemos conversado, claro. Yo no soy amigo de él, no tenemos relación personal. Le tengo respeto como corresponde tenérselo al Presidente de la República y tengo una buena impresión de él como una persona que me parece inteligente. Pero que quede claro que eso no contamina el juicio que yo tengo respecto de su quehacer político, que es el deber que tenemos quienes comentamos la esfera pública.
- Es ahí donde Boric queda incluido en su crítica a la clase política.
- Sí, pero creo que él no es el peor. Estamos en un país, repito, donde nadie quiere tener la razón. Los rectores quieren que a las universidades les vaya bien, pero no quieren tener la razón. Prefieren ser managers y no líderes intelectuales. Los políticos quieren básicamente popularidad; y así suma y sigue. Pero los países no pueden sostenerse de esta manera. Las sociedades requieren minorías de excelencia.
- ¿Hace cuánto tiempo tiene este diagnóstico? Imagino que ya viene desde antes de la llegada del actual Gobierno.
- Claro, es de un tiempo muchísimo más amplio. La primera columna que escribí en El Mercurio, hace más de 20 años, se llamaba algo así como la crisis de las minorías.
La generación perdida
- La última encuesta CEP ubicó a Evelyn Matthei y Michelle Bachelet como las figuras políticas mejor evaluadas. Dejando aparte al Frente Amplio, y mirando a la izquierda y la derecha tradicionales, ¿por qué somos un país con tan poca renovación generacional en política?
- Creo que hay una generación perdida, al menos hasta ahora. Su rostro más representativo, creo yo, es la Ministra del Interior. Es una generación suspendida en su protagonismo político por la generación más vieja, que rebosante de deseos políticos como consecuencia de haber estado al margen de la política durante toda la dictadura nunca le dio el paso a esa siguiente generación, la de Orrego y de Tohá por dar dos nombres paradigmáticos.
- O Lagos Weber.
- Lagos Weber, sí. Entonces es una generación perdida en ese sentido. Que cuando envejeció aquella que le impedía el paso, se vio sobrepasada por esta otra nueva generación, más vital, más joven, cuyo representante máximo es Boric. Ahora es inevitable que a la luz del desempeño de la generación que hoy está en el poder, que no ha sestado realmente a la altura, se mire a los más viejos. Creo que eso es lo que ha ocurrido.
- ¿Y cómo ha sido este mismo proceso en la derecha?
- Aquí yo matizaría el diagnóstico con otra cosa y es lo siguiente: la aparición de grupos intelectuales que me parecen interesantes. Cuando digo interesante no quiero decir que yo adhiera a su punto de vista, sino que son intelectualmente valiosos, dignos de debatir con ellos. Pienso en gente como Claudio Alvarado, Josefina Araos y el grupo del IES. También en la Fundación para el Progreso, con todos sus excesos. Entonces la derecha ha ido generando en sus nuevas generaciones un conjunto de líderes intelectuales que en el futuro darán que hablar.
- Pero ellos no son una generación de recambio en el ejercicio de la política, sino que su aporte es desde la reflexión.
- Claro. Pero es un poco lo que Antonio Cortés Terzi llamaba el circuito extrainstitucional del poder. Eso está hoy día radicado en estos think tanks.
- ¿Y eso no lo ve en la orilla política opuesta?
- En la orilla de la izquierda es menor. ¿Por qué? Porque cuando se está en el poder, el apetito por participar del poder sustituye al apetito por reflexionar.
“He hablado con el presidente Boric un par de veces. Hemos conversado de estos temas. Lo he visto receptivo. Pero bueno, en mi opinión él es un líder a destiempo. Alcanzó la presidencia antes de tiempo. Así como hay héroes por accidente, él es un presidente a destiempo”.
“Hay un cambio valórico muy fuerte”
- En la última década se han promulgado leyes como la del aborto en tres causales, matrimonio igualitario, identidad de género, por nombrar algunas. ¿Somos efectivamente un país menos conservador, más progresista?
- Lo que ha ocurrido es algo que sabemos se iba a producir. Cuando cambian las condiciones materiales de la existencia de las personas, inevitablemente también cambia la cultura, las maneras de relacionarse, de percibir el mundo, el horizonte de sentido en medio del cual la gente desenvuelve su vida. Y esto ha producido efectivamente un cambio valórico muy fuerte en Chile.
No es que la gente hoy sea más liberal o haya cambiado radicalmente su conducta, yo diría que hoy la sociedad está más dispuesta a reconocer públicamente ese cambio. Porque si uno revisa las estadísticas en un tiempo más largo, la idea de que el divorcio recién se introduce por el año 2000 en Chile es falsa, pues antes existía la nulidad de matrimonio. De manera tal que desde el punto de vista de las conductas, o sea del punto de vista de la moral de facto, la sociedad chilena venía ya evolucionando hace mucho tiempo hacia un cambio valórico. Lo que pasa es que la moral de iure, aquella que estamos dispuestos a reconocer como válida, es la que se ha manifestado muy flagrantemente el último tiempo.
No es que la gente hoy sea más liberal o haya cambiado radicalmente su conducta, yo diría que hoy la sociedad está más dispuesta a reconocer públicamente ese cambio. Porque si uno revisa las estadísticas en un tiempo más largo, la idea de que el divorcio recién se introduce por el año 2000 en Chile es falsa, pues antes existía la nulidad de matrimonio. De manera tal que desde el punto de vista de las conductas, o sea del punto de vista de la moral de facto, la sociedad chilena venía ya evolucionando hace mucho tiempo hacia un cambio valórico. Lo que pasa es que la moral de iure, aquella que estamos dispuestos a reconocer como válida, es la que se ha manifestado muy flagrantemente el último tiempo.
“Y junto con ello, lo que ha ocurrido es un debilitamiento de las figuras de autoridad -agrega Peña-. La Iglesia hoy ya no tiene un poder orientador, tampoco los partidos políticos, ni la escuela, ni la familia, que es el otro fenómeno que se produjo culturalmente y que tal vez esté a la base de este cambio valórico que mencionas. Porque debilita, digámoslo así, las fuentes de orientación normativa, de orientación moral que las personas tienen”.
- ¿De qué manera específica se produce ese impacto en los temas valóricos?
- Todo este fenómeno produce una especie de subjetivización de la vida. O sea, las personas empiezan a encontrar como única fuente de validez su propia subjetividad. Uno mismo es su propia autoridad. Y esto hace que las personas sean no más tolerantes o relativistas como la gente cree, sino también más fanática. Cuando la propia subjetividad es la fuente de mis convicciones, uno se vuelve más intolerante.
- Una polémica instalada recientemente tiene que ver con el tratamiento hormonal a menores de edad que manifiestan disforia de género. Ha ido apareciendo una posición crítica a ese enfoque que llaman afirmativo. ¿Cuál es su opinión?
- A ver, enmarquemos este problema en una cosa un poco más amplia: el proceso de individuación que antes mencionaba. Consiste en que la cultura de pronto empieza a invitar a las personas a editarse a sí mismas, a inventarse, a elegir su propia vida. Esto es lo que ha llevado, para comenzar por una cuestión más genérica, a la proliferación de la política identitaria. Yo quiero ser vegano, ciclista, en fin. Este fenómeno es el que alcanza, digámoslo así, a la cuestión del género. Es inevitable que eso ocurra. Entonces la pregunta es ¿cómo tratamos este problema? No queda más en una sociedad abierta y liberal que aceptar este tipo de elecciones muy radicales que las personas hacen. Cerciorándonos, sin embargo, de que esas elecciones sean elecciones genuinas.
- Ese parece ser el tema clave.
- El problema es en qué momento uno considera esa elección genuina, si la delega en los padres, si la delega en la asistencia médica, en la salubridad, ¿dónde?... Lo que a mí me parece es que una persona, un liberal digamos, debiera defender la siguiente idea: la elección de los fines de propia vida es valiosa e inevitable, pero a condición de que sea una elección genuina. Creo que en esto efectivamente hemos pecado de ingenuidad. La investigación (en este tema) es más bien controversial, se han tomado decisiones apresuradas; y de pronto, para decirlo de esta manera, la adscripción a cierto punto de vista valórico acerca de la vida lleva a algunas personas a cegarse frente a la evidencia empírica. Sobreponen la opción valórica o ideológica a la evidencia.
-¿Se refiere a un activismo extremo, a un exceso de fanatismo?
-¿Se refiere a un activismo extremo, a un exceso de fanatismo?
-Exactamente. Una cosa es que uno crea en la libertad de elegir, que comprenda el proceso de individuación en una sociedad que se moderniza, que piense que el género es una adscripción de roles sobre la base del sexo y que eso suele esconder profundas discriminaciones. ¿Pero alcanza esta individuación a la radicalidad total de que tengamos que aceptar que las preferencias por la vida incluyen o no la preferencia por el sexo al que yo pertenezco? Eso es inevitable en una persona adulta, pero anticiparlo a la pubertad, a la pre-pubertad, delegarlo en los padres, puede ser un error por supuesto. Este tipo de fenómenos culturales siempre tienden a enceguecer a las personas, a tener visiones unilaterales. Algo de eso está pasando en Chile. Ocurre cuando un punto de vista como el que estamos experimentando se vuelve tan hegemónico, tan uniforme, tan extendido, que empieza a apagar la crítica antes de que se formule, lesionando el diálogo.
- Dentro de la UDP funciona el Proyecto T, que está en este tema. Por sus comentarios públicos, da la impresión de que defienden el enfoque afirmativo. ¿Eso representa a la universidad?
- A mí me parece que la universidad, no sólo la Diego Portales, no debe hacer advocacy; o sea, no debe hacer abogacía de este tema. Quien quiera hacerlo tiene el ámbito de la cultura, el ámbito de la política. El deber de la universidad es más bien someter a escrutinio racional los problemas que brotan en la esfera pública. De manera que cualquier grupo de la Universidad Diego Portales o de otra que crea que su labor es hacer advocacy y no someter su punto de vista al diálogo racional, está profundamente equivocado. La Universidad Diego Portales rechaza cualquier forma de advocacy ciega.
Una muchedumbre de solitarios
Carlos Peña conoce bien la juventud chilena. No sólo porque es rector, sino sobre todo porque es académico en dos universidades: la UDP y la Universidad de Chile. Hace clases todos los días, a las 8:30 de la mañana.
“La juventud de hoy está caracterizada por tres rasgos. El primero es que son personas que han crecido sin figuras de autoridad. Su trayectoria escolar se habrá extendido entre el 2008 y el 2018, los años donde las tomas se normalizaron. Por eso la relación con sus profesores como autoridad no existe. La iglesia está en crisis. La familia nuclear no existe tampoco. Su única fuente de validez es su propia subjetividad.
El segundo rasgo es que es una generación que surge en la época de las redes sociales. Y lo que las redes muestran es el anhelo neurótico de estar comunicados, que también tiene que ver con la soledad. La sociología definió tempranamente este fenómeno como una muchedumbre de solitarios.
Y un tercer rasgo, que no es menor, es que es la generación más ilustrada que nunca hemos tenido. Nunca había habido un grupo de chilenos, de 18 a 24 años, con mayor acceso a la información y a la formación educacional”.
Continúa Peña: “Y hay otra característica que olvidaba. Se trata de una generación que inevitablemente padece una cierta angustia, debido a que está en medio de una contradicción. ¿Cuál es esta contradicción? Por una parte, la cultura, la publicidad, los medios invitan a los jóvenes a inventarse a sí mismos, a ser fieles a sí mismos, a su propia sensación. Y este ideal, que se expande en la cultura y se inocula en los jóvenes, coexiste con que la sociedad moderna, para sostener su nivel de bienestar, requiere un alto grado de racionalización técnica. Entonces los jóvenes por una parte están tironeados por este ideal de autenticidad y, por otra, por la necesidad de meterse a un mecanismo de racionalización técnica en el mundo del trabajo que niega esos ideales. Esto hace que hoy también los jóvenes tengan una vocación transeúnte, sean nómades”.
- ¿Es optimista respecto a esta juventud con todas estas características?
- Creo que la sociedad chilena va a ser una sociedad más liberal, más abierta a la diversidad, más respetuosa de la igualdad de género, que son todas virtudes morales en la sociedad que vivimos. El diagnóstico que uno hace de la sociedad chilena parece sombrío, pero no debe ocultar que hay una cantidad de virtudes muy notables, que hoy los jóvenes son más respetuosos, con más conciencia de la diversidad, que abrazan valores democráticos liberales. Y es probable que de eso salga algo bueno en el futuro, pero a condición de que los más viejos no seamos complacientes con los jóvenes.
Ellos necesitan que los adultos les hablen como se habla a otro adulto racionalmente, tratándolos con cierto sentido del deber. Esto es fundamental. Yo trato con respeto a mis alumnos porque les exijo que piensen y se esfuercen. Si, en cambio, les dijera: “Tú eres joven, soy capaz de condescender contigo”, los estaría despreciando. El paternalismo es una forma oculta de desprecio.
Carlos Peña conoce bien la juventud chilena. No sólo porque es rector, sino sobre todo porque es académico en dos universidades: la UDP y la Universidad de Chile. Hace clases todos los días, a las 8:30 de la mañana.
“La juventud de hoy está caracterizada por tres rasgos. El primero es que son personas que han crecido sin figuras de autoridad. Su trayectoria escolar se habrá extendido entre el 2008 y el 2018, los años donde las tomas se normalizaron. Por eso la relación con sus profesores como autoridad no existe. La iglesia está en crisis. La familia nuclear no existe tampoco. Su única fuente de validez es su propia subjetividad.
El segundo rasgo es que es una generación que surge en la época de las redes sociales. Y lo que las redes muestran es el anhelo neurótico de estar comunicados, que también tiene que ver con la soledad. La sociología definió tempranamente este fenómeno como una muchedumbre de solitarios.
Y un tercer rasgo, que no es menor, es que es la generación más ilustrada que nunca hemos tenido. Nunca había habido un grupo de chilenos, de 18 a 24 años, con mayor acceso a la información y a la formación educacional”.
Continúa Peña: “Y hay otra característica que olvidaba. Se trata de una generación que inevitablemente padece una cierta angustia, debido a que está en medio de una contradicción. ¿Cuál es esta contradicción? Por una parte, la cultura, la publicidad, los medios invitan a los jóvenes a inventarse a sí mismos, a ser fieles a sí mismos, a su propia sensación. Y este ideal, que se expande en la cultura y se inocula en los jóvenes, coexiste con que la sociedad moderna, para sostener su nivel de bienestar, requiere un alto grado de racionalización técnica. Entonces los jóvenes por una parte están tironeados por este ideal de autenticidad y, por otra, por la necesidad de meterse a un mecanismo de racionalización técnica en el mundo del trabajo que niega esos ideales. Esto hace que hoy también los jóvenes tengan una vocación transeúnte, sean nómades”.
- ¿Es optimista respecto a esta juventud con todas estas características?
- Creo que la sociedad chilena va a ser una sociedad más liberal, más abierta a la diversidad, más respetuosa de la igualdad de género, que son todas virtudes morales en la sociedad que vivimos. El diagnóstico que uno hace de la sociedad chilena parece sombrío, pero no debe ocultar que hay una cantidad de virtudes muy notables, que hoy los jóvenes son más respetuosos, con más conciencia de la diversidad, que abrazan valores democráticos liberales. Y es probable que de eso salga algo bueno en el futuro, pero a condición de que los más viejos no seamos complacientes con los jóvenes.
Ellos necesitan que los adultos les hablen como se habla a otro adulto racionalmente, tratándolos con cierto sentido del deber. Esto es fundamental. Yo trato con respeto a mis alumnos porque les exijo que piensen y se esfuercen. Si, en cambio, les dijera: “Tú eres joven, soy capaz de condescender contigo”, los estaría despreciando. El paternalismo es una forma oculta de desprecio.