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El desconocido rol de Pablo Valenzuela en el descubrimiento del virus de Hepatitis C

El desconocido rol de Pablo Valenzuela en el descubrimiento del virus de Hepatitis C
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A fines de los años ‘80, la medicina todavía lidiaba con un misterio peligroso. Los pacientes que recibían transfusiones de sangre desarrollaban hepatitis crónica, pero no se trataba de los virus A ni B. Lo llamaban “hepatitis no-A no-B” y nadie sabía bien qué lo causaba ni cómo detectarlo. La urgencia se volvió aún más visible cuando el emperador de Japón necesitó ayuda.
En 1988, Hirohito, el emperador de uno de los países más avanzados tecnológicamente del mundo, estaba gravemente enfermo. Debía someterse a una intervención compleja que requería transfusiones de sangre provenientes de múltiples donantes. El problema era que, en esa época, no existía un test aprobado para detectar esta forma desconocida de hepatitis. Y la sangre contaminada podía ser letal.
A través de la embajada japonesa, el equipo médico del emperador se enteró de que una pequeña empresa biotecnológica en California, Chiron Corporation, estaba trabajando en un test experimental. El equipo científico estaba dirigido por un chileno llamado Pablo Valenzuela, quien había cofundado la compañía junto a William Rutter y Edward Penhoet.
Fue Pablo quien reclutó a Michael Houghton, el investigador de su equipo que más tarde lograría clonar el virus. También fue él quien impulsó desde el inicio la línea de trabajo que cambiaría la medicina. Su rol no fue sólo técnico, sino también estratégico. Construyó un equipo, orientó la investigación y la defendió cuando aún no era evidente su impacto.
El test aún no estaba aprobado por la FDA, pero el gobierno japonés lo solicitó con urgencia para examinar la sangre destinada al emperador. Gracias a ese test, Hirohito pudo recibir transfusiones sin riesgo. Era un ensayo experimental, pero también un hito silencioso en la historia de la medicina moderna.
En 1989, Chiron logró clonar el virus, que fue oficialmente nombrado como hepatitis C. Ese mismo año, el test fue aprobado en Estados Unidos y empezó a implementarse en bancos de sangre en todo el mundo. El impacto fue inmediato. Lo que antes causaba hepatitis en hasta un 30% de las transfusiones se redujo a menos del 1.5% en sólo dos años. Hoy, es prácticamente cero. Se estima que este avance ha salvado millones de vidas y ha prevenido incontables casos de cirrosis, cáncer hepático y trasplantes innecesarios.
El descubrimiento abrió también un mercado global gigantesco. Chiron firmó acuerdos con empresas como Abbott, Bayer, Johnson & Johnson y Roche. Por cada test vendido en los bancos de sangre del mundo, Chiron recibía regalías. En los años ‘90, sólo estas licencias generaron cientos de millones de dólares. En 1998, vendieron su unidad de diagnóstico a Bayer por US$ 1.100 millones. Y en 2006, Novartis completó la adquisición total de Chiron, pagando US$ 5.100 millones por el 58% que aún no poseía y consolidando el control de una empresa que había transformado la biotecnología.
Pablo Valenzuela no aparece como autor en el paper fundacional del descubrimiento. En la industria, publicar no siempre era prioridad. A veces se lidera desde el diseño, la estrategia y la convicción científica. En 2020, el Premio Nobel de Medicina fue otorgado a Michael Houghton y otros dos científicos por el descubrimiento del virus de la hepatitis C. Pablo Valenzuela no estuvo en Estocolmo. Pero quienes conocen esta historia saben algo importante. Si este descubrimiento hubiese ocurrido en el mundo académico, él habría sido el autor senior del paper como líder del laboratorio y, probablemente, uno de los premiados con el Nobel: fue quien formó el equipo, impulsó la idea y logró que un test, aún no aprobado, llegara al trono de Japón antes que al resto del mundo.
Hay descubrimientos que cambian la ciencia. Y hay científicos que, incluso sin figurar en los premios, cambian la historia.