Opinión
¿Podemos darnos el lujo de hacer ciencia?

¿Podemos darnos el lujo de hacer ciencia?
América Latina solo ha ganado cuatro Nobel en ciencia en toda su historia. Y ninguno desde 1995.
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En América Latina, a veces pareciera que hacer ciencia fuera un lujo. Algo admirable, pero poco realista. Como si no tuviéramos ni los recursos ni las personas preparadas para descubrir algo importante.
Pero la historia dice otra cosa.
Argentina —y solo Argentina— ha ganado tres Premios Nobel en ciencia. Y no fue por azar. Fue el resultado de una cadena de personas que se formaron unas a otras, compartiendo una forma rigurosa y apasionada de investigar.
Todo comenzó con Bernardo Houssay, un médico que descubrió que la hipófisis —una glándula del cerebro— regula el nivel de azúcar en la sangre. Su hallazgo cambió cómo entendemos la diabetes. En 1947, fue el primer latinoamericano en recibir el Nobel de Medicina. También fundó su propio instituto y formó a una nueva generación de científicos argentinos.
Uno de ellos fue Luis Federico Leloir, quien descubrió cómo el cuerpo transforma los azúcares en energía. Su trabajo ayudó a entender enfermedades hereditarias y procesos esenciales del metabolismo. Lo hizo con recursos simples, en un laboratorio modesto en Buenos Aires. En 1970, también recibió el Nobel.
Años después, César Milstein, otro científico formado en esa misma tradición, desarrolló —ya desde el Reino Unido— una técnica para producir anticuerpos en el laboratorio, moléculas que el cuerpo utiliza para defenderse de amenazas. Su descubrimiento permitió diagnosticar enfermedades y diseñar tratamientos más precisos y personalizados. Ganó el Premio Nobel de Medicina en 1984. Milstein nunca patentó su invención: creía que el conocimiento debía estar al servicio de todos, y gracias a eso, laboratorios de todo el mundo pudieron desarrollar terapias clave.
Este hallazgo tuvo un impacto económico enorme. Hoy, los anticuerpos son la clase de medicamentos más vendida del mundo. En 2024, generaron más de 230 mil millones de dólares en ventas globales. Cuatro de los cinco medicamentos más vendidos pertenecen a esta categoría. Se usan sobre todo para tratar cáncer y enfermedades autoinmunes graves. Keytruda, por ejemplo, es un anticuerpo para el tratamiento del cáncer y fue el medicamento más vendido del mundo en 2024: generó casi 30 mil millones de dólares y representa más del 35% de los ingresos globales de Merck, la compañía que lo desarrolla.
Argentina logró todo esto con talento propio. Tres Premios Nobel en menos de 40 años. Si sumamos a Mario Molina, el mexicano que explicó cómo ciertos gases dañaban la capa de ozono, América Latina solo ha ganado cuatro Nobel en ciencia en toda su historia. Y ninguno desde 1995.
El contexto ha cambiado. Hoy, la inteligencia artificial, los modelos abiertos y la colaboración global están empezando a democratizar el acceso al conocimiento. Tal vez nunca fue tan cierto que se puede hacer ciencia desde América Latina. La pregunta ahora no es si podemos darnos el lujo de hacer ciencia, sino si podemos darnos el lujo de no hacerla.