Opinión
La columna de J.J.Jinks: Un país serio

La columna de J.J.Jinks: Un país serio
Mientras en Nueva York se subían las fotos en LinkedIn, por acá se borraban las fotos de Instagram. Playas caribeñas de mar calipso, tragos azules con sombrillas y otros ornamentos han sido los recuerdos eliminados a gran velocidad por los 25 mil funcionarios públicos que viajaron al extranjero con licencia médica buscando sanarse.
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En su último Chile Day, el ministro de Hacienda, Mario Marcel, hizo un positivo balance de su gestión al mando de las finanzas públicas del país. El énfasis estuvo puesto en la estabilidad alcanzada, atrás quedó la borrachera del primer proyecto constitucional, la destrucción del mercado de capitales y la inflación provocada por los retiros de los fondos de las AFP y el exceso de gasto estatal generado a partir de las carencias de la pandemia. No se puede negar que estamos mejor que lo que estuvimos. Alguien con sana memoria podría haber levantado la mano para recordar que todos esos delirios -que efectivamente parecen haber quedado en el olvido que acompaña a las vergüenzas- fueron provocados y promovidos con ardoroso entusiasmo por la coalición que tiene a Marcel como ministro, pero para qué, habría sido una antipática forma de despedir a Mario.
Volvimos a ser un país serio, parecía ser el alivio que se respiraba en la primavera NYC entre empresarios, ejecutivos y gobernantes. Harta corbata Hermès y las correspondientes selfies para LinkedIn, la hoguera de las vanidades, hacían caso omiso de las noticias locales. Mientras por allá se subían las fotos en LinkedIn, por acá se borraban las fotos de Instagram. Playas caribeñas de mar calipso, tragos azules con sombrillas y otros ornamentos, el Cristo Redentor en toda su monumentalidad y más de alguno culturoso sujetando la Torre de Pisa han sido los recuerdos eliminados a gran velocidad por los 25 mil funcionarios públicos que viajaron al extranjero con licencia médica buscando sanarse de esa enfermedad a la cual nos condenaron Adán y Eva, conocida como trabajo.
Si son 25 mil los que son parte de este escándalo, cuántos serán los que menos aventureros optaron por un paseíto por el litoral central o los soñados lagos del sur no más. Deben ser decenas de miles los que rezan para que a Dorothy no se le ocurra cruzar licencias médicas con vuelos de cabotaje o peor aún con los TAG. Una máquina montada para defraudar al Estado ha quedado expuesta, y toda la política pone los ojos en blanco y piden penas del infierno. Nosotros los ciudadanos de a pie también pedimos mano dura, pero no se vengan a hacer los sorprendidos, no frente a nosotros.
Si bien es el actual Gobierno el que con justicia es apuntado con el dedo frente a este desmadre, son demasiados los casos de municipios manejados por la actual oposición que se han visto involucrados en fraudes y despilfarros como para creerles en su indignación. Los ciudadanos de trabajo somos esquilmados a punta de impuestos generales y contribuciones municipales, mientras el mundo estatal toma piña colada aduciendo depresión o estrés laboral. Deprimente y estresante.
Por delante tenemos la oportunidad de ocupar la proverbial hipocresía nacional en nuestro favor. Dado que sabemos que no se puede despedir a un funcionario estatal bajo ninguna circunstancia, el entendible y sano cabreo actual puede dar pie para que el futuro Gobierno tenga piso político para implementar cambios legislativos que permitan domar a un Estado panzón e insaciable. Parece un sueño, pero quién no sueña con un país serio. Serio de verdad.