Punto de partida
De jeans a cartera: la tienda circular de Carolina Flores
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Parte desarmando los pantalones. Les saca los bolsillos, las pretinas y los cierres. Se imagina plasmado el diseño que “sale completamente de su cabeza” y decide qué pedazo del jean se va a usar en cada parte de los productos que arma en el taller que tiene en el living de su casa en Puente Alto. Este proceso, de corte y diseño, a Carolina Flores (35) le toma tres días. Luego se sienta en su máquina de coser industrial y zurce en uno o dos más.
De la secuencia que hace en su espacio de trabajo salen carteras, bananos, estuches, bolsos, billeteras, cinturones, llaveros, colets y pecheras. Todos elaborados con mezclilla reciclada y de las manos de Carolina y su mamá, María Inés Molineiro (57). Entre ambas levantaron durante la pandemia Roparte, un emprendimiento que se encarga de darle otra vida a prendas de segunda mano.
De la secuencia que hace en su espacio de trabajo salen carteras, bananos, estuches, bolsos, billeteras, cinturones, llaveros, colets y pecheras. Todos elaborados con mezclilla reciclada y de las manos de Carolina y su mamá, María Inés Molineiro (57). Entre ambas levantaron durante la pandemia Roparte, un emprendimiento que se encarga de darle otra vida a prendas de segunda mano.
La primera confección
“Mi hermana me regaló el primer bolso Roparte”, señala Carolina. Era 2020 y su mamá, que era auxiliar de farmacia, se había quedado sin trabajo a raíz de la pandemia. Lo mismo pasó con Carolina, que recién había dejado de ejercer su profesión de técnico en Trabajo Social en el Hogar de Cristo: “Trabajé muchos años con niños y adolescentes en situación de calle, pero empezamos a hacerlo desde la casa y la salud mental no me dio para estar preocupada por cosas externas a mi familia”. Ambas estaban buscando una nueva forma de generar ingresos para sus hogares.
Carolina cuenta que eran tiempos difíciles en cuarentena porque debía seguir manteniendo a sus dos hijos de 8 y 12 años con los que vive. Para su cumpleaños, su hermana Antonia le regaló un bolso que ella misma había hecho con trozos de jeans viejos. “Me dijo que no tenía plata para darme un regalo, así que me hizo ese bolso. Mi mamá lo miró y dijo: ‘Esto tenemos que hacer nosotras’”, relata la emprendedora. Se pusieron a trabajar y las primeras piezas eran bien rústicas, según describe. “Mi mamá era la única que cosía y todo salía de sus manos. Gracias a ella empezaron a salir las primeras creaciones”, agrega Carolina.
Durante todo el 2020, María Inés se encargó del stock completo de Roparte. Como no eran artículos de primera necesidad, vendían por Instagram y en grupos de WhatsApp comunales que se habían armado durante los confinamientos. “Pasaba que la gente estaba viviendo celebraciones en casa, donde necesitaban regalar algo y no encontraban lo típico que hay en un bazar, porque estaban cerrados. Entonces a partir de ahí empezamos a surgir”, recuerda.
Carolina cuenta que eran tiempos difíciles en cuarentena porque debía seguir manteniendo a sus dos hijos de 8 y 12 años con los que vive. Para su cumpleaños, su hermana Antonia le regaló un bolso que ella misma había hecho con trozos de jeans viejos. “Me dijo que no tenía plata para darme un regalo, así que me hizo ese bolso. Mi mamá lo miró y dijo: ‘Esto tenemos que hacer nosotras’”, relata la emprendedora. Se pusieron a trabajar y las primeras piezas eran bien rústicas, según describe. “Mi mamá era la única que cosía y todo salía de sus manos. Gracias a ella empezaron a salir las primeras creaciones”, agrega Carolina.
Durante todo el 2020, María Inés se encargó del stock completo de Roparte. Como no eran artículos de primera necesidad, vendían por Instagram y en grupos de WhatsApp comunales que se habían armado durante los confinamientos. “Pasaba que la gente estaba viviendo celebraciones en casa, donde necesitaban regalar algo y no encontraban lo típico que hay en un bazar, porque estaban cerrados. Entonces a partir de ahí empezamos a surgir”, recuerda.
Ya en 2021 se reanudaron las ferias de emprendimiento y habían conseguido apoyo de distintos fondos y proyectos, como el programa Puente Impulsa. Para ese entonces, la demanda de sus productos había subido y María Inés le dijo a Carolina que ya no daba abasto cosiendo sola, que ella también tenía que hacerlo.
“Lo primero que hice fue un colet, y me demoré cinco horas. Mi mamá era mi jueza. Cuando terminaba una prenda, ella me decía: ‘Descósela, te falta aquí y aquí’ y yo no entendía por qué, si me quedaba tan linda”, comenta entre risas. De ahí en adelante, perfeccionó su técnica con capacitaciones virtuales y presenciales para sacar adelante la tienda.
Buscando retazos
El exterior de cada bolso, banano o mochila es de jeans. Por dentro, el forro está fabricado con poleras, cortinas o sábanas también de segunda mano. Las etiquetas de cada prenda son de trozos de cajas de cereales o té. “La idea es que se utilice al 100% todas las prendas y productos”, explica Carolina. Hace dos meses, Roparte fue reconocido en el Registro de Recicladores Base del Ministerio del Medio Ambiente, una lista de recolectores que trabajan en el país en proyectos de economía circular.
“Como nos reconocieron, cada vez que hay una intervención medioambiental, somos invitadas a llevar nuestro contenedor y ofrecerle a la gente que traiga su ropa para reutilizarla”, destaca la emprendedora. Cuando las personas llegan con sus pantalones, les dan dos opciones: la primera es donarlos y la segunda es hacerles un trabajo personalizado con la prenda para “mantener el sentimiento que tienen hacia ella”.
También consiguen jeans usados con una emprendedora de Cerrillos que vende ropa de segunda mano: “Nos junta pantalones por un mes y nosotros vamos en una camioneta con dos textilerías más y traemos kilos de jeans. Luego hacemos la división de prendas”.
Su taller, que contempla la mitad del living de su casa, está separado por un tabique con puerta para mantener su vida familiar: “Cuando no trabajo, esa puerta se cierra, y eso es Roparte. Ahí tengo mi computador, mis repisas llenas de ropa y mis máquinas”. Con los préstamos de Fondo Esperanza compró una remachadora, una cortadora y una de las máquinas de coser industriales, que es la que hoy ocupa su mamá.
Es socia hace ya diez años del FE. “Yo partí cuando intenté levantar una peluquería y fueron muy amigables cuando quise cambiarme de rubro, a pesar de que era un riesgo. Ellos confiaron en mí. El Fondo es parte fundamental de mi negocio porque es más que un banco, ya que formas redes y eres parte de una comunidad. Es un tremendo piso para cualquier emprendedor”, detalla Flores.
Una de las cosas que más le llena a Carolina de su negocio es trabajar codo a codo con su mamá. Entre las dos se dividen la participación en ferias, y la sociedad anónima que formaron la tienen a medias. “Ella tiene 57 años y yo con este negocio descubrí que sabía coser desde antes y que hacía carteras de cuero cuando era más joven. Gracias a Roparte he podido entender un poco más de su historia y revivir un vínculo emocional que teníamos perdido”, finaliza.
“Como nos reconocieron, cada vez que hay una intervención medioambiental, somos invitadas a llevar nuestro contenedor y ofrecerle a la gente que traiga su ropa para reutilizarla”, destaca la emprendedora. Cuando las personas llegan con sus pantalones, les dan dos opciones: la primera es donarlos y la segunda es hacerles un trabajo personalizado con la prenda para “mantener el sentimiento que tienen hacia ella”.
También consiguen jeans usados con una emprendedora de Cerrillos que vende ropa de segunda mano: “Nos junta pantalones por un mes y nosotros vamos en una camioneta con dos textilerías más y traemos kilos de jeans. Luego hacemos la división de prendas”.
Su taller, que contempla la mitad del living de su casa, está separado por un tabique con puerta para mantener su vida familiar: “Cuando no trabajo, esa puerta se cierra, y eso es Roparte. Ahí tengo mi computador, mis repisas llenas de ropa y mis máquinas”. Con los préstamos de Fondo Esperanza compró una remachadora, una cortadora y una de las máquinas de coser industriales, que es la que hoy ocupa su mamá.
Es socia hace ya diez años del FE. “Yo partí cuando intenté levantar una peluquería y fueron muy amigables cuando quise cambiarme de rubro, a pesar de que era un riesgo. Ellos confiaron en mí. El Fondo es parte fundamental de mi negocio porque es más que un banco, ya que formas redes y eres parte de una comunidad. Es un tremendo piso para cualquier emprendedor”, detalla Flores.
Una de las cosas que más le llena a Carolina de su negocio es trabajar codo a codo con su mamá. Entre las dos se dividen la participación en ferias, y la sociedad anónima que formaron la tienen a medias. “Ella tiene 57 años y yo con este negocio descubrí que sabía coser desde antes y que hacía carteras de cuero cuando era más joven. Gracias a Roparte he podido entender un poco más de su historia y revivir un vínculo emocional que teníamos perdido”, finaliza.