Aurelio Montes suele calificar sus innovaciones en la viña que formó en 1988, como “locuras”. Y confiesa que esta, la más reciente, es “tal vez, la más loca y vanguardista de todas”. “Siempre uno quiere llegar a nuevos límites, y se pone a prueba para ver hasta dónde se pueden estirar esos límites. Eso pasó aquí, en Mechuque”, explica el presidente de Viña Montes.

El enólogo de la Universidad de Chile es un aficionado a los botes a vela, pasión por la que suele recorrer una vez al año los rincones de Chiloé. “Siempre miraba estas islas, y pensaba, ¿por qué no poder plantar acá? Las condiciones climáticas y las intensas lluvias, hacían creer que no era un buen lugar. Pero era mi sueño hacerlo, y los sueños son para ser cumplidos y no quedarse sentado arriba de ellos”, reflexiona.

En esa zona de la X Región “no había una sola parra plantada” -dice-, por lo que hace tres años encargó un análisis técnico sobre las capacidades del suelo: junto a un trabajador local, Luis Opazo, buscaron qué parte de Chiloé podría tener mejores características. Así, en 2016, llegaron al archipiélago de Mechuque.

“Es el mismo sitio en el que siempre me refugiaba cuando navegaba y el tiempo se ponía malo, porque por su condición natural, es un espacio más protegido”, relata. “Empezamos a hacer estudios y curiosamente notamos que aquí no había registro de heladas. Con la ayuda de la marina y Shoa, que tienen estadísticas, nos encontramos con que ahí la temperatura es un grado más alto que la de de Valparaiso. Un grado mejor. Quedamos plop”, recuerda. “Eso me envalentonó y dije: ‘vamos con el proyecto’”, añade.

Había que pensar bien qué plantar aquí. Entonces, junto a Rodrigo Barrías, gerente de la viña, estudió la experiencia internacional en climas fríos, como Alemania, Rusia, Italia. Así, llegó a siete variedades -Chardonnay, Pinot Noir, Sauvignon Blanc, Albariño, Pinot Gris, Gewürztraminer y Riesling- y en 2017 plantaron las 2 hectáreas que componen el proyecto por el que en total se han invertido cerca de 100 mil dólares.

Cuenta que como ahí los trabajos son más bien pesqueros y marisqueros, no hay mucha maquinaria adecuada para una viña, por lo que trajeron sus equipos en barcos. “Tuvimos que aprender mucho de la zona e incorporamos a la comunidad en esto. Con ellos desarrollamos una excelente relación, nos ven como unos valientes, porque estamos haciendo algo que no habían hecho ahí”, relata.

Este año tuvieron la primera cosecha. “Llovía a cántaros, y cosechamos con trajes de agua para protegernos. Con los pies en el agua, porque las parras están literalmente en el mar. No existe otro proyecto tan extremo en Chile. Pesqué un resfrío, pero por el cariño al proyecto, un cariño especial, vale la pena”, señala. Así probaron el resultado del futuro espumante que crearán con estas 7 cepas, y su plan es darlo a conocer al público en 2022, con una producción de 10 mil botellas que cree se venderán en cerca de 20 mil pesos.

“Los agricultores están muy entusiasmados, y si resulta podríamos quintuplicar el tamaño. Chiloé es uno de los destinos más lindos del país, generará mucha curiosidad conocer este espumoso, sobre todo en este tiempo, que se valora la innovación y el crear productos al límite”.