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3 historias del confinamiento en Shanghái: “Las muertes de las mascotas de los contagiados son 100% reales"

3 historias del confinamiento en Shanghái: “Las muertes de las mascotas de los contagiados son 100% reales"

25 millones de personas totalmente encerradas, con control absoluto de las calles y cielos con perros robot y drones. Dos chilenas y una china relatan a DF MAS lo que es vivir la política Covid cero de China.

Por: Juan Pablo Silva | Publicado: Sábado 16 de abril de 2022 a las 21:00
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La imagen de cientos de fiscalizadores con overoles blancos por las calles se repite en los testimonios. Perros robot, gritos desde los rascacielos y drones sobrevolando los edificios se suman. 

Líneas rojas en el suelo, que nadie puede cruzar, se combinan con camiones con comida que recorren la ciudad sellados, para no ser emboscados en el camino por una población de 25 millones que ya muestra señales de cansancio, aunque hay zonas más abiertas que otras en Shanghái, la ciudad más pujante de Asia.

María, de 34 años (pidió que su nombre real se resguarde), vive desde el 2016 en las cercanías de la ciudad con su marido, gerente de finanzas de una empresa latinoamericana, y dos hijos, de cuatro años y cinco meses. La mayor tiene autismo y el encierro ha sido muy duro para ella.

El mayor temor es a que después de un test Covid o por síntomas, tenga que separarse de ellos. “Son llevados a hospitales o postas y puedes no enterarte de nada en días. Conozco el caso de una inglesa que apenas llegó el 2020, su hijo de siete años dio positivo. Se lo quitaron y lo devolvieron 21 días después con 10 kilos menos. Al día siguiente volaron de regreso a UK”, relata.

El tema recurrente en los chats de mamás y la preocupación de María llegó a tal punto que cuando su hija empezó a ir al jardín, le compraron un Apple Air tag para geolocalizarla en caso de que se la llevaran las autoridades.

Las muertes de las mascotas de los contagiados que se han hecho virales son 100% reales. La persona entraba en cuarentena y le mataban a su mascota”, confirma, sobre los videos difundidos en redes sociales.

La familia vive en un complejo administrado por el gobierno con 80 edificios, específicamente en un piso 23 de 40 y ha visto cómo, cuando hay casos de cuarentenas, “llegan los hombrecitos de blanco, te ponen una alarma en la puerta y si la abres se le envía una señal a la central del condominio”.

Se anticipó a esta situación y llenó un freezer de comida que le alcanza hasta dos meses más, fecha en la que tienen pasajes para volver a Chile definitivamente, porque “esta situación no da para más”.

14 PCR y 9 antígenos

 Carla Contador vive hace nueve años en Pudong, la zona este de Shanghái y donde están los edificios modernos y el aeropuerto. Desde el 28 de marzo está estrictamente encerrada con su marido, sus  tres hijas –de 12, 10 y 6 años– y su nana. Los enviados del gobierno les han ido a hacer 14 test PCR y nueve antígenos.

Cuenta que ha visto perros robot y megáfonos en las calles, además de drones sobrevolando, pero le resta tanta relevancia: “Es algo que ocurre desde hace mucho y estamos acostumbrados”. Agrega que el video difundido de gritos en los rascacielos es lo mismo que se hacía en los balcones en Chile en plena cuarentena, y no son gritos de desesperación.

“El terror como mamá es que se te enferme una niñita y te la lleven a la posta china sin saber qué van a hacer. Si a tu hijo le da fiebre en el colegio, tienen que mandar un reporte por obligación al sistema de salud chino y ellos deciden qué pasará, a ti se te cuenta después”, relata.

La ingeniera comercial recuerda que hace unos tres meses, les mandaron un comunicado diciendo que debían tener una maleta por niño con saco de dormir, almohada, snack y un juguete, por si deciden cerrar con los niños adentro.

“Uno empieza a normalizar estas cosas y decir, bueno, al menos están en el colegio, pero aceptamos decisiones que quienes no viven en este sistema estricto no admitirían”, afirma la chilena.

A pesar de todo esto, la cuarentena le ha traído beneficios; su emprendimiento Taitai Kitchen (cocina de dueña de casa) ha crecido significativamente y le ha servido para despejarse y hacer algo distinto, además de conversar con sus vecinos. Se había aprovisionado de insumos antes de que todo cerrara, entonces la semana pasada ofreció quesos veganos y vendió 68 en menos de siete días. 

Con la comunidad se han organizado para la comida, hay grupos en WeChat de intercambio de cervezas, venta de alcohol y trueque de comida: “Ayer cambié un tarro de mantequilla de maní por seis manzanas”, y además, debido a que las mujeres prefieren no hablar por estos grupos de sus necesidades personales, se coordinaron y dejaron cajas en la recepción con cremas, algodones, toallas higiénicas y perfumes.

Le dijeron cuatro días de cuarentena y llevan 12

Después de graduarse en Harvard el 2012, Sara Jane Ho –nacida en Hong Kong– se trasladó a Pekín y de ahí a Shanghái, y fundó un “finishing school” para entregar a mujeres solteras y casadas etiquetas para empoderarse en su vida social, carreras y relaciones.

Lleva 12 días encerrada sola en su departamento en Puxi, al oeste de la ciudad. No puede ir a la oficina, dictar clases, ni hacer deportes, como hacía antes de este brote.

Cambió su rutina. Se despierta en las mañanas a leer las noticias, llama a su padre, cocina y ve Netflix en la trotadora. Luego participa en la compra colectiva que organizan los vecinos y prepara la comida. Antes del cierre un vecino se escapó de Shanghái y le dejó su conejo, lo que la ha mantenido ocupada y “me da un sentido de propósito que me ayuda a superar el bloqueo”, relata Sara.

El gobierno comunica las medidas a través de conferencias de prensa que se ponen en WeChat, pero según cuenta Sara, “estas cambian día a día. Por ejemplo, en la mañana nos dieron de alta pero por la tarde nos volvieron a encerrar. Llevo 10 años viviendo en China, he aprendido a no hacer demasiadas preguntas, solo seguir la corriente”.

Al séptimo día se quedó sin hilo dental, pero logró hacer un trueque con una vecina y tuvo que ceder un poco de crema humectante.   

Ha hecho siete cuarentenas por voluntad propia, cuatro en China continental y tres en el resto del mundo; sin embargo, esta es la primera vez que está encerrada por obligación. Desde marzo ha sido todo caótico –dice–. En los primeros días tuvieron un susto de contacto estrecho por unos niños del edificio que jugaron fútbol y su abuela dio positivo: “La familia de nuestro edificio fue considerada un contacto cercano secundario y se encerró en su apartamento en nuestro edificio, pero no afectó a los demás residentes”.

Después, a mediados de marzo, en el hotel Huanting de Shanghái se produjo el peor brote de la ciudad. Esto, según relata Sara, porque mucha gente estaba escapando de Hong Kong por la variante ómicron y fueron mal fiscalizados. Gracias a eso se empezaron a cerrar las tiendas y se armó una red para hacer test masivos por barrio. Su zona fue bloqueada el 16 de marzo supuestamente por 48 horas, pero terminaron siendo seis días, a pesar de que todos dieron negativo.

Dice que dentro de todo ella ha tenido suerte, ya que “el 25 de marzo, tres miembros de mi personal que viven en Pudong fueron puestos en cuarentena durante tres días. Solo se les permitió salir durante cuatro horas para comprar comida y luego volvieron a encerrarlos el 28 de marzo. Esos tres empleados siguen recluidos hasta el día de hoy. La señora de la limpieza fue encerrada en una cafetería el 4 de marzo con otras 200 personas, y hasta el día de hoy no se les ha permitido volver a su casa, ¡estamos hablando de seis semanas después!”.

Lo que más le ha dolido estos días es el caso de un mayor de edad de 92 años que vive en un callejón frente a su departamento.

“Su test dio positivo, pero él igual salía a caminar. Como no obedecía le bloquearon la puerta con palos de madera. Su única alegría era pasear, y ahora eso es un crimen. Es difícil no emocionarse, lloré cuando me enteré, pero la alternativa son 50 mil muertes al día. A largo plazo se nos juzgará por los efectos duraderos, no por los problemas actuales, y eso va a ser el número de muertes y la ausencia de destrucción social a gran escala. Después del encierro el señor podrá volver a disfrutar su paseo”, concluye.

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