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Barbarita Lara, ingeniera y creadora de S!E: “Tenemos que hacer posible lo imposible”
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¿Cómo la niña que cursó la Enseñanza Media condicional y que estuvo tres veces a punto de ser expulsada de la universidad logró llamar la atención del príncipe Andrew, Bill Gates Foundation y del Banco Mundial?
Desde que entendió que no tenía nada que perder, dejó atrás el miedo, y, hoy, para Barbarita Lara, nada es imposible.
En 2018 su nombre lideró la lista mundial de los jóvenes innovadores menores de 35 años en el ranking del MIT, que reconoce proyectos con potencial para transformar el mundo. La misma nómina donde alguna vez figuraron los creadores de Facebook, Google, Amazon y Tesla, todos referentes a los que ella admiraba.
Su Sistema de Información de Emergencia (S!E), que permite recibir en el celular información oficial de catástrofes sin necesidad de una red telefónica ni conexión a Internet, le abrió las puertas al mundo, y le permitió dar el salto cuántico.
Ahora desde su empresa Emercon, se acuesta y levanta pensando en cómo hacer tecnología con propósito y evangelizando con voz firme sobre la educación STEAM.
El “autohackeo”
-¿Cómo te acercaste al área científica?
-Mi papá era como MacGyver. Un criptólogo que enviaba mensajes secretos desde un servidor gigante, y para mí era un desafío entender cómo funcionaba. Como no le podía meter mano, a los 8 años desarmé el primer multimedia que llegó a la casa y lo armé en tres días. Me sentí poderosa e independiente. Estando en la Isla Navarino, en lugar de volcarme a la naturaleza consumí todo lo que podía de la red, del disco duro, del sistema operativo, porque detrás de la pantalla da lo mismo si eres hombre, mujer o gato… y puedes hackear el planeta.
Con 12 años llegó a Viña y arregló los computadores de todo Jardín del Mar, porque junto con el riesgo, la adrenalina la ayudaba a solucionar problemas. También incursionó en el lado oscuro: intervino teléfonos públicos solo por el desafío de hacerlo, y siendo estudiante nunca pagó por internet. Pero sentía que a esa satisfacción le faltaba contenido.
-El mundo se ha tecnologizado, pero en las aulas permanece el pizarrón. ¿Cómo fue tu paso por los colegios?
Mis papás se sacrificaron para llevarnos a colegios particulares, no me gustó el ambiente clasista y dije: “si quiero puedo aprender en cualquier parte”. Pero la diferencia es grande, ni siquiera nos hacían clases de física. Da lata que el colegio donde vas defina las oportunidades que vas a tener en la vida.
Tras sus reclamos logró que por las tardes junto a un grupo de compañeras les enseñaran física.
“¿Qué pienso de la educación? Durante todo el tiempo los colegios subvencionados, particulares o municipales nos quieren como alumnos, no como estudiantes. No quieren que seamos críticos, que cuestionemos, y si lo hacemos los profesores se ofenden. Por eso siempre estuve condicional. En mi curso éramos 45 alumnas, y solamente dos llegaron a la universidad”.
-¿Cómo pasas de ser una niña que nadie entendía a un referente en tecnología?
-¡Uf! Me tuve que hackear a mí misma. Siempre está el síndrome del impostor, o la idea de que las niñas no pueden hacer esto o lo otro, nunca nos dicen ‘cree en ti’. Ahora hay un fenómeno al revés: este positivismo medio tóxico. En ningún momento nos permiten equivocarnos o gestionar el fracaso. La educación no está enfocada en proyectos o trabajar en equipos, es súper competitiva, es uno el que llega a la cima y, obviamente, no vas a ser tú, menos si te dedicas a algo tan raro como el emprendimiento.
“Sueño con soluciones creadas pensando en todos”
Entró a estudiar Informática, pero no le gustó. A los 20 años quedó embarazada, congeló la carrera y luego volvió a estudiar, pero en la Universidad Federico Santa María. Con la mochila a cuestas de expectativas y quehaceres del hogar, reprobó cuanto ramo podía reprobar. “A los 24 años yo ya había fracasado e hice todo lo que dije que no iba a hacer, fue duro para una familia que está metida con un crédito Corfo que dura 15 años”, recuerda.
Cuando finalmente egresó de la universidad, sus padres le preguntaban cuándo iba a tener un trabajo de verdad, aspiraban a que se empleara en una minera o alguna gran empresa. “No entendían lo que hacía. Los padres esperan que uno no sea tan loquillo y que sus hijos no se equivoquen para que no lo pasen mal. Todavía no saben lo que hago, pero están orgullosos de mí”, dice con la misma satisfacción de cuando reparó el primer computador y dio su primer pitch.
-¿Cómo sueñas a nuestro país?
-Sueño con soluciones creadas pensando en todos. No solo para hombres o mujeres. Mis hijos (el mayor tiene TEA y el menor, una cardiopatía congénita) me han demostrado que son muy valientes y que ser diferentes no significa ser menos. Me gustaría que la educación sea el motor del futuro de la sociedad, pero que sea STEM; que nos enseñen a que el fracaso es parte del éxito, una educación con equidad de género y, sobre todo, que esté centrada no en la perfección, sino en lo hermoso de lo imperfecto. Las soluciones deben ser pensadas desde las regiones para las regiones.
A Barbarita le han ofrecido comprar su empresa, pero ha rechazado las ofertas. Ella prefiere exportar ideas. Quiere institutos públicos de innovación en todas las regiones del país. Que se abra el conocimiento a la comunidad porque no puede ser solo para la elite, y con orgullo cuenta que su mejor ingeniero es autodidacta. Ahora está embarcada en llevar el desarrollo tecnológico a Rapa Nui, y en estos días está lanzando 100 días de código, donde enseña Python gratuitamente porque quiere universalizar la programación.
Su último mensaje: “Tenemos que creer en hacer posible lo imposible”. Y lo dice una Sansana que rompió el molde cuadrado de los ingenieros, cuando hizo sentir su voz.