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Crónica desde Iquique y Colchane, epicentro de la crisis migratoria chilena
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De tener dos carpas -una para seis y otra para cuatro personas-, la familia Carvajal (de nueve integrantes) terminó usando la más pequeña. La otra se fue con el fuego en la Plaza Brasil el sábado 25 de septiembre. Los niños -de 6 y 5 años- perdieron sus zapatos y ropa.
Hoy, caminan descalzos por la playa de Cavancha, la principal bahía de Iquique. Adoptaron dos perros (Rocky y Boy) y juegan con amigos que conocieron “en el camino”. “Dormimos abrazados, la carpa es muy pequeña. Queremos trabajar, irnos a Arica, pero los pasajes en bus están a $ 50 mil”, dice Lisphel Carvajal (36), ciudadana venezolana que no está vacunada.
La travesía de la familia Carvajal comenzó hace seis meses: de Venezuela partieron a Colombia por la crisis económica. De ahí tomaron un bus hacia Ecuador, donde no encontraron trabajo. Luego, cruzaron hacia Perú y Bolivia y terminaron, después de dos semanas de caminata, en Colchane, una desértica localidad en la provincia del Tamarugal (a 240 kilómetros de Iquique, unas tres horas en bus, o “51 horas caminando”, dicen ahí) que recibe diariamente a más de 100 extranjeros. Hoy, es conocida como el epicentro de la crisis migratoria nacional.
“Queríamos ir a Estados Unidos, pero estaba más lejos. Nos dijeron que acá había trabajo, que nos darían casa”, complementa su marido, Edvin Carvajal (30). “Mi mujer estuvo a punto de desmayarse en el desierto mientras cruzábamos la frontera. A mí se me congelaron los pies. A los niños me los tuve que llevar en brazos”.
Como los Carvajal, existen decenas de familias que pasan día y noche en la playa Cavancha. Carpas, mantas y toallas están en la orilla para protegerse del calor y frío. Durante la mañana los niños se bañan en el mar, mientras que los mayores juntan monedas para comprar La Estrella de Iquique, el principal diario de la región de Tarapacá.
Esto con el objetivo de conocer las actualizaciones de albergues y los buses hacia Santiago. Luego, en la noche, lo ocupan para encender fuego y cocinar.
“Mi mujer estuvo a punto de desmayarse en el desierto mientras cruzábamos la frontera. A mí se me congelaron los pies. A los niños me los tuve que llevar en brazos”.
“Algunas personas ya volvieron a Bolivia o Perú. Pero nosotros no. Después de la tormenta viene la calma. Esto va a pasar y seguiremos luchando. No nos podemos dar por vencidos”, confiesa Lisphel.
Iquique es una de las zonas más multiculturales de Chile. Diversas comunidades -como las bolivianas, peruanas, chinas, pakistaníes e hindúes- conviven en un solo territorio. La ciudad tiene 196 mil habitantes y, de esos, 44 mil son extranjeros, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Es, de acuerdo al mismo organismo, la quinta comuna con más población extranjera después de Santiago, Antofagasta, Las Condes e Independencia.
Pero el pasado sábado 25 de septiembre todo se derrumbó: un grupo de 20 personas incendió y destrozó las pertenencias de migrantes que vivían en un asentamiento informal en el centro de la ciudad. Las imágenes recorrieron el mundo e instalaron -nuevamente- a la crisis migratoria en los titulares de la semana.
Estoy en Iquique, son las 10 de la mañana del 28 de septiembre, y en un local de comida rápida ubicado en la calle Esmeralda suena “Si vas para Chile”, del compositor Chito Faró: “Campesinos y gentes del pueblo te saldrán al encuentro, viajero. Y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”.
Han pasado tres días desde los incidentes en Plaza Brasil, pero la tensión sigue al tope. Los migrantes caminan por las distintas calles de la ciudad, llevan cabeza baja y tapan el sol nortino con mochilas y carpas dobladas.
En la población La Magnolia está el asentamiento informal más grande de la ciudad. Ahí llegan autoridades, candidatos presidenciales -como Marco Enríquez-Ominami- y protestantes: “Váyanse de nuestro país”, “primero los chilenos” gritan algunos desde sus autos. “Acá le dicen xenofobia, pero yo solo le digo inhumanidad” dice Jainur, ciudadano venezolano que ha pasado las últimas noches en el lugar.
“No estamos en contra de los extranjeros, solo queremos que se vayan de acá y que busquen trabajo. Nosotros siempre hemos tenido migrantes”.
María Mundaca, presidenta de la junta de vecinos de la población La Magnolia, acude todos los días al lugar a demostrar su descontento con la situación: “No estamos en contra de los extranjeros, solo queremos que se vayan de acá y que busquen trabajo. Nosotros siempre hemos tenido migrantes”.
Esa es la opinión de muchos locales: dicen que no son xenófobos, pero que no quieren vivir cerca de campamentos informales. Además, acusan que muchos extranjeros no están vacunados, que ponen música fuerte en las noches y que no tienen las condiciones sanitarias básicas para pasar día y noche ahí.
“Se suponía que esta era una ciudad ‘de paso’, pero eso cada vez se ve más lejano. Se quedan acá en Iquique”, dice Exequiel, un taxista de 29 años que ha vivido toda su vida en la ciudad.
Termina el día, ya está oscuro. Pregunto a un operador de buses informales si va a Colchane. Me responde que sí, que parte al día siguiente a las 9 de la mañana (29 de septiembre) desde Esmeralda con Juan Martínez, en pleno barrio boliviano donde abundan los restaurantes y centros de remesas. “Nos vemos mañana”, le respondo.
29 de septiembre. 9:00. Barrio boliviano. Pago $10 mil y subo a un bus con diez extranjeros con destino a Colchane. La mayoría cruzará hacia Bolivia, específicamente a Pisiga, una localidad altiplánica donde se toman buses a La Paz y otras ciudades.
“Yo vivo en Chile, pero voy un par de veces al año a Bolivia a ver a mi familia. Siempre hago este trayecto porque no me gustan los aviones”, dice Gladys, una señora de tercera edad que viaja en el bus.
El trayecto tiene diferentes etapas: carretera, caminos de tierra y subidas pronunciadas. Cada 50 kilómetros se ve, al borde del camino, grupos caminando hacia Iquique. Cuando hay Carabineros cerca, los camiones que pasan hacen cambios de luces para que los conductores sepan y puedan evitar el control policial.
A las 12:30 llego a mi destino.
Para entrar a Colchane (una de las cinco comunas donde se impuso la opción Rechazo en el plebiscito del 25 de octubre de 2020) hay dos alternativas: cruzar por el paso no habilitado o autodenunciarse y pasar por aduana. Esa última opción permite que los migrantes opten por una residencia sanitaria en Iquique. Para eso deben pasar tres o cuatro noches en Colchane y testear negativo por Covid-19. Luego, la autoridad policial les consigue un bus que los lleva a la ciudad. Una vez en Iquique, pueden viajar donde quieran.
Para las personas que optan por el paso no habilitado, la ruta más común para llegar a Iquique está llena de etapas: la mayoría parte por Desaguadero, un pueblo peruano que comparte frontera con Bolivia. Luego, toman un bus hacia Oruro, zona boliviana limítrofe con Chile. Después, caminando, llegan a Colchane, Huara e Iquique. Una vez ahí, la mayoría busca viajar al sur. Los destinos más demandados son Santiago y Concepción.
Carabineros de Chile no puede detener a los migrantes que cruzan por pasos no habilitados, salvo que tengan una orden de arresto internacional.
Para llegar a Iquique existen buses y combis “fantasmas” que esquivan los controles policiales en la carretera. La autoridad policial ha identificado a una serie de bandas dedicadas al tráfico de migrantes. “Es una mafia completa”, confiesa un carabinero de la subcomisaría de Colchane.
Por entre US$ 100 y US$ 300 estos grupos ofrecen transporte, hospedaje y trabajo. Sin embargo, en la mayoría de los casos son estafas. Según el Servicio Jesuita a Migrantes, en 2019 se registraron 44 víctimas de tráfico humano en la región de Tarapacá, cifra que aumentó a 299 en 2020. De acuerdo a datos que se manejan en Carabineros, esa cifra aumentó a 520 en lo que va de 2021.
Según datos de la autoridad policial, entre 2019 y 2021 ingresaron 18.267 personas por pasos restringidos, y de esos, 14.744 lo hicieron en la región de Tarapacá. Y en comparación con el año anterior, la entrada irregular aumentó en 82%.
Esta semana el Servicio Nacional de Menores (Sename) informó que, desde marzo de 2020, 81 niños migrantes han entrado al país sin ningún adulto a cargo. Además, solo en septiembre se ha registrado el ingreso de 444 menores.
“Soy Ángel José Paredes, un periodista venezolano que escapó de la dictadura de Nicolás Maduro. Estoy en Colchane, con calor durante el día y frío por las noches. Llevo cuatro jornadas acá y estoy esperando los resultados de mi test PCR para que un bus de Carabineros nos lleve a mi familia (13 individuos) a una residencia sanitaria en Iquique. Luego iré a Santiago, donde un primo me está esperando con trabajo”.
Son las 13:30 del miércoles 29 de septiembre y Ángel José Paredes está esperando el bus que lo llevará a Iquique.
Mientras, decenas de personas están reunidas en la subcomisaría de Colchane esperando la fila para comenzar los trámites de autodenuncia. Horas antes, en la mañana, esos mismos individuos (acompañados de familiares y amigos) cruzaron la frontera que divide Chile y Bolivia, la cual está a más de 3.700 metros de altura.
Otros están al frente, esperando comida entregada por funcionarios de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entidad asociada a la ONU para colaborar en crisis humanitarias. La mayoría descansa y se cubre del sol en tres carpas azules de la OIM. Ahí pasan día y noche, tratando de conseguir la “buena noticia” que recibirá Ángel José Paredes durante la mañana.
Maribel León (33) pasó siete noches en Colchane y hoy está en Iquique viviendo en la calle. También estuvo en la playa, pero relata que Carabineros la sacó de ahí. Recibe todos los días insultos de chilenos que pasan por fuera de su carpa. Viajó dos meses junto con su marido desde Venezuela: cruzó ríos, caminó desiertos y su actual objetivo es llegar a Santiago.
-¿Has pensado volver a tu país?
-Yo soy ecuatoriana y vine a buscar un futuro mejor. Me gustaría quedarme en Chile. Mucha gente pasa y nos grita que nos vayamos, que somos perezosos. Eso me da más fuerza. No hay que hacerle caso a unas personas que no tienen corazón.