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Hecho en China, desechado en Chile: La ruta de la ropa usada que termina en el desierto de Atacama
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Las imágenes dieron la vuelta al mundo. Montañas de ropa desechada en el desierto de Atacama, uno de los destinos turísticos del norte chileno. Pero en Alto Hospicio ya forman parte del paisaje. Sus habitantes llevan más de dos décadas viviendo con la basura textil cerca de sus casas.
Y respirando ese humo negro, espeso y fétido que se genera cada vez que cualquier desconocido le prende fuego a la “ropa americana”.
Así le llaman en el norte -y en casi todo Chile- a las prendas de segunda mano que cada semana entran por la Zona Franca de Iquique a precios casi irrisorios: $ 26 mil un fardo de unos 40 kilos de prendas de marcas famosas en el mundo entero.
El problema es que cada vez cuesta más que lleguen cosas en buen estado: un fardo con ropa útil vale el doble o más y a veces a los comerciantes les basta con que éste contenga tres chaquetas de pluma y unos cinco pantalones buenos para rentabilizarlo. Las primeras se venden a $ 15 mil cada una y los jeans a $ 5 mil.
Esos son los precios del Terminal Agropecuario de Iquique, ese enorme mercado persa ubicado cerca del centro de la ciudad, donde además de alimentos venden ropa, peluches y juguetes usados.
Directo desde Estados Unidos, Europa o China. Son saldos, donaciones o desechos cuya calidad y estado solo se conoce al abrir el fardo. Pero en promedio, dicen los vendedores, en torno al 40% está demasiado sucio o roto para revenderse. Aunque hay fardos premium, seleccionados, pero valen el doble.
Y todo eso que no sirve es desechado por su baja calidad y acaba en enormes vertederos, que según el alcalde de Alto Hospicio, Patricio Ferreira, convirtieron a su comuna, vecina a Iquique, en una “zona de sacrificio”.
El edil se queja de que no alcanzan a fiscalizar ese negocio y acusa al Estado de no hacer nada para parar este negocio que califica de solo importación de basura.
Maquinaria pesada
La gravedad de la situación es tal que en septiembre pasado, el Ministerio del Medioambiente anunció la incorporación de la industria de la ropa y textiles a la ley REP para impulsar su reciclaje, obligando a las empresas que importan estos productos a hacerse cargo de los residuos que generan cuando terminen su vida útil a través de la valorización de estos elementos.
Hoy la Seremi local está enfocada en fiscalizaciones para que las empresas inicien su gestión de residuos y espera conseguir fondos de desarrollo regional para remover los megavertederos con maquinaria pesada. Es tanta la basura textil acumulada, que solo paRa sacar la que ya está cerca de las casas se necesitan cerca de $ 3 mil millones para limpiar la zona con maquinaria pesada.
En la Zofri, por donde entran los cargamentos, están trabajando en planes de apoyo de reciclaje (ver recuadro).
Si bien todo esto no va a solucionar el problema en Tarapacá, sí vendría de alguna manera a evitar que los cerros de trapos sigan creciendo.
El problema de tener toda esa ropa ahí es que los textiles son altamente contaminantes. Sus efectos nocivos parten desde las tinturas hasta el poliéster, que genera microplásticos.
US$ 400 la tonelada
Cuatrocientos dólares, unos $ 320 mil, cuesta en el mercado internacional una tonelada de ropa promedio con prendas nuevas que no se vendieron en las tiendas y las que los consumidores usaron y tiraron en la temporada. Una tonelada de máxima calidad con prendas de escaso uso y de marcas famosas vale un 50% o más. Los lotes más baratos pueden costar US$ 200 y los ultra premium llegan hasta unos US$ 800.
Todo proviene de Estados Unidos, Europa y últimamente de China, que está empezando a inundar el negocio con sus enormes excedentes. Los principales operadores son firmas de esos países y los Emiratos Árabes. Mandan la ropa en fardos, dentro de contenedores.
La ruta de la ropa usada en Estados Unidos y Europa parte en las organizaciones humanitarias y en las firmas de recogida. Una parte se pone a la venta en tiendas locales, mercadillos vintage o locales de ropa de segunda mano, pero todo lo demás va a parar a los países donde la importación de ropa usada está permitida: Europa del Este, Guinea, Ghana y Chile.
El negocio es altamente atomizado, dicen los vendedores locales. No hay un solo gran importador, sino que varios e incluso el abanico de productos se abre cada vez más. A la ropa y zapatos se sumaron los juguetes, peluches, indumentaria y productos para bebés. Ahora está entrando con fuerza el menaje de casa.
La pandemia tiene mucho que ver con este boom. En PAK Chile, una de las empresas importadoras de productos reciclados, han visto crecer con fuerza la actividad, porque mucha gente que se quedó sin empleo o cambió de rubro está entrando ahora al negocio a través de “tiendas” propias por redes sociales.
Son artículos que aprovechan muchas personas para hacer negocio, con la reventa. “Lo más demandado para nosotros de mayor a menor es el menaje (hogar y decoración), juguetes reciclados o retorno de tienda, ropa americana y artículos de bebés”, dice Camila-María Rojas, jefa de marketing y clientes de la firma.
El chileno que transforma la ropa en aislante
Todas estas ropas usadas que van a parar a vertederos pueden tener un segundo, tercer o hasta cuarto uso. Ecofibra es una PYME chilena, nacida en Iquique, que se dedica a la fabricación de paneles de aislación térmica a partir de materiales reciclados.
“Llevamos más de ocho años en la región, los primeros años fueron de desarrollo e investigación, para ahora contar con una infraestructura capaz de procesar dos a tres toneladas diarias, que pronto aumentará al doble con la adquisición de nuevas maquinarias.
Nuestro proceso consiste en transformar estos residuos textiles y convertirlos en paneles de aislación térmica, acústica e ignífuga, certificados por IDIEM bajo las normas de la construcción, lo que llega a ser una solución sustentable, real y de impacto para las viviendas del país, que además ayuda a la eficiencia energética, con un valor menor a las actuales soluciones del mercado”, dice su fundador Franklin Zepeda.
Y adelanta que están preparando su llegada a Santiago para poder recibir y procesar una mayor cantidad de estos residuos.