Opinión
El 1% no es tan inteligente como cree
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Conocí a un banquero de inversiones que iba por ahí diciendo que estaba escribiendo una novela. Obviamente, se trataba de un acto de automarketing, pero también creía sinceramente que podía escribir una novela mejor que los novelistas de verdad. Después de todo, razonaba, debía de ser más listo que ellos, porque ganaba más dinero.
Este hombre sufría la falacia de Davos: la idea de que las personas que ganan mucho dinero son también muy inteligentes. Pero en el extremo superior de los ingresos esto no es cierto, según un nuevo estudio de 59.000 hombres suecos. El 1% de los que más ganan y el 1% de los más inteligentes parecen ser dos grupos muy separados, con pocas coincidencias. Si es así, ¿cómo debemos tratar a cada élite?
El estudio “The plateauing of cognitive ability among top earners”, de los sociólogos Marc Keuschnigg, Arnout van de Rijt y Thijs Bol, utiliza un conjunto de datos excepcionalmente rico. Cuando el servicio militar en Suecia era obligatorio, y casi todos los hombres nativos se alistaban a los 18 ó 19 años, se les examinaba su capacidad cognitiva. Había “pruebas separadas de papel y lápiz para comprensión verbal, comprensión técnica, capacidad espacial y lógica”. El documento analiza los futuros ingresos de los hombres examinados entre 1971 y 1977, y entre 1980 y 1999.
Hasta salarios de unos 60.000 euros, la capacidad cognitiva sí predecía los ingresos: cuanto más inteligente eras, más ganabas. Pero por encima de 60.000 euros, la relación se rompía. De hecho, el 1% de los que más ganaban tenían una capacidad cognitiva ligeramente inferior a la de los hombres situados dos percentiles por debajo, a pesar de cobrar más del doble.
En lugar de financiar los saldos bancarios de las personas inteligentes, deberíamos subvencionar su trabajo. Queremos que piensen, imaginen e inventen para nuestras sociedades.
Del mismo modo, un estudio anterior de los datos suecos, dirigido por Renée Adams, descubrió que “el CEO mediano de una gran empresa [en el 0,1% de mayores ingresos] pertenece al 17% de la población con mayor capacidad cognitiva”. Y eso en Suecia, donde la educación superior relativamente inclusiva da a las personas inteligentes de entornos más pobres una puerta de entrada al 1%.
En países menos justos, cabría esperar que los que más ganan sean aún menos impresionantes desde el punto de vista cognitivo. Es cierto que algunas personas muy ricas son muy brillantes: Mark Zuckerberg, el cofundador de Google Sergey Brin y Stefani Germanotta (Lady Gaga) fueron identificados y matriculados cuando eran adolescentes por el Centro de Jóvenes Talentosos de la Universidad Johns Hopkins, señala Jonathan Wai, de la Universidad de Arkansas. Pero son excepciones.
No es de extrañar que la inteligencia no juega un rol fundamental, porque hay muchos otros factores que importan más en la vida laboral. Está la suerte, los antecedentes familiares, la motivación, la autorregulación, la habilidad en política de oficina e incluso la altura.
Además, algunas personas simplemente se preocupan más que otras por hacerse ricas y dedican su carrera a ese objetivo. Esto puede ser especialmente cierto en el caso de las personas bien educadas que no tienen una vocación particular que les distraiga.
Pero, ¿cómo debemos tratar a las personas más inteligentes? Su inteligencia se debe sobre todo a la suerte -una combinación inesperada de naturaleza y crianza- y no tenemos por qué recompensarla con salarios altos. Nadie quiere una sociedad estratificada por la inteligencia (independientemente de cómo se mida).
De todos modos, las personas brillantes no suelen estar motivadas por el dinero. Muchas de ellas tienen una motivación intrínseca: les encanta aprender y hacen de ello su objetivo profesional.
El Estudio de la Juventud Matemáticamente Precoz, dirigido por David Lubinski y Camilla Benbow, de la Universidad de Vanderbilt, descubrió que los estudiantes del 0,01% de mayor capacidad obtienen doctorados a un ritmo 50 veces superior al normal. Las personas muy inteligentes están sobrerrepresentadas en el mundo académico, la investigación, la ingeniería, el derecho y la programación. Cuando se enriquecen, suele ser como consecuencia involuntaria de su pasión. Rara vez prosperan en las grandes organizaciones porque les cuesta tratar con personas de inteligencia más ordinaria.
En lugar de financiar los saldos bancarios de las personas inteligentes, deberíamos subvencionar su trabajo. Queremos que piensen, imaginen e inventen para nuestras sociedades. Deberíamos hacer más por estimularles en la escuela y gastar más en la investigación de los “blue-skies”. Cuando pocos de los programas de doctorado del mundo pagan un salario digno, los veinteañeros brillantes se ven empujados a trabajos socialmente menos útiles, por ejemplo, trabajar como quants en empresas financieras.
Una mente brillante, perfeccionada tras toda una vida de estudio y especializada en un tema, sigue siendo muy falible. Pero es lo mejor que podemos hacer los humanos.