Hace pocos años, fundamentalmente a partir de las elecciones estadounidenses entre Trump y Hillary, nos comenzamos a empapar del concepto de fake news. Uno de los casos más famosos fue el #PizzaGate, hashtag con que circuló profusamente en Facebook y otras redes sociales la noticia de una red de tráfico sexual infantil dirigida por destacados miembros del Partido Demócrata que operaba en una pizzería en las afueras de la capital estadounidense.

Uno esperaría que una noticia falsa de ese nivel de absurdo quedara solo como una más de las locuras que se inventaron en esa campaña, pero en este caso Edgar Welch decidió resolver las cosas por su propia mano y se apersonó en la pizzería Comet Ping Pong e inició un tiroteo con un fusil de asalto. Welch, un tipo precavido, no solo llevaba un fusil de asalto, portaba, además una pistola Colt calibre 38, una escopeta y un cuchillo. Afortunadamente no hubo muertos y Welch fue detenido por la policía, pero una noticia falsa estuvo a centímetros de convertirse en una tragedia.

Desde ese momento hasta ahora el concepto ha evolucionado. El gobierno de Boric hizo de una supuesta batalla contra las fake news la viga estructurante mediante la cual el gobierno podía intervenir electoralmente en el plebiscito. La idea era ingeniosa, cualquier discrepancia o interpretación sobre el proyecto de Constitución que no fuese del paladar de los gobernantes y adherentes salía a ser refutada bajo esa etiqueta.

Los pueblos originarios tendrían una justicia distinta al resto de los chilenos, fake news. El proyecto no consideraba la posibilidad de decretar estado de excepción, fake news. El sistema político sin contrapesos exponía a Chile a un gobierno autoritario, fake news. El precio justo es distinto al valor comercial, fake news.

Y así nos fuimos, las fake news ya no eran noticias falsas, sino un gran paraguas que permitía al gobierno participar activamente de la campaña por medio de la noble y desinteresada tarea de corregir las mentiras que supuestamente circulaban. De gobernar podemos tener algunas incipientes dudas, pero de campañas saben estos muchachos y muchachas.

El tinglado funcionó para hacer campaña, pero las encuestas no han acompañado hasta aquí y al parecer entró el temor a ser derrotados el 4 de septiembre. Con la hiperlaxitud articular que han mostrado, atrás quedaron las declaraciones con ceño adusto donde se decía que se tenía que elegir entre Apruebo y Rechazo a secas para pasar flexiblemente a promover un acuerdo político entre las fuerzas gobernantes que introduciría una serie de cambios al texto sagrado.

De un momento a otro muchas de las detestadas fake news de los críticos del proyecto de Constitución se transformaron, cual patito feo, en el cisne de los cambios sugeridos al texto presentado. Milagro, milagro.

Sin duda, estas eventuales modificaciones mejoran el proyecto a ser votado, pero la que se ve dañada es la credibilidad. Estamos hablando de la Constitución que va a regir a Chile por las próximas décadas y al fragor de la campaña nos han dicho de todo, desde que éramos ciegos al no reconocer tanta belleza y perfección a ahora donde puede ser un poco defectuosa, pero en el camino se arregla la carga.

En ese sentido, se agradece la candidez del presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, quien nos recordó que lo que hoy se escribe puede ser mañana borrado con el codo. No vaya a ser que el acuerdo político anunciado esta semana sea después de todo parte del mundo de las verdaderas fake news.