Opinión
La columna de J.J.Jinks: Príncipes y princesas
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El hombre del año según la revista Time fue Donald Trump, luego de su arrollador triunfo en las elecciones tiñendo de rojo buena parte del mapa de Estados Unidos. Era una portada que la vanidad insaciable de Trump ansiaba más que la paz mundial, frase que no funciona muy bien pues es muy probable que sus anhelos no sean los de una candidata a Miss Universo y la armonía y concordia global le importen bien poco.
Por aquí más cerca, sin duda, la portada sudamericana se la llevaría la epopeya libertaria en que está enfrascado Milei, esa combinación de ortodoxia liberal y discurso anti sistema que le ha permitido realizar un ajuste feroz manteniendo la credibilidad del pueblo argentino. Cuando a Margaret Thatcher le preguntaban por la revolución de los Chicago Boys en Chile siempre les tiraba muchas flores, pero le gustaba recordar que ese tipo de reformas no era posible hacerlas en democracia, se sorprendería hoy la baronesa. La portada no, pero sí la contratapa sería merecidamente para el inefable de Maduro quien se robó una elección de la forma menos elegante en la historia de los latrocinios electorales. No es que le importe, pero hasta en eso es un burro el sátrapa venezolano.
¿Qué une a estos tres hombres tan encantadores? La división, el desprecio total por la amistad cívica en sus pueblos. Independiente de sus ideas que no pueden ser más antagónicas, se solazan denostando a quienes piensan distinto con epítetos, burlas y groserías. Batalla cultural es el envoltorio meloso que se le da muchas veces al desdén por la opinión y dignidad del otro.
Por eso es tan lamentable escuchar a la ministra Orellana referirse con sorna al recientemente nombrado cardenal Chomali por su posición, archiconocida por lo demás, frente al proyecto de despenalización del aborto impulsado por el Gobierno. Nadie, por supuesto, pretende que el Gobierno siga los dictámenes de la Iglesia católica, pero reconocer en el otro a un contradictor que representa la voz de una parte relevante de la sociedad chilena es un mínimo que se le puede exigir a una ministra de Estado. En un tema tan delicado como la vida del que está por nacer uno esperaría que hubiese un espacio para que las distintas vertientes de la sociedad chilena se puedan explayar sin riesgo de ser descalificados por disentir de quien hoy está en el poder.
Parte del oficialismo en alianza con el comecurismo han salido en defensa de Orellana con el pobre y endeble escudo de la literalidad. Nos explican que los cardenales son conocidos al interior del propio catolicismo como Príncipes de la Iglesia, por lo que no habría segundas intenciones en las aseveraciones de la ministra. Lamentablemente, estamos curtidos como para comulgar con ruedas de carreta. No es difícil reconocer cuando alguien se da un gustito buscando quedar como princesa frente a su tribu a costa de tensionar a la ciudadanía gratuitamente. Al menos en los cuentos de las princesas se espera más altura de miras, incluso en plena batalla.