Plumas x plumas
Dos Felipe Izquierdo: una dupla sin filtro
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Tienen una relación intensa, reconocen. Junior -como se hace llamar Felipe Izquierdo Pérez (25) para diferenciarse de su padre-, nació en 1997 y al año de vida fue diagnosticado con histiocitosis de Langerhans, una enfermedad autoinmune poco común que le generó una hipoacusia severa a los 3 años. Eso significa que es prácticamente sordo, pero, hoy, con audífono y un implante coclear, escucha bien.
El proceso de aprender a hablar y a desenvolverse autónomamente fue arduo, y su padre siempre estuvo muy pendiente de él. “Cuando era niño y casi no existía esa tecnología, compré un llavero con GPS para poder rastrearlo y saber dónde estaba”, cuenta Felipe Izquierdo Correa (57).
“Ya más grande mi papá me seguía en bicicleta y se escondía detrás de los árboles mientras yo me sentaba con mis amigos en el Parque Forestal. Me tomaba fotos y se las mandaba a mi mamá. Incluso cuando estaba en la universidad (cursó estudios de Teatro y Cine), él aparecía en el recreo con un pan baguette. Está obsesionado conmigo. Desde chico le digo ‘hazte ver, porque no es normal lo que estás haciendo’”, señala Junior.
Su papá se ríe, y aunque reconoce que en parte le entretenía el espionaje, explica que ese seguimiento no responde únicamente a la discapacidad auditiva de Felipe hijo, sino también a su personalidad, ya que, tal como evidencia su libro, era bien “lanzado”.
Lincoln, Nebraska nace de una estadía de cinco meses de Junior en esta localidad de Estados Unidos que tiene unos 200 mil habitantes y población mayoritariamente universitaria. Fue el 2017, partió con 19 años y allá cumplió los 20. Un amigo de Felipe padre vive en Lincoln y se le ocurrió que sería una buena experiencia para su hijo, que entonces estaba “medio desorientado”, ir a pasar un tiempo fuera.
“Mi tercer hijo estaba desolado, sin destino aparente. Su vida había transcurrido llena de obstáculos injustos, aislamiento, frustraciones y rabia. Recién había salido del colegio (tras pasar por varios establecimientos). Dormía a pasos de mi pieza, desconectado del ruido de la ciudad”, escribe Izquierdo en el prólogo del libro.
Viajó con él para dejarlo instalado -además de visitar a su viejo amigo-, y luego se volvió a Chile. “Pensé que en un mundo anglo Felipe se igualaría, porque la dificultad para darse a entender es para todos”, señala. “Además es una ciudad tranquila. Es como Truman Show, todos se saludan en la calle”.
El joven agrega: “Los gringos no discriminan, eso me encanta de ellos. Se dan cuenta que eres sordo y no necesitan recordártelo”.
Felipe añade: “Acá te preguntan todo. A mí me preguntaban por qué tenía las cejas así. Un profesor me recomendó chequearme la tiroides por la forma de mis ojos. Le mostré una foto de mi papá y entendió. En Estados Unidos es hasta ilegal andar preguntando ese tipo de cosas”.
Retoma Felipe hijo: “Yo ya no soy la misma persona del libro. Fue un tiempo de aprendizaje. Aprendí mucho de la soledad. A la segunda semana empecé a extrañar, pero después fui agarrando vuelo”. El libro, que escribió el año pasado y lanzó a principios del 2022, se trata de ese vuelo que incluye todo tipo de experiencias y aventuras: clases de español en la universidad, caminatas eternas con varios grados bajo cero, una noche alocada con desconocidos y drogas, el robo de un reloj, una banda de pingüinos imaginarios y más.
Todo contado con un particular lenguaje, espontáneo y cargado de humor. Y definitivamente sin filtro.
“Estoy más maduro”, recalca Junior. Pero los dos Felipe se ríen al instante. “No, en serio, este libro se trata sobre mi pasado. Yo tenía mucha rabia acumulada desde la infancia por la forma como me han tratado y eso me hizo ser más impulsivo. Me gusta como estoy ahora, más tranquilo”.
Cuenta que cuando era niño la gente se burlaba de su forma de hablar: “Opté por mejorar. Llegué a un punto que hablo mejor que la mayoría, más pausado. Me gusta como hablo, la gente cree que soy extranjero”. Su padre nuevamente se ríe.
Más allá de las quejas del hijo, son buenos compañeros. A veces salen a caminar largamente por la ciudad, hábito que Felipe hijo practica constantemente. Pasan harto tiempo juntos, comparten el humor y ahora también escenario, porque Junior está participando de la rutina de stand up de su padre, que tiene lugar en distintos locales: Mori Parque Arauco, Comedy Bar, Bar Cuento Corto, Palermo Teatro Bar, entre otros. Al terminar la función Felipe hijo se sube al escenario, y además de burlarse de la originalidad de su padre al bautizarlo, cuenta sobre su libro (que se encuentra a la venta en absurdo.cl)El aburrimiento hizo lo suyo. Felipe padre descubrió la pintura; de hecho, la portada del libro es un cuadro suyo: “No soy Da Vinci, pero pintar me relaja y me produce mucho agrado”. Y decidió inscribir a su hijo en el taller de literatura por Zoom que dictaba el periodista y su excompañero radial, Roka Valbuena. Recordó que de niño Junior escribía cuentos y que alguna vez Andrés Rillón le había comentado que tenía talento.
“Nunca entendí mucho, el taller era más como un grupo de ayuda”, bromea el hijo. Durante el confinamiento también empezaron a transmitir unos live padre-hijo. Entre las personas que se conectaban y comentaban estaba una joven llamada Marcela Vicenta. “Me enamoré de su nombre, le hablé y ahora estamos juntos”, dice Junior sobre su novia, con quien vive en Valdivia.
Ella además lo apoyó durante el proceso de escritura y lo ayudó a corregir el libro. Adelanta que está escribiendo un segundo título, que se tratará de sus vivencias pandémicas.
Está en Santiago promocionando el libro, participando en ferias, en stand up y también ha dado charlas a pacientes del área de fonoaudiología del Hospital Sótero del Río. “Muchos tienen timidez de mostrar sus audífonos o implantes. Yo los invito a no tener miedo de mostrarse tal cual son. Si no, te escondes de ti mismo”, concluye Junior. “El libro ha sido mejor que cualquier coach”, refuerza su padre.
Lincoln, Nebraska lleva dos ediciones, que suman 1.300 ejemplares y han vendido unas 700 unidades, calculan. La venta es personalizada y en ocasiones el propio autor reparte los libros vendidos. Lo han invitado a tomar té o lo esperan con un queque, dice.