Plumas x plumas
La maratónica historia de Ignacio Franzani y su padre Hugo
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Hugo: “Hay dos períodos en mi vida. El primer tiempo hice deporte en el gimnasio, desde que entré a la universidad o antes. Pero el 73 nosotros con la Gina (Biondi, su mujer) y mis dos hijos mayores -Ignacio todavía no llegaba- nos fuimos a vivir a Europa porque el gobierno belga me becó para hacer un postgrado en la Universidad de Lovaina.
Yo soy abogado. Entonces me vi en la siguiente situación, el clima es malo, mucha lluvia, días nublados, frío, y los desplazamientos al centro de deporte eran largos, con los estudios no tenía mucho tiempo. De pronto surgió la idea ‘ y si me pongo un par de zapatillas y me pongo a correr’.
Lovaina es una ciudad universitaria rodeada de bosques, con senderitos por aquí, por acá, muy pintoresco. Lloviera, nevara, como fuera, yo estaba tres veces a la semana corriendo. Me empecé a dar cuenta de lo bien que te sientes y la energía que le metes a tu cuerpo. Me vino de perilla, era terapéutico completamente.
Corría temprano en la mañana o en la noche. Si las clases empezaban a las 9, yo estaba a las 6 en el bosque. En esos años apenas te topabas gente corriendo. Así fue durante los casi cinco años que vivimos allá. Y cuando volví, ya no paré. Estuvimos destinados a Arica por cuestiones profesionales, y después a Iquique y Calama. Me corrí todo el norte grande, desierto arriba, en fin. Ahí ya entró Ignacio a observarme. Era pequeñín pero me miraba cuando yo iba por la línea del tren, me metía en el desierto”.
Ignacio: “Yo tenía 7 años, 8 años y me acuerdo de él corriendo. Tengo dos sensaciones: el olor a azufre del ambiente y la línea del tren donde yo lo veía perderse. Y ese temor de niño, de pensar ‘¿irá a volver?’ Fueron muchos años donde nadie corría masivamente. Eso llegó hace poco, hace unos 20 años. Yo pensaba que el deporte que hacía mi papá era un deporte curioso, extravagante. Algo que nadie más hacía. Cuando empezaron las carreras masivas y él las descubrió, es como que encontró su tribu”.
H: “Era un pajarraco completamente extraño. ¿Te acuerdas de un famoso comercial que decía ‘Cómprate un auto, Perico’? Era para los tipos que andaban en bicicleta, pero me lo adjudicaron y me gritaban también. Fueron 30 años de corredor solitario sin ninguna intención de llegar a algún lado, o pretender batir récords ni nada, sin reloj, sin medallas. Yo salía a correr porque me hacía bien la velocidad.
Cuando partieron las carreras grandes en los ‘90, un sobrino me dijo: ‘Tío, lo desafío. Usted que es corredor, metámonos en una carrera’. Yo ya bordeaba los 60. Fíjate yo meterme en una carrera con puros cabros jóvenes, me va a arrasar el montón, voy a ir haciendo taco. Eso me imaginaba. Los dos primeros kilómetros iba con el alma en un hilo, hasta que me doy cuenta de que puedo mantener la media perfectamente, ahí corrían mis 30 años de experiencia.
A los ocho kilómetros del recorrido mi sobrino por fregarme me dice ‘ya pos tío, si lo veo muy bien, démosle un poco más, meta segunda’. Y fuimos pasando gente y yo ahí te digo me iluminé, dije ‘mi capacidad está perfectamente intacta’, y no paré. Empecé a pasar cabros jóvenes, una muchachada entusiasta pero que no se había preparado y que se fundían a los pocos kilómetros. Era una escena un poco pintoresca ver a un tipo de la tercera edad pasar a todos estos cabros, me puse un poco canchero incluso”.
-¿Cómo fue que empezaron a correr juntos?
I: “Yo antes no corría, encontraba que el deporte de mi papá era lo más aburrido del mundo. Como adolescente le decía ‘oye viejo, ¿nunca pensaste meternos a hockey o algún deporte en equipo’’. Y también yo tenía el rollo de que nunca hacemos asados, no nos emborrachamos, no vemos fútbol, no tenemos nada en común. El lema de mi papá es: ‘Si es sabroso, es dañino’ (ríe). Hasta que pasaron los años y quizás uno repite patrones sin proponérselo.
Me acuerdo que las primeras veces empecé a correr escuchando música porque era muy terapéutico. Me despeja mucho. Uno sale a correr con 10 problemas y vuelve con dos. Finalmente esto nos encontró, empezamos a correr juntos y ya cumplimos como 15 años. Armamos un circuito, ahora subimos hasta Pocuro, luego doblamos a Tobalaba, después Presidente Errázuriz hasta Américo Vespucio y vuelta. Me sirve mucho porque vamos conversando. Hugo es muy bueno para hablar, eso lo heredé de él. Tiene la capacidad de ir hablando todo el rato mientras corre. Habla, diserta, dicta cátedra, opina, todo corriendo. En esos momentos hay consejos, hay reflexiones, hay escenarios. Es como un coach vital”.
H: “Y discutimos un poco también…”
I: “Muchas veces pasaba que Hugo salía a entrenar a las 6 am y yo venía llegando de carretear. Se producía un encuentro de dos mundos en veredas opuestas. Nada hacía presagiar que íbamos a terminar corriendo juntos y yo acompañándolo en su desafío ya de ganar carreras, de conseguir medallas. Hemos hecho todos los modelos. Hemos corrido juntos o cada uno a su carrera. De repente yo lo voy empujando algunos kilómetros y después me despego. Ha habido otros años que incluso él ha estado tan bien entrenado que corre más rápido que yo. Él tiene una capacidad de entrar en calor y cuando va en la mitad empieza a agarrar músculo y a meterle, a meterle, a meterle, y en ocasiones termino yo haciéndole taco”.
- ¿Cuántas medallas suma Hugo?
H: “No me gustaría ser autorreferente, pero te voy a mostrar algo. (Se levanta y saca del cajón de un mueble un atado de medallas). Son 10 de oro y dos de plata. Pero tengo que explicarte algo que es muy técnico: las categorías de la Maratón de Santiago va de cinco en cinco años, hasta que se llega a la categoría 70 y más. Ahí está el corte, de tal forma que si tú sigues, como me ocurre a mí, corriendo a los 83 ya tengo 13 años más que algunos competidores, llamémoslos ‘lolos’. Y eso en materia deportiva es una brutalidad. La maratón, por decirlo de una forma, abandona a sus corredores senior porque no crea la categoría en que yo podría ser genuinamente bueno”.
(Después de la entrevista Hugo consultó los tiempos de la última maratón: “¡Te informo que en el podio de la categoría está un tal Franzani con Oro (0:58)! Son 13 medallas en total”).
-Entiendo que en alguna carrera Ignacio lo ha ido arengando incluso a punta de garabatos.
H: “Así es y fue mi mejor tiempo. Mira, si quieres anótalo, tenía 72 o 73 años, e hice 45 minutos 33 centésimas. Ignacio me fue fregando, fregando y realmente fue un incentivo porque se me arrancaba, obviamente por la edad, y ese esfuerzo que tuve que hacer durante toda la carrera me hizo batir todos los récords que había tenido en mi vida”.
I: “Yo soy su liebre, que es una figura de estas carreras, y le grito cosas divertidas: ‘Ya educaste a tus hijos, pagaste tu casa, no te queda nada. Sólo tienes que ganar esto’. Y como uno grita fuerte, la gente que va al lado también se siente arengada”.
- Leí por ahí que usted en algún momento intentó hacer desistir a su hijo de estudiar periodismo.
H: “Es que en esos años vi una entrevista al entonces Presidente del Colegio de Periodistas, un señor Senén Conejeros, que decía que no había trabajo y que la única solución para la cesantía de los periodistas era cerrar las escuelas de comunicaciones durante cinco años. Yo pensé: ‘Dios mío, mi hijo va al matadero’. Y se lo planteé así. Pero la decisión suya ya estaba tomada”.
(Hugo se levanta nuevamente del sillón, ágilmente, como buen deportista, y esta vez trae una carpeta naranja que en la portada dice: “Ignacio Alberto”. Adentro cientos de recortes de prensa, un verdadero archivo que documenta la carrera de su hijo como conductor radial, en la estación de la Universidad de Chile, en radio Zero y actualmente en Play FM, y también como animador de televisión a cargo de distintos espacios en TVN y en La Red, donde condujo Mentiras verdaderas).
H: “Aquí ha habido mucha devoción, como puedes ver. Hubo un tiempo que algo estaban promocionando y me encontraba con la cara de mi hijo en todas las micros de Santiago”.
- Se convirtió en abuelo por primera vez hace cinco años, ¿cómo ha sido esa experiencia?
H: “Fíjese, a esta altura del partido llegó la primera nieta, Bianca, hija de Ignacio. Es algo muy especial, normalmente yo podría haber sido abuelo a los 50 y tantos, calculo. Pero fui abuelo aproximándome a los 80. Entonces fue cómo me ubico en este asunto que llegó así de improviso. Con mi mujer ya teníamos asumido de que no tendríamos más descendencia. El papá está vuelto loco, consentidor, como abuelo, y yo vendría a ser como bisabuelo”.
- ¿Piensa seguir corriendo sin parar hasta que la salud lo acompañe?
H: “Me he propuesto lo siguiente: mientras pueda mantener esta condición de salud, porque eso es vital o esto se va al diablo. Me he mantenido bien, pero hay un momento en que yo sé que se me va a venir la noche, y digo la noche porque esto ya forma parte de mi existencia y si no entreno el ánimo se va abajo, te empiezas un poco a deprimir. Pero tengo conciencia de que en algún momento dado este asunto obviamente va a terminar”.
I: “Lo que más admiro de mi papá es su perseverancia y sobre todo su persistencia en correr. Hasta en pandemia subía y bajaba las escaleras de su casa. Hugo se jubiló hace algunos años, pero antes trabajaba en una notaría y a la hora que el personal salía a almorzar, yo me acuerdo que el corría por el pasillo, ida y vuelta. Incluso con ropa de oficinista. Una cosa como extravagante”.
H: “Vivimos hace un año en este edificio y los conserjes ya me conocen, saben que corro. Pero se siguen sorprendiendo cuando al volver del entrenamiento, no me ven subir el ascensor, sino que me voy por la escalera, llego hasta el piso 10 y ahí bajo al 6to, donde vivo. Eso ya los colapsó. Lo encuentran de locos. Mi señora Gina es muy hincha, felizmente, porque más de alguna mujer ya me habría dicho que pare por el temor de que el corazón de repente puede pasar la cuenta”.
I: “En la familia nos reímos porque de alguna forma todos nos vamos a morir y qué forma más épica que morir corriendo”.
H: “Está dentro de las posibilidades, cada año me hago el examen de cardio, test de esfuerzo, etcétera, más bien para tranquilizar a la familia. Pero tengo primos que me increpan: ‘Oye, ya está bueno’”.
I: “Tú me enseñaste que en un mundo que le rinde culto a la juventud, ser viejo es ser ganador, ganarle a la enfermedad, a las calamidades, pero también a los prejuicios”.
- ¿Usted se siente ganador?
H: “Podría sonar un poco soberbio eso, pero sí ganador en el sentido que le hecho empeño a vivir en forma más energética, más sana.
(Franzani hijo cuenta una anécdota de su padre para graficar cómo nuestra sociedad trata a las personas mayores a partir de cierta edad. Hace un par de años Hugo estaba en su casa de Santo Domingo cuando lo picó una araña de rincón, incluso alcanzó a agarrar al insecto y meterlo en un frasco para después partir al servicio de Urgencia en el Hospital de San Antonio. Cuando lo atendieron no entendía por qué le hablaban como a un niño chico: “‘¿Cómo está el abuelito? ¿Me escucha? ¿Se puede mantener bien ahí el abuelito?’ Como si fuera sordo o tonto. Esta sociedad infantiliza a los viejos”, apunta Ignacio imitando el tono).
I: “Por eso verlo correr e inspirar a tantas personas cuando estamos en la maratón, gente que lo vitorea porque ven en él un ejemplo, es emocionante. Muchos amigos me escriben diciendo que quieren llegar así a esa edad. Es un anhelo tener más de 80 años y estar en pleno uso de facultades y haciendo deporte”.
¿Cómo describirían la emoción que se siente llegar junto a la meta?
H: “La única forma de poder apreciarlo es que tú vivieras esa pasión. Juntas a 35.000 corredores desde las 7 am. Nosotros llegamos a 10 para las 7 a la Plaza de la Constitución. Yo estaba desde las 05:00 elongando. Me cuesta mucho conciliar el sueño la noche anterior por la ansiedad. Es un cuadro que te saca completamente de la habitualidad. Y vas llegando allá y la gente está predispuesta al esfuerzo en una actitud humana muy distinta a la común. Es como una especie de misa, algo tiene de místico este asunto. ¿Por qué te comento esto? Porque durante la carrera vas sintiendo, sobre todo a mi edad, a medida que van avanzando los kilómetros, el peso del esfuerzo, las piernas van aflojando y tienes que concentrarte: ‘No hay dolor, no hay cansancio’. Aparecen puntadas, pero tú sabes que eso va a pasar. Se va generando una energía muy especial, de tal forma que el llegar al término de una carrera, al margen de las medallas, es una misión cumplida después de tantos meses preparándose. Eso trasunta en un abrazo, porque tú necesitas expresarte y si estás con tu hijo al lado, qué mejor”.
I: “Muchas veces cuando tengo situaciones estresantes necesito salir a correr con mi papá. Él es un consejero con mucha experiencia, mucha sabiduría, entonces vamos planteando escenarios. Y a pesar de que a veces discutimos, me llevo igual su opinión y después la voy masticando. Es muy saludable el ejercicio de juntarse a correr, porque es la mejor forma de conversar que tenemos los dos”.