Por dentro
El relato de los tripulantes del Noosfera, el barco ucraniano que llegó a Punta Arenas
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Un diploma para siete de los 33 tripulantes que cruzaban por primera vez la Línea del Ecuador, la parrilla prendida con longanizas, pollo, cerdo y cervezas frías para celebrar el inicio del periplo.
Ese era el ambiente que se vivía en altamar, en el Océano Atlántico, la tarde del 22 de febrero en el Noosfera, el recién adquirido rompehielos ucraniano que zarpó de Odessa el 28 de enero con la ilusión de encabezar su primera travesía con un equipo de expertos -27 ucranianos, dos letones, tres ingleses y un chileno- a la estación polar Akademik Vernadsky, la 27° Expedición Antártica Ucraniana.
El plan: ser parte de una misión científica dedicada a observar ballenas y llevar biólogos a la base Vernadsky, creada por el país europeo.
El barco cruzaría desde Europa del Este hasta la costa de Brasil, para seguir navegando desde ahí hasta el continente blanco, cerca de 18 mil kilómetros que se recorrerían en dos meses y medio. Jamás sospecharon que una guerra truncaría su plan y que aquella, sería su última noche en paz.
Esta semana, cuando se cumple un mes del inicio de la invasión rusa, la tripulación se encuentra en suelo chileno. El 14 de marzo el barco atracó en el puerto de Punta Arenas, pero por protocolo Covid la tripulación no descendió de la nave: solo recargaron fuerzas e insumos para seguir a su destino. Sus protagonistas narran aquí la historia.
La última fiesta
Al zarpar -en pleno otoño para ellos- la situación ya era compleja en Ucrania. El letonés Adris Kubulins (41), jefe de ingenieros del equipo, lo relata:
“Nos queríamos ir lo más rápido posible. Había una sensación de que algo malo iba a pasar. Las fuerzas militares rusas se estaban juntando cerca de las fronteras y teníamos claro que no era show, que iban en serio, era solo una cuestión de tiempo. los rusos tenían un plan, y ninguno de nosotros se sentía cómodo con eso”. Por eso, cuenta, en altamar había una sensación de alivio. Sobre todo el día que atravesaron el Ecuador.
El sol pegaba fuerte en la cubierta esa tarde del 22 de febrero, relata el capitán de la nave, el ucraniano Pavlo Panasyuk (45). Era una fecha especial, incluso con disfraces de Poseidón para festejar el “bautizo” de los tripulantes que debutaron cruzando por primera vez la mitad de la Tierra, un rito donde los más antiguos lanzan fruta, ajo y agua a los nuevos. “La tradición dice que con eso ya son parte de la tripulación del dios griego”, cuenta Panasyuk por teléfono desde Punta Arenas.
Rodolfo Beyer (28) es el único chileno a bordo del Noosfera. Desde la X Región dice que “la convivencia, pese a las diferencias culturales e idioma del equipo, era espectacular”.
“Hacíamos asados, jugábamos poker, dardos y ajedrez en las noches, era un gran ambiente”, rememora.
Esa noche de febrero fue especialmente buena, y los 33 tripulantes se fueron a dormir felices a sus cabinas, dice Bayer. Nada hacía pensar que en la mañana todo cambiaría.
El 23 de febrero el chileno se despertó con el mensaje de un amigo ucraniano: “me contó que la invasión había comenzado”. Corrió al puente del barco para hablar de forma urgente con el oficial a cargo. “Ahí quedó la cagada”, retrata Beyer.
“Todos querían hablar con sus familiares pero en la mitad del océano no había buena señal, se recibían noticias por goteo. Desesperados, trataron de llamar a través de sus celulares sin éxito”, añade. La comunicación satelital, que se utiliza en casos de emergencia, les permitió tener la información de sus seres queridos, y de su país.
“Parecían zombies en el barco”
“Ese día todo cambió”, reflexiona el jefe de ingenieros, Adris Kubulins. Aunque su familia está a salvo en Letonia, confiesa que los ánimos dieron un vuelco en 360º en el barco. “Fue una semana durísima, sombría. Casi nadie se hablaba”, relata el hombre que lleva 20 años dedicado a esta profesión. Las noches de cartas, poker y ajedrez se acabaron, todos usaban el poco tiempo libre que tenían para ver noticias o tratar de contactarse con sus familiares.
“Todos parecían zombies, simplemente se movían por el barco, trabajaban, comían y dormían”, señala. Hasta hoy hay algunos que no han podido comunicarse con su familia, como es el caso del médico cirujano Serhii Nosenko. “Es el más afectado, nadie se atreve a preguntar, porque toda su familia es del puerto de Mariúpol, y la ciudad la destruyeron”, relata Beyer. Temen lo peor.
“Lo más difícil es levantarse en las mañanas y ver las noticias, obsevar lo que le están haciendo a nuestro país, tratamos de buscar las mejores noticias dentro de lo malo, tenemos que estar positivos y preparados para cualquier situación, no sabemos qué puede pasar en altamar”, afirma Pavlo Panasyuk, quién ya logró que su mujer y su hija de 21 años se trasladen a Polonia.
“Ellas quieren volver a Ucrania, no quieren estar lejos del país”, cuenta el capitán, quien asegura estar “frustrado” de saber que a 14.600 km de Odessa no tienen nada que hacer. El caso de Beyer es similar, su pareja ucraniana está en Polonia.
La segunda semana de la guerra los ánimos mejoraron, relata el capitán. “Tuvimos que aprender que esta guerra sería parte de nuestras vidas, nos apoyamos entre todos, algunas sonrisas ya volvieron a las caras de la tripulación”, asegura Panasyuk.
Dice que tanto él como su equipo tienen una misión que cumplir en la Antártida: relevar a sus compañeros que llevan un año en la base, llevarles la bencina, infraestructura, comida y todo lo necesario para ahora ellos sobrevivir 12 meses en el continente blanco. El plan original era llevar científicos y doctores ucranianos que se embarcarían desde el puerto en Chile, pero la invasión frustró los planes y terminó siendo solo un viaje de carga y reabastecimiento.
Por su parte, los 13 ucranianos que volverían de Vernadsky a su hogar, no saben cuándo podrán hacerlo, “No está definido dónde nos quedaremos, pero no volveremos a nuestro país”, asegura Panasyuk. El pasado viernes 25 dejaron Chile para completar su misión en continente blanco, el capitán no descarta volver a Punta Arenas.
“Soñé desde los 4 años con ser marino”
Pavlo Panasyuk nació en Ucrania y vivió ahí toda su vida, su padre también era marinero y estaba acostumbrado a no verlo tan seguido, sin embargo, “desde los 4 años que sueño con ser marinero, mi papá me decía `tranquilo, ya va a llegar el momento en que entres a la academia`. Lo único que quería era ser como él, pero nunca pensé que llegaría a ser capitán”.
A los 18 años empezó en esta profesión y a pesar de conocer casi todo el mundo, nunca ha ido a la Antártica, al igual que el 60% de la tripulación.
En general está meses fuera de su casa, y extraña mucho a su familia, por eso, cuando vuelve a Chornomorsk -una ciudad portuaria al sudeste de Ucrania, que además es el tercer puerto del país-, los aprovecha al máximo. Antes de la guerra solían viajar juntos y pasar horas en su garaje arreglando su auto. “No sé si podré volver a hacerlo”, lamenta.
El letonés Adris Kubulins reconoce tener mejor ánimo por estos días. “Aquí estamos, living the dream”, dice en un forzado español. El ingeniero lleva siete años en la tripulación, antes fue parte de la flota británica, empezó a navegar el año 2000 y ha estado más de 10 veces en Punta Arenas. Esta vez, dice, todo ha sido distinto: no solo no los dejan bajarse por el Covid, nunca había tenido que animar a sus compañeros por una situación tan fatal.
“Me siento ucraniano”
Rodolfo Beyer, el chileno, cuenta que estuvo en varios colegios hasta que a los 16 años dejó definitivamente la escuela para ser piloto privado -”era un poco desordenado”, dice-. Esa carrera tampoco perduró: se hizo bombero y se interesó por la mecánica automotriz.
Después de tres años concluyó que nada de eso servía para cumplir su sueño de construir un avión. Y partió a trabajar en una empresa de recolección de almejas en Estados Unidos.
Por la advertencia de un tío dejó ese trabajo. Otra vez cambiaba de rumbo. Y voló a Europa a estudiar: consiguió una beca para tener comida y alojamiento. A los seis meses se le acabaron los recursos, y debió volver a Chile. En 2019 su madre le contó de un curso de marino mercante en Puerto Montt. Fue el inicio de su travesía por los océanos.
Se hizo muy cercano al capitán del buque donde hizo la práctica y lo contrató para hacer misiones a la Antártica, ahí fueron a Vernadsky. Los ucranianos recién habían comprado el Noosfera y se impresionaron con las capacidades del chileno, además necesitaban a alguien con experiencia en anclaje.
Lo contrataron y en enero partió a Odessa, donde zarpó con la tripulación ucraniana. Hoy, mientras se prepara para completar la misión, sufre con sus amigos europeos. “Me siento un ucraniano más”, dice al otro lado del teléfono.