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Viña Emiliana mira el sur para expandir su legado orgánico
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Se enteraron por internet. Durante la mañana del martes 30 de noviembre un ejecutivo de la Viña Emiliana saltó y exclamó “¡salimos primeros!”.
“Estábamos en una reunión, no lo sabíamos. Pero sí entendíamos que era una posibilidad, porque una semana antes habíamos quedado dentro de los cien mejores vinos del mundo”, cuenta al día siguiente Cristián Rodríguez, gerente general de la compañía, desde los viñedos de Casablanca, donde se juntaron los ejecutivos en un comité de gerentes. “Nos tocó celebrar acá”, recalca.
Después de 23 años la Viña Emiliana -vinculada a la familia Guilisasti Gana- logró instalar a una de sus botellas en el primer lugar del ranking de James Suckling. Dentro de 1.087 otros competidores, el conocido sommelier estadounidense escogió el ensamblaje biodinámico Gê 2018 como el mejor vino de Chile, incluyéndolo también en su lista de los mejores del mundo.
“Ofrece capa tras capa de fruta negra con notas especiadas, picantes y carnosas, combinadas con una textura irresistiblemente aterciopelada y un final prolongado”, describió el experto.
Se trata del primer vino orgánico y biodinámico (metodología que busca una armonía entre la tierra y el calendario lunar) en alcanzar este reconocimiento.
Fue en 1998 cuando José Guillisasti Gana (1957-2014) decidió convertir a Emiliana en orgánica. Y si bien al principio fue una apuesta arriesgada, hoy la realidad es distinta: es la viña orgánica más grande del mundo, con presencia en más de 60 países. “Nuestro principal mercado es el norte europeo, Japón, Estados Unidos, Canadá y Brasil”, dice Cristián Rodríguez.
“Él estaría tremendamente orgulloso porque fue uno de los pioneros con este tipo de agricultura. Independientemente de que hoy no esté con nosotros, su legado sigue vivo. Esto es un reconocimiento para nosotros y para él también”, dice Alejandro “Nano” Mitarakis Guilisasti, sobre José Guillisasti, su tío y fundador de la viña.
Nano y José fueron muy cercanos, especialmente desde 2009, cuando el fundador de Emiliana lo invitó a hacer su práctica. Desde ahí, nunca más se fue. Hoy es gerente de marketing de la firma y el único alto ejecutivo ligado a la familia Guillisasti.
El 2020 fue un año clave para la viña. Sus resultados crecieron -antes de impuestos- 130%. Esto, gracias a dos factores: la depreciación del peso chileno y la venta de la marca Santa Emiliana a Concha y Toro, uno de los productores y distribuidores de vino más grandes del mundo.
Y si bien las ventas están por las nubes, hay un asunto que los preocupa: el cambio climático y la sequía en la zona central. Esto ha empujado a diversas viñas a comprar terrenos en el sur. Y Emiliana no ha sido la excepción.
“Sin duda que el cambio climático nos está afectando. Ahora estamos en Casablanca, que es un valle que tiene menos agua que hace 20 años. Eso hace que tú te replantees no solo cambiarte al sur, sin duda, sino además la eficacia: cómo regar las mismas hectáreas con menos agua. Hay varias formas de hacerlo y estamos trabajando en eso”.
A finales de 2020 adquirieron un paño de 292 hectáreas en la región del Maule por US$ 2,3 millones. Ubicado en San Javier, camino a Constitución, la idea es usarlo para su línea Adobe, la cual, según Mitarakis, “es la principal marca de nuestro portafolio, porque es la entrada al mundo de los vinos orgánicos”.
La semana pasada comenzaron a plantar las parras en el nuevo campo. El gerente general señala que en tres años tendrán la primera producción, aunque sea pequeña. A diferencia de otros viñedos, este terreno tendrá corredores biológicos con insectarios y cultivos nativos. “Vamos a perder metros útiles, pero privilegiaremos la biodiversidad”, agrega.
Pero su apuesta por la región del Maule no es la única. “Terminando este proyecto seguiremos mirando el sur. No tenemos nada cerrado, pero estamos analizando el Biobío. El agua y la materia orgánica es mucho mayor allá”, dice Rodríguez, quien agrega que ese último aspecto es clave: “Nos tenemos que preocupar no solo de la sanidad del viñedo, sino también de la alimentación. Como no podemos utilizar fertilizantes sintéticos, tenemos que enfocarnos en el compostaje. Por eso es importante tener una gran cantidad de materia orgánica”.
Los obstáculos más complejos para la viña, comentan Cristián y Alejandro, han sido dos. El primero fue el terremoto de febrero de 2010. “Nos botó una bodega con más de dos millones de litros”, recuerda el gerente general. El segundo, agrega, fue un aluvión en abril de 2016, en plena época de cosecha: “Fue una lluvia muy fuerte en el Valle de Colchagua y nos afectó mucho”.
Pero otro de los momentos complejos fue la pandemia. “Muchas cosas cambiaron. La forma de consumir, la producción y la cadena de suministros, la cual hemos visto cómo se ha quebrado mundialmente”, confiesa. “La falta de contenedores, el retraso en la producción de insumos como las cajas y las botellas… También se han producido demoras y alzas de precio que han afectado en el conteo final de los productos”.
Rodríguez cuenta que en un principio pensaron que sus vinos, al ser orgánicos, iban a sufrir un resentimiento, pero no fue así. “Con la crisis subprime sí ocurrió, pero hemos visto cómo nuestros productos han tenido mucha demanda”.
A septiembre de 2021 Emiliana presentó ganancias antes de impuestos por $ 1.951 millones. Este año esperan crecer a doble dígito y aumentar su portafolio de marcas, enfocándose en los vinos naturales con menos sulfitos. “Sabemos que la agricultura consciente no es la solución completa para el cambio climático, pero sí ayuda mucho. El futuro será orgánico”, reflexiona Alejandro Mitarakis Guilisasti.