Punto de partida
De mote con huesillos a colaciones, el emprendimiento de Margarita Pinto en Lo Espejo
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En una esquina de Lo Espejo, donde se junta la calle Guadalupe con el pasaje Venus, Margarita abre el portón y aparece un local de colaciones con seis mesas bajo un patio techado. Ya son las 4 de la tarde, pero todavía quedan algunos menús: cazuela, plateada o pollo asado.
“Llegué aquí hace más de 10 años y no teníamos nada”, dice la emprendedora de 47 años. Antes vivió en Puente Alto, junto a su expareja, y decidieron trasladarse a Lo Espejo por la posibilidad de comprar la casa donde hoy funciona Colaciones Margarita. En ese entonces la vivienda era distinta: no tenía muro hacia la calle, estaba semiabandonada y tenía una gran parra en el patio. Un año después de cambiarse, en 2011, se separó y quedó sola a cargo de sus tres hijos que entonces tenían 17, 12 y 2 años.
Tuvo que adaptarse rápidamente a su nueva realidad. Observó que por su cuadra circulaba bastante gente -principalmente por la cercanía de dos automotoras- y decidió lanzarse a preparar mote con huesillo para ofrecer a los transeúntes.
Bajo la parra instaló tres mesas pequeñas que consiguió en una iglesia cercana. Aprovechando la propaganda electoral que había en ese momento, y con ayuda de sus hijos mayores, recuperó las “palomas” abandonadas para armar una especie de cerco y en el reverso blanco de los políticos retratados escribió: Mote con huesillo. Funcionó. Tiempo después un cliente frecuente le dijo: “Margarita, usted está puro perdiendo el tiempo. Aquí tiene que vender colaciones”.
La primera vez que preparó almuerzo para público cocinó pollo asado y un mariscal. Vendió todo. El boca a boca hizo que fuera cada vez llegando más gente. Y aunque al principio le costó calcular las cantidades y a veces perdía comida, lo que la desanimaba, luego fue creando un sistema: si sobra comida, se ofrece al día siguiente, siempre advirtiéndole al cliente.
“Durante cinco años trabajamos de lunes a lunes. Sin vacaciones”, cuenta. El crecimiento fue paulatino. Hoy preparan un promedio de 100 colaciones diarias y hay siete menús diferentes. El almuerzo cuesta 4 mil pesos, a menos que sea salmón o reineta. Los primeros comensales, dice la locataria, aparecen a eso de las 12.45 y los últimos al final de la tarde, muchos de ellos son feriantes que dejan reservados sus platos del día.
“Trabajamos con boca a boca, somos reconocidos en cuanto a precio y calidad. No usamos redes sociales, no las necesitamos así que preferimos no meternos ahí”, comenta Margarita. La mayoría de sus clientes son caseros, “han sido bien fieles”, agrega.
La pandemia sí fue un golpe duro, pero le dejó lecciones que valora: “Estuve cuatro meses sin trabajar y pensé que esto se acababa. Yo antes pensaba que, si yo no abría, la gente se iba a morir de hambre, y aprendí que no era así. Desde entonces comencé a tomarme libre los domingos y feriados, algo que antes no me permitía”.
Luego del confinamiento inicial, fue armando un sistema nuevo; preparaba almuerzos para retirar o repartía a los locales cercanos, como las automotoras vecinas. Recibió también un IFE y ayuda proporcionada desde la municipalidad.
“Llegué aquí hace más de 10 años y no teníamos nada”, dice la emprendedora de 47 años. Antes vivió en Puente Alto, junto a su expareja, y decidieron trasladarse a Lo Espejo por la posibilidad de comprar la casa donde hoy funciona Colaciones Margarita. En ese entonces la vivienda era distinta: no tenía muro hacia la calle, estaba semiabandonada y tenía una gran parra en el patio. Un año después de cambiarse, en 2011, se separó y quedó sola a cargo de sus tres hijos que entonces tenían 17, 12 y 2 años.
Tuvo que adaptarse rápidamente a su nueva realidad. Observó que por su cuadra circulaba bastante gente -principalmente por la cercanía de dos automotoras- y decidió lanzarse a preparar mote con huesillo para ofrecer a los transeúntes.
Bajo la parra instaló tres mesas pequeñas que consiguió en una iglesia cercana. Aprovechando la propaganda electoral que había en ese momento, y con ayuda de sus hijos mayores, recuperó las “palomas” abandonadas para armar una especie de cerco y en el reverso blanco de los políticos retratados escribió: Mote con huesillo. Funcionó. Tiempo después un cliente frecuente le dijo: “Margarita, usted está puro perdiendo el tiempo. Aquí tiene que vender colaciones”.
La primera vez que preparó almuerzo para público cocinó pollo asado y un mariscal. Vendió todo. El boca a boca hizo que fuera cada vez llegando más gente. Y aunque al principio le costó calcular las cantidades y a veces perdía comida, lo que la desanimaba, luego fue creando un sistema: si sobra comida, se ofrece al día siguiente, siempre advirtiéndole al cliente.
“Durante cinco años trabajamos de lunes a lunes. Sin vacaciones”, cuenta. El crecimiento fue paulatino. Hoy preparan un promedio de 100 colaciones diarias y hay siete menús diferentes. El almuerzo cuesta 4 mil pesos, a menos que sea salmón o reineta. Los primeros comensales, dice la locataria, aparecen a eso de las 12.45 y los últimos al final de la tarde, muchos de ellos son feriantes que dejan reservados sus platos del día.
“Trabajamos con boca a boca, somos reconocidos en cuanto a precio y calidad. No usamos redes sociales, no las necesitamos así que preferimos no meternos ahí”, comenta Margarita. La mayoría de sus clientes son caseros, “han sido bien fieles”, agrega.
La pandemia sí fue un golpe duro, pero le dejó lecciones que valora: “Estuve cuatro meses sin trabajar y pensé que esto se acababa. Yo antes pensaba que, si yo no abría, la gente se iba a morir de hambre, y aprendí que no era así. Desde entonces comencé a tomarme libre los domingos y feriados, algo que antes no me permitía”.
Luego del confinamiento inicial, fue armando un sistema nuevo; preparaba almuerzos para retirar o repartía a los locales cercanos, como las automotoras vecinas. Recibió también un IFE y ayuda proporcionada desde la municipalidad.
Su día parte a las 7 am, comprando el pan, y actualmente hay tres mujeres que trabajan con ella en la cocina y el servicio, además de su hija. “Agradezco poder darle pega a la gente, ellas trabajan bien y están contentas, se llevan sus propinas también”, dice.
Además de las colaciones, Margarita es dirigente social. Hace nueve años -tres periodos- es presidenta de un comité de adelanto y mejoramiento de espacios públicos. Cuando recién llegó al barrio partió organizando una fiesta de Navidad para los niños y también impulsó un programa para cambiar los techos de asbesto de su sector, entre otros mejoramientos.
Como dirigente se relaciona activamente con el municipio, independiente de la administración, afirma. Hoy es cercana a la alcaldesa Javiera Reyes. “Soy más social que política”, responde consultada sobre si le interesaría postularse a algún cargo político.
Al Fondo Esperanza llegó hace ocho años, por recomendación de un amigo. Hasta entonces Margarita venía juntando sus propios recursos, de a poco construyó el muro que le da mayor seguridad, amplió la casa y creció a un segundo piso. Cuando entró a FE y tuvo la oportunidad de obtener préstamos, invirtió en cambiar las sillas y el piso del local, que seguía siendo de tierra.
Lo último fue reemplazar la parra por un techo. “Antes aguantaba las lluvias instalando lonas de feria. Fui techando por partes. Me dolió sacar las parras, cuando las cortaron me puse a llorar. Sufrí”, rememora, todavía emocionada.
En las paredes de Colaciones Margarita hay fotos, muchas de ellas tienen imágenes históricas de Santiago antiguo, otras de personajes célebres como Elvis Presley y Marilyn Monroe, también Violeta Parra y Víctor Jara. Como si su negocio y la dirigencia social no fueran suficiente actividad, Margarita también estudia. Cuenta que tomó un curso de cosmovisión mapuche en la Ruka, centro de la agrupación vecinal We Küyen donde también se imparten talleres de alfarería y orfebrería, entre otros.
“Harto que trabajé como una burra, pero valió la pena. Si me preguntan si siento el peso de trabajar de lunes a lunes, de no salir de vacaciones por años: no. Todo lo malo, lo que casi te mata en algún momento, al final te termina haciendo fuerte”, sostiene. Hoy sí se da algunos gustos. Este año, por primera vez en una década, tomó vacaciones con sus tres hijos por el sur de Chile.
Una nueva noticia tiene muy entusiasmada a Margarita. Se acaba de aprobar un proyecto municipal que impulsó por años. Se trata de la construcción de una cancha deportiva en el sitio eriazo vecino. “Tengo los planos para hacer algo lindo, con harta actividad de vinculación para niños, jóvenes y adultos mayores. Yo le puse el nombre: Espacio Deportivo Vespucio. Pero nadie es dueño de nada, todo es de la comunidad”.
Además de las colaciones, Margarita es dirigente social. Hace nueve años -tres periodos- es presidenta de un comité de adelanto y mejoramiento de espacios públicos. Cuando recién llegó al barrio partió organizando una fiesta de Navidad para los niños y también impulsó un programa para cambiar los techos de asbesto de su sector, entre otros mejoramientos.
Como dirigente se relaciona activamente con el municipio, independiente de la administración, afirma. Hoy es cercana a la alcaldesa Javiera Reyes. “Soy más social que política”, responde consultada sobre si le interesaría postularse a algún cargo político.
Al Fondo Esperanza llegó hace ocho años, por recomendación de un amigo. Hasta entonces Margarita venía juntando sus propios recursos, de a poco construyó el muro que le da mayor seguridad, amplió la casa y creció a un segundo piso. Cuando entró a FE y tuvo la oportunidad de obtener préstamos, invirtió en cambiar las sillas y el piso del local, que seguía siendo de tierra.
Lo último fue reemplazar la parra por un techo. “Antes aguantaba las lluvias instalando lonas de feria. Fui techando por partes. Me dolió sacar las parras, cuando las cortaron me puse a llorar. Sufrí”, rememora, todavía emocionada.
En las paredes de Colaciones Margarita hay fotos, muchas de ellas tienen imágenes históricas de Santiago antiguo, otras de personajes célebres como Elvis Presley y Marilyn Monroe, también Violeta Parra y Víctor Jara. Como si su negocio y la dirigencia social no fueran suficiente actividad, Margarita también estudia. Cuenta que tomó un curso de cosmovisión mapuche en la Ruka, centro de la agrupación vecinal We Küyen donde también se imparten talleres de alfarería y orfebrería, entre otros.
“Harto que trabajé como una burra, pero valió la pena. Si me preguntan si siento el peso de trabajar de lunes a lunes, de no salir de vacaciones por años: no. Todo lo malo, lo que casi te mata en algún momento, al final te termina haciendo fuerte”, sostiene. Hoy sí se da algunos gustos. Este año, por primera vez en una década, tomó vacaciones con sus tres hijos por el sur de Chile.
Una nueva noticia tiene muy entusiasmada a Margarita. Se acaba de aprobar un proyecto municipal que impulsó por años. Se trata de la construcción de una cancha deportiva en el sitio eriazo vecino. “Tengo los planos para hacer algo lindo, con harta actividad de vinculación para niños, jóvenes y adultos mayores. Yo le puse el nombre: Espacio Deportivo Vespucio. Pero nadie es dueño de nada, todo es de la comunidad”.
Margarita es la cuarta emprendedora de la Fundación Fondo Esperanza cuya historia relatamos en DF MAS.
Durante 10 ediciones publicaremos sus testimonios en nuestras páginas. Fondo Esperanza es una organización de desarrollo social que nace en 2002 con el objetivo de entregar herramientas a los microempresarios de sectores vulnerables. Cuenta con más de 120 mil emprendedores, de los cuales el 81% son mujeres.