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Torre Villavicencio: el histórico edificio que no encuentra su nuevo rumbo
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23 pisos era el proyecto original, pero, en 1971, el entonces Presidente Salvador Allende encargó a Miguel Lawner -arquitecto a cargo de la construcción- agregar dos más para su uso privado: sería una especie de “departamento”.
El 3 de abril de 1972 y con esa solicitud ya cumplida -además de una edificación en tiempo récord de 275 días que implicó reclutar a miles de voluntarios-, se inauguró en la Alameda la obra arquitectónica UNCTAD III, cuyo propósito inicial era ser sede de la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en el Tercer Mundo (de ahí viene su nombre). El evento se concretó diez días después de que la obra estuviera lista.
En septiembre de 1973, esas mismas dos plantas superiores serían ocupadas para uso personal de Augusto Pinochet, luego de que el bombardeo en La Moneda dejara el palacio de gobierno inutilizable. El general trasladó el mandato de la Junta Militar al inmueble de la UNCTAD y modificó su nombre: la llamó Edificio Diego Portales. Conocedores del despacho de Pinochet, contarían más tarde que la puerta de su oficina estaba blindada por dentro y por fuera con placas de acero.
Con el paso de los años y la reconstrucción de La Moneda -la Junta Militar se reubicaría el 11 de marzo de 1981 en el palacio presidencial-, el Edificio Diego Portales cambió de inquilinos: se instalaron ahí el Ministerio de Defensa, el Poder Legislativo y Carabineros de Chile. La Torre Villavicencio -que sobrevivió al incendio del Diego Portales en 2006- siguió siendo ocupada por Defensa hasta 2017 y pasó a Bienes Nacionales en marzo de 2018.
En vista de la desocupación del edificio, a fines del segundo mandato de Michelle Bachelet -en 2017-, el gobierno le prometió a distintas ONGs que se les entregaría el inmueble para su uso, pero esto nunca se cumplió.
La Fundación Víctor Jara, Villa Grimaldi, la Venda Sexy, las Corporaciones del Trasplante, el Consejo de la Infancia y Humanas fueron algunas de las organizaciones sociales que quedaron abajo del ansiado proyecto que pretendía bautizar a la torre como el “Edificio de la Ciudadanía”. Desde ese momento hasta ahora, el inmueble sigue -como dijo Miguel Lawner para una entrevista en Diario UChile- “en busca de su destino”.
Inhabitable
“Hubo una premura, se apresuraron en esa información”, señaló en abril de 2018 Felipe Ward, entonces ministro de Bienes Nacionales del gobierno de Sebastián Piñera, respecto a la decisión del mandato anterior de destinar el edificio a organizaciones sociales. Bajo ese contexto, la administración de Ward dio a conocer que el inmueble se había declarado inhabitable luego del terremoto de 2010, según un informe hecho por la División de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas.
Su recuperación completa, detallaron, costaría $ 19.750 millones y demoraría de tres a cuatro años. “Eso es un presupuesto que como ministerio no tenemos”, indicó en ese momento Ward.
“La estructura de la torre está bien, pero no cuenta con recepción municipal definitiva. Además, incumple con normativa de edificación de uso público en cuanto a seguridad frente a emergencias, servicios higiénicos, eléctricos, ventilación y accesibilidad universal. Es un edificio que no cumple con las garantías”, aclara un exfuncionario del Ministerio de BBNN.
Con el fin de decidir qué hacer con el inmueble y ver cómo ponerlo “en valor”, la cartera de Bienes Nacionales lanzó una consulta ciudadana -de mayo a junio de 2018-: un 73% contestó que se requieren recursos públicos para que este emblemático lugar sea refaccionado; un 32% cree que deben habilitar con urgencia espacios para la salud; el 20% para educación; y el 15% para la primera infancia. Estos resultados coincidieron con lo que el alcalde de Santiago de ese entonces, Felipe Alessandri, venía desde hace un tiempo solicitando a esa cartera sobre el destino de la Torre Villavicencio.
Las iniciativas que no prosperaron
Tras ello, a mediados del 2018, Alessandri, junto a la subsecretaria de Educación Parvularia, María José Castro, pidieron a Bienes Nacionales la adjudicación de la torre para el municipio. “En un principio nos dieron cuatro pisos con la posibilidad de tener cuatro más, donde íbamos a hacer salas cuna, jardines infantiles y un buen Cesfam”, recuerda el exalcalde.
Hubo una entrega simbólica del inmueble para la Municipalidad de Santiago, pero no llegó más lejos que eso. “Hicimos el anuncio formal e incluso entramos y revisamos la torre, la recorrimos, vimos los pisos, pero en 2019, cuando teníamos los presupuestos hechos, nos avisaron que el ministerio estaba buscándole otros usos. Desde el MOP, por su parte, se dijo que era muy caro financiar las obras”, cuenta Felipe Alessandri.
María José Castro, Felipe Ward y el exalcalde Alessandri en una visita a la Torre VIllavicencio. Fuente: Municipalidad de Santiago.
Funcionarios de Bienes Nacionales de la época relatan que una de las preocupaciones era que no se sabía si la alcaldía tenía los fondos suficientes para hacerse cargo del proyecto. “Después de esto, hubo un proceso de negociación con los pisos, ya que existía un consenso de que fuera para distintos usos, pero partió el estallido y hasta ahí se llegó”, detallan.
Luego del 18O de 2019, hubo un reordenamiento del gabinete. Salió Felipe Ward de la cartera de Bienes Nacionales y entró el abogado Julio Isamit, quien hoy define que siempre se pensó que la Torre Villavicencio era una “joyita de la corona” para Santiago.
“Se evaluaron distintos proyectos y escenarios. Algunos planteaban que vendamos el edificio, pero es tan icónico y emblemático que para el Estado no está a la venta. Así es que lo que hicimos en nuestra administración fue buscar una forma de recuperarlo y permitir que hubiera un uso mixto en él”, detalla Isamit.
Uno de los proyectos que más tiempo se mantuvo en la mira fue una iniciativa de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, que consistía en convertir el edificio en un museo sonoro y un mirador. El espacio también pretendía ser un lugar para la investigación y talleres artísticos. De hecho, se consideraba usar la explanada frente a la torre como galería escultórica al aire libre.
“Yo pataleé bastante cuando me enteré de esto, a pesar de tener una gran relación con el entonces rector de la Chile, Ennio Vivaldi. Peleé para que se mantenga el compromiso que teníamos y argumenté que la universidad no tenía los recursos para habilitarla. Creo que el tiempo me dio la razón”, rememora Alessandri.
Nota de la redacción: Desde la U. de Chile señalan que el proyecto no prosperó porque, según la institución, "en un punto de las conversaciones, las autoridades de la época pideron a cambio el MAC forestal, algo que el rector Vivaldi no aceptó por el carácter patrimonial e histórico de dicho recinto".
Después de que se desechara esta idea, que estuvo cerca de un año en negociaciones, la administración de Isamit navegó por un mar de opciones. Dos de ellas fueron destinar el edificio a organismos públicos -como ministerios y entidades estatales-, y también entregársela a organizaciones sociales.
En ambas el gasto público era muy alto y, según dicen, no se justificaba en medio de una pandemia: “El problema era lo caro de las reparaciones. Cuando yo estaba, en 2020, su avalúo fiscal superaba las 300.000 UF y los proyectos de recuperación que nos presentaron iban de las 78.000 a las 700.000”.
Otra idea que se barajó fue licitar la torre para que un privado la arriende y habilite. “Lo que era imposible porque el Estado perdería la capacidad de administrar un inmueble destinado a la función pública, con el costo comunicacional extra que la historia de este edificio contiene”, añade Isamit.
El cuarto proyecto fue destinar el inmueble a Desarrollo País –idea que se barajó durante más de un año en el Ministerio de Bienes Nacionales de ese entonces-, una empresa pública que impulsa proyectos de infraestructura nacional. “Pero se nos acabó el gobierno”, sentencia el exministro.
Recuperación cultural
La altura de la Torre Villavicencio se impone cuando se mira en dirección al GAM desde la Alameda. La fachada tiene una mezcla de colores grisáceos y resalta el cobrizo de la azotea. Por dentro, sus pisos son alfombrados y otros se mantienen con madera que, encima de la capa de polvo que han acumulado, conserva huellas de zapatos que han pasado por ahí.
Todavía hay puertas de vidrio en las que se puede ver el logo del Ministerio de Defensa, que desocupó la torre hace un par de años. Un par de despachos tienen montañas de carpetas llenas de documentos y papeles. La entrada a los ascensores de algunos pisos está bloqueada por cajas, muebles y otros obstáculos. Todo evidencia su estado de abandono, de nula presencia humana. Quienes han podido ir a la azotea, aseguran que ofrece una vista única e increíble de Santiago.
“Estamos hablando de un edificio que tiene una carga histórica importante no solo por su significación original, sino que también por sus distintos contextos y usos”, dice el historiador UC Sergio Durán, autor del libro Ríe cuando todos estén tristes: el entretenimiento televisivo bajo la dictadura de Pinochet.
En el lapso de tiempo entre el fin de la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en el Tercer Mundo, y el golpe militar, el edificio fue entregado al Ministerio de Educación. Se le bautizó Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral y en él se abrió un espacio para el desarrollo de las culturas, las artes, la vida social y la discusión política.
“El edificio adquirió un sello que lo ha conservado a pesar de haber sufrido el proceso de los años de la dictadura, que obliga a que se culmine la recuperación”, dice el arquitecto Miguel Lawner en un video que subió hace dos semanas la cuenta de YouTube del Ministerio de Bienes Nacionales.
En el registro se muestra una reunión que hubo entre la titular de esta cartera y la de las Culturas, con Lawner y Hugo Gaggero, uno de los cinco arquitectos que estuvieron detrás de la obra. En el video las ministras detallan que se destinará la torre a ser un “espacio para las culturas”.
Consultados por DF MAS, desde el Ministerio de Bienes Nacionales no entregaron más detalles en profundidad sobre lo que se planea hacer con la torre, pero la ministra Javiera Toro asegura que están trabajando “desde hace varios meses en la recuperación de este edificio emblemático de Santiago, como un espacio que rescate la vocación pública con la que fue construido”. Además, detalla que se conformó una mesa tripartita entre Cultura, el MOP y Bienes Nacionales, con la supervisión de Presidencia.
Su par de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Julieta Brodsky, señala que la idea de la mesa es “elaborar una propuesta para la habilitación y recuperación de esta infraestructura pública, histórica y patrimonial”.
Conocedores de anteriores proyectos en torno a la torre coinciden en lo valioso que es que se entregue a las culturas debido al ambiente en el que está inserto el edificio, con el GAM y el Barrio Lastarria, pero aseguran que también es importante pensarla con más de un uso único y como un espacio para toda la comunidad.
Para el historiador Sergio Durán, que se entregue a las artes y al mundo cultural, significa una “recuperación del sentido original de este edificio porque además de que sirvió como sede del evento de la UNCTAD, fue un importante lugar de reunión con un gran sentido público, muy distinto al uso hermético que en algún momento tuvo”.
El arte en la torre
De las numerosas obras de arte que estaban en la UNCTAD, la Junta Militar solo mantuvo el mural de José Venturelli, que se llama Chile (1972) y que muestra figuras de trabajadores, indígenas, pájaros, el mar y volcanes del país. También se recuperaron dos óleos de Roberto Matta -que se fueron al Bellas Artes y al Museo de la Solidaridad- y un tapiz de Gracia Barrios. El resto fueron destruidos o se les desconoce su paradero.
Sus arquitectos y un libro
José Covacevic, Hugo Gaggero, Juan Echenique, José Medina y Sergio González son los nombres de los cinco arquitectos que estuvieron a cargo de la construcción del edificio. Hoy en día, el único que sobrevive es Gaggero, quien en 2021 y con 93 años lanzó el libro Del idilio a la destrucción, donde plantea que el rol del GAM es ser un inmueble destinado a la cultura del pueblo, cosa que no se estaría cumpliendo.
En su ultílogo, el arquitecto escribe un par de deseos. Entre ellos, que todos los artistas que están vivos, cuyas obras estaban en la UNCTAD y que ya no están, que las vuelvan a hacer. También poder dales un abrazo a los dos José, a Sergio y a Juan.