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Cultura

La búsqueda personal de Tololo Ugarte, el nieto más cercano a Parra: “Sigo en modo silencio”

La búsqueda personal de Tololo Ugarte, el nieto más cercano a Parra: “Sigo en modo silencio”

Tiene 30 años, es arquitecto y músico. Toca el piano, canta, ha lanzado tres discos. Después de que murió su abuelo antipoeta, en 2018, decidió sumergirse. En junio participó en una exposición y mostró por primera vez su trabajo plástico. ¿Qué busca en este camino donde suma actividades, sin estridencias? “Equilibrio personal, eso es lo más importante”, dice.

Por: Patricio De la Paz - Fotos: Juan Pablo Ubilla | Publicado: Viernes 14 de julio de 2023 a las 10:00
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Cristóbal Ugarte Parra, conocido como Tololo, vive en un cubo. Una casa que es un cubo de dos pisos, pintado de negro por fuera y con grandes ventanales. Está en el mismo terreno donde se ubica la mítica casa de su abuelo Nicanor Parra en La Reina alta. La del Tololo, diseñada y construida hace años por su madre, Colombina, está unos pocos metros más arriba, subiendo la pendiente natural de esta parcela que aún parece campo.

Tololo, quien fue el nieto más cercano a Parra, a quien le encargó recibir en su nombre el Premio Cervantes en 2012, es hoy un hombre de 30 años, silencioso, pensativo. Mide sus palabras, como si le temiera a los arrebatos. O a decir algo impropio. Sentado en el living de su casa cubo, tomando té sin azúcar, cuenta qué ha pasado en su vida desde el verano de 2018 cuando murió su abuelo antipoeta. 

Han sido años en que ha estado bastante sumergido. Por eso llamó la atención que en junio apareciera como parte de una exposición artística en la Factoría Franklin. Pocos repararon en su presencia allí -la muestra, además, fue fugaz, duró una semana-, pero fue importante: no sólo significó que él sacaba la cabeza a la superficie, sino que debutaba en las artes plásticas. Hasta entonces, sólo se conocía su trabajo en música con sus tres discos -Analfabeto, Pérdida total y Carrusel- y su faceta de arquitecto cada vez más interesado en la restauración y el patrimonio.

-Tu abuelo Nicanor fue muy relevante en tu vida. ¿Qué ocurre contigo cuando muere? ¿cómo quedas parado en el mundo?

-Se siente una cosa que no sé… Obviamente fue algo nuevo, porque nunca había sentido una pérdida de alguien y es una mezcla entre vacío, rabia, pena y negación. Hay negación porque es como no entender que alguien ya no existe; me doy cuenta de la negación sobre todo en los sueños: allí siempre está vivo, pero me despierto y no está. Cada vez es como un shock. Todavía mi mente y mi inconsciente no quieren aceptarlo. 

-¿Aún te pasa, aunque han transcurrido más de cinco años? 

-Sí, pasa; pero mucho más tranquilo. Hice el duelo ya, y siento que está presente igual. 

-Ser el nieto más cercano a Nicanor debe haber generado algún grado de responsabilidad para ti, cumplir un rol. Cuando él desaparece, más allá de la pena, ¿hay una sensación como de recuperar cierta libertad, sentirte más liviano?

-Sí, puede ser lo que tú dices, tienes razón. Naturalmente si uno cambia el modo de vida aparecen nuevas cosas en el camino; y la muerte de mi abuelo fue un cambio en mi modo de vida. Yo vivía muy compenetrado a él, entonces, claro, al estar sin esa presencia uno tiene momentos para mirar hacia otros lugares. Puede que eso tenga un componente de libertad, una sensación de libertad. 

"Naturalmente si uno cambia el modo de vida aparecen nuevas cosas en el camino; y la muerte de mi abuelo fue un cambio en mi modo de vida. Yo vivía muy compenetrado a él"

Tololo poco más dirá sobre su abuelo en esta entrevista que, remarca él, es para conversar sobre su propio proceso. Tampoco se referirá a la disputa legal que tienen los hijos del antipoeta por la herencia y que aún no llega a acuerdo. Ni a la decisión de mantener cerradas sus cuatro casas. El foco en esta tarde de viernes, en medio de un Santiago campestre, está puesto sobre sí mismo.

“A veces uno se queda sin velocidad”

-Poco se supo de ti después de la muerte de Nicanor. Decidiste entrar en modo silencio, ¿no?

-Y sigo en modo silencio… He estado un buen tiempo como hacia adentro, quizás haya tenido que ver con el duelo y quizás no. Siento que en esos tiempos de silencio es cuando uno está creando. He estado absorbiendo quizás de alrededor en tiempos que me he sentido muy poco creativo. Después me he dado cuenta que han sido momentos de absorción de ideas que en algún minuto hacen chispa y se transforman en algo. Lo he sentido con los últimos proyectos que he tenido. 

-Pienso en el movimiento de las olas. La única manera de agarrar la fuerza para volver a reventar es primero recogerse. 

-Sí, pero en mi caso sin ninguna pretensión de reventar. 

-Me refiero a continuar el movimiento para que se produzca algo…

-Totalmente. Puede que ese recogimiento hable también sobre madurez; no sé, no soy sicólogo, pero tiene que ver un poco con eso. Uno se enfrenta con situaciones y después hay que meditar y así sucesivamente. Es una armonía, un equilibrio. 

Tololo bebe sorbos de su segunda taza de té. Está serio. Afuera, el día ya casi se extingue por completo. El living de esta casa cubo está quedando en penumbras. A él no le molesta. No hace amago de encender la luz.

De pronto, dice: “Cuando me hablaste de hacer esta entrevista sobre mi búsqueda en lo personal, en mi obra… yo pensé en algo que escuché alguna vez y me hizo sentido. Me siento como alguien que va patinando; a veces va con un patín que en mi caso, por ejemplo, puede ser la arquitectura; y el otro patín puede ser la música. Puedo ir con los dos juntos o ir apoyado sólo en uno, o de repente con ninguno porque estoy saltando. Es una buena metáfora porque siento que tengo que alternar esa fuerza, así logro avanzar”.  

-Puedes incluso decidir no patinar.

-Bueno, a veces uno se queda sin velocidad y esa puede ser una crisis. Pero yo siento que nunca estoy detenido. 

-¿Nunca?

-Nunca. En algunos casos me veo como a la deriva o saltando y sin tierra, pero no detenido.

-¿Ni siquiera en tus momentos meditativos? Entiendo que meditas con frecuencia. 

-Quizás esos tiempos de meditación son los que necesito por la velocidad a la que voy, pero no es que yo me quede en esos pantanos de meditación. Son necesarios para no estrellarse. 

-La introspección, la navegación interior, como un salvavidas. 

-Sí, totalmente, eso lo he tenido desde siempre, desde chico. 

"Me siento como alguien que va patinando; a veces va con un patín que en mi caso, por ejemplo, puede ser la arquitectura; y el otro patín puede ser la música. Puedo ir con los dos juntos o ir apoyado sólo en uno, o de repente con ninguno porque estoy saltando"

“Ver Chile desde afuera es buen ejercicio”

En 2021, Tololo decidió partir a estudiar un magíster en restauración de patrimonio arquitectónico en la Universidad Politécnica de Madrid. “Es un master que dura dos años, pero los extranjeros pueden sacarlo en uno”, dice. Eso fue lo que él hizo. 

Me había picado el bichito de la restauración y del patrimonio. Años antes había trabajado con Emilio de la Cerda (entonces director de la Escuela de Arquitectura de la UC) en el proyecto de (levantar los planos de) las casas de mi abuelo. Por otro lado, estuve en Zapallar restaurando el Hotel Isla Seca, que no es un patrimonio ni nada, pero tiene muchos muebles antiguos. Se me empezó a meter esa onda y me cautivé por la idea de aprender más. Así que postulé, fui aceptado y me fui a Madrid”, explica.  

-¿Fue un aire fresco en lo personal? 

-Sí. Tomar perspectiva, ver Chile desde afuera, es un buen ejercicio para el que lo pueda hacer. Es también como verse a sí mismo desde afuera, algo medio sicoanalítico. Para mí fue bueno.

-¿Cómo fue la vida en Madrid?

-El magíster fue bien exigente. Lo hice en un año y eran 14 ramos. Pero en los tiempos libres hacía música, conseguí allá un teclado y compuse bastante. Tengo esa música guardada en un teléfono. Lo otro es que seguí haciendo maquetas de esculturas, lo que había empezado encerrado con la pandemia en Chile. Como ésa que está ahí.

Tololo indica una pequeña estructura hecha con cartón banco que está en el borde de una ventana. Es abstracta. Con imaginación, podría ser un edificio. O un bloque al que le hubieran abierto con delicadeza espacios verticales, otros en diagonal. “Para mí estas maquetas son varias cosas, pueden ser edificios en miniatura, pequeños monumentos. Las pensé para que albergaran luz y fueran una especie de lámparas tenues”, dice. “Son prototipos para hacer esculturas en metal o en mármol”. 

-Regresaste de España en septiembre pasado. ¿Qué tal la vuelta?

-Es un choque. Uno se da cuenta de que está todo igual y es extraño porque uno ha vivido cosas tan nuevas y cree que ha pasado tanto y acá no ha pasado nada. Al principio cuesta y no entiendes, estás desadaptado, ya hay algo que perdiste. Nunca fuiste de allá y cuando vuelves no eres de acá todavía. Eso raro, como una sensación de orfandad, pero se recupera. 

"Tomar perspectiva, ver Chile desde afuera, es un buen ejercicio para el que lo pueda hacer. Es también como verse a sí mismo desde afuera, algo medio sicoanalítico. Para mí fue bueno"

-¿A qué te dedicaste luego de volver?

-Hay un proyecto que llevo haciendo hace rato en Limache. Recupero una casa que estaba completamente abandonada. Es un encargo familiar de los Ugarte que tenía que ver con el máster que hice. Lo que más me gusta es meterme en la construcción y hacer las cosas primero para saber cómo quiero que se hagan después. Me meto en la pintura, en picar, en hacer hoyos, botar paredes, en la decoración. Recién la terminé y voy a empezar a construir otra casa, una tiny house, en otra parcela. El desafío es hacer una casa lo más pequeña y funcional posible. Cada centímetro cuenta.

“Mi pasado es sagrado”

-En diciembre lanzaste tu disco Carrusel. ¿Lo trabajaste en los primeros meses de tu regreso?

-No, Carrusel ya se había hecho antes, justo antes de irme a España. Lo grabé, lo iba a lanzar y de repente resultó el máster. Una posibilidad era lanzar el disco así, rápido, pero yo no quería. El disco estuvo un año guardado. 

-¿Por qué Carrusel? Es una palabra muy musical, pero ¿qué significa para ti?

-Carrusel es una palabra bonita y representa un poco la música que yo hago cuando estoy meditando: son loops, círculos, vueltas y vueltas de lo mismo, que termina siendo como un mantra. Esa es la esencia que después transformo en una canción.

-Las letras son sensibles, hay emociones. ¿Son cosas que tienen que ver contigo?

-Sí, no las pienso como ficciones ni como historias de otras personas. Me salen de la guata, son desahogos que no puedo verbalizar sino a través de la música. Es terapéutico, pero también digo “qué lata estar dando pena con estas letras que son a veces súper nostálgicas”.

-¿Eres nostálgico? 

-Creo que nostálgico no, pero soy melancólico. La melancolía es algo que me gusta. Yo paso por distintos estados, pero la melancolía es algo que está ahí como base. Siempre he sido así y tiene que ver como con lo romántico, no solamente en el amor sino en todo, en los paisajes, con el pasado.

-¿Miras con frecuencia el pasado?

-Sí, y eso también tiene que ver con la melancolía, con mirar siempre por el espejo retrovisor. Yo cuido mis recuerdos, mi pasado es sagrado. Por donde pasé de niño es para mí sagrado y si lo pierdo, lo trato de recuperar. Por eso me metí en restauración y también en la casa de Limache, yo iba allí cuando niño. 

"Yo cuido mis recuerdos, mi pasado es sagrado. Por donde pasé de niño es para mí sagrado y si lo pierdo, lo trato de recuperar"

-Dices que te desahogas en tus canciones. ¿Te guardas mucho adentro?

-Me guardo mucho, pero también sé soltar. 

“Fue una especie de meditación”

La última semana de junio, Tololo se unió a su madre y dos artistas en una exposición en la Factoría Franklin. Su muestra, desplegada en una de las paredes del fondo del galpón, se llamó Siempre será demasiado nunca. Obras abstractas, con predominio de la geometría, hechas con simples materiales de construcción. Los mismos que él iba a comprar para su trabajo de Limache. “Mis obras plásticas siempre están en sintonía con mi formación de arquitecto”, precisa. 

Dice que su debut en las artes plásticas fue una buena experiencia. Literalmente, un buen ejercicio: “Trabajar con las manos y con el cuerpo es como una especie de yoga o taichí, es súper terapéutico y me di cuenta al hacer estos cuadros, son movimientos y músculos que uno no está acostumbrado a mover. Como un arte marcial”.

-¿Te sentiste cómodo en este nuevo oficio?

-Sí. Me gustó pensar en este oficio plástico de una manera libre, que fue un poco por el tema de la urgencia (tuvo dos semanas para ejecutar el trabajo) y de ver cualquier cosa como una posible obra. Eso estaba presente en otro grado en la obra de mi abuelo, quien lo hacía con una taza, un libro, lo que fuera. Eso es una buena escuela. Es permitirse esa libertad de ver arte en cualquier parte.  

Exposición de Tololo Ugarte en la Factoría Franklin

-¿Ésa es una línea que te gustaría seguir? 

-De todas maneras. Como te digo, fue también una especie de meditación, de yoga del cuerpo, de desahogo también… la energía fluyó hacia allá. El 12 de agosto voy a hacer una residencia artística de unas horas en la CV Galería, en  Alonso de Córdova. Voy a pintar un cuadro de dos por tres metros. Ya hice un boceto, pero tiene también un componente de improvisación. 

-¿Otros planes hacia adelante? 

-Quiero profundizar en lo plástico, ya no una cosa de urgencia sino algo más pulido. Una exposición más meditada. 

-Arquitectura, música, ahora la plástica. ¿Cuál es tu búsqueda?, ¿hacia dónde vas?

-Al equilibrio personal, eso es lo más importante. Estar bien con uno mismo. Buscar, pero también encontrar. Vivir experiencias distintas, conocerlas, saber que están ahí. Así uno puede echarles mano en cualquier minuto

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