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Cultura

Conservación patrimonial: rescatar el pasado para mejorar el futuro

Conservación patrimonial: rescatar el pasado para mejorar el futuro

En todo Chile, distintas iniciativas están resignificando espacios históricos para ponerlos al servicio de la comunidad. Desde una casa neogótica que homenajea a su arquitecto hasta un barrio que se transformó en un importante polo cultural, el patrimonio está encontrando nuevas formas de mantenerse vivo. Aquí, tres experiencias.

Por: Josefina Hirane | Publicado: Viernes 23 de mayo de 2025 a las 18:17
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En medio del ajetreo del centro de Santiago, donde el ruido del tránsito y las paredes rayadas son parte del paisaje cotidiano, hay una casona que llama la atención. Frente a su fachada recién lavada, hay quienes se detienen, miran hacia adentro y dan las gracias. “La escena se repite todos los días”, dice Mabel Briceño, arquitecta y dueña de la Casa Valdés Bustamante -hoy rebautizada como Casa Larraín Bravo-, una construcción de 1906 en plena calle Alonso de Ovalle que está siendo restaurada para rendir homenaje a su autor original, el arquitecto Ricardo Larraín Bravo.

“La gente está ávida por recuperar su patrimonio”, agrega Briceño, quien lidera el proyecto que busca convertir esta antigua casa en un espacio abierto, vivo y compartido. Tiene claro cómo lograrlo: montando una exposición permanente visible desde la calle, con imágenes ampliadas de las principales obras del arquitecto, como la Iglesia de los Sacramentinos, la Población Huemul y el Palacio Íñiguez, además de crear una muestra sobre su vida personal. “A veces mostramos las obras, pero no hablamos de la persona. Vamos a poner una pared con su historia y otra con fotos de sus nietos y bisnietos que nos han ido contactando”. En el lugar también abrirá un café pensado como punto de encuentro.

Cuando decidió restaurar el interior de la casa -ya lo había hecho con la fachada en 2006, trabajo por el que recibió el Premio Iberoamericano a la mejor intervención en patrimonio edificado-, lo hizo movida no sólo por su valor arquitectónico, sino también por lo que considera una deuda cultural: el escaso reconocimiento a quienes han dado forma a nuestras ciudades. “En Chile somos súper egoístas con nuestros arquitectos patrimonialistas. Ni siquiera les ponemos el nombre a los edificios”, critica.

La restauración ha sido lenta y exigente. Durante meses, Briceño y su equipo retiraron divisiones, desmontaron altillos y despejaron muros para revelar la estructura original. En el proceso, aparecieron cielos ocultos, molduras intactas y hasta un escudo de origen desconocido. Todo ha sido documentado y conservado para futuras visitas técnicas. “Los restauradores van a poder ir a dar charlas. Me interesa que entren los colegios, las universidades. Hay muy poca educación para los niños en ese aspecto y es algo fundamental”, señala Briceño.

El barrio que se organizó para cambiar las reglas

Mientras la Casa Larraín Bravo se abre poco a poco a la comunidad, no muy lejos de ahí, en Providencia, los vecinos del barrio Triana llevan años empujando su propia transformación. Fundado en 1933 como una zona residencial para familias acomodadas -con casas inspiradas en la arquitectura de los pueblos preindustriales franceses-, este rincón fue testigo del crecimiento urbano, el paso de embajadas y oficinas, y también del abandono tras el estallido social y la pandemia.

Desde hace algunos años, con la llegada de cafeterías, institutos, espacios culturales y coworks, esta zona de conservación histórica enfrentaba una contradicción: su vida cultural crecía, pero el plan regulador lo mantenía como zona estrictamente residencial. Esa brecha normativa se arrastró hasta 2022, cuando, tras un proceso participativo con la Municipalidad de Providencia, se aprobó el cambio a zona cultural mixta. La modificación se publicó recién este año, permitiendo que los locatarios comenzaran a regularizar su situación. “Hoy día la normativa reconoce lo que ya estaba pasando”, explica Francisco Salvatierra, arquitecto y socio del cowork Leñería, y uno de los principales impulsores del barrio.

Pero el trabajo no termina ahí. “Se discutió si permitir la venta libre de alcohol, pero por experiencias de barrios como Bellavista, creemos que es mejor restringir esa patente a operadores culturales y hoteleros. Queremos un barrio que se cuide, que esté limpio a las 8 de la mañana”, dice Salvatierra. Más que un polo gastronómico, Triana busca ser un ecosistema de emprendimientos, oficios y vida de barrio.

Ese espíritu ya se ve en proyectos como Dosis Coffee, la destilería Garden, la heladería Olympia, el estudio de fotografía Espacio Fruta, talleres de arte y una futura cafetería del chef Nicolás Tapia, creador de Yum Cha, destacado por la revista Time entre los 100 mejores lugares del mundo.

El mayor desafío, dicen, es el espacio público. “Hoy no hay ni una banca. Queremos que esta vereda de 80 centímetros se transforme en paseo peatonal, que la gente se detenga, que habite el barrio”, afirma Salvatierra. Por eso, los vecinos trabajan en formalizar una asociación gremial que les permita postular a fondos y sostener lo construido. “La idea es pasar de ser vecinos organizados a un gremio real”.

Antes, hoy, mañana

A casi 200 kilómetros al sur de la capital, en Peralillo, Región de O’Higgins, está el edificio que alguna vez albergó a la Escuela Básica de la comuna, construida en 1890 en tabiquería de adobe y sobrecimientos de piedra. Generaciones de peralillanos aprendieron a leer y escribir entre sus muros, hasta que en 2003 el edificio dejó de funcionar como escuela y pasó a ser la Biblioteca Municipal y Sala Multiuso de la comuna. En 2005 fue declarado Monumento Nacional, en el marco de un programa impulsado por el Ministerio de Educación para resguardar inmuebles con valor histórico-cultural relacionados a la enseñanza pública.

“El vínculo emocional de los vecinos con este edificio es profundo y significativo”, dice Tatiana Jorquera, encargada de la biblioteca. “Para muchos representa un lugar lleno de recuerdos, aprendizajes y experiencias compartidas. No es sólo una estructura física, es parte de nuestra identidad”. Esa conexión se vio amenazada tras el terremoto de 2010, que dejó serios daños en la estructura. Gracias a fondos del Gobierno Regional y al trabajo conjunto entre el Consejo de Monumentos Nacionales, el Ministerio de las Culturas y la propia comunidad se logró su restauración respetando las técnicas constructivas originales.

Hoy, la antigua escuela no sólo preserva su valor simbólico, sino que se proyecta como un centro de vida comunitaria. Además de sus funciones de biblioteca, alberga talleres, charlas, cine comunitario y laboratorios de internet abiertos a toda la población. “Esto ha permitido reducir la brecha digital y fomentar la participación vecinal. El edificio se ha transformado en un centro de oportunidades, donde la historia y la modernidad se complementan para mejorar la calidad de vida de los habitantes de Peralillo”, afirma Jorquera.

“El uso práctico y moderno del edificio le da vida diaria al inmueble, conectando el pasado con el presente. La comunidad lo ve no sólo como un símbolo de lo que fue, sino como un recurso útil y actual”, dice Jorquera. Y agrega: “Que un espacio patrimonial albergue tecnologías modernas refuerza el orgullo de los vecinos, demostrando que lo antiguo también puede tener un papel activo en el desarrollo de su comuna”.

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