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Cultura

Siete escenas clave en la historia del director Paolo Bortolameolli

Siete escenas clave en la historia del director Paolo Bortolameolli

Acaba de dirigir la ópera “El viaje a Reims” en el Teatro Municipal. Regresará al mismo escenario el 7 y 9 de diciembre para un concierto con la Novena Sinfonía de Mahler. Sentado en su camarín, Bortolameolli repasa escenas que han marcado su trayectoria. La profesional y la humana. Recuerdos donde se cruzan su padre, sus días de pianista, su hijo, su amor por Mahler, sus años en Estados Unidos junto al famoso Gustavo Dudamel.

Por: Patricio De la Paz - Fotos: Patricio Melo | Publicado: Viernes 17 de noviembre de 2023 a las 10:00
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Mientras habla, con su índice izquierdo apunta a la salida del camarín que está ocupando en el Teatro Municipal de Santiago, donde en un par de horas dirigirá la ópera El viaje a Reims, de Rossini. Con los ojos clavados en la puerta, dice: “Todo esto que te cuento pasó exactamente ahí”.

Y lo que Paolo Bortolameolli (41) cuenta es una historia pasada, que para él fue clave. Tenía siete años y había venido con su padre, Rodolfo, a escuchar la Quinta Sinfonía de Beethoven, que dirigía el maestro italiano Michelangelo Veltri. Cuando la presentación terminó, aún sentado en su butaca, Paolo no podía parar de llorar. “No sé qué me pasa papá, porque no es tristeza lo que siento”, explicó, con la voz cortada. Minutos más tarde, cuando su padre lo llevó a saludar al director al camarín, el niño se puso a llorar de nuevo. Parado junto a la puerta que ahora, 34 años más tarde, muestra con un dedo.

“Mi padre me traía al Municipal desde que yo tenía cinco años. Lo primero que vi fue La Flauta Mágica. Pero esa vez de la Quinta Sinfonía de Beethoven fue el momento cambió mi vida. Siempre digo que tuve una epifanía a los siete años. Por supuesto después se secaron las lágrimas, pero yo nunca volví a ser el mismo niño. No sabía que existía esa emoción. Hasta hoy sigue siendo un momento muy revelador”, dice.

"Pero esa vez de la Quinta Sinfonía de Beethoven fue el momento cambió mi vida. Siempre digo que tuve una epifanía a los siete años. Por supuesto después se secaron las lágrimas, pero yo nunca volví a ser el mismo niño"

Y confiesa que ahí -en esa escena que es la primera que recuerda en esta tarde cargada a la memoria- empezó a germinar el músico que es actualmente, uno de los más destacados jóvenes directores de orquesta chilenos de su generación. Que luego de estudiar Piano en el Conservatorio de la UC y Dirección en la Universidad de Chile, hizo un Master en Yale, un posgrado en el Peabody Institute de la Universidad Johns Hopkins y se instaló en Estados Unidos. Desde allí, batuta en mano, ha recorrido el mundo a cargo de óperas y conciertos. En Santiago acaba de terminar este mes las funciones de El viaje a Reims, y regresa el 7 y 9 de diciembre -también al Municipal- con la Novena Sinfonía de Mahler.

 

Debajo del piano del abuelo

Una segunda escena es familiar. Así lo cuenta Paolo: “Mi papá era fanático de la ópera, los conciertos, el ballet, los recitales de piano. Por el lado materno, el eje musical era mi abuelo, quien estudió piano desde los cinco años, pero finalmente se fue por el lado de las leyes. Nunca dejó de toca piano. Yo me ponía debajo del piano a escucharlo tocar. El piano de mi abuelo siempre sonó. A mi mamá, Marcela, siempre le gustó la ópera. Su hermana menor estudió piano, me acuerdo de eso porque la Clau es apenas seis años mayor que yo, nos criamos como hermanos. Entonces, el soundtrack de mi vida siempre fue la música clásica. No es que el gusto haya salido de la nada. Lo que sí fue inaudito es que fui el único que la siguió profesionalmente”.

Bortolameolli dirigiendo "El viaje a Reims" en el Teatro Municipal

Bortolameolli estudió 12 años piano. Primero con clases particulares; luego en el Conservatorio de la UC. “Aunque cuando entré allí, todos sabía que quería ser director de orquesta”, señala. De esa época recuerda una historia. Su tercera escena. “Fui muy porfiado en el Conservatorio, lo cual moldeó mucho mi personalidad. En mi caso se aplicaba absolutamente el que yo no tenía dedos para el piano, porque era hiperlaxo. Armar la mano, ponerla en posición, me costaba mucho trabajo. Eso hizo que tuviese que estudiar más, aplicar mucho más técnica, para tener dedos firmes".

"Otra porfía que recuerdo es cuando se abrió un concurso para tocar de solista con la Sinfónica de Chile. Mi profesora me dijo que interpretara Beethoven y yo le dije que quería Tchaikovski. Le pedí que me diera dos semanas, en las cuales ni dormí preparándome. Luego ella me dio el pase  y estudié todo el verano. Gané el concurso”.

 

Gracias primavera

El debut de Bortolameolli como director de orquesta en Chile fue en diciembre de 2013. Nada menos que con La consagración de la primavera, de Stravinski. Y en condiciones muy particulares. “El Teatro Municipal había sufrido un incendio dos semanas antes, así que me presenté con la Filarmónica en el Caupolicán. Una sola función. Fue impresionante, muy bonito. Fue después de casi dos años de conversaciones con Andrés Rodríguez, quien era director del Municipal en esa época. El concierto fue emocionante, era mi primera vez dirigiendo una orquesta tan importante, con un repertorio que yo amo, con una euforia del público increíble. Parecía concierto de rock”.

Dice, además, que fue un concierto que le cambió la vida. “Sí, porque de ahí se abrieron todas las puertas. Hasta ese 3 de diciembre nadie sabía quién era yo, y al otro empezaron las llamadas. A partir de ahí, en menos de un año debuté con todas las orquestas importantes de Chile”.

“El Teatro Municipal había sufrido un incendio dos semanas antes, así que me presenté con la Filarmónica en el Caupolicán. Una sola función. Fue impresionante, muy bonito"

Amor por Mahler

Se demora en reconocerlo. Se excusa, primero, diciendo que un músico pasa por muchos amores y todos intensos. Pero hay evidencia: dirige frecuentemente conciertos con obras de este compositor, reconoce que “me cuesta imaginarme un año sin hacer Mahler”. “Creo que es el favorito. Es el compositor más importante para mí en este momento”, se rinde. Lo escuchó por primera vez a los 15 años, en su discman, y no lo soltó más. “Me enamoré para siempre”.

No sorprende, entonces, que si debe elegir el que hasta ahora es su concierto más querido, la respuesta sea cuando estrenó en Chile la Octava de Mahler, en el Caupolicán, en enero pasado. Esa es la quinta escena que elige esta tarde: “Lo veníamos preparando seis meses, porque es monumental. Dos coros de adultos, uno de niños, ocho solistas, una orquesta de 140 músicos. En el Caupolicán ya no cabía un alfiler. Me acuerdo que estaba en el backstage, en mi camarín, y escuchaba la gente aplaudiendo. También cuando salieron los coros. Había euforia aún antes que tocáramos una nota".

"De repente se abren las puertas y salimos nosotros. Eso nunca más lo voy a sentir, no porque no sea no sea repetible desde un punto de vista musical, sino por lo que significó estrenar esta obra insigne en el repertorio. No hay nada que se le parezca. Demasiado conmovedor; fue el concierto de mi vida”, señala.

Y entrega un dato extra: su hijo, Andrea, cantó en el coro de niños. Su madre lo hizo en uno de los de adultos.  

 

LA, Dudamel (y Bradley Cooper)

Hasta mayo, cuando decidió dar un paso al costado para impulsar su vuelo propio, Bortolameolli llevaba seis años trabajado en la Filarmónica de Los Angeles, Estados Unidos, al lado del venezolano Gustavo Dudamel, uno de los más celebrados a nivel mundial. Dudamel es el director titular de esa orquesta; mientras el chileno fue, primero, su director asistente y luego director asociado.

Allí conoció a personalidades como John Williams, el famoso compositor de canciones de películas, “sencillo como un abuelito amoroso; cuando lo vi por primera vez me dieron ganas de echarme a llorar de emoción”, dice Bortolameolli. También compartió con Bradley Cooper, muy amigo de Dudamel y con quien se encontraban en el camarín y en los ensayos. Sobre todo en el tiempo en que el actor estaba preparando Maestro, su película inspirada en Leonard Bernstein.

“Pero si tuviese que llevar a una escena la esencia de lo que pasó en Los Ángeles, obviamente que tiene que ver con situaciones compartidas con Gustavo. Hay un momento que yo digo que cierra este círculo. Él me invitó a dirigir a Barcelona, como colegas. Compartíamos hasta el camarín. Recuerda estar los dos sentados allí en una mesa, viendo una partitura. Ya había amistad entre nosotros. Él me pregunta algo musical: ‘Paolo, ¿tú qué opinas de esto?”. Le respondo que yo lo estoy haciendo de una manera, pero que él puede hacer lo que quiera. Entonces me dice: ´No, porque esto lo estamos haciendo juntos’”.

"Si tuviese que llevar a una escena la esencia de lo que pasó en Los Ángeles, obviamente que tiene que ver con situaciones compartidas con Gustavo. Hay un momento que yo digo que cierra este círculo. Él me invitó a dirigir a Barcelona, como colegas. Compartíamos hasta el camarín"

 

La vida es un círculo

Pero hay una escena más. La séptima y última. Que tiene que ver con la primera, como si la vida girara en redondo. Porque también se trata de un niño de siete años emocionado hasta las lágrimas con la música.

Dice Paolo: “Mi hijo Andrea viaja mucho conmigo durante el año. Para mí la paternidad es algo muy importante. El año pasado me acompañó cuando hice el estreno de La Flauta Mágica en Barcelona. La primera obra que mi padre me llevó a mí a ver al Municipal. Mi hijo se emocionó como yo nunca lo había visto. Me fue a ver al camarín llorando. Me abrazó y me decía: ‘Papá, te salió precioso’. Yo estaba absolutamente conmocionado. Él estaba así a sus 7 años y me acordé de cuando yo tenía esa edad y Beethoven me destapó las emociones. Una cosa como metafísica me voló la cabeza. No dormí esa noche. Era demasiado hermoso”.

  Final de la ópera "El viaje a Reims", con Bortolameolli dirigiendo desde el escenario.

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