Click acá para ir directamente al contenido

Especial 50 años

Isabel Allende y su libro con recuerdos personales del 11: “Me cerré durante cincuenta años”

Isabel Allende y su libro con recuerdos personales del 11: “Me cerré durante cincuenta años”

La senadora, hija menor de Salvador Allende, recién publicó un libro donde por primera vez cuenta cómo vivió y sintió personalmente la semana del golpe militar en 1973. “Recordar duele”, reconoce en esta entrevista realizada en la misma casa donde, hace medio siglo, salió a acompañar a su padre a La Moneda. Durante décadas se negó a escribir estas memorias, en medio de una familia acostumbrada a guardar silencio y no hablar de ese tiempo. “Creo que fue un acto de protección, no sé si equivocado o no”, dice.

Por: Patricio De la Paz - foto: Verónica Ortíz | Publicado: Sábado 9 de septiembre de 2023 a las 21:00
  • T+
  • T-
Desde esta misma casa, ubicada en calle Guardia Vieja, a pocas cuadras de Providencia, Isabel Allende salió el martes 11 de septiembre de 1973,  a bordo de su Fiat 600. Aún no eran las 8 de la mañana. Poco antes la habían llamado desde la secretaría privada de la presidencia para decirle que había un intento de golpe y que su padre ya estaba en La Moneda.

Hoy, medio siglo después, la senadora PS está sentada en el comedor de esta residencia de dos pisos que fue por casi dos décadas el hogar familiar. Por el ventanal que da al jardín interior entra la luz clara de la 10 y media de la mañana. Ella vive aquí. Y tiene ganas de mirar hacia atrás.

Ocurre que la senadora Allende ha decidido abrir sus recuerdos personales de sus días pre y post Golpe militar. Recién apareció su libro 11 de septiembre, esa semana, donde cuenta por primera vez su bitácora íntima de esas siete jornadas que comienzan y terminan con un viaje.

Quiero dejar claro que se trata de un testimonio directo. O sea, aquí no hay una investigación en el sentido de una hipótesis, una tesis, un análisis político. Es lo que vi, lo que sentí y una que otra digresión que de repente surge”, explica.

El texto parte cuando ella regresa de un viaje a México junto a su madre, Tencha Bussi, el domingo 9 de septiembre de 1973 -el Presidente les había pedido ir allá para manifestar solidaridad después del terremoto de fines de agosto en Veracruz- y finaliza el sábado 15, cuando las dos -acompañadas por otros miembros de la familia- deben partir a ese mismo país, en un exilio que duraría 17 años.

Entre ese primer aterrizaje y ese nuevo despegue una semana después, se despliega lo que Isabel Allende rescata de su memoria: su preocupación el día previo al golpe, el bombardeo a La Moneda, su ruta en auto para llegar hasta allá, la última vez que vio a su padre, la noticia de su muerte, el llanto contenido junto a su hermana Tati.

- ¿Por qué escribir este libro?
- Voy a ser súper franca. Por muchos años, mucha gente me dijo “tienes que escribir”. Y por alguna razón que no acabo de entender, nunca quise. Recuerdo que mientras estaba exiliada en México, el obispo de Cuernavaca me decía: “Por favor, usted tiene que escribir”. Yo me negué. Una vez, incluso, (el periodista e historiador español) Mario Amorós me dijo que quería hacer una biografía mía. También le dije que no.

- ¿Qué la hizo romper esa negativa tan férrea?
- La editorial (Penguin Random House) me pidió ser una de las presentadoras de un libro de John Dinges (Los años del Cóndor) en el Museo de la Memoria (en marzo 2022). Luego me dijeron si yo estaría dispuesta a escribir. Dije que no, nuevamente. Me insistieron. Después me llamó Ricardo Solari, que es bastante amigo mío, para decirme que la directora editorial quería conocerme. Nos reunimos todos, incluida mi hija Marcia (Tambutti). Yo estaba muy reticente, pero reconozco que me agradó la flexibilidad que ofrecían: si yo no estaba de acuerdo, no se hacía; no había obligación de por medio.

Dije “bueno, tal vez es posible”. Yo fui grabando, después se hacía la transcripción y yo la revisaba. Así fue armándose. Y ahí intervino mi hija, quien vio una primera versión y me dijo: “No, todavía no te estás mostrando, estás escondiendo muchas cosas”. Fui zambulléndome más profundo. Me gustó que fuera concentrado en esa semana.

Isabel Allende cuenta que el papel de su hija siempre ha sido ése: lograr que la familia se abra, que cuente su historia, que no se guarden las cosas. “Ésa ha sido siempre la posición de Marcia, que se refleja muy bien en su película (Allende, mi abuelo Allende), donde hay una familia que siempre guardó silencio. A ella le costó mucho, fue como sacarle las capas a una cebolla, de a poquito, con cuidado”.

Cuando el libro ya estuvo terminado, la senadora se lo envió a su hermana mayor, Carmen Paz, quien le escribió de vuelta dos veces, muy emocionada. “Fue algo muy fuerte además, porque me di cuenta, bien impactada, de que nunca en 50 años nos habíamos sentado a conversar sobre esto”, precisa. 

- Se tardó medio siglo para escribir lo que vio y sintió la semana del Golpe... 
- Recordar duele. Creo que fue un acto de protección, no sé si equivocado o no. Tuvo que llegar Marcia para reclamar su derecho a saber para que esta familia se empezara a soltar de a poquito, porque todos nos fuimos para adentro, creo que queríamos evitar recordar, evitar más dolores. Fue una forma de defendernos, de protegernos. Pero no digas que me tardé 50 años, porque no es que hiciera este ejercicio durante ese tiempo, más bien me cerré durante 50 años. Vi la luz ahora.
 

“No hubo tiempo para la despedida”

Isabel Allende escribe que el día antes del Golpe fue a comer a la casa de sus padres en Tomás Moro. Allí le regaló al Chicho -como lo llamó desde pequeña- una chaqueta de verano que le trajo de México. Él se la probó en el baño, frente a un espejo, en presencia de ella. “Puede ser que la alcance a usar”, le dijo el Presidente. La hija se sintió sorprendida. “¿Tan mal estamos?”, le preguntó. El Presidente cambió de tema. 

Al día siguiente, el martes 11, recibió a las 7.20 a.m. ese llamado de alerta. Recuerda que amaneció nublado, que hacía frío. No dudó en irse a La Moneda. Manejando su Fiat 600, que le había terminado de pagar en cuotas a su padre.

“En un acto de ingenuidad armé una pequeña maleta donde puse una muda de ropa interior, un pantalón y un suéter. En ese momento pensé que ese intento de golpe podía durar, a lo mejor, un par de días, hasta que se aplacara todo, con el ‘Tanquetazo’ en la cabeza. Fue una reacción instintiva”, escribe en el libro. 

Nunca bajó la maleta del auto que dejó estacionado a pocas cuadras del palacio de gobierno. Cerca de las 9 de la mañana, fue la última persona en poder entrar a este edificio, donde ya estaban su hermana Tati, otras mujeres y varios colaboradores de su padre. 

- ¿Nunca dimensionó lo que iba a pasar ese día?
- No, pero no fui la única. Varias personas hablaban del golpe, pero nunca dimensionaron la profundidad, la brutalidad, la perversión que iba a haber detrás de eso.

- Se lo pregunto porque usted tenía acceso privilegiado al Presidente y a la información que podía manejar el gobierno.
- Si lo piensas bien, hasta mi padre temprano en La Moneda pregunta: “¿Cómo estará Pinochet?”. O sea, que hasta mi propio padre, que es un elemento que uno podría decir que no tuvo la capacidad de percibir la profundidad, pensó que Pinochet, que 24 horas antes juraba lealtad, iba a estar con él. Mucha gente todavía pensaba que había gente leal que iba portarse de manera leal.

Varias veces, por los bombardeos, a las mujeres que permanecían en La Moneda las bajaron al subsuelo. Isabel Allende dice que no recuerda la hora exacta, después de las 11 de la mañana, en que su padre decidió que todas debían abandonar el palacio de gobierno.

Todas lo hicieron, excepto una: su secretaria personal Miria Contreras, la Paya. “Fue la única mujer que permaneció en La Moneda. Ese gesto lo dice todo”, escribe en el libro, sin dar más detalles.

- En su libro cuenta su despedida con su padre, antes de salir por la puerta de Morandé 80. Es muy concisa: “Una despedida dolorosa en silencio”. ¿Eso fue todo?
- Eso fue todo, porque fue así. Habíamos sentido la tensión de que teníamos que irnos y nosotras decíamos que no. Hay un sentimiento muy particular y se te borra todo. Reconozco que es una cosa muy extraña, se te borra la familia, los hijos, el marido. Es querer estar ahí porque sientes una sensación de estar todos juntos, una lealtad. Para nosotras no fue fácil. Nos resistimos hasta que mi hermana Tati dice “ya no más”, porque mi padre que estaba muy claro, muy tranquilo, muy firme, empezó a angustiarse, siempre preocupado de las vidas de los demás. Entonces no hubo tiempo para la despedida. Ésa es la verdad. Y al mismo tiempo, ya sobraban las palabras. Sólo hubo un abrazo en silencio. Reconozco hasta hoy que no tenía claro que iba a ser la última vez que lo iba a ver.

- ¿En serio nunca pensó eso?
- Nunca. Así es como trabaja la mente. 

- Considerando eso, y sumado al detalle de esa maleta que preparó con una muda de ropa, ¿siente que, de alguna manera, fue ingenua?
- Creo que hay algo de ingenuidad, pero también es de autoprotección. Mira, nosotros sabíamos: mi padre, una persona consecuente en la vida, había dicho mil veces que no iba a abandonar La Moneda, que ése era su lugar. Sabíamos que ése iba a ser el final. Pero somos complejos los seres humanos, porque en el fondo no fue tanta ingenuidad, sino que había algo de negación. 
 

“Fue un dolor profundo, pero contenido”

- El mismo 11, escondidas con Tati en casa de una colega suya de la Biblioteca del Congreso, se enteran como a las 4 de la tarde de la muerte de Allende. Las llamó el médico Danilo Bartulín, quien permaneció con él en La Moneda. Pero él no fue muy claro respecto de la causa, ¿cierto?
- Sí, Danilo no fue tan claro. Dice: “El doctor está muerto”. 

- ¿Qué sintió usted?
- Nos dolió mucho, mucho, mucho. Nos abrazamos, hubo lágrimas con la Tati, pero todo muy contenido. No había ahí un lugar para estar solas, no había intimidad. Tati se contuvo tremendamente, era la más ligada a mi padre, trabajaba con él esos tres años. Fue un dolor muy profundo, pero absolutamente contenido. 


“Todos (en la familia) nos fuimos para adentro, creo que queríamos evitar recordar, evitar más dolores. Fue una forma de defendernos, de protegernos”.

- Entiendo que ustedes se convencieron muy tempranamente de que había sido un suicidio. En el libro cuenta que así se lo dijeron el miércoles 12, cuando se asiló en la embajada mexicana. 
- Sí, así lo dijo Oscar Soto en la embajada. Era amigo del Chicho y estuvo con él en La Moneda. Aunque ocurrió eso del 28 de septiembre en La Habana en un discurso de Fidel y la verdad es que hubo un momento de duda, luego de que una persona que se decía GAP, que yo creo que estaba trastornado, hizo una versión que no tenía ninguna base, pero que en ese momento no podíamos saber. Tampoco podíamos saber si efectivamente se envolvió en la bandera, si efectivamente entró (el general) Palacios y hubo los balazos que hubo. Entonces durante un pequeño periodo hubo una distorsión y momentos de duda. Pero finalmente nosotros sabíamos.

- ¿Entendió entonces y entiende ahora la decisión de su padre? 
- Completamente. Yo he dicho que lo considero un acto de dignidad y un ejemplo de consecuencia. Nunca voy a tener un problema con eso.
 

“Apostaba a nuestra propia responsabilidad”

El miércoles 12 de septiembre de 1973, Tati Allende -con siete meses de embarazo- se asiló en la embajada de Cuba junto a su marido cubano. Isabel lo hizo en la de México, sede diplomática a la que después llegarían su marido, sus dos hijos, su hermana Carmen Paz, su madre. 

La senadora recuerda que, fragilizada por los acontecimientos, lloró varias veces en esos días. Con su hermana Tati. También cuando se reencontró con Tencha, que había tenido que enterrar sola a su marido -sin siquiera poder verlo- en un cementerio en Viña del Mar. O cuando en la embajada vio a su hijo Gonzalo, de 8 años, quien le dijo que ya sabía que el abuelo estaba muerto. “Hasta hoy me pregunto cuánto puede marcar a un niño de esa edad aquella dolorosa experiencia”, escribe.

Toda la familia se pasea, de alguna manera, aunque sea como un esbozo, por este libro breve -de apenas 100 páginas- pero contundente. Salvador Allende, pese a su muerte hacia principios de esa semana en que se circunscribe el relato de su hija, tiene un rol protagónico, siempre presente en el texto. Incluso en recuerdos mucho antes del Golpe.

“Tencha no tenía mayor figuración porque todos los focos del mundo estaban concentrados en mi padre. Él era la figura, el protagonista. Nadie se imaginó la fuerza que tenía esta mujer y que empieza a emerger después del golpe”.
- Escribe que su padre era un gran conversador, con gran humanidad, con gran sentido del humor. ¿No le veía nada malo? Hasta los hijos más devotos ven cosas que no les gustan de sus padres…
- Realmente no. Quizás la única cosa que eché de menos es que estaba poco tiempo en vacación, en plan relajado. Por eso para mí en Algarrobo están los mejores momentos que recuerdo, porque ahí sí estaba relajado. Nos enseñó a nadar, a remar, teníamos que ir a ver las puestas de sol, había que saltar las rocas. Eran días maravillosos. 

Isabel Allende se queda pensando un momento. Su memoria ha encontrado algo más. “Hay un recuerdo de infancia en el que encuentro el único acto poco democrático suyo patente. Yo estudié toda la preparatoria en un colegio muy chiquitito, La Maisonnette, que era bien libre, suelto. Me encantaba, me sentía muy a gusto. Entonces de repente el Chicho decidió cambiarnos al Dunalastair, sin preguntarnos. Yo encontré que fue brutal, contrario a la libertad enorme que siempre nos daban. Me costó mucho perdonarlo”.

- ¿Por qué él habrá tomado esa decisión tan abrupta?
- Mi padre, que era un gran conversador, siempre tuvo un poco la sensación de que no lograba hablar fluidamente inglés. Estudió en el Instituto Nacional, después en Valparaíso. Entonces conversando con Benjamín Viel, que era un gran amigo y médico, quien veía a mi madre cuando caía con sus cuadros de tuberculosis, él le contó que su hija Cecilia estudiaba en este colegio inglés y laico. El Chicho pensó que por fin había encontrado el lugar donde podíamos ir. Yo estaba contenta en Algarrobo cuando nos dice: “Se vienen a Santiago porque entran a este colegio”.

- ¿Algun otro recuerdo de cosas que la sorprendieran?
- Cuando yo terminé el colegio estaba muy confundida, tenía nada claro qué quería hacer. Una sola vez, así a la pasada, el Chicho me dijo: “Podrías estudiar Leyes”. Ahora retrocedo en el tiempo y tendría que decir que me hubiese gustado que hubiera estado más presente al verme desorientada, decir: “A ver, sentémonos, ¿qué es lo que sientes? ¿qué te gustaría? ¿por qué no exploras esto?”. Pero no, porque en ese sistema extraño que tenía, como siempre estaba de campaña y esas cosas, apostaba a nuestra propia responsabilidad. 
 

“Estoy pensando en los vivos”

En el libro se describe la noche del sábado 15 de septiembre en que partieron hacia el aeropuerto, en medio de una ciudad en penumbras. El autobús en que iban la viuda, dos hijas y varios nietos de Allende era escoltado, como garantía de seguridad, por diplomáticos de varios países. Partieron a las 10 de la noche rumbo al aeropuerto de Pudahuel, donde iniciarían a la medianoche un vuelo con cuatro escalas hasta llegar a Ciudad de México.

“Todavía no me siento capaz de elegir las palabras para aquello que viví en esa semana. Me acuerdo de estar sentada en el avión con los niños, tratando de procesar lo que había ocurrido. Con tristeza, pena, contención, dudas…”, escribe Isabel Allende hacia el final del libro. 

"Yo fui grabando, después se hacía la transcripción y yo la revisaba. Así fue armándose. Y ahí intervino mi hija, quien vio una primera versión y me dijo: ‘No, todavía no te estás mostrando, estás escondiendo muchas cosas’. Fui zambulléndome más profundo”.
En la entrevista en su casa, sentada en el comedor, profundiza en eso: “Fue un shock tan brutal. No sé, es que no hay palabras para describir... Es como si te hubieran metido a una juguera al máximo, la velocidad te revuelve y sale lo que sale”.

- En su libro reconoce varias veces el dolor que sintió esa semana. ¿Cómo éste ha ido mutando durante las décadas siguientes?
- Como toda la gente que ha perdido a alguien, llega un momento que vives con esa pérdida. Es parte de tu vida; es como que uno se acomoda la carga y sigue viviendo. Es parte también de sobrevivir. Por otro lado, tú pierdes a tu padre, es dolor, pero también ganas tanto cariño de afuera, tanta solidaridad, tanto reconocimiento, y él se transforma en un referente universal en todos lados. 

- Tras sumergirse profundamente en esos días del Golpe, ¿hay cosas que hizo entonces y que haría distinto si las viviera de nuevo?
-No, en absoluto. Es más, voy a decir algo que puede sonar un poquito pretencioso, no sé si es ésa la palabra, pero tengo que reconocerlo. Entre las tres hermanas, Tati siempre fue nuestra líder, de carácter fuerte. Tomaba una decisión y nosotras nos plegábamos. Siempre fue así. Y sin embargo hay dos hechos que me dejan sorprendida de mí misma. Uno es cuando llego a La Moneda y Tati me dice que me tenía que ir y yo le dije que no. Primer acto de rebeldía. Y el segundo es cuando, horas después, se me ocurre parar el auto en que íbamos por Providencia y todas nos bajamos, aunque me miraron con cara de que me había vuelto loca. Son dos gestos de una fuerza, de una autonomía, que ni yo me esperaba. Me salieron de adentro. Las circunstancias te obligan a eso. A partir de ahí me transformé en una especie de voz pública.

- Me decía que está contenta con su libro. Que su hermana Carmen Paz se emocionó. Que le gustaría dejárselo a las nuevas generaciones de la familia. ¿Le hubiera gustado compartirlo con Tencha o con Tati?
- No, ya no fue. 

- ¿Más bien está pensando en los vivos?
- Estoy pensando en los vivos. 

- Siempre ha dicho que fue muy cercana a su madre.
- Sí. Muy cercana.

- ¿Cuánto siente que cambió la relación entre ustedes dos después del Golpe?
- La diferencia es que tuvimos más tiempo para convivir con Tencha. Pasamos mucho más tiempo juntas que antes. Hicimos muchos viajes juntas (para actos de solidaridad en el extranjero) y en México también compartimos mucho. Y ocurre algo interesante: antes, Tencha no tenía mayor figuración porque todos los focos del mundo estaban concentrados en mi padre. Él era la figura, él era el protagonista. Nadie se imaginó la fuerza que tenía esta mujer y que empieza a emerger después del Golpe. Con el foco sobre ella.


“En lugar de madurar, hemos ido retrocediendo”
- ¿Cuál es el espíritu que como país deberíamos tener a propósito de los 50 años?
- A mí me ha dolido mucho estos 50 años, sentir que en lugar de madurar hemos ido retrocediendo. Lo que pretendía el Presidente Boric era muy justo y estoy muy de acuerdo: que todas las fuerzas políticas, sin excepción, fuéramos capaces de firmar un documento reafirmando la democracia; que nada, bajo ninguna circunstancia, condición, crisis política, justifica quebrar la democracia. Ése es para mí el Nunca Más. Me duele que no haya habido esa capacidad.
"A mí me ha dolido mucho estos 50 años, sentir que en lugar de madurar hemos ido retrocediendo".
- ¿Le deja un sabor amargo?
- Me deja un sabor un poco amargo, sí. Pero también hay brotes bonitos. Fue muy importante lo que hizo la Marina, haber llevado a Dawson a los nietos, a los hijos (de los detenidos en esa isla). Me leí la introducción del libro del ex comandante del Ejército que salió ahora (Un Ejército de todos, de Ricardo Martínez) y me impactó. Me parece muy bien lo que dice: deleznables el asesinato de dos ex comandantes en jefe del Ejército y la violación de derechos humanos sin justificación.

- Recién se lanzó el Plan Nacional de Búsqueda de Detenidos Desaparecidos. A su juicio, ¿es algo simbólico o hay posibilidades reales de cumplir su objetivo?
- No creo necesariamente que va a contribuir a lo mejor a encontrar algunas verdades que todavía no se encuentran, pero no importa; el valor a mi modo de ver es que es la primera vez históricamente que el Estado dice “nosotros somos los responsables”. Hasta ahora han sido los familiares de las víctimas quienes han tenido que luchar por la verdad todos los años, toda su vida. Le pasó desde la familia Prats o Tohá hasta la familia campesina de Paine. En cambio aquí es primera vez que el Estado dice “nosotros somos responsables, nosotros tenemos que asumir esta responsabilidad, nosotros tenemos que tratar de ayudar a cada una de esas víctimas”. Eso es muy potente.

Roberto Fantuzzi: “Los trabajadores se tomaron la fábrica y mi hermano Ángel se quedó adentro, secuestrado”

Las empresas Aluminios y Enlozados Fantuzzi y Aluminios El Mono, ambas en el cordón industrial Maipú Cerrillos, fueron intervenidas en la Unidad Popular. Tras el Golpe, cuenta el empresario y ex dirigente gremial Roberto Fantuzzi, hoy de 80 años, “los de la Aviación, que estaban a cargo, nos preguntaron si queríamos que algún trabajador no entrara, les dijimos ‘que entren todos no más’. Y entraron todos, no echamos a nadie”.

11 de septiembre: 11 voces reconstruyen las horas alrededor del golpe de Estado

Carlos Ominami, Mariana Aylwin, Moy de Tohá, Martín Costabal, Luis Maira, Hermógenes Pérez de Arce, Claudio Sánchez, Patricia Arancibia, Jorge Awad, Máximo Pacheco y Eduardo Labarca rememoraron para DF MAS cómo vivieron, hora a hora, el día del golpe de Estado. También las jornadas previas y las posteriores a este evento.

SIGUIENTE »
« ANTERIOR