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La Pequeña Caracas de Estación Central: La vida después de las elecciones en Venezuela

La Pequeña Caracas de Estación Central: La vida después de las elecciones en Venezuela

En este barrio de ocho cuadras viven más de 28.000 personas, la mayoría inmigrantes venezolanos, de entre 20 y 35 años. “Estamos decepcionados. Lo que una más quiere es regresar a su casa”, reconoce María Vera, oriunda de Mérida, mientras atiende en su negocio.

Por: Juan Pablo Escobar | Publicado: Sábado 3 de agosto de 2024 a las 21:00
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“Yo le llamo el ‘podrido’, porque, cuando lo ‘maduro’ lleva tiempo así, se pudre”, dice una mujer venezolana sobre Nicolás Maduro, mientras camina por la vereda sur de la calle Conde del Maule, en la comuna de Estación Central.

Han pasado sólo unos días después de la polémica elección presidencial en Venezuela, en la que Nicolás Maduro fue proclamado ganador por el Consejo Nacional Electoral (CNE) -organismo controlado por el chavismo- por 51,2% de los votos frente al 44,2% del opositor Edmundo González en un proceso electoral que ha sido cuestionado y acusado de fraude a nivel local e internacional.

Esta situación ha dejado desolada a gran parte de los venezolanos que residen como inmigrantes en Santiago, muchos de los cuales viven en la llamada Pequeña Caracas de Estación Central: un sector de ocho cuadras al norte de la Avenida Libertador Bernardo O’Higgins, entre General Velázquez y Las Rejas, donde cerca de la mitad de la población es venezolana. 

Al caminar por el sector difícilmente se encuentra a un chileno. De inmediato sorprende la densidad de habitantes. Sólo entre las calles Toro Mazotte y Conde del Maule -los dos ejes principales de la zona- viven más de 28 mil personas, según datos de la Municipalidad de Estación Central.

Raquel Molinari, venezolana que reside en la comuna desde hace seis años, aporta más datos: la mayoría de los inmigrantes aquí tiene entre 20 y 35 años -ella calcula que un 60% está en ese rango- y la mitad trabaja de vendedor independiente en la calle. “La mayoría vive en edificios”, agrega. 

Es en este barrio inmigrante, donde la mujer llama “podrido” a Maduro. 

“Fue como la muerte de un ser querido”

Saliendo de la estación de metro San Alberto Hurtado, Línea 1, se encuentra inmediatamente la calle Toro Mazotte. Frente al edificio con el número 4103 -igual de inmenso y gris que muchos otros en la zona- hay, por lo menos, seis comercios ambulantes: dos puestos donde venden “empanadas venezolanas”; uno ofrece vegetales como cebollas, tomates y ajos; otro vende artículos electrónicos como cargadores de celular; hay un food truck negro que ofrece hamburguesas y papas fritas; y un puesto vende plátanos a $ 1.500 el kilo. 

En una de esas tiendas comerciales, David -un caraqueño que pidió no dar su apellido- se frota la mejilla con la mano. “Fue como la muerte de un ser querido. Es un sentimiento inexplicable. Esperable, pero no de esa manera. Sabíamos que Maduro no iba a soltar el poder, pero no de forma tan drástica”, comenta.  Y añade: “No tiene un pueblo que lo acompañe. De los cinco millones que supuestamente votaron por él, nadie fue a visitarlo. Nadie”. 

Una vecina entra al almacén abrigada con una parka negra. 

- ¿Cómo está, David?, pregunta animosamente.

- Bien... -responde David, con cara de desánimo. 

- ¡Pero confíe! Hay que tener fe de que esto no quedará así. 

Al salir la vecina de la tienda con una bolsa de productos variados, David se dispone a ver un video en su celular sobre la situación en Venezuela: “Aquí en el barrio hay muchas personas desconsoladas. A fin de cuenta, uno se tiene que ir de allí por la pobreza, la desidia y la desesperación”.  

La vereda del exterior de Toro Mazotte que colinda con la tienda, además de comercio ambulante está llena de papeles, cartones, botellas vacías, bolsas de plástico y comida, cuyo conjunto emana un hedor a sofrito implacable que se mantiene en gran parte del sector. El piso, originalmente de color ocre, está casi negro. La culpa es de la acumulación de noches enteras donde cocinas patiperras y sus desechos se ponen a disposición de los transeúntes.  

De los más de 700 mil inmigrantes venezolanos que residen en Chile, sólo 2.659 estaban habilitados para sufragar en los comicios del domingo pasado.

Pasada la calle Conde del Maule hacia el norte -y tras unas barberías, un restorán peruano y la parte trasera de un gran supermercado Líder, cerca de la esquina que une a Coronel Godoy con la Avenida Ecuador-, hay una concatenación de tiendas. Una de ellas se llama Merk Express. Allí, María Vera, una joven venezolana oriunda de Mérida, ordena unos chips para celular. “Fue un completo robo (la reelección de Maduro). Hay pruebas, y está más que claro”, dice.  “Estamos decepcionados. Lo que una más quiere es regresar a su casa...”, añade Vera mientras ordena una caja de snacks para la tienda. 

De fondo se escucha Culpables, de Manuel Turizo. Vera expresa su deseo de que se haga justicia: “No pude tener una adolescencia normal. Una conoce la Venezuela de antes -del chavismo- por los padres y abuelos. Y lo único que hace Maduro es poner tacos para no darle la oportunidad a la gente que quiere votar en contra de él”.  

De los más de 700 mil inmigrantes venezolanos que residen en Chile, sólo 2.659 estaban habilitados para sufragar en los comicios del domingo pasado. Para votar, los residentes debían tener los documentos al día, algo complicado de obtener debido a que muchos de ellos llevan años lejos de Venezuela. 

Es el caso de Alcides León, venezolano de Maracay que lleva en Chile siete años. “Lo de la inscripción para votar fue un tongo. Me pusieron bastantes problemas y trabas en el proceso: pasaporte y cédula de identidad vigentes, y eso la mayoría no lo tiene. Estaba a vista de todo el mundo que esto es un fraude”, asegura el dueño del local Picadas Venezolanas en la calle Coronel Godoy, antes de la intersección con Conde del Maule. 

Vera agrega que el hecho de que Maduro haya exigido la salida de diplomáticos de y desde siete países -entre ellos Chile- por las críticas al proceso electoral, “es una vergüenza y una falta de respeto por parte de él, porque sabe que ganó con trampa”

 “Deptos disponibles”

Mientras en la vereda de Conde del Maule corre un viento que despeja las hojas secas que se han caído en el invierno, en la lejanía se pueden observar una variedad de anuncios que indican “deptos. disponibles” en los edificios grises que llenan la Pequeña Caracas. Gran parte de estos inmuebles  luego son subarrendados, lo que genera situaciones de hacinamiento: se ofrecen pisos pequeños a grupos densos de personas. Los precios en las cercanías del metro San Alberto Hurtado parten desde $ 150.000, según Portal Inmobiliario, para departamentos de entre una y tres habitaciones.  

Pese a esto, se estima que cerca de 40% de los departamentos de Estación Central están deshabitados, según la corredora Oliveros Propiedades, debido a los fuertes ruidos, olores, comercios ambulantes y la delincuencia que rodea al lugar. 

“Han robado mucho”, comenta Alcides León. “Es que ha llegado de todo aquí. La mayoría de estos gallos venezolanos que han llegado a robar son delincuentes que el gobierno en Venezuela deja salir de las cárceles”, agrega. 

Según el sistema STOP de Carabineros, el Cuadrante 193, donde está gran parte de la Pequeña Caracas y otros barrios hacia el norte, lleva 672 casos policiales hasta la semana 29 de 2024. Sin embargo, a la misma fecha del 2023, sumaban 773. El incremento en el flujo de agentes policiales es algo que se refleja también en las cifras STOP: en este año se han efectuado 129 detenciones mientras que a la misma fecha del año pasado, llevaban sólo 70. 

De vuelta en Merk Express, en Conde del Maule -entre las calles Placilla y Concón- se ven palomas y perros callejeros buscando restos de comida. Por allí, el venezolano Carlos Lozano vende frutas y vegetales, desde plátanos, mandarinas, frutillas, manzanas y sandías, hasta cebollas, ajos, tomates, paltas y papas. “La cosa no está nada fácil. Seguimos en dictadura. Y uno siente rabia...”, dice, y se sienta en un taburete de plástico al lado de su puesto en la calle.  

Mientras le vende a un joven de capucha rosada y pantalones cortos blancos dos kilos de papas, se acerca Carmen Bordones, proveniente de la localidad de Yagua. “Esto no se quedará así, éste no es el final”, dice ella, junto con saludar de abrazo a Lozano.

Abandono

Desde que se emitieron los resultados oficiales de la CNE venezolana, en Caracas, al igual que en otras ciudades de Venezuela, han estallado protestas en contra del gobierno. En el transcurso de estas movilizaciones se han derribado -al menos- cinco estatuas del expresidente Hugo Chávez, mientras que, hasta el cierre de esta edición, se ha notificado la muerte de al menos 16 personas y la detención de 749. 

“Los que le disparan al pueblo (se refiere a la Guardia Civil, encargada de “controlar” a las protestas) son delincuentes”, acusa Bordones mientras le habla a Lozano. “El gobierno -añade- deja libres a delincuentes y les ponen uniformes de la Guardia Civil”. Bordones, vestida con polerón negro, explica que ella es profesora y ex militar en retiro de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. 

Lozano, después de un rato, vuelve a sentarse en su taburete. De fondo, por Conde del Maule, han pasado tres patrullas de Carabineros en un periodo de 10 minutos. “Ojalá que Edmundo González no nos abandone como (Henrique) Capriles o (Juan) Guaidó”, dice el vendedor callejero. 

En la Pequeña Caracas, a 4.900 kilómetros de la ciudad homónima, algunos de los residentes venezolanos viven lo que ocurre allí con decepción y tristeza, mientras que otros lo hacen con esperanza y fe. “No sé qué sentir ya. Venezuela está horrible. Supuestamente esta vez daría algo, un resultado. Pero ver cómo se repite la historia una y otra vez, simplemente me deja sin saber qué pensar”, dice Vera, mientras sigue atendiendo en el local Merk Express.

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