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Las ollas comunes que persisten para combatir el hambre
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Partió sola, en abril del año pasado, cuando veía que la cosa venía mal. Ivette Fuentes (27 años) cuenta que en la cocina de su casa y en una olla grande empezó a hacer una olla común para los vecinos del campamento Los Areneros, ubicado al final de Puente Alto, al borde del Río Maipo. “Con esto del Covid se veía que la cosa se iba a poner fea”, dice. Primero fueron 70 raciones diarias que hacía ella misma. Hoy ya entregan 300 cada día, solo acompañada por su madre, Silvia Alarcón, de 52 años.
“Las guerreras” se llama la olla común, una de las más de 30 que hay en Puente Alto. Allí, en el frontis de su casa improvisaron un lugar de entrega de alimentos: protegidos por un plástico que tiene un rectángulo como si fuera una ventana para minimizar el riesgo de contagio, entregan uno a uno los platos de comida o llenan las ollas que trae cada familia para alimentar a los suyos. Aunque avanza la pandemia y hay visos de algo más de normalidad, en la olla común que dirigen Silvia e Ivette no se nota la caída de los números.
“Cerraron otro comedor que estaba más abajo y se vino la gente para acá. También recibimos a la gente en situación de calle y hasta de la población de más arriba que no es toma. Aquí la cosa se ha puesto fea y no hay trabajo o el que hay no alcanza para pagar todo y comer”, cuentan. Además, los que han recibido ayudas estatales o retiros de ahorros previsionales, han aportado a la olla común para que sigan cocinando día tras día.
El problema se ha agudizado con dos grupos nuevos que han sobrepoblado el campamento: las personas que no pudieron seguir pagando arriendos y llegaron a tomarse un espacio; y la ola migrante que quedó sin trabajo por las extendidas cuarentenas que afectaron a la comuna.
“Aquí no se le niega la comida a nadie. Nos ayudamos todos”, dice convencida Silvia.
La historia de esta familia no ha sido fácil. A mediados de los años ‘90, Silvia obtuvo un subsidio para un departamento en Bajos de Mena, en el sector San Miguel 4. Pero tuvo que arrancar. “Un día le pusieron un cuchillo en el cuello a mi hijo y ahí dije no, no más y arranqué con lo que tenía para acá”, señala. Ahora, 190 familias, de las casi 300 que viven en el campamento, lograron un subsidio para una casa en Puente Alto. Ivette fue una de las beneficiarias. Está esperanzada en que ella y sus tres hijos puedan tener un mejor pasar, algo más cómodos y abrigados, cuando entreguen la casa que tiene fecha para fines de 2022.
Es martes, y a eso de las 10:00 como todos los días empezaron a cocinar. El menú de hoy son tallarines con salsa de tomates y vienesas. 30 kilos de pasta, seis paquetes de vienesas, seis kilos de salsa, zanahorias, cilantro y cebolla. Todo hecho por ellas mismas en base a donaciones de los mismos vecinos, de la Municipalidad y de personas que aportan con lo que pueden. Ahora, al menos tienen dos ollas enormes que revuelven con unas cucharas de palo y una especie de bate de madera para preparar el almuerzo. El municipio les entregó un fogón grande y les da el gas licuado.
Los niños son otra preocupación. Hay cerca de 80 menores en el sector, los que han estado aburridos, con poco espacio para jugar y casi sin clases porque no existe el internet domiciliario y a veces la señal del teléfono celular decae; han pasado los días desde abril del año pasado en los pocos metros cuadrados que tienen. Así y todo igual les celebraron la Navidad y se preparan para este Día del Niño. Al menos con tenerle una bolsa de dulces a cada uno les basta.
Con la escuela del sector cerrada, no hay almuerzos y la Junaeb manda unas cajas de provisiones que no duran más de una semana. Muchos de los apoderados donan los alimentos no perecibles para la olla común del campamento, a la que luego van a buscar sus raciones de comida preparada. A algunos además se las guardan para más tarde si es que tienen que salir a hacer algún trámite o les sale algún trabajo por el día.
Se acercan las 13 horas, la segunda olla de tallarines ya está casi lista. Silvia e Ivette se preparan para alimentar a sus vecinos.
De 240 a 120 raciones
En Temuco, donde Angélica Ríos dirige la olla común llamada Las Pobladoras del Progreso, dice que, al menos, los números han disminuido. Si el año pasado eran 240 personas que iban a buscar su ración diaria de comida, ahora están repartiendo 120 porciones. “Es bueno que hayan empezado a bajar. Aquí la gente tenía hambre, para muchos la ollita común era la única comida que tenían en el día”, cuenta al otro lado del teléfono.
La idea de la olla común, agrega, partió cuando en marzo del año pasado vio que el virus venía en serio y el gobierno ordenaba cerrar todo el comercio no esencial. “Con siete amigas armamos aquí en mi casa un comedor solidario y empezamos a ayudar a los vecinos sin pega y después supo más gente y vinieron a ayudar”, cuenta.
Es que si La Araucanía ya es la región más pobre de Chile, con la pandemia, la cesantía y la quiebra de varias pymes y empresas locales, la crisis se agudizó, agrega Ríos. “Venían de otras partes y no solo de la población y en un momento llegamos a entregar 240 raciones, había filas enormes de gente pidiendo un plato de comida. Y le pusimos todo el empeño y lo logramos”; apunta.
Hoy, con varios vecinos que han logrado encontrar trabajo y que han recibido bonos estatales, ha bajado la presión de la olla común, pero así y todo igual siguen llegando día tras día. “No a todos les llega el 10% por ejemplo o con el bono IFE les alcanza para puro pagar arriendo. Así que vamos a seguir mientras podamos no más”, dice.
Al igual que en Puente Alto, se preparan para el Día del Niño. “Ellos no tienen la culpa de nada, así que nos estamos moviendo para que la gente nos coopere con algún regalo, usado y en buen estado para regalarlo”. Para el día de la mamá, por ejemplo, lograron entregar un chocolate a cada una de las madres de la población y hasta consiguieron traer un grupo de mariachis, que entonaron sus mejores éxitos.
“Ese día fue una fiesta. Como que nos olvidamos por un ratito de la pobreza, de la pandemia. Fue muy emocionante,” concluye Angélica.
ONU: 132 millones de personas con hambre en el mundo
En mayo del año pasado, una proyección lumínica en la Torre Telefónica descolocó a varios. “Hambre” era la palabra que se podía ver en el icónico edificio. Y las cifras hablan de que efectivamente la pandemia produjo una crisis alimentaria en las familias más vulnerables de Chile.
Un reporte de cuatro agencias de la ONU de julio de este año advierte que en el mundo, cerca de 690 millones de personas padecen hambre, el 8,9% de la población global. En Latinoamérica serían más de 47 millones de personas; en Chile, la inseguridad alimentaria alcanza a 15,6% de la población. Eso se traduce en que 2,9 millones de personas tienen algún tipo de inseguridad alimentaria (moderada o severa) y que actualmente un 3,8% de la población (700 mil personas) padece inseguridad alimentaria severa. O derechamente, hambre.
Además, esos números aún no reflejan completamente el impacto de la pandemia por Covid-19. A nivel global, el estudio estima que entre 83 y 132 millones de personas más padecerán hambre solo por los efectos sociales derivados de la pandemia.
El informe identifica en Chile una prevalencia del sobrepeso en menores de cinco años de 9,3%, cifra por sobre el promedio regional de 7,5%; una prevalencia de la desnutrición total en la población de 3,5%; y una prevalencia de anemia en mujeres en edad reproductiva (15-49 años) del 15%.
“Aunque todavía no es posible mapear completamente el impacto de la pandemia, el hambre en Chile aumentó en 2020, bajo la sombra de la pandemia, pasando de 3,1% en 2004-2006 a 3,4% en 2018-2020. Son alrededor de 600 mil personas en Chile que no logran acceder a suficientes alimentos para satisfacer sus necesidades nutricionales diarias y mantener una vida normal, activa y saludable”, explica a DFMAS Israel Ríos, oficial de Nutrición para Mesoamérica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La persistencia de las desigualdades socioeconómicas, apunta el experto, “amplifica la necesidad de cambios en los sistemas alimentarios para proporcionar a las poblaciones vulnerables e históricamente marginadas, como las mujeres y los pueblos indígenas, mayor acceso a recursos productivos, tecnología, datos e innovación para empoderarlos y que se conviertan en agentes de cambio hacia sistemas alimentarios más sostenibles”.
Es que además, alimentarse saludablemente es caro. “En 2019, el alto costo de las dietas saludables y la persistencia en los altos niveles de desigualdad de ingresos puso a estas dietas fuera del alcance de alrededor de 68 millones de personas (17%) en Sudamérica, especialmente a los pobres. Particularmente en Chile, una dieta saludable es cinco veces más cara que una dieta que solo satisface las necesidades energéticas”.
Si usted desea ayudar a la ollas comunes de Puente Alto, puede llamar a Ivette Fuentes al celular 967580807 y Angelica Rios, de Temuco, al 961659530.