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La cultura de la cancelación nos vuelve tontos
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Una carta publicada por la revista Harper's y firmada por 150 intelectuales como Noam Chomsky, J.K. Rowling y Salman Rushdie, incendió el debate sobre la "cultura de la cancelación". Es decir, la censura a los que piensan distinto y la dictadura de lo "políticamente correcto".
La "cultura de la cancelación", hija del moralismo puritano americano, conlleva una autoimpuesta superioridad moral y prohíbe la participación pública de cualquier persona acusada de decir o hacer algo ofensivo.
Se anula la diversidad ante la manera "correcta" de ser y pensar. Y quienes se atrevan a cuestionarla, sufren de la inquisición. Ya no se puede quemar vivos a brujas y herejes, pero los "dueños de la verdad" sí anulan a los heterodoxos. Esto implica la cancelación de la curiosidad y del pensamiento crítico. El castigo por cuestionar.
Ser "cancelado" no solo implica perder la validez social y profesional, sino que incluso el ostracismo, un miedo atávico del ser humano. Su sombra de muerte hace que prefiramos el silencio antes que perder nuestros vínculos sociales.
Parte fundamental del ser humano es la capacidad de entender el mundo a través de historias. George Green, creador de la plataforma de narrativa personal 'The Moth', afirma que un buen narrador se conecta con la audiencia mediante la exposición de sus vulnerabilidades y faltas. Los 'canceladores' hacen lo opuesto: se enfocan en los errores de los otros y no en los propios.
Para enfrentar las crisis globales debemos sumar a los más diversos y creativos cerebros. Lamentablemente, hoy ocurre lo contrario. Deborah Mashek, directora del Heterox Academy (colaboración de 4.000 académicos para aumentar el nivel de educación a través de la diversidad de puntos de vista) afirma que estudiantes y profesores prefieren sacrificar su propio aprendizaje antes que decir algo equivocado y ser "cancelados". La cultura de miedo nos vuelve más tontos.
En el juego, los animales toman riesgos y saben que, al correr los límites, cometerán errores. Cuando eso ocurre, piden perdón, se ajustan y siguen jugando.
La "cultura de la cancelación", en cambio, sentencia que no hay espacio para errores ni para mover fronteras. Este modo inquisidor constriñe el pensamiento y las acciones aceptables, y en consecuencia, el rango de respuestas creativas y soluciones adaptativas al mundo cambiante. Las futuras generaciones se preguntaran por qué fuimos tan tontos, inmaduros e incapaces de tener desacuerdos constructivos. Hoy necesitamos menos cancelación y más humildad; menos ostracismo y más curiosidad.