Opinión
Alejandra Jorquera: "Muchos de quienes votamos por Gabriel Boric reconocemos varias hendiduras en el ánimo"
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“No hay piedad en la decepción”, decía uno de los protagonistas de Zero Zero Zero, una serie italiana que se exhibió años atrás en alguna de las plataformas existentes. La trama la recuerdo en grueso, sin embargo, esa sentencia irrebatible me sigue pareciendo un enunciado imposible de olvidar. Efectivamente, el desencanto es inclemente, es de esas emociones que no entran en batalla porque se les agotaron las agarraderas de la voluntad después de numerosos intentos.
Muchos de quienes votamos por Gabriel Boric y su programa de gobierno reconocemos varias hendiduras en el ánimo y una pila de preguntas sin respuestas, porque no ha existido un relato claro, una narrativa que vaya explicando que los cambios en el discurso no siempre significan claudicación y que cuando gobiernas administras la realidad, haciendo concesiones que no venían en el libreto original, porque construir gobernabilidad exige compatibilizar bien la eficacia con la legitimidad, dos virtudes que a veces parecen entrar en colisión.
¿Nos ha dolido? sí, y no poco. ¿Nos hemos sorprendido? sin duda; ¿se han sorprendido de sí mismos quienes nos gobiernan? apostaría -rogaría- que también. Hasta aquí todo resulta entendible, incluyendo el desaliento entre quienes esperaban una novedad que hasta ahora no ha arribado a puerto.
Los santos inocentes no existen
Lo que cuesta concebir, no obstante, es que sea la oposición quien reproche hoy lo que alabó en otros antes: que un gobernante tenga la capacidad de reconocer sus errores, esté dispuesto a llegar a acuerdos que son necesarios, girando incluso sobre la cuenta anímica de sus adeptos.
La oposición tiene muchos derechos, salvo uno: la desilusión. No es posible desencantarse de algo en lo que nunca se creyó. La derecha y el resto del extraño arco que se reconoce contrario al gobierno de Gabriel Boric, arremete como un coro de niños taimados porque aquellos a los que han acusado de adolescentes han empezado a actuar como adultos, un tuteo que no aceptan porque no están dispuestos a asumirlos como tales.
Entonces avanzan un paso más y exigen sumisión. Lo hacen como si fueran arcángeles sin huellas digitales, olvidando la traza de desastres que dejaron cuando fueron gobierno y que ha tenido en estos días la síntesis más nítida de lo que fueron cuando estuvieron en el poder: Sebastián Piñera declarando como imputado por crímenes de lesa humanidad. Un expresidente que minó brutalmente la institucionalidad y trizó la confianza, uno de los vínculos intangibles que sostienen a una sociedad.
No existen los santos inocentes, ni los parapetados abandonan sus trincheras una mañana cualquiera porque sí. ¿Qué nos queda? nos quedan los badajos que hay que hacer sonar cuando creemos que todo se desbarranca y hartas suelas de zapatos que gastar para no andar de rodillas. Nos quedan siempre las letras de Georges Brassens: “Muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta”. A pesar de estar exánimes, a pesar, también, de que no exista piedad en la decepción.