Opinión
J.J. Jinks: "Cuesta entender el desgano con que el actual gobierno ha encarado la actividad cultural"
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Muchas cosas han cambiado y pueden cambiar, cambia todo cambia dice la canción, pero el que la cultura y las artes es patrimonio casi absoluto de la izquierda planetaria es una verdad inmutable. No es raro que así sea, después de todo el genio creativo estará siempre más cerca de la revolución y de romper con los paradigmas establecidos que con la fomedad de orden, patria y capitalismo que empujan las derechas.
El Estado es un ente articulador y alimentador de buena parte de la actividad cultural, por lo que todo lo que sea focalización o privilegiar aquellas actividades que sean cuantificables se aleja del ethos del artista y por tanto se hace dificultoso realizar la actividad desde ahí.
Prueba de ello son los escasos exponentes que han pasado por el trance de la conversión, la cual inexorablemente ha acarreado altos costos personales. Un caso emblemático es el escritor peruano Mario Vargas Llosa, quien ya hace algunas décadas se transformó en un ícono del liberalismo rompiendo con su historia ligada a la izquierda latinoamericana.
Gratis no le ha salido, si bien todos le reconocen como un gran escritor y uno de los artífices del Boom Latinoamericano junto a García Márquez, Carlos Fuentes y otros, la interlocución con la intelligentsia nunca volvió a ser la misma. Hay respeto, pero de lejitos. Fiesta no le ha faltado a Mario, pues la derecha se ha encargado de llevarlo a cuanto seminario, coloquio, conversatorio sea posible, después de todo no son muchos los Premios Nobel en Literatura que estén a ese lado del río.
En el ámbito cultural no basta con no ser de derecha, eso es un desde, sino que hay aportar visiblemente a la causa. El silencio que se prestaba a interpretaciones de Nicanor Parra durante los años de la Unidad Popular, tiempos donde el campo artístico se encontraba volcado en el esfuerzo revolucionario, fue siempre mirado con sospecha frente a un posible disidente.
Como a Parra le gustaba tocar la oreja ya había dado razones para irritar al mundo progresista con su famoso té con Mrs. Nixon en la Casa Blanca en plena guerra de Vietnam. “Cuba sí, yanquis también” decía uno de los artefactos parrianos en 1972. No son pocos los que creen que estas provocaciones fueron claves para que Nicanor no obtuviese el tercer Nobel para las letras chilenas.
Si el rancho es tuyo, la naturaleza humana indica que uno tiende a cuidarlo con mayor ahínco. Por esto cuesta entender el desgano con que el actual gobierno ha encarado la actividad cultural. Luego del bochorno que significó el rechazo del convite a Chile como invitado de honor a la Feria del Libro del Frankfurt y los dimes y diretes entre el entonces Ministro de Cultura y el propio Presidente, uno pensaba que había sido sólo un desgraciado traspié.
Esta semana salió a la luz que Chile no va a poder utilizar el tradicional pabellón en la Bienal de Venecia, cumbre de las artes visuales, sino otro que se encuentra alejado del flujo público, interrumpiendo con ello una política de Estado seguida por los gobiernos de Bachelet y Piñera. Esto ha traído la renuncia de una serie de artistas preseleccionados, Patrick Hamilton entre ellos, molestos por el despelote con que se ha administrado la situación.
El librero y poeta Sergio Parra, uno de los también preseleccionados a la Bienal, ha señalado que el Ministerio de las Culturas habría olvidado pagar el arriendo. Ojalá no sea cierto, y sólo sea un artefacto de este otro Parra.