Opinión
J. J. Jinks: "La cita en Santiago 2023 ha sido un verdadero bálsamo al espíritu después de la tríada estallido-pandemia-constituyente que ha azotado el ánimo de los chilenos"
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Una estrechísima e inolvidable final tuvimos en el Mundial de Rugby desarrollado en Francia, 13 a 12 ganaron los Springboks sudafricanos a los alguna vez invencibles All Blacks neozelandeses.
Con ello se repitió el triunfo de la famosa final de 1995 donde el presidente Nelson Mandela hizo entrega de la copa al capitán sudafricano al capitán Francois Pienaar en un momento que es recordado como la unión de las razas en un país que había sufrido las atrocidades del Apartheid encarnado en Mandela y sus larguísimos años de prisión.
Pienaar puso de su parte también al ser preguntado por la prensa en la cancha sobre la importancia del apoyo de la hinchada presente en el estadio (los periodistas deportivos siempre hacen las mismas preguntas), se inscribió con una frase para la historia: “No tuvimos el apoyo de 63.000, tuvimos el apoyo de 43 millones de sudafricanos”.
Hoy sería un cliché más, en ese momento rompió varios paradigmas. Debe ser este uno de los momentos más virtuosos, sino el más, en la larga e inevitable historia de la yuxtaposición entre política y eventos deportivos.
Los exitosos Panamericanos en pleno desarrollo en Santiago no han sido ajenos al intento del gobierno de aprovecharlos para mejorar su alicaído respaldo por parte de la población. Un importante despliegue de ministros y ministras en las distintas competiciones dan cuenta de un intento de abrazar el desbordante entusiasmo que han mostrado los ciudadanos frente a la competencia panamericana.
La cita en Santiago 2023 ha sido un verdadero bálsamo al espíritu después de la tríada estallido-pandemia-constituyente que ha azotado el ánimo de los chilenos en los últimos cuatro años. Los santiaguinos han salido a las calles y a los estadios para apoyar a los deportistas chilenos, pero también a las distintas delegaciones en general, dando un marco de público insospechado y por momentos emocionante para quienes se nos pone la piel de gallina frente a la multitud esperanzada y alegre.
Si bien el Gobierno puede sacar cuentas alegres, por un ambiente de optimismo general que ha inundado a la población, no todo ha sido coser y cantar. Una sonora rechifla a la ministra Camila Vallejo al entregar una medalla a una boxeadora chilena debe haber quitado las ganas de realmente intentar apropiarse de los Juegos. El Presidente, por su parte, se presentó en horario laboral a un par de competiciones desde una humilde galería generando algún griterío que le recordaba cual era su pega.
Los elementos simbólicos propios de la presidencia deben estar estratégicamente pensados para que no pasen estas cosas, pero ya sabemos que aquí operamos más en base a tincadas e impulsos más que a un diseño comunicacional sofisticado.
La política no solo ha metido sus tentáculos desde el gobierno sino también desde la sociedad civil lo que muestra lo intoxicados que estamos.
La plata de Hugo Catrileo en la maratón sirvió a varios para recordar la postergación e invisibilización del pueblo mapuche; el oro en el decatlón del cubano nacionalizado chileno Santiago Ford generó de inmediato la reacción y disputa por los beneficios y costos de la inmigración y no faltaron los que trataron de sacar ventajas respecto al proyecto constitucional, el resonante triunfo de Martina Weil en 400 metros planos no fue óbice para que aparecieran disputas en torno a si la cobertura a la victoria tenía tintes misóginos o machistas, ahí estuvieron movimientos feministas echándole carbón a esa hoguera.
Como se puede ver no descansamos ni cuando se nos da la oportunidad de hacerlo, no nos queda más que ensayar un último y afónico chichilelelé aunque sea como detox.