En un acto que sólo uno lo puede atribuir a la angustia y a la desesperación, el Presidente Boric esgrimió un ratio estadístico de asesinatos por cada cien mil habitantes para enfrentar la ola de temor que se ha instalado. 

Muy probablemente el guarismo que muestra a Chile como un lugar que sigue teniendo un índice bajo en comparación con otros países de la región sea correcto, pero de poco sirve de cara a la ciudadanía la tecnocracia frente a los secuestros, acribillados y cuerpos desmembrados de los que nos enteramos a diario. La estrategia de enfrentar las emociones y la ansiedad con un dato duro, que además se deteriora a medida que transcurren los días, es más propio del imaginario de la derecha que de la izquierda que nos gobierna.

Así están las cosas. Nadie parece hacer mucho frente a una ola de criminalidad con tintes desconocidos para la realidad chilena donde son extranjeros en su mayoría los perpetradores. El oficialismo se encarga de recordar el viaje a Cúcuta y la invitación del gobierno anterior al oprimido pueblo venezolano a venir a Chile como asilo contra la opresión, y por su parte la oposición saca a colación las votaciones y arduas gestiones de Apruebo Dignidad para impedir cualquier tipo de ordenamiento de la inmigración una vez que se percibió que el tema estaba desbocado. 

El Presidente Boric fue especialmente vocal en este tema, dejando un legado de frases para el bronce respecto a la inmigración irregular que hoy las carga sobre sus espaldas. Nada productivo saldrá de estos dimes y diretes políticos sobre el pasado cuando la realidad en las calles es genuinamente atemorizante.

Es fácil culpar a la política, especialmente cuando da penoso espectáculo como en este caso, pero no son los únicos que tienen que rendir cuentas. En la primera ola de inmigración, fuimos varios los que celebrábamos con estruendo cómo había cambiado para bien la atención en el retail con sonrisas pródigas y el trato de usted, así como los miles de profesionales que llegaban a aportar en las múltiples disciplinas. El buenismo nos invadió a varios y mirábamos con ojos despectivos a quienes levantaban su dedito para insinuar preocupación. Acusar de xenofobia se transformó en un lugar común que fue difundido con bombos y platillos por los distintos medios.

El siempre juicioso y ponderado Centro de Estudios Públicos presentó en agosto del 2019 un libro que abordaba desde una mirada multidisciplinaria los efectos de la inmigración en Chile. 

La mirada del libro era extraordinariamente positiva en la mayoría de los temas tratados y no se hacía cargo de prácticamente ninguno de los problemas que hemos enfrentado en los últimos años. Sin duda que comentar con el diario del lunes (“Monday morning quarterback”, dicen los gringos) es bastante fácil y muchas veces injusto, pero ese libro es un síntoma de una elite ensimismada y sorda a la realidad de una población que ya en ese entonces daba muestras de preocupación a escala humana.    

La política y la elite en conjunto desatendieron los dolores de la ciudadanía. La casta -como diría el próximo Presidente argentino- se preocupó sólo de sus necesidades inmediatas y no miró más allá de sus privilegios y comodidades. Hoy es tarde para desandar, pero al menos podemos partir con un mea culpa: otra vez no la vimos venir.