Opinión
J.J. Jinks: "Las contribuciones como parte de la Constitución de la República son nuestro chancho arriba del árbol"
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En estos tiempos donde empezamos a enfrentar con creciente periodicidad los efectos del cambio climático son cada vez más frecuentes los tornados y huracanes y sus consiguientes efectos, pero todavía encontrarnos con un chancho arriba de un árbol es motivo de asombro y curiosidad. Las contribuciones como parte de la Constitución de la República son nuestro chancho arriba del árbol.
No hay duda de que pagar contribuciones es un ejercicio del todo incómodo, un tributo que no está asociado a un flujo de caja provoca trimestralmente desasosiego y más de una expresión soez.
Otra cosa es que no tenga que existir: hasta el mismo Milton Friedmann, enemigo acérrimo de la carga tributaria excesiva, consideraba el impuesto territorial parte importante de la arquitectura impositiva de un país. Un tributo progresivo que da cuenta de la plusvalía de los bienes raíces, simple y fácil de recaudar no es como para desecharlo, así como así.
En Chile menos de un 25% de las propiedades están afectas, por lo que el eventual beneficio estaría radicado en los sectores altos y medio altos, será un tema de difícil explicación cuando el ánimo de la ciudadanía cambie, no sabemos cuándo ocurrirá, pero sí sabemos que lo hará.
Adicionalmente, como bien ha remarcado el economista José Luis Daza, cercano a los impulsores de la medida, pero detractor de ésta, se abre con ello una puerta difícil de cerrar. Hoy es la exención de contribuciones, mañana es otra medida tributaria que se introduce en la Constitución, hay que ser más que prudentes a la hora de sembrar vientos.
Eso desde un punto de vista económico; desde un punto de vista legal y político la situación es peor aún. Si las contribuciones caben en ese árbol es señal de que cabe cualquier cosa.
Se empieza a repetir con otros tintes la majamama de la Convención anterior, un texto maximalista que una buena parte de la población no reconocerá como propio y cuya eventual aprobación no calmará a quienes profitan de la inestabilidad. Si bien hoy todas las encuestas dan un amplio margen a la opción “en contra” es probable que cuando la elección se politice los guarismos se estrechen, pero lo que sí parece prácticamente imposible es una aprobación maciza que deje el tema zanjado por un buen tiempo.
Es cierto que este segundo proceso nunca ha entusiasmado a los chilenos, las ilusiones que alguna vez se depositaron en la Constitución como vehículo de cambio hoy, para bien, se han evaporado. Dada la creciente desconfianza de la ciudadanía en la política y sus instituciones el texto consensuado por los expertos no tenía ni de cerca asegurada su aprobación, pero había (hay) un valor en ese acuerdo transversal que merecía un esfuerzo mayor. El hastío era una barrera difícil de superar, pero no imposible, al menos había que tratar.
Salvo que ocurra algo muy inesperado hoy vamos derecho nuevamente a un plebiscito altamente polarizado donde se le utilizará más como posicionamiento para la próxima carrera presidencial que buscando un texto que nos dé estabilidad por las próximas tres o cuatro décadas. No es tarea fácil, y se ve a pocos empeñados en ello, pero valdría la pena un postrer esfuerzo para intentar bajar con delicadeza al chancho.