Opinión
J.J. Jinks y las cuotas en la Constitución: "Se nos hace patente la incapacidad de la sociedad chilena de procesar una diferencia totalmente legítima"
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Después de muchos tironeos y trasnochadas la comisión de expertos logró acordar un texto para zanjar el equilibrio de géneros en el proyecto de Constitución.
Se aseguraba un mínimo de un 40% para cada uno de los sexos (ya no sé si se dice así, pero ustedes entienden) por las dos próximas elecciones parlamentarias y si en la siguiente se daba naturalmente esa cifra para la subsiguiente desaparecerían los pisos. Hay ingenio y muchas horas de pega abogadil tras este acuerdo, cualquiera que disfrute con los intersticios de una negociación sabrá apreciar la belleza intrínseca de éste. Sin embargo, el fino entramado pergeñado no fue suficiente para convencer a los Republicanos, quienes se abstuvieron y con ello la norma se cayó. Hasta ahí un resultado posible.
Lo que vino a continuación fue la indignación de mujeres talentosas y regularmente ponderadas en su juicio como la periodista Mónica Rincón, la ensayista Adriana Valdés y la gestora cultura Javiera Parada, quienes ocuparon fuertes adjetivos para calificar la votación republicana. Quién llevó más lejos esto fue Parada, actual Coordinadora de Arte y Cultura del CEP, quien calificó esto de demencial (sic).
No es extraño que haya personas que sean partidarias de la paridad o la paridad atenuada como en este caso, después de todo no es misterio para nadie que durante mucho tiempo la mujer ha sufrido postergaciones relevantes en su capacidad de acceder al poder.
La multitud de tareas que suelen ejecutar dentro de la sociedad chilena poco compatibles con los horarios de la política, el menor acceso a financiamiento y un machismo consuetudinario son, entre otras razones, las que explican el fenómeno y son parte de la paleta de argumentos de quienes respaldan un sistema con pisos.
Por otra parte, los argumentos de quienes están en contra de este tipo de medidas son bastante razonables también. Si ya se han establecido fórmulas que permitan a las mujeres competir en condiciones de razonable igualdad, el alterar el resultado democrático no puede ser soslayado sin al menos ariscar la nariz.
Hay casos emblemáticos donde se ha terminado eligiendo a personas con muy poca votación simplemente por un tema de paridad en desmedro de quien había recibido el respaldo popular. ¿Por qué el sistema pasaría por encima de miles o decenas de miles de mujeres que expresaron su voluntad en las urnas? ¿No sería eso también una forma de atentar contra los derechos de la mujer? No hay respuesta evidente para estas preguntas por parte de los y las defensoras de las cuotas y cuotones.
Lo que es sí es claro es que hay una evidente tensión entre dos valores para una sana democracia, una representación donde ambos géneros tengan adecuada representación y por otro lado que la voz de los ciudadanos no se vea alterada después de poner su voto en la urna.
Frente a ello se nos hace patente la incapacidad de la sociedad chilena de procesar una diferencia totalmente legítima con madurez y sin caer en la demonización y ridiculización del que piensa distinto. Hay buenos argumentos para ambas posiciones, pero todo se termina reduciendo a que unos son antimujeres y los otros fanáticos identitarios. La dictadura de las cuñas y de los tuits termina emponzoñando un debate que con un mínimo de altura nos debiéramos percatar que acepta posiciones genuinamente divergentes. Esto sí que es demencial.