Opinión
La columna de J.J.Jinks: Hanlon y su navaja
-
Cuéntale a tus contactos
-
Recomiéndalo en tu red profesional
-
Cuéntale a todos
-
Cuéntale a tus amigos
-
envíalo por email
Se les pasó un elefante por delante de los ojos, pero no cualquiera, uno rosado y con una coqueta campanita en el cuello que retintineaba ante cada paso del paquidermo. Lo asombroso y espeluznante es que a nadie le extrañó su presencia.
Ahora tenemos este pastel constitucional que nadie quiere frente a nosotros por culpa de un nivel de ineptitud donde todos los adjetivos se quedan cortos, pues simplemente no se entiende cómo llegamos a esto.
Que la hija de Allende pueda salir defenestrada del Senado por la ventana de la cocina es insoportable para la izquierda, con toda razón, y tremendamente incómodo para la derecha, al menos para esa que pretende ser gobierno de aquí a un año más. Da lo mismo de quién sea la responsabilidad, en este caso las Allende se llevan una parte importante de ella, estas cuentas siempre se terminan cobrando y la derecha lo sabe.
Los conspiranoicos, que están a la orden del día, piensan que no fue una inadvertencia brutal sino un plan diseñado para que el Estado comprara la casa de Allende pese a la prohibición expresa constitucional. La verdad es que el supuesto plan no cuadra mucho y más bien todo esto parece un candidato perfecto para ejemplificar la navaja de Hanlon: nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez.
Un ejemplo de este principio, de tanto en tanto, es soportable, después de todo la bobería y la "memez" caben dentro de los derechos humanos universales. El problema es la acumulación.
Tuvimos esta semana acceso a los resultados de la PAES y confirman lo que ya sospechábamos: la total destrucción de los colegios otrora llamados emblemáticos (Instituto Nacional, Carmela Carvajal, Lastarria, entre otros), que pasaron en pocos años de los primeros lugares al fondo de la tabla. El cóctel de falta de control de la violencia sumado al término de la selección dinamitó uno de los orgullos relevantes de la Nación, cuna de Presidentes y Premios Nacionales en abundancia.
¿Cómo un país se puede autoinfligir tamaño daño? Sonríe a lo lejos el amigo Hanlon. Periodistas influyentes se las dieron de expertos en educación (el efecto par, el efecto par, cacareaban la verdad revelada), expertos en educación que resultaron no ser tales y que hoy, cara de palo, vociferan otros mantras sin hacerse cargo del estropicio que dejaron y, cómo no, autoridades políticas embobadas y capturadas por unos jóvenes gritones que mantenían las calles ocupadas con consignas y banderas.
De esa cocina no salió nada bueno y hoy se pagan con intereses los platos rotos. Como siempre los más perjudicados son los más vulnerables que vieron con estupor como se destruían potentes ascensores sociales asociados al mérito. Mucha tontera junta para una semana.
Quizás lo único positivo de todo este carnaval es que entrega algunas luces sobre cómo hay que enfrentar lo que viene. Lo primero es partir por lo básico, volver a poner gente capaz en la gestión del Estado. Una vez hecho esto, toca recuperar el valor de la tecnocracia y de las tareas bien hechas, por decirlo de alguna forma, ojalá que la gente que mosquee un decreto presidencial haya leído la Constitución.
Y, por último, volver a poner el mérito en el centro de la sociedad y de las políticas públicas. Esas tres cosas seguramente no revolucionarán nada, pero al menos dejaremos atrás los bochornos y tener que soportar la sonrisa acerada de Robert J. Hanlon a lo lejos.