Opinión
Paula Streeter: "Hoy más que nunca necesitamos un Estado al servicio de la educación"
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Simce: Un termómetro vital
Los termómetros cumplen una función crucial y precisa: determinar, en un momento dado, el nivel de fiebre de una persona. Nadie cuestionaría la relevancia de medirse la temperatura a tiempo y tener el resultado apenas se pueda: es algo clave para tomar acciones.
Esto mismo se puede aplicar a la realidad en que nos enfrentamos en relación al Simce 2022. En contexto de reactivación educativa, es urgente contar con datos oportunos que permitan a cada establecimiento conocer sus debilidades y poder tomar acciones concretas.
La mayor utilidad de este instrumento estaría en que pudiera ser utilizado para planificar el año académico. Y aunque esto no ha sido posible, a lo largo de los años se ha hecho un esfuerzo por tener los resultados cada vez con mayor anticipación. Sin embargo, empezando la segunda semana de junio, aún no tenemos noticias de cuándo se entregarán los resultados.
El presidente en su cuenta pública planteó la importancia de la reactivación educativa y las acciones que se han ido implementando, incluso fijando valiosas metas para reducir la inasistencia. Sin embargo, no contamos con información relevante que permita saber dónde estamos en algunos ámbitos del currículo.
Aunque pueda tener defectos, contar con el Simce para tener una primera medida sobre el efecto de la pandemia nos permitiría contar con una luz que hoy no tenemos.
Está claro que el Simce no explica ni mide el proceso educativo en su complejidad ni profundidad como han planteado varios expertos; sin embargo, en un contexto de pérdidas educativa la utilidad de un termómetro como éste es clara. Es sabido que hay muchos detractores de este tipo de instrumentos: sin embargo, en este contexto es mejor conocer sus resultados y poder tomar acciones, y no seguir escondiendo la cabeza.
Hoy es un buen contexto para plantearse como sociedad la utilidad de las pruebas estandarizadas, y utilizarlas como una herramienta de planificación, donde su valor esté en el debate y reflexión que puedan generar sobre cómo avanzar hacia mejor calidad educativa, sin descuidar otros elementos relevantes y necesarios de la educación como el pensamiento crítico, la creatividad, la expresión oral y sobre todo las habilidades socioemocionales.
Por esto, y tal como plantea Mario Waissbluth, el Simce debe ser considerado por el valor que tiene: un termómetro que mide algunos resultados del currículo, pero que son relevantes de conocer, tal como cuando se tiene fiebre. El termómetro no diagnostica toda la enfermedad, ni menos el remedio, pero si levanta una alerta necesaria de que algo está pasando.
El Estado al servicio de una educación de Calidad
El texto propuesto por la Comisión de Expertos presenta una oportunidad real para cambiar el Estado y avanzar realmente hacia un proceso de modernización, que permita no solo soñar sino materializar un Estado al servicio de las personas.
Para esto, el trabajo tanto de la comisión como de los consejeros constitucionales debe proponer un nuevo diseño que incorpore de manera transversal elementos que permitan repensar desde cero el gasto público, con criterios de eficiencia y modernidad.
Tal como lo señaló hace unos días el ex ministro Ignacio Briones, Chile ha aumentado su gasto público de manera notable, como también lo ha hecho con la dotación pública; sin embargo, esto no necesariamente se ha reflejado en mejores servicios -la gran mayoría están evaluados deficientemente-, ni menos en mejor trato ni atención a los ciudadanos.
Este problema es transversal, pero se hace más patente para los ciudadanos en temas sociales, sobre todo en aquellas prestaciones esenciales.
Un caso es educación, donde como país tenemos pendiente el gran debate sobre temáticas clave como calidad, y que tienen que ver no con aumentar el gasto público necesariamente, sino que más bien con modernización del Estado. Expertos en educación han alertado y demostrado con datos relevantes -como Bjorn Lomborg- que es urgente destinar mejor los recursos, y que para mejorar el aprendizaje no se requiere mayor gasto necesariamente, sino que gasto efectivo, es decir, con evidencia.
En esta línea, y aprovechando la oportunidad que presenta el nuevo texto constitucional, hoy más que nunca necesitamos un Estado al servicio de la educación, al servicio de los niños y niñas que permita generar las condiciones para un cambio robusto en materia de modernización, eliminar la burocracia excesiva en el sistema de subvenciones, que permita utilizar los recursos de manera eficiente y pertinente a cada comunidad educativa; y sobre todo, avanzar de manera decidida a mejorar los liderazgos y equipos directivos.
Éste es el segundo factor intra-escuela que más influye en la mejora de los aprendizajes de los estudiantes, explicando un 25% de estos; por eso, son una pieza clave para avanzar en una verdadera educación de calidad.