Personaje
De la TV al mall chino: la receta personal del chef Yuhui Lee
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Yuhui Lee llegó a Chile huyendo de una pena.
Eso fue en 2013. Su madre había muerto el año anterior y él no podía consolarse. Pasaba encerrado en su pieza, sin ánimo de nada. No había crecido ni vivido con ella: cuando Yuhui nació, ella era muy joven, era soltera, y lo dejó abandonado. Esa vez fue ella quien huyó a otro país.
Al niño pensaron en darlo en adopción, pero su abuela materna se opuso y lo crió hasta que, un par de años después, se hizo cargo su tía Wei Li. Él hasta hoy la llama mami. Que se parece a mamá, pero no es igual.
Conoció a su madre recién a los 11 años. Pero nunca hizo una vida con ella. Su familia era la que había constituido desde pequeño con su tía y su prima, a quien Yuhui considera su hermana. Nunca estuvo enojado con su madre, nunca le preguntó por el padre que jamás conoció, nunca la culpó de nada. Le bastaba saber que existía. Por eso, su muerte en 2012 le partió el corazón.
Por eso, quiso escapar lo más lejos posible.
Compró un pasaje de Shanghái a la capital de Chile. Un viaje largo de casi 30 horas. Y se vino sin imaginar que aquí su vida sería tan distinta. Que él se convertiría en otro. En un participante de programas de cocina, en un querido rostro de TV, en el dueño de un restaurante de murallas azules en un casino a menos de una hora de Santiago, en el copropietario de una cadena de malls chinos.
Yuhui Lee tiene 33 años, pero aparenta fácilmente diez menos. Es delgado, el pelo oscuro muy liso, usa lentes redondos. Habla español a tropezones. Esta noche de viernes está sentado en una de las mesas de su restaurante El Discípulo, ubicado en el Monticello.
El nombre de su local no es azar: es el mismo del programa de cocina -emitido por Chilevisión- que él ganó a fines de 2022 y cuyo premio principal era tener por un año la concesión de un restaurante en este centro de entretención a 57 kilómetros de Santiago.
Allí mismo están los boliches de otros destacados cocineros: Carolina Bazán, Sergi Arola, Tomás Olivera, Yann Yvin. Todos se conocen. Varios fueron estrictos jurados en los distintos concursos de cocina en que Yuhui ha participado desde 2017.
La concesión inicial de su restaurante venció en noviembre del año pasado. Pero cuenta que se la renovaron por otros 12 meses. “Como hice bien, aquí gusta mi trabajo y entonces seguimos”, señala en su particular español. “Normalmente aquí restaurantes son de Monticello. Nosotros los rostros, ¿cachai? Yo como jefe restaurante tengo que manejar todo, comidas, atención clientes”, dice. El Discípulo tiene dos pisos y capacidad para 140 comensales.
- ¿Deja buenas ganancias un restaurante aquí?
- A mí me dan sueldo mensual aquí. La gente viene a comer comida de Yuhui, que es lica. Es feliz con eso. Obvio a Monticello le gusta clientes felices, que lo pasan bien en casino, los shows, hotel, en el restaurante, ¿cachai?
- ¿Es un sueldo que te permite vivir cómodamente?
- Sí. Buena experiencia para mí, para manejar restaurante grande, con apoyo. Ya, eso no más.
Yuhui no habla de cifras. Nunca da números, sobre todo si tienen que ver con dinero. Cambia de tema, siempre muy amable. Cuenta que viene y se va de Monticello manejando su propio auto. Lo hace cada día, de viernes a domingo, pues nunca se queda a dormir aquí. “Prefiero volver a mi camita en la casa en Lampa”, explica.
Su restaurante tiene paredes azules y motivos marinos. Todo el mobiliario, la decoración, la instalación de la cocina y el gran comedor corrieron por cuenta de Monticello, explica. También las cerca de 15 personas que lo ayudan en la cocina, en el bar y en el servicio. “Chiquillos son muy secos”, dice y levanta los pulgares.
Casi todo lo del restaurante ya estaba en el local anterior que funcionó aquí y se llamaba Pescador. Nada se desechó. “Cada restaurante color diferente aquí. Yo feliz que el mío azul, me encanta ese color”, comenta.
La carta no es de comida china. Es mayoritariamente peruana, con mucho pescado y mariscos. Hay ceviches, lomo salteado, pulpo al olivo, tacu-tacu. También risotto de camarones y pasta de arroz con filete. Los precios por plato bordean los $ 15.000. “El restaurante antes era comida peruana, entonces cuando yo entré dicen ‘debes dejarla así’. Listo, sólo mezclé poquito. Ya se podrán inventar cosas”, dice Yuhui, pragmático. Nombra entonces un salmón teriyaki.
- Uno pensaría que un restaurante tuyo se luciría con una carta de comida china…
- Tengo sólo un poquito en fondos. Lo que pasa es que los chiquillos no son chinos, ¿cachai? Tendrían que aprender bien, no es fácil. Vamos poco a poco.
- ¿Pero te gustaría que eso ocurriera?
- ¿Sabe?... para mí no hay como comida país, sólo hay comida lica. En todas partes hay comida lica. Yo soy chino, pero vivo aquí, Chile, muchos años. Muchos años he comido comida occidental. Mucha hamburguesa, pizza, pasta, me encanta.
- ¿Cuál es el sello de tu local, entonces?
- Eso po, comida lica -dice y se ríe.
Cuando Yuhui Lee llegó a Chile en 2013 venía con cinco maletas -como desconocía el país, traía de todo: hasta una máquina para hacer arroz- y una visa de estudiante.
En China había estudiado Dibujo como carrera profesional, pero aquí quería hacer algo distinto: aprender español. Estuvo 11 meses en la Universidad del Desarrollo, cuenta, y no aprendió nada. “Ni a contar de uno a 10. Nada, nada”, grafica.
Decidió entonces aprender el idioma por su cuenta, en la calle. Como una herramienta de sobrevivencia. Además debía trabajar: en esos meses se había consumido los 12 mil dólares que, dice, traía como ahorro.
Hizo de todo. Vendió cosméticos en una feria libre. Fue guardia de seguridad. Trabajó en un casino y en la atención de un restaurante. Se mantenía como podía, siempre con lo justo. “Tiempo difícil. Yo podía elegir volver mi país, allá familia, allá casa. Pero no quería volver. El hombre tiene que aguantar, ser valiente”, se justifica.
Hasta que llegó 2017 y hubo un punto de inflexión. Su polola de entonces lo inscribió, sin que él lo supiera, en el programa Master Chef, que emitía Canal 13. Él partió desganado. Hasta que se dio cuenta que podía aprender cocina -hasta entonces no sabía nada- y, de paso, le pagaban por día de permanencia en el programa. Su forma de hablar, su humor espontáneo, su historia de inmigrante esforzado lo fueron convirtiendo en uno de los favoritos. No ganó -terminó segundo-, pero se hizo conocido.
Le sacó partido a su repentina fama. Y profundizó en la cocina. “Me di cuenta que tengo talento. Cuando pruebo comida, sabor lo recuerdo mucho y puedo prepararlo”, explica.
Empezó a ser llamado para eventos, ofreció cenas en casas particulares y se convirtió en un experto en redes sociales, a las cuales subía recetas y consejos. En 2021 se animó a volver a competir en un programa gastronómico de TV: El discípulo del chef (CHV). Quedó eliminado en las etapas finales y lloró en cámara.
Al año siguiente volvió a intentarlo. Y resultó ganador, elegido por los jurados primero como finalista y votado luego por el público como triunfador. Selló así su llegada al Monticello. Cortó la cinta de su restaurante, esa misma noche de noviembre, vestido de terno oscuro y polera blanca.
Tampoco abandonó la televisión. Hace cinco años participa de manera estable en el programa Sabingo, de Chilevisión. Sale a buscar historias en terreno. Ha hecho distintos tipos de notas; las últimas se tratan de acompañar durante un día a una familia chilena que emprende en alguna actividad. “Me pongo en sus zapatos, trabajo con ellos”, cuenta.
También visitó China. “Fue año pasado. No iba desde antes pandemia. Primero estuve yo por cuenta mía dos meses, para estar con mi abu y mi mami. Extraño mucho familia. Después llegó la gente del programa y grabamos dos semanas”.
- ¿Volverías a participar en un programa de cocina?
- Sincero que no. ¿Sabe por qué? Porque ya gané. ¿Para qué ir a competir a otro? Mejor oportunidad dejar a nuevas personas.
- ¿Te gusta la tele?
- Mitad y mitad. Porque mira, te hace conocido; ésa es una ventaja. La desventaja es que hay gente que te quiere y gente que te odia. Haters, ¿cachai? Es extremo a veces.
Doremi es una de las cadenas de malls chinos que existen en Chile. Con cuatro locales en Santiago -en Manquehue, La Reina, Mall Plaza Norte y Mall Arauco Maipú-, es la segunda empresa del rubro con mayor cantidad de tiendas, superada sólo por Alistore. Y tiene una característica particular: en todos sus espacios hay fotos gigantes de Yuhui Lee con los productos.
Él dice que es rostro y socio de Doremi. Que está desde el comienzo, noviembre de 2021, cuando el empresario chino Donjung Zhong abrió la primera tienda y lo invitó a participar. Una apuesta segura: Yuhui Lee es marca registrada y era obvio que iba a llamar la atención del público. Así que, además de poner su imagen, es activo en organizar frecuentes actividades que congregan gente en cualquiera de los cuatro locales.
“Empezamos de cero. Ahora tenemos oficina Ciudad Empresarial, como 40 personas”, dice. “Y mi socio es también mi jefe”, agrega. Pero se niega, otra vez, a hablar de dinero y de cifras.
- ¿Recibes un sueldo allí?
- Ah no po, eso secreto.
- ¿Pero el negocio te genera algún ingreso?
- Difícil explicar. Dejémoslo así no más.
- ¿Tuviste que invertir? Entiendo que tienes acciones…
- (Silencio)
- ¿Te involucras en la gestión?
- Él (su socio) maneja eso, yo no cacho mucho. No quiero saber de esas cosas técnicas. No soy el gran jefe. Pero para mí es trabajo. Me meto a mi manera, más como marketing.
- Buen marketing, en todo caso, porque queda la idea de que las tiendas son tuyas…
- Mira, mi jefe quiere que la gente piense que tienda es mía. Pero yo no soy millonario, y esto es mucha plata. Aunque igual es como mío también, algo que amo, estoy desde comienzo y mi jefe ha trabajado mucho. Yo orgulloso y aprendiendo, ¿cachai?
- ¿Hay novedades para este año?
- Dos tiendas nuevas. En Mall Plaza Maipú y Rancagua.
De repente, Yuhui Lee parece recordar algo que no ha dicho. Se acomoda los lentes y se lanza: “Hay algo importante. Vendemos muchas cosas de marcas, no sólo chinas. Thomas por ejemplo, o Samsung. Confían en nosotros. O sea, empezamos como mall chino, pero no queremos que se hable así. Estamos trabajando para vender cosas internacionales”.
- ¿Parecerse más a una multitienda entonces, como Falabella o París?
- Sí. Yo quiero estar más cerca de Falabella. En cinco, en 10 años. Tiendas para toda la familia.
Los hechos parecen respaldar el juicio de Yuhui: la tienda de Manquehue se instaló en el gran espacio que dejó Falabella, en la esquina con Del Inca; mientras que la del Mall Plaza Maipú se armó en un local que antes ocupaba Johnson.
“Si vas a tiendas Doremi, te olvidas que es mall chino. Espacio, decoración linda, linda”, dice Yuhui, antes de pararse de la silla porque una pareja que come en su restaurante le pide una foto. Él sonríe. Son las obligaciones de un rostro.