Personaje
Entre Disney, US Navy y una empresa de drones: la historia del desconocido chileno que triunfa en Silicon Valley
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“Han sido unas vacaciones muy largas”. Eso dice Christian Sanz al recordar la historia detrás de su llegada a Estados Unidos, en 1991. “Tenía 14 años, vivía en Talca y en ese tiempo me gustaba mucho la computación. Un día nos visitó mi tía, quien residía Pensilvania, y me dijo que pasara un mes del verano con ellos. No tenía ganas de ir, pero igual fui”, rememora. “Al llegar me di cuenta de los avances tecnológicos que tenían, me quedé con la boca abierta. Y me terminé quedando allá”.
Sanz -nació en EEUU y a los cuatro años se mudó a Chile-, comenzó high school, se matriculó en el equipo de lucha grecorromana y profundizó su afición por la computación. Al egresar del colegio, se trasladó a California para estudiar Computer Science, pero se aburrió. Fue ahí cuando se inscribió en la Armada (US Navy). “Quería algo distinto, me di cuenta de que la vida universitaria era muy monótona, necesitaba algo de riesgo, de adrenalina”, recuerda.
Partió por el bootcamp y luego saltó a la altamar. Ahí, en un barco del ejército estadounidense, estuvo tres años. Y siguiendo su conocimiento por la informática, trabajó en las comunicaciones secretas entre la nave y el Pentágono. “El último año postulé a un programa de entrenamiento para los Navy Seals. Estuve en la clase 216. Éramos 150 personas y salieron solo 10. Yo no pude, terminé lisiado”.
A finales de los ’90, después de su etapa en la Armada (obtuvo una medalla por conducta y actualmente es considerado “veterano”) retomó sus estudios y volvió a su universidad. Mientras estudiaba, consiguió un trabajo en Disney en el departamento de investigación y desarrollo. Ahí estuvo seis años desarrollando hologramas y juegos 3D, llegando a ser ingeniero senior. “Tenía mucho miedo de irme de la empresa. Todos tus amigos te quieren ahí porque puedes ir al parque gratis. Desprenderme de eso fue difícil, pero quise salir a probar cosas nuevas”, recuerda.
Desde que se fue de la compañía de entretenimiento, Sanz pasó por diversas firmas de tecnología en Silicon Valley: LoopNet, Break Media y Kin Community.
En 2012 decidió independizarse y dedicarse a la industria de los drones. Ahí empezó todo.
El primer negocio que armó como independiente fue DroneGames, una competencia de drones automatizados, una actividad muy incipiente y que generó un amplio interés en los primeros fanáticos, principalmente alumnos graduados de Stanford y Berkeley.
Dos años después su padre tuvo una idea. “Me dijo que debería aplicar todo esto a algo industrial, drones de seguridad. Bauticé la empresa Skycatch. Pero la gente no pescó, porque no estaban dispuestos a cambiar sus equipos ya existentes”, recuerda Sanz. “Pero un inversionista me dijo que me fijara en las industrias que experimentan muchos cambios en el día a día, como la construcción y minería”.
Para probar la viabilidad de este negocio decidió usar uno de sus drones -construidos por él mismo- y sacar material audiovisual de una construcción. Se vistió de obrero y se infiltró en una de las faenas más grandes en California: la obra del estadio de los San Francisco 49ers, equipo de la NFL. “Estaba aterrorizado que me pillaran”, confiesa. “Al final empecé a ir todos los días y los trabajadores me fueron preguntando por la data que estaba recabando. Me pedían que sacara fotos y videos de partes enteras del estadio”. Ahí Sanz validó el negocio y decidió pisar el acelerador.
Años después consiguió otro cliente: Apple. Sanz estuvo a cargo de sacar material de los avances de la construcción del Apple Park, en Cupertino. En paralelo, en 2015, empezó a trabajar con Komatsu, una de las empresas más grandes del mundo en la fabricación de maquinaria para minería y otras industrias, que estaba automatizando la conducción de camiones gigantes. Para eso, necesitaban data de precisión sobre el terreno. Sin embargo, le pidieron algo: tener información actualizada cada 15 minutos. “Le dijimos que era imposible, que la podíamos tener en cuatro días”, recuerda Sanz.
Para acelerar el proceso, Komatsu decidió invertir US$ 10 millones en Skycatch. El objetivo era llegar a 2017 con la tecnología lista. “Y lo logramos, logramos tener datos cada 15 minutos”, explica. “Pero fue difícil llegar a eso, porque entremedio, en muchas ocasiones, la empresa nos dijo que iba a cancelar todo. Pero logré convencerlos. Si nos hubieran cortado antes, significaba el final de la compañía”.
Desde el inicio de Skycatch el chileno ha levantado, en total, US$ 85 millones. ¿Sus inversionistas? Más de 30, pero entre ellos se encuentran Google Ventures, ADB Ventures, Falkon Ventures, Wavemaker Partners y Gaingels.
Dentro de sus clientes (y partners estratégicos) están Barrick, AngloAmerican, Teck, Nvidia y Caterpillar. Tienen proyectos en faenas mineras en Asia, Europa, África, América y están entrando a Oriente Medio.
Esta semana Chris Sanz llegó, después de seis años, a Chile. ¿Su objetivo? Aparte de comer empanadas y pastel de choclo, reunirse con distintas empresas y autoridades para presentar su negocio.
“Chile es un país minero y por qué no traer esta tecnología para acá. Ya estamos trabajando con compañías extranjeras en proyectos locales, como Teck (con Quebrada Blanca) o AngloAmerican. “Estamos interesados en expandirnos más allá de las empresas de afuera. Estamos hablando con Collahuasi, Antofagasta Minerals y Codelco”, comenta.
“Ahora estamos poniendo nuestro foco en Latinoamérica, especialmente en la minería, porque la demanda por los commodities sigue alta”, añade. De hecho, proyecta para 2023 abrir una oficina en Chile.
“La próxima fase de Skycatch es analizar nuestra data y proyectar lo que pasará en el futuro. Ahora estamos planeando una ronda mucho más grande para el próximo año. Hay muchos emprendedores que están interesados en ser unicornio, pero a mí no me importa. Yo quiero que el producto sea adquirido por todas las mineras. Si ellos ganan, yo gano. Ahora, si haces a tus clientes felices, obviamente llegarás a ser unicornio”.
¿Y el exit? Chris Sanz la tiene clara: “En tres años”.