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Personaje

L’Ambasciatore Vivaldi: La primera entrevista del exrector de la Universidad de Chile desde Italia

L’Ambasciatore Vivaldi: La primera entrevista del exrector de la Universidad de Chile desde Italia

En su primera entrevista después de asumir el cargo, Ennio Vivaldi cuenta su Italia más personal. “El pueblito de mis abuelos es una reliquia medieval, con códigos de conducta como el honor, la lealtad. Yo me identifico con eso; en buenas cuentas yo sería un italiano del siglo XV”, dice.

Por: Por Patricio de la Paz | Publicado: Sábado 4 de febrero de 2023 a las 21:00
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Fue tal el impacto, que Ennio Vivaldi (73) tuvo que sentarse en un sillón. Como si se desmoronara de la pura sorpresa. Venía saliendo de un acto en La Moneda, a comienzos de agosto, cuando la canciller Antonia Urrejola se le acercó y se lo dijo.

Querían que fuera el nuevo embajador chileno en Italia. El exrector de la Universidad de Chile, que había dejado su cargo menos de dos meses antes, quedó en shock. Estaban en las afueras del salón Montt Varas. Vivaldi lo recuerda perfecto: ahí, después de escuchar a la ministra, se desarmó sobre un sillón cuyo respaldo daba a la calle Teatinos.

“Fueron lo suficientemente inteligentes como para no pedirme un sí o un no inmediato. Quedé de pensarlo”, recuerda. La idea lo seducía. Era volver al país del que habían partido más de un siglo antes sus abuelos paternos. Un logro para un nieto de inmigrantes de Italia.

Además, era un paso natural para alguien que había estado por ocho años a la cabeza de una las universidades nacionales más importantes. Pero Ennio Vivaldi sabía también que aceptar tenía un costo: renunciar, aunque fuera de manera temporal, a su doble nacionalidad. Dejar solo la chilena. Prescindir de la italiana. 

Existe una normativa clara: para ser diplomático chileno en un determinado país no puedes tener la nacionalidad de ese país. Me imagino que es para que, si ocurre alguna cosa, no exista la ambigüedad de con qué nacionalidad vas a ser tratado”, explica. 

Le dio vueltas. Habló con sus dos hermanos, uno vive en Concepción y la otra en Boston. Con su esposa, Pilar Macho. Con sus dos hijos. Decidió finalmente tomar la oportunidad y, muy convencido, le dio el sí a la ministra.

Reconoce que le costó: “En el momento que fui a la embajada italiana en Chile a firmar el papel para renunciar a esa nacionalidad, estaba con una gripe salvaje. Con fiebre y todo. Los estados de estrés te bajan las defensas. Racionalmente yo no tenía dudas, pero en lo emocional era duro”.

Se enviaron sus antecedentes a Italia, recibieron desde allá el agreement y ese mismo día, el 14 de septiembre del año pasado, la Cancillería comunicó públicamente que el doctor Ennio Vivaldi -exrector, académico, investigador, reconocido especialista en fisiología del sueño- era el nuevo embajador en ese país. 

“L’ambasciatore” Vivaldi comenzaba el desembarco en la tierra de sus nonos. Está instalado en Roma desde el 4 de noviembre. Sus cartas credenciales las entregó el 12 de enero, en el Palazzo del Quirinale, al presidente italiano Sergio Mattarella. 


El origen
Taggia es un pequeño pueblo medieval en la Liguria italiana. Al noroeste del país, cerca de la frontera con Francia, a tres o cuatro kilómetros de la costa. Augusto Vivaldi, el abuelo de Ennio, partió de allí a comienzos del 1900, junto a varios hermanos y primos. Todos eran jóvenes, querían probar suerte, armarse una nueva vida. Llegaron todos a Concepción.

Cuando vino la Primera Guerra Mundial, Augusto Vivaldi partió al frente de batalla y volvió a Italia. Pero terminado el conflicto, regresó a la ciudad chilena que había decidido sería su nuevo hogar. No lo hizo solo: antes de embarcarse, se casó con Iolanda Domenica Cichero, una muchacha de Taggia. A ella le decían Nicú, que era un diminutivo de su nombre y como siempre se hace en los pequeños pueblos italianos. 

El matrimonio se instaló en Concepción, rodeado de otros italianos que también habían dejado la patria. Poco a poco fueron insertándose en Chile, sin olvidar a Italia. Iolanda Domenica y Augusto tuvieron tres hijos. “Mi abuelo murió antes de que yo naciera. Así que para mí la gran figura fue mi nona”, reconoce Ennio Vivaldi. “Tenía una personalidad muy fuerte, congregaba, cocinaba”.

Foto del grupo familiar Vivaldi Cichero, abuelos, padre y tíos del actual embajador en Italia.

–¿Cómo fue esa infancia a la italiana, al amparo de una nona poderosa?
–"Mi abuela vivía en un campo a kilómetros de Concepción. Ella organizaba y reglaba todo un mundo en ese campo. Tenía olivos, en una zona que no es fácil que se den. Un tío le traía semillas desde Italia, ya que en ese tiempo era fácil hacerlo. Así que tenía cosas italianas que no encontrabas en el mercado de la ciudad: variedades de tomates, berenjenas, zapallitos italianos, radicchio. Era un rincón de Taggia en Concepción.

Había una tradición muy fuerte de la comida. De modales en la mesa. Cómo sentarse, cuándo usar y no un cuchillo, jamás poner los codos. Las pastas debían comerse en su punto, jamás recalentadas. Así que si te atrasabas, arruinabas el almuerzo. No había que tocar temas problemáticos: la mesa debía ser un lugar agradable para compartir".

–Es impresionante cómo los hogares italianos giran en torno a la comida.
–"Sí. Los platos que se cocinaban eran además recetas locales de su zona, porque la comida regional es muy fuerte en Italia. Los panzottis eran hechos de esa manera, la fogazza, la pizza. El pesto también. Le decían lasagna a las corbatitas, que siempre eran hechas a mano. Se conversaba en la tarde lo que íbamos a comer al día siguiente al almuerzo y la cena. Entonces salíamos a recoger las alcachofas, los tomates".

 –¿Aprendió a hablar italiano con la nona?
–"No. Mis abuelos hablaban un dialecto infernal, que de italiano tenía poco y nada. A los 12 ó 13 años me propuse siempre leer a los autores en su idioma original, al menos cuando fueran en inglés, en francés, en italiano.

Así que el italiano mío es más de lecturas, por lo que tengo un léxico y una gramática bastante buenas, aunque carezco de ese sonsonete tan lindo de los italianos. Pero puedo comunicarme cómodamente en italiano".

-¿Ha tenido que reforzar el idioma para ser embajador?
–"He estado leyendo novelas en italiano. Me gusta mucho Leonardo Sciascia, Italo Calvino, Antonio Tabucchi, Alberto Moravia. También he visto de nuevo películas. Algunas de Fellini, varias de Pasolini". 

"Un buen rector como un buen diplomático antepone a cualquier legítima ideología de orden personal el concepto de bien común y el interés nacional", afirma Vivaldi desde Roma.

Italiano del siglo XV
–¿Sus años de rector le dejaron una red de contactos en Italia?
–"Sí, aunque tenía un antecedente: la red que yo ya tenía dentro de mi área de investigación con grupos de investigadores italianos. Yo trabajo en sueño y ritmos biológicos, e Italia fue pionera en esa área. Hay grupos muy buenos en Boloña, Roma, Milán, Génova, Turín. A todos los conozco bien. Cuando fui rector eso se amplió a autoridades académicas y a otras áreas, porque ahí no hablaba solo de medicina, sino de literatura, de arquitectura, de medio ambiente, de alimentación, de energía, etcétera. Esa red la tengo y me va a servir mucho".

–¿Cómo un rector se transforma en diplomático?
–"Hay una expresión que es válida para ambos casos. Cuando dejé la rectoría, empecé mi discurso, muy emocionado, diciendo que esa oportunidad me había permitido resignificar mi vida. Y no exagero al decir que esta oportunidad de generar vínculos entre Italia y Chile también tiene ese sentido de resignificación.

A mí me gusta decir que los países tienen fronteras espaciales y temporales, por eso digo bromeando que no pertenezco a la Italia contemporánea: el pueblito de mis abuelos es una verdadera reliquia medieval y los códigos de conducta eran el honor, la lealtad y esas cosas. Yo me identifico con eso; en buenas cuentas yo sería un italiano del siglo XV".

–¿Considera que, de alguna manera, se parecen un rector y un embajador?
–"Sí. Un buen rector como un buen diplomático antepone a cualquier legítima ideología de orden personal el concepto de bien común y el interés nacional". 

–¿El cambio de piel de uno a otro ha sido natural o le han tocado injertos sorpresivos?
–"Creo que uno no está muy consciente en lo que se está metiendo, lo vas asumiendo a medida que estás dentro. Si lo piensas mucho, a lo mejor nunca tomas pasos como éste en la vida, es necesario un grado de sana inconsciencia".


Tiempo suspendido
Ennio Vivaldi fue a Taggia por primera vez en 1991. Aprovechó que había ido a un congreso sobre sueño en Cannes, arrendó un auto y cruzó la frontera a Italia. Entró al atardecer a este pueblito construido hace siglos. Ahí, dice, se le juntaron los mundos.

“Mi nona me había contado tantas historias de su pueblo y ahora yo veía todo en frente. El puente Vecchio, de la época de los romanos, que atraviesa el río Argenta. La calle ancha principal que llamaban “El pantano”, porque cuando llovía quedaba hecha un barrial. Todo era como un tiempo suspendido. Fue una emoción muy grande. Todos sabían además de Concepción”.

–¿Qué sabían de esa ciudad al otro lado del mundo?
-"A Concepción, que es mi ciudad natal, llegó mucha gente de Taggia. Así que allí se sabían de memoria el mapa de la ciudad chilena y dónde estaba cada almacén de un inmigrante italiano. Me hablaban de la calle Maipú: la pronunciaban Mai piú, que significa nunca más. También de la calle Caupolicán, a la que le decían Capodicani". 

Dice que entraba a los bares de Taggia y era igual que ir al Club Italiano de Concepción. “Todo se me hacía familiar. Veía a estos señores con sus juegos de cartas, esos juegos medios tontorrones, que se tienen que tomar un trago, cosas de otra época. Era impresionante cómo se parecían a todos los italianos que yo había conocido en mi infancia”.

Cuenta que todos querían compartir con él. Sabían de su familia y quiénes eran sus abuelos. “Me conocían en los restaurantes, no me quisieron cobrar el hotel. Decían que para ellos era un privilegio que llegara este amigo de Concepción”. Desde entonces, ha regresado varias veces a Taggia. 

Su padre junto a su nona.

–Comparte apellido con el famoso compositor Antonio Vivaldi, aunque entiendo que él era de Venecia y no de Taggia.
–Los historiógrafos de Taggia dicen, y supongo que es verdad, que su abuelo nació en el pueblo, pero que se fue a Vicenza y allí tuvo a su hijo. Éste, a su vez, se trasladó a Venecia, donde nació Antonio. 

–¿Sigue siendo hincha del Sampodoria?
–Sí. Debo ser la única persona en Italia a la cual le preguntan cuál es su equipo favorito y dice Sampodoria; y que si le preguntan cuál es el segundo favorito, dice Génova. Porque estos dos equipos de la misma ciudad se odian, la rivalidad es terrible.

–¿Aún hincha también del Audax Italiano?
–Ése fue el equipo de mi infancia, pero luego supe combinarlo muy bien con el Club de la Universidad de Chile.

-Si su nombramiento de embajador fuera un premio, ¿a quién se lo dedicaría?
–A mi nona, sin duda. Ella es la que trae Italia a Chile, esa Italia de otro momento. Porque como cualquier inmigrante, dejó congelado su país en el momento en que partió.

Iolanda Domenica Cichero fue retratada, a principios de los ‘70, por el pintor chileno Camilo Mori. Ennio Vivaldi, su nieto, la acompañaba a esas sesiones. El cuadro está colgado en una de las murallas de la casa del embajador en Santiago. Allí se ve a una señora italiana vestida de negro, un medallón colgado al cuello, una mano apoyada en el regazo. Vivaldi quiere llevárselo a Roma, junto a sus pertenencias más queridas. 

–O sea, se lleva a doña Iolanda Domenica a Italia.
–Sí, aunque más que llevármela, la expresión correcta sería traerla de vuelta.


 
–El Presidente Boric es quien lo nombra embajador. ¿Lo conocía personalmente?
–Lo conocí como dirigente universitario, aunque no mucho. Yo estuve en el Senado Universitario cuando él fue un prominente dirigente estudiantil, presidente de la FECH. Ahí alguna vez coincidimos. Pero no diría que hay un conocimiento muy cercano. Nunca fuimos a las casas. 

–Sí trabajó muy cerca con Simón, su hermano. Era su principal asesor comunicacional como rector. 
–Sí, y tengo la mejor opinión de él. Destaco su sentido de la ética profesional y lealtad al cargo. Mientras su hermano fue candidato a Presidente de la República, su cumplimiento del trabajo era cabal y tenía su cabeza puesta ahí de 9 de la mañana a 5 de la tarde. Después de eso imagino que apoyaría a su hermano. 

–¿A través de él conoció más a Gabriel Boric, a su familia?
–No. Simón era el cercano a mí, como para tomarse una cerveza de vez en cuando y esas cosas. Trabajó conmigo todos los años de la rectoría. 

–El verano pasado le facilitó al presidente electo el Instituto de Estudios Internaciones de la U. de Chile, para que trabajara allí. Se conoció como La Moneda chica.
–Ningún rector en Chile le hubiera negado eso a un gobierno electo, de cualquier color. Lo hubiéramos hecho con él o con otro. Ellos hicieron la solicitud, nosotros facilitamos el instituto.

–Fue nombrado por un gobierno donde prima la juventud, el apogeo sub-40. ¿Cómo lee su nombramiento a los 73? ¿la reivindicación de la experiencia?
–No he visto nunca por parte de este gobierno una actitud de prejuicio. Es cierto que la enorme mayoría es muy joven, pero hasta donde uno los escucha no es porque no les gusten los viejos: es sencillamente un grupo que ganó, una generación que fue construyendo su derecho desde el movimiento estudiantil. Si me dijeras que es un grupo que dice que los viejos no sirven para nada, ahí sería una sorpresa. Además, en mi caso, estaba el antecedente objetivo de mis ocho años como rector en la universidad. 

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Pensó ser sacerdote y filósofo. Terminó estudiando Ingeniería comercial. Fue director de Forus -entre otras varias compañías-, presidente del comité ejecutivo de Clapes UC, líder de la CPC entre 2018 y 2020 y director de la fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (AIS).

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