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Personaje

Ocho historias para despedir a Karen Poniachik

Ocho historias para despedir a Karen Poniachik

Su muerte, debido a un cáncer, sorprendió a mediados de semana. Las redes sociales se llenaron de mensajes y recuerdos de esta periodista y directora de empresas, quien fue la primera mujer en ocupar el Ministerio de Minería, en 2006. Escribieron hasta exPresidentes. Amigos y cercanos cuentan aquí sus personales historias con ella.

Por: Patricio de la Paz | Publicado: Sábado 15 de octubre de 2022 a las 21:00
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Ante una muerte sorpresiva, precoz, dolorosa, siempre están las palabras. Como una forma de protegerse, de consolarse, de salvar del olvido. Así ocurrió el miércoles pasado, apenas se conoció el deceso de Karen Poniachik.

La periodista, magister en relaciones internacionales, primera mujer en ocupar el Ministerio de Minería, directora de empresas y un largo currículum en el mundo público y privado, murió a los 57 años debido a un cáncer de páncreas.

De inmediato las redes sociales, las conversaciones y los recuerdos empezaron a poblarse de palabras. Que era matea, que tenía carácter, que rompía moldes. Todos escribían. Desde compañeros de universidad hasta el exPresidente Ricardo Lagos, quien en un tweet la llamó “pionera”.

Otros hablaron el jueves en su funeral. O enviaron cartas a la familia, como la exmandataria Michelle Bachelet, quien comienza diciendo: “Quiero transmitirles mi más sentido pésame en estas horas de dolor. Es cierto que Karen Poniachik nos dejó demasiado temprano, que la sorpresa dio paso a la pena para quienes la conocimos. Pero se ve cercana la paz al constatar que esta mujer, adelantada a su tiempo, abrió un ancho camino para miles de chilenas”.

Palabras. Momentos. Recuerdos. Amigos y cercanos a Karen Poniachik contactados por DF MAS cuentan historias que compartieron con ella. Un último retrato de despedida. 

Jazz en el Blue Note
El gerente legal de Quiñenco y exministro de Interior de Sebastián Piñera, Rodrigo Hinzpeter, era cercano a Poniachik desde los 18 años. “Fuimos muy amigos. Compartimos grandes conversaciones, también discusiones porque no siempre tuvimos los mismos puntos de vista. Recuerdo que cada vez que yo la visitaba en Nueva York (donde ella vivió más de una década), íbamos juntos a escuchar jazz a un local muy conocido que se llama Blue Note. Eso refleja la diversidad de gustos que tuvo ella y su espíritu gozador: era amante de la política, de la música, del arte, una persona muy multifacética".

"Cada vez que íbamos a Blue Note, como ella era mucho más matea que yo, escogía el día en función de las bandas que tocaban. Era capaz de explicarme la característica esencial de cada una. Fuimos como seis o siete veces. Estuve en contacto con ella hasta como un mes y medio atrás, por WhatsApp. Hablamos abiertamente de su enfermedad, sus preocupaciones, sus dolores”.

La fiereza y la dulzura
La novelista Carla Guelfenbein escribe: “Conocí a Karen hace 15 años en una recepción en la embajada de Inglaterra. Fue allí donde la escuché -con ese semblante suyo de Blancanieves- encarar a un alto funcionario de gobierno acusándolo de haberla ignorado sistemática y campantemente en una mesa redonda que habían compartido hacía unas semanas. Lo dijo sin estruendos, sin trompetas, pero a la vez sin concesiones, tan solo dando cuenta de un hecho inadmisible. Eran tiempos en que las mujeres solíamos ser ignoradas sin más, y pocas de nosotras poseían el coraje que esa vez vi en Karen. Me impresionó tanto esa combinación suya entre fiereza y dulzura, que me acerqué a ella y le dije que estábamos destinadas a ser amigas. Y así fue".

"La vida nos unía de mil formas, desde las más banales (como nuestra obsesión por los zapatos), hasta las más “elevadas”. Una de ellas era sin duda nuestro amor por las palabras. Así como no tuvo concesiones con el funcionario, tampoco las tenía para las frases mal construidas, los verbos mal conjugados (esto en particular la exasperaba), para las comas y los acentos mal puestos, para los excesos y las florituras. En este afán, solíamos reírnos de ciertos escribientes venerados que pecaban, según nuestro parecer, de poco gusto en el lenguaje. Eran nuestras disidencias privadas, nuestras pequeñas concesiones de maldad. Tuve el privilegio de leer algunos de sus escritos, que, como todo en ella, poseían la hondura, la honestidad y el rigor de los grandes. Karen, como pocos seres en el mundo, caló mi corazón. Y es ahí donde permanecerá. Adiós, amiga.”

Caminatas por Central Park
El embajador en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés, la conoció en el 2000, en Nueva York, cuando fue nombrado representante chileno ante Naciones Unidas. Vivían en el mismo edificio y más tarde les tocó coordinar tareas juntos cuando ella trabajaba en el Council of the Americas. Se hicieron amigos inmediatamente.

“Tenía una amistad muy particular con ella. Caminábamos el Central Park incansablemente, discutíamos y peleábamos por política. Karen tenía un gran instinto político. En el 2003 a mí me tocó enfrentar la Guerra de Irak en el Consejo de Seguridad, y esas conversaciones en el parque fueron muchas veces sobre cómo salía Chile bien del tema: por una parte firmando el Acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos; y por otra, votando en contra en el Consejo de Seguridad. Las opiniones de la Karen fueron muy importantes para mí. Me acuerdo haberle escuchado decir cosas y pensar que ella tenía la inteligencia para razonar sobre estos temas siendo que no conocía Naciones Unidas. Recuerdo también que le cargaba que yo fuera en bicicleta, porque ella iba a pie”. 

Días en la UC
El escritor Esteban Cabezas fue su compañero en Periodismo de la Universidad Católica. “Nuestro curso quedó dividido de entrada, con la primera protesta nacional de mayo de 1983 convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC). Era una Universidad Católica con Jorge Swett en el rol de rector delegado. Y ya, de entrada, Karen tomó partido. Cuando nos organizamos para pelear por la primera FEUC democrática, también estuvo allí. Comprometida sin dejar de ser muy matea, siempre. En esos primeros años fuimos bien amigos. Nos cambiábamos ropa -recuerdo un chaleco rosado, mío-, nos ayudábamos en las tareas (yo en las de fotografía, ella en las de redacción periodística). Eran tiempos políticos, pero también de fiesta, más de alguna en su casa”.

El indiscreto bolso fucsia
La directora de SQM y emprendedora Gina Ocqueteau se hizo amiga de Poniachik en un viaje a Tokio en 2015, organizado por el Comité Empresarial Chile Japón. “No nos despegamos nunca más. Era mi mentora, hablábamos todos los días a las 7 de la mañana. Fue así hasta el final, incluso el día que la intubaron hablamos en la mañana”, dice. Y cuenta una historia de cuando hicieron el curso de reservistas del Ejército. “Una vez, en 2011, fuimos a la Brigada de Operaciones Especiales. Teníamos que acampar y todo debía ser camuflado, los trajes, las carpas. Y ella llega con un bolso fucsia, grande. Me acuerdo que el capitán le dijo: ‘Pero alférez Poniachik cómo trae eso…’. Después hasta el comandante en jefe se reía de estas cosas de la Karen”.


Contra viento y marea
El astrónomo Mario Hamuy, Premio Nacional de Ciencias 2015, recuerda: “Con Karen tuvimos una amistad que se remonta a unos 15 años. Conocí su pasión por la vida, el sueño de ser mamá, las relaciones sentimentales, su enfermedad, la política, sus continuos viajes a EEUU (su destino favorito). Recuerdo una historia en particular. Karen dirigía el Centro de la Universidad de Columbia en Chile y en 2017 le correspondió recibir en Valparaíso, junto a Michelle Bachelet, el barco de investigación Marcus G. Langseth. Tuvo la deferencia de invitarme en mi calidad de Presidente de Conicyt. Acepté con gusto la invitación, pero coincidía con la inauguración del Congreso del Futuro en Santiago, a la cual estaba comprometido.

Karen aplicó su determinación para que yo viajara: gestionó mi traslado en helicóptero junto a la mandataria desde la azotea del ministerio de RREE en Santiago. Era la primera vez que yo volaba en helicóptero, y lo hacía junto a la Presidenta, a instancias de Karen. Tras minutos de vuelo, el aparato se posó en la base de la Armada, para seguir raudos al molo de atraque del puerto. Luego de visitar el buque, vinieron los discursos en la cubierta del barco. Karen tenía preparado su discurso en hojas de papel, pero en medio de su alocución una fuerte ráfaga arremolinó su estiloso pañuelo al cuello, el que amenazó con salir volando. Para ella era importante su pañuelo. Con gran destreza logró atraparlo, dejando volar las hojas del discurso. Con su chispeante humor y resiliencia, pudo seguir con la ceremonia, contra viento y marea, otorgando a la moda el sitial que se merece en cualquier ceremonia que se precie de tal”. 

Una foto de ese día, con el pañuelo en cuestión.


Fashion sin complejos

“La Karen era muy pop, divertida, le gustaba el espectáculo, como neoyorquina se sabía todos los musicales -recuerda la periodista Lucy Wilson-. Además, era una fashionista total, amaba los sombreros y los zapatos. Le encantaban las alfombras rojas, desde la gala de Viña a los premios Oscar. Una vez con (los periodistas) Claudio Gaete y Julio Nahuelhual nos juntamos los cuatro a ver los Oscar vestidos de gala. Fue en el departamento de Claudio en Santiago. La Karen disfrutaba estos eventos, comentaba los vestidos. Tenía un tema con los vestidos verdes, quién podía llevarlos y quién no: nos mandábamos fotos con vestidos verdes. Le encantaba vestirse de negro, un sello muy Nueva York. Ella nunca ocultó este lado más ligero y vanidoso, no tenía complejos”.


La carta
La periodista Carola Díaz fue su amiga y compañera en la UC. Luego, cuando ella vivía en España y Karen en Nueva York, se enviaban larguísimas cartas. “Era incontenible y yo también: nos escribíamos hasta que nos quedábamos dormidas”, recuerda.

Esta es una carta que Karen le mandó a comienzos de los años ‘90:

“Después, en la tarde, en clases, gocé admirando a una gringa que se llama Kate Doyle, que tiene una personalidad arrolladora, habla con las manos, que son enormes, y todo lo que dice, lo dice bien. Me encantaría ser como ella, tener esa personalidad, tan segura de sí misma, tan autoritaria, tan radical, tan convincente. Antes me aterraba hablarle. Yo creía que ella, feminista a cagar, me odiaba por ser burguesa y latina, una mezcla que enciende la mecha de la indignación en cualquiera de estas feministas gringas. Además, es izquierdista a concho. Y yo que soy un poco momia... Pero hoy me habló. Me preguntó por qué tenía un parche en la nariz (se me olvidó contarte que me retoqué por pura vanidad el cartílago para respingármela cuando estuve en Chile) y pensé en inventar algo así como que un paco me pegó en Chile, o que me asaltaron, pero no sé de dónde saqué personalidad y, muy segura de mí misma, le conté que me la había operado por pura vanidad. Yo esperaba alguna pachotada de vuelta, pero, sorpresivamente, me dijo que ella siempre había querido operársela pero que se moría de susto. Plop. Nos quedamos tomando té y comiendo galletas de chocolate por dos horas, muertas de la risa, me contó de sus aventuras haciendo documentales sobre el NEP en la selva filipina, sobre su matrimonio con un inmigrante latino indocumentado que ni conocía para puro conseguirle a él la residencia, sobre sus amigos underground y yo también le conté sobre mis penas y glorias, sobre Alejandro, y así lo pasamos el descueve y quedé contenta conmigo, con ella, con el día que había tenido. Y con el hecho de ser como soy. Tienes razón, Carolina, me tengo que querer más”.

Una foto de esa época en Nueva York, en esa oportunidad con la actriz Kathleen Turner. 

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