Plumas x plumas
Una conversación entre Leonidas y Pedro Montes: Un territorio común
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La galería D21, fundada por el abogado y coleccionista Pedro Montes (54) hace 14 años, funciona en un departamento del segundo piso de un edificio en la esquina de Lyon con Providencia. Es luminosa y, por supuesto, está llena de arte. Para llegar hasta ahí, un martes al mediodía, Leonidas Montes (57) caminó seis cuadras desde el Centro de Estudios Públicos (CEP), donde es director desde 2018.
Leonidas llega vestido formal, terno oscuro, camisa celeste. Sube por la escalera. Cruza la puerta y divisa a Pedro, su hermano menor, sentado en la terraza, donde conversa relajado con un artista venezolano radicado en Estados Unidos. Está de jeans, chaleco con cierre, zapatillas.
Esta es la primera entrevista que dan juntos. Eso los entusiasma. Pedro decide que se haga en el tercer piso, donde tiene una mesa grande -que a veces presta para talleres, como el de lectura de Matías Rivas o el de escritura de Rafael Gumucio- y donde las murallas están tapizadas de fotos originales de artistas que ha ido reuniendo durante años. No es lo único que ha ido juntando: su colección de arte chileno de los años ‘70 y ‘80 es una de las más importantes del país, con cerca de 400 obras.
Pedro se sienta en un costado de la gran mesa. Leonidas se acomoda en la cabecera. El hermano mayor estudió Ingeniería Civil y Filosofía en la Universidad Católica; y luego hizo un Máster en Economía en Cambridge. Lleva cinco años dirigiendo el CEP y antes de eso fue decano y académico en la Universidad Adolfo Ibáñez. Ahora, en la entrevista que está por comenzar en este tercer piso, está dispuesto a conversar de aquellas cosas que nunca habla. De las que sólo se hablan con alguien de la familia.
Parten contando que se ven seguido, que son cercanos. Trabajan a una distancia caminable uno del otro y además viven a dos cuadras en el mismo barrio de su infancia, en El Golf con Presidente Errázuriz. Se ven todos los fines de semana. Pasan juntos las vacaciones con sus familias.
-¿De qué conversan dos hermanos cercanos como ustedes?
-Leonidas Montes (LM): De arte no conversamos mucho. Uno quisiera más tiempo para conversar estos temas.
-Pedro Montes (PM): Cierto, lo hacemos de vez en cuando.
-¿Entonces de qué hablan?
-PM: Casi siempre de problemas y cachos. Trámites que no resultan. Son conversaciones bastante prácticas.
-Pero dejando fuera los trámites y cachos, ¿de qué conversan?
-LM: Nos reímos. De todo.
-PM: Cosas familiares más que nada. La chacota con los primos, los sobrinos, los tíos. Somos muy achoclonados, una familia grande.
-¿Y en conversaciones sólo entre ustedes?
-LM: La verdad que no tenemos mucho tiempo.
-¿De quién es la culpa?
-PM: De Leonidas.
-¿Qué dices, Leonidas? ¿siempre escaso de tiempo?
-LM: Sí. Me cuesta salir a almorzar, no me da. De repente vengo aquí cuando alcanzo, a un lanzamiento por ejemplo. Pero me cuesta salir de la rutina laboral.
-Retrocedamos el tiempo. A la juventud, cuando sí tenían tiempo. Entiendo que ambos fueron entusiastas coleccionistas. ¿Qué gusto les provocaba eso?
-PM: Es una pasión, no un gusto. Es una pasión que se transforma en una forma de vida. Es ponerse el hábito, de alguna manera. Por lo menos en mi caso. Hay gente que lo ve en otra forma.
-Partiste, como todos los coleccionistas, con monedas, estampillas y en algún minuto diste el salto a colecciones de libros originales y luego al arte. ¿Ese coleccionista inicial es distinto al que eres hoy?
-PM: Distinto. El de monedas y estampillas era un coleccionismo súper amateur, de adolescente. Pero ya el coleccionismo serio diría que partió hace unos 12 o 15 años, cuando empecé a fijarme en un período del país, arte chileno, ciertos artistas. Entonces me centré en ese pequeño mundo.
-Pero me refería a la pasión de coleccionar, si ésta se mantiene inalterable independiente de lo que colecciones.
-PM: Sí, hay un chispazo primero. Pero es incipiente. Si lo de las monedas hubiera sido mi pasión, yo hubiera seguido adelante y sería hoy día el gran coleccionista de monedas. En realidad yo iba buscando cuál era mi mundo de coleccionismo.
-Hasta que finalmente el coleccionista se profesionaliza, ¿cierto?
-PM: Sí. Profesionaliza, ésa es una buena palabra para los coleccionistas.
-Pero en esta mesa hay otro coleccionista. Que en su juventud llegó a tener 300 vinilos, por su amor a la música. ¿Qué te movió a eso, Leonidas?
-LM: Me pasa algo un poco parecido a lo de Pedro. Yo también tenía estampillas. Y después vino la música, que me apasionaba. El disco era sólo el objeto. Después uno empieza a buscar nuevos rumbos, me fui a estudiar afuera y los discos quedaron ahí. Pero creo que en el coleccionismo hay algo interesante: que uno aprende. Es una cuestión intelectual. Si te metes obsesivamente en la música, aprendes. Si te metes en los libros, aprendes. Si te metes en la fotografía, aprendes. Tiene un componente intelectual que me parece súper atractivo. Pedro se mete en una época de la pintura en que también ha aprendido, porque no es sólo lo que se ve, sino que también hay todo un contexto de lo que estaba pasando, lo que se vivía entonces. El coleccionismo es una pasión que combina el lado izquierdo y el lado derecho del cerebro. Hay emociones y hay algo racional.
-PM: Hay un desafío intelectual. Tú te das cuenta de cuáles son los coleccionistas apasionados que se enriquecen intelectualmente y cuáles simplemente acumulan, que es como volver a juntar estampillas.
-LM: El coleccionista que sólo acumula no es buen coleccionista, es un acumulador.
-Ustedes tienen una diferencia de tres años. Cuando uno coleccionaba música a los 16 o 17 años, el otro tenía 13, 14. ¿Eso provocaba un desfase en gustos? ¿o habitaban territorios comunes?
-PM: Los gustos se mezclaban. Yo también me metía en el mundo de la música siguiendo a Leonidas. Los dos estábamos además en el mundo de la poesía y de la literatura.
-LM: Los dos leíamos mucho.
-PM: Yo leía lo que leía Leonidas. Terminaba él un libro y partía yo.
-Entiendo, Leonidas, que conociste al poeta Juan Luis Martínez por Pedro.
- LM: Sí.
-Y Pedro alguna vez contó que la primera edición de La nueva novela de Martínez se la regalaste tú.
-LM: Bueno, no era la primera; era la segunda. Pero no es que lo haya engañado, fue sin saber.
-Lo que me pareció bueno de eso es que al final son cosas que comparten, de lado y lado. Uno le presenta al otro un autor; y el otro le regala un libro en una edición especial de ese mismo autor.
-LM: Y después Pedro me consiguió la primera edición a mí.
-PM: De ida y de vuelta.
-¿Con qué otros autores les pasaron situaciones así?
-PM: Yo leí Nicanor Parra de un libro que tenía Leónidas. Ahí me metí en el mundo de Parra. Después yo pasaba metido en San Diego, donde Paco Rivano, buscando primeras ediciones de literatura.
-LM: Y así Pedro partió con las primeras ediciones, buscaba todos esos libros.
-PM: Eso es un inicio de coleccionismo. ¿Por qué la primera edición?, porque me gusta leer el libro en primera edición. Tiene un gustito especial.
-O sea, ni pensar leer en un iPad o en versión electrónica
-PM: No, jamás.
-Tal vez Leonidas se da más permiso en eso…
-LM: No, a mí me cuesta leer así. Prefiero el papel también, pero me da lo mismo si es primera edición o segunda. Pero sí, me gusta el libro físico.
PM: De un buen libro, yo quiero la primera edición. Creo que hasta El Quijote me lo leí en una edición de 1800 y tanto.
-¿Qué más cosas compartían en literatura, que claramente es un territorio común?
-LM: Tú partiste con Huidobro.
-PM: Sí, Huidobro. Y también compartimos todo el boom latinoamericano. Donoso, Vargas Llosa, nos leímos todo eso. Hasta la Isabel Allende.
-Leonidas, a mediados de los años ‘90 participaste en un taller literario con Gonzalo Contreras. Ganaste en 1996 el Concurso de Cuentos Paula. ¿Era un universo ajeno para ti?
-LM: No, porque yo leía mucho.
-¿Por qué entras al mundo de la escritura?
-LM: Lo hice por entretención, había un taller y dije: “Ya, me voy a meter”. Si te dedicas a trabajar todo el día en un banco, como era mi caso, tenía que tener otras cosas distintas para complementar las ocho horas financieras. Ni siquiera me acuerdo cómo llegué al taller de Gonzalo Contreras.
-¿No había entonces un escritor interno que luchaba por salir?
-LM: Siempre me había gustado escribir, pero cuestiones más como tesis. La tesis de ciencia política, la tesis en filosofía.
-PM: ¿Y los cuentos que escribías?
-LM: Escribía cuentos, antes.
-O sea, no fue sólo por entretenerte…
-LM: Era una pasión también. Una pasión entretenida. Y era un mundo muy interesante, estaba (Diego) Maquieira, Raúl Zurita, participaba también Jorge Edwards. En el mismo taller estaba Pablo Simonetti, Carla Guelfenbein. Luego hacíamos talleres distintos, leíamos Retrato de una dama, después a Nabokov. Entonces tenía todo un componente intelectual.
-¿Y mientras eso pasaba, en qué estabas tú, Pedro?
-PM: Estaba afuera. Había estudiado leyes en la Católica, después me fui a Inglaterra.
-LM: Los dos nos fuimos a Cambridge, por separado. En épocas distintas.
-PM: A la vuelta igual me topé con este mundo entretenido y me metí de colado. También fui a los talleres de Zurita. No iba a escribir, iba a escuchar.
-LM: A sapear
-PM: A sapear y a leer.
-¿Las inquietudes similares siempre estaban en el terreno de la literatura?
-PM: Y en el deporte también, los dos jugábamos vóleibol.
-¿Eran buenos?
-LM: En el colegio sí, para la época éramos buenos.
-¿Pero eso no prosperó?
-PM: No.
-LM: No lo he hablado con Pedro, pero creo que los dos lo hacíamos por la misma razón: para ahorrarnos hacer el test de Cooper.
-PM: Pero no era mi razón.
-LM: ¿Tú hacías el test de Cooper?
-PM: Sí.
-LM: Ah no, yo lo caminaba. Por jugar vóleibol y ser seleccionado del colegio te ponían un siete todo el año en Educación Física.
-O sea, ¿no había amor por el vóleibol?, ¿era sólo por el siete para todo el año?
-LM: Había amor con el vóleibol, pero había un odio contra el trote. No me gustaba el trote.
-PM: Yo sí hacía el test de Cooper y el vóleibol me encantaba. Era entretenido, ibas a competir al sur. Con los colegios alemanes, porque estábamos en el Verbo Divino.
-¿Les tocó jugar juntos?
-LM: No, porque Pedro tenía tres años menos. No coincidimos.
-Tú hacías montañismo también.
-LM: Sí, y todavía me gusta. El domingo voy temprano al cerro sí o sí. Será el instinto del buen salvaje de Rousseau. Me siento pleno y me encanta.
-¿Pedro, a ti también?
-PM: No.
-LM: Sólo vóleibol (risas).
-PM: Pero hacía el test de Cooper (risas).
-Si no es la montaña, ¿cuál sería tu plan de relajo entonces?
-PM: Me voy al mar, aunque la playa no me gusta.
-LM: Lo de Pedro es con afán contemplativo.
En sus últimos años de colegio, Leonidas Montes trabajó los veranos en la mítica disquería Fusión, ubicada en el Drugstore. Eso le abrió aún más el mundo de la música y empezó a asistir a conciertos de grupos que recién comenzaban en los años ‘80, como Los Prisioneros. De ahí, de manera natural, se convirtió en lo que llama “un testigo marginal” de la movida cultural underground. Iba a Matucana 19, vio performances de Vicente Ruiz.
Su hermano Pedro dice que no lo acompañaba en esa ruta. “Yo no me metí en ese mundo. Mi under era otro: los remates, San Diego, yo andaba metido por otro lado, por el centro. En los libros, en el territorio de Rivano. Me iba a meter a todos los remates a ver cosas y me interesaba comprar. Una vez compré un fusil de 1800 en Franklin. Pasaba metido en Franklin, me encantaba”, explica.
-Pero finalmente te relacionas con el mundo under, el de la contracultura. Empiezas a acercarte a Las Yeguas del Apocalipsis, Lemebel, Casas, Leppe.
-PM: Coincide con la inauguración de D 21, porque yo participé en el taller de Eugenio Dittborn, ahí lo conozco y a partir de eso…
-LM: Pedro antes pintaba.
-PM: Sí. De repente aún hago cosas.
-¿Qué año haces el taller de Dittborn?
-PM: Hace unos 14 años. Estuve como cinco años con él. Entonces empecé a conocer todo el entorno de Eugenio. Aunque a las Yeguas no llego por él, sino por la Rosita Lloret. Fue una cosa por otro lado, pero se empieza a conectar en esa época. Me topo con Juan Luis Martínez también.
-O sea, Leonidas fue testigo del mundo under en tiempo real, pero tú te metes espués de que había ocurrido.
-PM: Sí, yo no estaba ahí. Yo entro a rescatar, a reponer de alguna manera. Le doy una segunda vuelta a Leppe, a Martínez, a toda esa gente.
-De los dos, fuiste tú Pedro quien perseveró en su gusto cultural. Ahora estamos en una galería de arte que es tuya. Digamos que no es el camino típico de un abogado.
-PM: No lo es.
-¿Cuántas vallas hubo que saltar?
-PM: Mmm, vallas no sé si tanto, porque se dio naturalmente. Desde chico venía coleccionando, así que seguir en eso a los 30, a los 40 y a los 50 es natural. Lo que pasa ahora es que uno tiene más cosas y no sé dónde ponerlas, pero uno se las arregla. Te diría que tengo la gracia de mantenerme pequeño. Nunca dije: me voy a agrandar, voy a hacer la gran galería.
-Se dice que eres un galerista muy particular.
- PM: Sí, muy particular. En un minuto creía en el nuevo galerismo, llegaron unos coleccionistas, hace unos diez años, y era una burbuja que duró nada. Seguimos en las mismas condiciones precarias de arte. Pero logré poner a ciertos artistas fuera de Chile, en los grandes museos, en grandes colecciones, y eso es lo que realmente quería. Aplauso, misión cumplida en esta etapa por lo menos.
-¿Habías imaginado que llegarías a algo así?
-PM: No. Se fue dando no más.
-LM: Pedro ha ido con prudencia y persistencia siguiendo en esto, que es un aporte. Yo encuentro que lo que hace él no se reconoce, pero que haya gente comprometida con promover el arte nuestro es fantástico. En ese sentido, él es más calmado que yo. Yo soy mucho más disperso. Él es más focalizado.
-¿Tú haces paneos más que un foco?
-LM: Sí, y pum: salto para acá, para allá. Yo puedo saltar. A lo mejor si me hubiera dedicado a los cuentos, estaría escribiendo cuentos y sería el mejor cuentista. Pero no hice eso.
-Claramente tomas una decisión distinta.
-LM: Sí, inesperada e impredecible. Yo llegué a lo académico por casualidad.
-¿Eres impredecible?
-LM: O sea, pasan las cosas. No sé. El foco me cuesta. Si hace un tiempo me hubieras dicho “vas a ser director del CEP” o “vas a hacer un doctorado en economía”, hubiera dicho “estás loco”. Las circunstancias se van dando y uno disfruta lo que hace. Esa época de la música fue muy rica, muy intensa, pero de repente saltas. La época de la literatura y los cuentos también fue muy rica e intensa, pero después saltas por razones completamente azarosas.
-O sea, podrías volver a saltar. A lo mejor en unos años más podrías dedicarte a escribir cuentos o una novela.
-LM: Pero a lo mejor eso es volver para atrás. A lo mejor una cosa nueva. A mí me cuesta tener metas, prefiero disfrutar lo que estoy haciendo.
-¿Pero podrías sorprendernos?
-LM: O sea me podría sorprender a mí mismo.
-Decías, Pedro, que trabajas tus propias obras de arte.
-PM: Hace tiempo que no hago, pero tengo el bichito.
-¿Qué tipo de cosas haces?
-PM: Hago esculturas con acrílico.
-¿Con algún tema especial?
-PM: No, sin tema. Son bien abstractas. Son de acrílico, que doblo con fuego. Como cerámicas, de alguna manera.
-¿Has visto esas esculturas, Leonidas?
-LM: No. Eso es nuevo para mí. Pero hay artistas que son reservados. ¿Pero son acrílicos de colores?
-PM: Sí. Trabajo en un taller que tengo en Santiago centro. Un taller bodega. Pero es una cosa privada.
-LM: Son espacios propios, eso yo lo entiendo.
-Cuando más jóvenes intercambiaban literatura, ¿qué cosas los unen hoy?
-LM: El arte.
-PM: Lo que Leonidas quiere comprar en esa área, me pregunta antes.
-LM: Pedro es el referente por excelencia. Yo no tengo tanto conocimiento de arte, así que le pregunto a Pedro.
-¿No hay nada que tú hagas en arte sin que Pedro te levante el dedo?
-LM: Absolutamente (risas).
-Y al revés, Pedro, ¿hay cosas que a ti te interesa preguntarle a Leonidas? El destino del país, los intelectuales de moda…
-PM: Libros, de repente. Ahora estoy leyendo el de Patricio Aylwin, por ejemplo, que Leonidas me comentó; o el de Mansuy. Ahí nos vamos poniendo al día.
-LM: Antes había más intercambio, yo he dejado de leer. ¿Tú lees más, o no?
-PM: Sí.
-¿Qué te gusta leer, Pedro? Me imagino que mucho de arte.
-PM: No leo tanto de arte, me aburre. Me gusta ver arte, eso sí. Leo mucho entre líneas, leo cruzado. Sobre todo de esa época en que las lecturas de arte eran indigeribles, terribles, dificilísimas. Entonces hay que despejar.
-¿Y qué lees por gusto?
-PM: Poesía, algo de contingencia, algo de literatura. Hace poco leí a Matías Rivas. Con Diego Maquieira estamos hablando siempre. Ahora estoy leyendo a Malú Urriola. Bastante literatura chilena también. Rafael Gumucio me gusta.
-LM: Yo lo leo en Ex-Ante. Me encanta, tiene buena pluma.
-Así como hay cosas que los unen, ¿qué los separa hoy día?
-PM: Tres años y medio de edad.
-LM: ¡Buena respuesta!
-¿Sólo eso?
-LM: Naturalmente, con la vejez las cosas se van separando porque tú tienes hijos, y en el caso nuestro las edades de los hijos tienen harta diferencia. Yo me casé viejo en mi época, a los 33 años ya era tarde. Y Pedro se casó mucho más viejo.
-PM: A los 40. Entonces mis hijos son chicos en relación a los de Leonidas.
-Casarse viejos es otra cosa que los une entonces
-LM: A los dos nos costó casarnos.
-¿Piensan que tiene que ver con la manera de mirar el mundo que se vivía en su familia? ¿O es que no aparecía no más la mujer que les gustara lo suficiente?
-PM: Todas las anteriores.
-LM: Por las circunstancias también. Pedro también estuvo mucho tiempo afuera estudiando. En tres tandas. Cambridge, Italia, Nueva York. Recuerdo que pasamos juntos el cambio de milenio en Venecia. Cuando todo se iba a acabar. Y lo único que pasó en Venecia es que se inundó la plaza.
-Para cerrar con lo mismo que comenzamos, ¿qué les dirían ahora a esos adolescentes coleccionistas que alguna vez fueron?
-LM: Chuta, le diría que sigamos coleccionando y aprendiendo.
-PM: Le hablaría a ese coleccionista de 25 años en París, que estaba en una librería viendo un libro, una primera edición de Huidobro que costaba 3.000 francos. Y le diría: “¡Cómpralo, idiota!”