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Por dentro

La travesía de 18 afganos que llegaron a Chile a través de una ONG vinculada a Harvard

La travesía de 18 afganos que llegaron a Chile a través de una ONG vinculada a Harvard

El 22 de septiembre aterrizó un avión con 18 afganos sin ningún vínculo con Chile. Son mujeres montañistas, todas ligadas a Ascend, una ONG vinculada a Harvard que se dedica al empoderamiento femenino a través del deporte.

Por: María José Gutiérrez | Publicado: Sábado 9 de octubre de 2021 a las 04:00
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Masoma Mohammadi (25): El día en que los terroristas talibanes entraron en Kabul fue muy malo. Era como si todos supieran lo que iba a pasar. Cuando me desperté, mi prometido (que ahora es mi marido) me llamó y me dijo: ‘Masoma, la Universidad de Nia está en mal estado’. Salí de mi casa, la gente estaba confundida y asustada. Las mujeres y las niñas, a diferencia de otros días, usaban hiyab y vestían ropa completa".

Todavía era temprano en la mañana y los talibanes aún no habían entrado en la ciudad, pero nos tenían rodeados. En la tarde nos enteramos a través de las noticias que el Presidente había huido del país con una gran cantidad de dinero. Nuestra pequeña esperanza de la supervivencia se perdió y se preparó el terreno para la caída total de la ciudad de Kabul sin la resistencia de las fuerzas de seguridad.

Yo soy la cuarta de una familia de cinco hermanos. Todos ellos, y mis padres, se quedaron en Kabul. Mi marido es cinematógrafo y fotógrafo, y yo soy pintora, hago murales de paz en la ciudad y estaba terminando mis estudios de arte en la Universidad de Kabul. Además enseñaba montañismo y patinaje en hielo en Asand.

Pero los talibanes derribaron rápidamente todos nuestros sueños: ellos llegaron con el mismo enfoque antifeminista, y buscaban decapitar y destruir a las mujeres artistas y deportistas activas. Así que empecé a buscar una forma de escapar del país. En eso me llama nuestra jefa Marina (LeGree, fundadora de la ONG Ascend) y me dice: ‘Estoy tratando de sacarte’.

Tratamos de huir dos veces por el aeropuerto de Kabul, pero no pudimos entrar por el hacinamiento, las fuerzas de seguridad nos disparaban. Con mi amiga Sakineh, que estaba embarazada, y nuestros esposos, volvimos a intentarlo, pero hubo una explosión muy fuerte y huimos a toda prisa. Había heridos y asesinados en todas partes.

De vuelta en casa, llamamos a Marina. Ella nos dijo que nos iríamos a Chile y que para eso teníamos que salir a Pakistán lo antes posible. Personalmente no había escuchado mucho sobre Chile. Solo sabía que era un hermoso país en Sudamérica.

No teníamos ningún documento para cruzar la frontera con Pakistán. Y no había forma de que pudiéramos pasar porque somos de la tribu hazara, y los talibanes habían dicho al ejército fronterizo que los hazaras no podían salir.

Tuvimos que contactar a un contrabandista. Él nos dijo que solo los hombres podían cruzar porque los talibanes nos acosarían. Nos vestimos con ropa de ellos y nos cubrimos la cara. A las 12 de la noche cruzamos la frontera en secreto, vestidas de hombre y sin zapatos para que el sonido de nuestros pasos no alertara a los guardias fronterizos paquistaníes. Fue muy duro.

Las espinas y los guijarros nos habían herido las piernas. Pero por miedo a que nadie supiera que éramos mujeres, nos calmamos. Después de unas dos horas de caminar descalzos, cruzamos la frontera. Los contrabandistas habían roto el alambre de púas y pasamos por debajo.

Nos quedamos en Quetta, Pakistán, durante unos 20 días, alojando en mezquitas porque sin documentos ni pasaportes no nos aceptaron en ningun hotel. Ahí nos reunimos con otras familias que habían huido como noostros. Logramos volar a Dubái, y 10 horas después tomamos otro avión a París. Ahí personal de la embajada de Chile nos llevó a la terminal. Y 17 horas después abordamos un avión rumbo a Santiago”.

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La magia

El miércoles 23 de septiembre, a las 8:30 hrs, el ex subsecretario de Desarrollo Social Sebastián Villarreal, y el director ejecutivo del 3xi Leonardo Maldonado llegaron al aeropuerto de Pudahuel a recibir el vuelo 406 de Air France.

Ahí venían Masoma Mohammadi, su marido y otros 16 afganos, todos ligados a la ONG norteamericana Ascend, que busca empoderar a las mujeres y convertirlas en lideres a través del montañismo. En un bus los trasladaron a la residencia sanitaria en el hotel Fundador, en Santiago Centro, para hacer la cuarentena.

Siete días después, los 18 -en seis autos de voluntarios- se dividieron en dos grupos: las dos familias con hijos -el chofer y el guardia de Marina LeGree, fundadora de la ONG, con sus cónyuges e hijos- llegaron a la casa de los jesuitas en Padre Hurtado, y las otras tres parejas -mujeres participantes de Ascend con sus maridos, una de ellas, embarazada- se instalaron en la casa de la Vicaría de la Pastoral Social, metro Toesca.

El viernes de la semana pasada el grupo se reunió con el ministro Secretario General de Gobierno Jaime Bellolio y su hermano, el jefe de Extranjería Álvaro Bellolio, para iniciar el proceso formal de solicitud de refugio; y este jueves se les entregó una primera visa provisoria por ocho meses que se renueva automáticamente.

En un mes más, cuando cada familia se instale en un departamento o pieza propia, es cuando comenzará el verdadero desafío. Esto es: que aprendan a hablar español, encuentren un trabajo y así sean autosuficientes económicamente.

“El Estado solo los acoge humanitariamente, pero aquí es trabajo del mundo privado ayudarlos a reinsertarse”, asegura Villarreal.

Es la primera experiencia de este tipo que se hace en Chile: cuando en 2017 Michelle Bachelet recibió 66 refugiados sirios por el Programa de Reasentamiento para desplazados por la guerra civil, fue el gobierno quien tomó el liderazgo del programa. La experiencia tuvo aciertos y errores.

De hecho, un año después, algunas de esas familias acogidas se manifestaron en La Moneda acusando abandono y pidiendo que los envíen a EEUU. Por eso, Villarreal y Maldonado trabajan con prisa en el diseño de un programa que los acompañe por un tiempo y los habilite para que ellos se puedan insertar exitosamente de la mano de la sociedad civil. Y para eso hay un plazo de un año.

Desde Nápoles, la estadounidense Marina LeGree -que no conoce personalmente a ninguno de los dos- dirá: “Para mí esto fue magia”.

El origen

Marina LeGree pisó Afganistán por primera vez en 2005. Recién graduada del máster en Asuntos Internacionales y Resolución de conflictos de la U. George Washington se trasladó a la provincia de Badakhshan, al noreste del país, para hacer trabajo de campo junto a la  Organización Internacional de Migraciones (OIM). El plan era quedarse medio semestre. “Afganistán entonces era un mundo completamente nuevo. Por eso lo amaba y me quedé”, relata la colorina, oriunda de Arlington Virginia, madre de dos hijos, casada con un oficial naval estadounidense. Los tres meses se convirtieron en un año y medio. Trabajaba en el desarrollo del lugar, principalmente a través de la construcción de infraestructura con el gobierno afgano y trabajo con las comunidades. La zona, lejos del área bélica, estaba llena de montañas, donde Marina, como tantos extranjeros, solía hacer senderismo. Y de a poco comenzó a escalar.

Con 24 años, había ascendido en el cargo ya varias veces, y gozaba de la protección de los propios afganos. Se quedó otro año en el lugar trabajando con el gobierno alemán en su agencia de desarrollo. Era la única mujer y como tal se enfocó en empoderarlas: ayudarlas a determinar sus necesidades y resolverlas. Así logró, por ejemplo, que los contratistas estadounidenses y británicos emplearan 20% de mujeres en su fuerza laboral. En 2007 se mudó a la provincia de Kunar, en el este de Afganistán, a trabajar con el gobierno norteamericano. Aterrizó en plena zona de guerra, la más violenta del país.

“Fue una verdadera llamada de atención. De hacer trabajo comunitario con los afganos, me convertí en una persona civil-militar, podía hablar marine”, dice.

Toma una pausa. Y continúa. “Fue horrible estar ahí, era una base pequeña donde recibíamos 24/7 personas heridas, muertas, incluyendo niños. Teníamos esos cañones enormes que salían todo el día, que disparaban los mismos tipos con los que tomabas desayuno y comías... Pero lo peor para mí fue la estupidez de todo el daño que sucedía alrededor, el daño a todos los demás, los civiles. En la guerra las personas olvidan la humanidad”.

Marina respira profundo. “La razón por la que me fui fue porque sufrí una agresión sexual. Y no fue un enemigo de guerra, fue un estúpido de mi propio gobierno con el que debía trabajar. ‘Esto no es por lo que estoy dejando a mi familia, mi vida’. Estaba cansada de la guerra, de ser la única mujer todo el tiempo. Y del problema de quién ganaba. Eso nunca me motivó”, reflexiona.

Tomó un avión de vuelta a EEUU, se casó con un militar de ese país, se empleó en el Departamento de Defensa norteamericano, en una agencia que entrena a militares y civiles. Duró menos de un año. Y partió a Harvard. Quería encontrar un nuevo foco. Se matriculó en un máster en Administración Pública. Entre todos sus compañeros había dos chilenos: Carla Serazzi, embajadora en Irlanda, y Cristián Rodríguez, ex InvestChile, y actual académico visitante en esa casa de estudios.

El hito

“Dónenme US$ 50 cada uno para echar a andar Ascend”, decía el mensaje que Marina mandó a su grupo de compañeros. En Harvard, todos conocían su sueño de proyecto: crear un programa que entrenara a las mujeres afganas para ser líderes, y usar el montañismo para lograrlo. Eso tenía un primer hito: lograr que la primera mujer afgana conquistara el Noshaq, la cima más alta de ese país (7.492 mts, donde solo habían ascendido dos afganos, ambos hombres). En 2018, Hanifa Yousoufi hizo historia. La excursión fue publicada en la prensa mundial.

El montañismo -obviamente- no era una actividad que hacían las mujeres (muchas ni siquiera habían podido educarse), tampoco el yoga, ni ningún tipo de fitness básico, cuenta LeGree. Masoma, alumna de Ascend, explica lo que para ella significó el deporte: “Nos sentíamos libres y con energía cuando subíamos, y los ejercicios fortalecieron nuestro ánimo ante las dificultades que afrontamos. El montañismo fue uno de los deportes que nos dio la sensación de ser fuertes y libres en las alturas del pico”.

De vuelta en Nápoles, Le Gree recuerda que el mayor desafío era convencer a las familias de darles permiso. “Eran niñas (se les llama así a las no casadas, aunque sean mayores de edad). Teníamos que partir por mostrarles que éramos buenas personas y que podíamos ayudarlas a transformar sus vidas”, asegura. Estas, a su vez, luego de participar en un programa de dos años, o entraban a la universidad, o enseñaban a leer y escribir en las mezquitas de sus comunidades, o trabajaban con niños discapacitados a través del arte, “aportando con su liderazgo”, relata.

Este año habían inaugurado un centro deportivo en pleno Kabul, donde asistían 75 niñas y trabajaban 17 personas. Cuando irrumpieron los talibanes. “¿A quiénes les debemos más? ¿Quienes están más expuestas? No podemos salvar a todo el mundo”. Es lo que Marina puso en la balanza en esos días de agosto. Primero: sacar al staff, luego seguir con las niñas.

La red

Para ayudar a la evacuación, Marina recurrió a sus viejos contactos del mundo militar. Durante 10 días su teléfono sonaba día y noche con gritos desesperados de mujeres que querían salir y no podían hacerlo. Otra vez recurrió al grupo de WhatsApp de los compañeros de Harvard pidiendo ayuda para recibir a estas niñas. “Creo que tengo una forma para hacerlo”, respondió Carla Serazzi.

A mediados de agosto, el Presidente Piñera había dicho que el país recibiría a 10 mujeres afganas y sus familias. La embajadora y Cristián Rodríguez -parte del chat- activaron el ofrecimiento con la subsecretaria de Relaciones Exteriores Carolina Valdivia, quien a su vez se contactó con la ONG Human Rights Defenders en Nueva York para agilizar el proceso. “Yo solo la conecté con la gente correcta para que ellos tomaran la posta”, dice Rodríguez desde Boston.

Marina tenía que sacarlas de Afganistán. Los chilenos se encargarían del resto. Como los evacuados no tenían pasaportes, ni documentos para sus hijos, el propio cónsul chileno en Abu Dabi Giovanni Cisternas viajó a Pakistán a entregarles personalmente el salvoconducto y acompañarlos al avión rumbo a Dubái-Francia-Chile.

Un año

El fin de semana de Fiestas Patrias, Sebastián Villarreal recibió un mail de su ex jefe en el BID en EEUU, Fabian Koss. “Un grupo de refugiados afganos va camino a Chile y se necesita urgente movilizar a la sociedad civil y voluntarios para ayudar a su llegada”, le dijo. Al mismo tiempo, la ecuatoriana Michelle Arevalo-Carpenter -compañera en Harvard de LeGree- le escribió a Leonardo Maldonado -se conocen por la red de sistemas B- con el mismo fin. Villarreal y Maldonado almorzaron el martes 21 de septiembre para definir cómo moverse. En menos de 24 horas habían levantado $ 900 mil para financiar lo urgente de los refugiados: ropa, abrigo, comida especial, escobillas de dientes, toallitas higiénicas, etc.

Luego comenzaron a coordinar dónde llevarlos una vez que se vencieran los siete días de la cuarentena. Tomaron contacto con la Vicaría de la Pastoral Social -porque ellos implementaron el reasentamiento sirio- y en paralelo con el provincial de los jesuitas, Gabriel Roblero. De ahí, gestionar lo necesario para el primer mes: alimentación, plata para movilización, etc. Pidieron orientación a Acnudh (Alto Comisionado de la ONU para los DDHH) para mirar la experiencia canadiense que tiene un modelo donde el mundo privado colabora en el proceso de reasentamiento.

A través de los profesores Olaya Grau (Trabajo Social) y Roberto González (Psicología) de la UC y luego, del rector Ignacio Sánchez, establecieron una alianza con la Universidad Católica que abarca varias aristas: la Facultad de Letras cubrirá toda la nivelación del idioma español, a través de cursos en San Joaquín que parten este martes y terminan el 7 de enero, para los niños y adultos. Además, Trabajo Social los acompañará en el proceso y la Escuela de Psicología los asistirá en salud mental, una vez que manejen el idioma. Mientras, la UC está buscando en redes extranjeras terapeutas que puedan hacerles acompañamiento de manera remota, en su idioma. La Escuela de Enfermería, por su parte, se encargará de vacunarlos, atender a la mujer embarazada y hacer los controles sanos de los menores.  

"Hemos estado pensando, por ejemplo, cómo trabajar en los barrios cuando las personas se instalen más definitivamente: conversar con los vecinos, acompañar en conversaciones con los Cesfam cuando les toque ir al área de salud o establecimientos escolares. Hay todo un proceso de inserción en la comunidad y ahí tenemos antropólogos, tenemos trabajadoras sociales, sicólogos comunitarios que esperamos armar un equipo profesional para apoyar ese proceso", señala el rector Sáchez. 

Maldonado, por su parte, en las reuniones semanales del 3xi (instancia que reúne a empresarios con el fin de crear diálogo), les ha ido informando cada paso del proyecto. “Los tengo amenazados de que les voy a pedir ayuda en recursos financieros”, dice riendo. En total, esperan levantar entre aportes materiales y financieros, del orden de $ 200 millones para financiar todo el año de los refugiados. Ya consiguieron -a través de Houm- un departamento para una familia; y el apoyo de la Vicaría para firmar como garante de los otros inmuebles que deban arrendar . Están evaluando con el gobierno gestionar algún tipo de subsidio que cubra una parte de los costos del arriendo.

Se reunieron también con la comunidad afgana residente en Chile -son 80 personas, la mayoría vive en las comunas de Macul, La Florida y Puente Alto- con el fin de acercarlos a los nuevos refugiados. Y con Vertical -instituto ligado al montañista Rodrigo Jordan- para ver oportunidades laborales para las escaladoras.

“Estamos trabajando a un año plazo para que el reasentamiento sea exitoso. Por eso vamos rápido”, dice Villarreal. “Estas son personas que van a ser proactivas, son conscientes y tienen las ganas de trabajar, porque hay un trabajo previo de empoderamiento, liderazgo y valérselas por sí mismas que ya tienen por Ascend”, agrega.

Desde Boston, Rodríguez añade: “Dado que esto viene desde Harvard, veremos también si podemos ayudar a través del Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller (la sede de la universidad para la región, ubicada en Santiago). Lo mismo, promete LeGree: “Ascend está lista para entrar si hay una brecha para que estas personas estén cuidadas”.

En Italia son las 10 pm. Marina LeGree adelanta que aún hay un grupo de 11 personas ligadas a la ONG -5 mujeres y sus familias- a la espera de salir de Afganistán y viajar a Chile. “Estamos trabajando día y noche para lograrlo”, cuenta.

-¿Qué pasará con Ascend ahora en territorio talibán?

-No vamos a cerrar el programa, estamos evaluando qué podemos hacer allá a la espera de que los talibanes den alguna directriz. Una mujer quedó trabajando allá con nosotros, 80 personas ya están seguras fuera del país. Pero la gran mayoría de las mujeres afganas no tiene cómo salir. Nuestra misión es servirlas. Algo se nos va a ocurrir.

Masoma Mohammadi escribe por WhatAspp: “Cuando llegamos a Chile, Sebastián y Leonardo se acercaron a nosotros y nos saludaron con mucha educación y nos dieron un espíritu positivo. Ahí supimos que no estábamos solas, y que el pueblo chileno era muy amable”.

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