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Vinos con tensión: el despegue del Malleco en la Araucanía

Vinos con tensión: el despegue del Malleco en la Araucanía

¿Se pueden producir grandes vinos en una de las áreas más conflictivas del país? ¿Puede la agricultura moderna convivir con la cosmovisión mapuche? Son preguntas con las que destacados productores de vino chileno tienen que lidiar día a día. Esta es su historia.

Por: Marcelo Soto | Publicado: Domingo 23 de mayo de 2021 a las 04:00
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A los pies de la cordillera de Nahuelbuta, que funciona como escudo protector, el paisaje es sobrecogedor, con enormes extensiones de bosque surcadas por ríos.

A 600 kilómetros al sur de Santiago, este podría ser el paraíso del que hablan los mapuches, pero también está la marca de la modernidad, con paños extensos dedicados a la industria forestal.

Y entremedio, como gotas incipientes de una lluvia bienvenida, aparecen algunos viñedos.

Es el valle del Malleco, probablemente la zona más prometedora del vino chileno, pese a ser aún pequeña, con unas 150 hectáreas plantadas. Acá, a pasos de la llamada zona roja del conflicto en la IX Región, nacen los mejores chardonnay y pinot noir del país.

¿Qué tiene de especial este terroir? ¿De qué manera la violencia afecta a quienes trabajan en los viñedos? Los protagonistas de esta aventura cuentan su historia.

El precursor

Fue quien creyó en el potencial de Malleco, en especial de la zona de Traiguén, cuando no estaba en boca de nadie. Aunque hubo vides desde los tiempos de la Colonia, éstas prácticamente desaparecieron; primero, por las dificultades del clima y los altos impuestos, que hacían inviable la actividad vitivinícola, y luego con la Reforma Agraria.

Ya no quedaba casi nada, cuando Felipe de Solminihac decidió apostar por estas tierras.

“Estoy en la zona desde muy joven, porque pololeaba con una niña que era hija de un agricultor muy conocido en Traiguén, Alberto Levy. Mi polola ahora es mi señora y se llama Claudia… Después de estudiar en la UC me fui a Burdeos, Francia, con una beca del gobierno galo. Cuando volví me di cuenta de que en Chile había muy buenos tintos, pero no blancos de calidad. Me puse a pensar: ‘qué raro, en Traiguén podríamos plantar’. Pero no tenía la certeza”.

Se convenció en un viaje a Nueva Zelandia y Australia, países del Nuevo Mundo conocidos por la calidad de sus vinos, cuyos precios multiplicaban a los de Chile.

“Hice los cálculos, y resulta que Traiguén está en una zona equivalente, latitud sur, las mismas temperaturas. Si ellos hacen tan buenos vinos, en Traiguén también tendrían que funcionar. Le propuse a mi suegro plantar cinco hectáreas de chardonnay, a principios de los años ‘90".

"El primer vino que embotellé, Sol de Sol, fue en el 2000. Ese vino marcó una diferencia con lo que se hacía en Chile. Fue una revolución”, dice el empresario, dueño de viña Aquitania, que hoy posee 22 hectáreas y produce 180 mil kilos en Malleco.

Sol de Sol- del que también elabora un pinot noir, un sauvignon blanc y un espumante, todos notables- ya lleva casi 20 cosechas, y en estas dos décadas Solminihac reconoce que la cuestión mapuche es un tema, que incluso lo afectó directamente. 

“Afortunadamente no he vivido cosas graves… La violencia mapuche es un problema que existe en la zona, pero es un grupo muy pequeño y muy localizado el que es violento. Desgraciadamente esos pocos violentos son muy agresivos y hacen mucho ruido. Pero pasan muchas cosas acá que en Santiago no saben”.

Este año la amenaza se hizo más patente.

“Nosotros tuvimos un asalto, durante la vendimia, ahora recién. Asaltaron al agrónomo que trabaja conmigo, llegaron 6 personas encapuchadas y le quitaron el auto. Se supone que eran mapuches, pero no te podría asegurar”, se lamenta.

El crítico

Patricio Tapia, el escritor de vinos más influyente de Sudamérica, autor de la Guía Descorchados, quedó deslumbrado cuando probó el primer Sol de Sol Chardonnay hace ya 20 años.

“Malleco me sorprendió. Recuerdo que Sol de Sol, de Aquitania, ganó el premio al mejor blanco del año en 2001. Pero durante mucho tiempo no hubo nadie más que Felipe de Solminihac haciendo vinos, y no había punto de comparación.

Lo importante ahora es que hay una comunidad pequeña, pero pujante y sólida, de productores que están haciendo cosas muy bien. Afortunadamente lo de Sol de Sol no fue una excepción”.

Tapia, que ha viajado por el mundo en busca de vinos diferentes y extremos, dice que no hay nada como Malleco. Lo llamativo, aparte de su potencial, es que se trata de una zona mapuche cuya visión de la naturaleza es muy distinta a los métodos de la viticultura moderna.

¿De qué manera se contraponen esas visiones de mundo?

“Es una muy buena pregunta”, dice Tapia. “Yo me senté a conversar con los mapuches ahí, y obviamente hay un resentimiento grande. Pero también hay una cosa cultural loca, que choca con la idea de viticultura. Te doy un ejemplo: les pregunté qué les parecía que el viticultor haya hecho raleos en las parras (práctica que se usa para lograr vinos más concentrados), que significa botar racimos en el suelo, o sea botar comida".

"Para ellos fue un tema muy conflictivo, porque son súper conectados con la naturaleza y esta práctica les parece aberrante. Y tuvieron que hacer una reunión entre ellos para saber si era aceptable o no. Pero ese tipo de choques culturales son frecuentes y hablan de la tensión entre dos mundos, que muchas veces son opuestos”.

La enóloga y el lonko

En Descorchados 2021, publicada en varios países, hay 16 vinos de Malleco con más de 93 puntos, mientras que Tayu 2019, de viña San Pedro, logró 98 puntos y fue elegido el mejor pinot noir de Chile.

No son números menores. En términos generales, un puntaje  sobre 93 se da a un vino extraordinario, y entre 96 y 100 se otorga a aquellos que rozan la perfección.

La persona detrás de Tayu es la enóloga Viviana Navarrete. Pero ella es solo una parte; la otra, son las comunidades mapuches que participaron en el proyecto.

“Todo partió porque San Pedro buscaba un proyecto sustentable y Pedro Izquierdo, asesor vitivinícola, empezó a contactar comunidades. Apoyados por el Indap (Instituto de Desarrollo Agropecuario, un ente público), que conocía muy bien la gente del sector, llegamos a la comunidad de Buchahueico, formada por 24 familias y con 700 hectáreas de terreno, en Purén.

Viajamos y encontramos gente maravillosa, honesta, trabajadora, comprometida. Partimos con dos familias en 2015”, recuerda la enóloga.

Comenzaron trabajando con Agustín Huentecona y Juan Curín. “No tenían plantadas parras, si eso es lo bonito: no sabían nada de viticultura, trabajaban en bosque, cultivo de papas, criaban animales.

No era negocio, porque todo es autosustentable. ¿Conocimiento en la comunidad de viticultura? Cero”.


“Hicimos una reunión con toda la comunidad, y con el lonko, Guillermo Curín”, dice Navarrete. “Si el lonko no está de acuerdo no se hace nada, porque él es el gran jefe de la comunidad. Les preguntamos qué les parecía si hacíamos un trabajo comunitario.

Estaban sorprendidos porque no se ha hecho un negocio así en Chile. Les contamos que se les adelantaba plata, del gobierno y de Viña San Pedro, para que ellos pudieran plantar sus viñedos, porque la clave del proyecto es que ellos son los dueños”.

No fue fácil convencerlos. “El primer desafío fue superar las faltas de confianza, porque ellos nos miraban y pensaban: ‘pucha, la viña se viene a aprovechar de nosotros’.

La desconfianza era por los dos lados, porque también nosotros en la viña decíamos: ¿cumplirán el compromiso o nos dejarán botados en la mitad, y perdemos la plata que invertimos?”.

Seis años después, Navarrete asegura que el proceso fue “mágico”. “Juan Curín y Agustín Huentecona se enchufaron altiro, al segundo año tenían sus viñedos preciosos. Pedro Izquierdo va cada 20 días allá.

De hecho, le llaman el Profe. La comunidad lo adora. Sucede que no es que se les haya pasado la plata, se les haya enseñado y se les haya dejado solos, sino que ha sido un acompañamiento súper constante y meticuloso”.

En 2017 se sumaron dos familias; en 2019 otras dos y este invierno tres, cuenta la enóloga. “Se ve que la gente puede, que la gente aprende”, reflexiona. Para la cosecha 2019, actualmente en el mercado, produjeron 13.200 botellas.

-¿No hay una discordia entre la cosmovisión mapuche y prácticas como el raleo?

-Me encanta la pregunta, porque una de las cosas que aprendí de ellos es justamente lo que me estás hablando, que es el punto del raleo. Uno sabe desde nuestra filosofía enológica que para hacer pinot noir de alta gama tienes que botar un kilo por planta, pero ¿quién te dice eso? Por supuesto que mientras menos kilos, logras más concentración, pero la visión mapuche va más allá de eso: busca un equilibrio perfecto con la naturaleza.

Agrega: “El segundo año les pedimos que ralearan un poco para asegurarnos de que las parras lleguen a madurez óptima. Y para ellos fue un tema, porque tienen un historial de sufrimiento desde la Conquista.

El alimento tiene un significado especial.

Te decían: ‘Si la naturaleza nos da esta fruta, no entiendo por qué la tenemos que botar’. Yo tuve un cambio. A una estas cosas te zamarrean. Probé la uva que íbamos a botar y era intensa, vibrante, jugosa, rica. Al  final no raleamos y les hicimos caso.

Es el concepto del equilibrio de la vida, más allá de una receta que te enseñaron en la U”.

Los suizos

Aparte de San Pedro, producen vinos en la zona -o compran uva- viñas como William Fevre, PS García, De Martino, Cousiño Macul, Kütralkura, Kofqueche y Vinos Baettig, quizá el proyecto más europeo de Malleco.

Pero en el buen sentido de la comparación: sus vinos pueden ser tan buenos como los de la Borgoña, en Francia, aunque esta última denominación sean palabras mayores en el planeta vinícola.

Borgoña produce algunos de los mejores y más caros chardonnay y pinot noir del mundo, y Francisco Baettig cree que en Chile, en el Malleco, es posible acercarse a esas cimas.

Y lo ha demostrado, junto a su socio Carlos de Carlos: “Nuestros bisabuelos, provenientes de Suiza, llegaron a las tierras de Traiguén y Purén a fines del siglo XIX. Allí se dedicaron a la agricultura, en una zona de volcanes, lagos, bosques y abundantes lluvias. Buscamos honrar esa senda con Vinos Baettig”, es su declaración de principios.

Seleccionaron una meseta de suelos volcánicos entre los ríos Quino y Traiguén, donde plantaron parras en 2013.

“Estoy bastante contento por el lado comercial”, dice Baettig. “Pese a la pandemia, estamos en Dinamarca, Japón, Inglaterra, Hong Kong, Canadá, Holanda, Corea, China.

Tenemos un listado de importadores, algunos antes de hacer el vino, que nos da prestigio y solidez. La marca Chile, que a veces puede estar un poco desprestigiada, no nos afecta, porque son importadores que confían en nuestro proyecto”.

Aparte de producir grandes vinos, como Selección de Parcelas Los Primos, una novedad es que venden bajo el sistema ex cellar: esto significa que la viña deja en su bodega la carga lista para vender y es el importador el responsable de contratar a un operador logístico que gestiona toda la cadena siguiente.

En Chile, la mayoría de las exportaciones de vino se comercializa a través de la modalidad FOB, donde el importador se encarga del flete internacional y la viña se hace cargo de toda la logística en origen.

“Italia, Francia, España venden ex Cellar”, dice Baettig.

-¿Se gana plata con esto? ¿Te estás haciendo rico?

-Jajaja. Rico, no, pero si se sigue cumpliendo el plan que tenemos trazado, vamos a poder vivir dignamente con Carlos.

-¿Va a ser tu pensión?

-Va a ser más que la pensión- comenta.

Y luego entrega algunos números: producen 4.500 cajas, que venden a US$ 140 cada una y esperan llegar a facturar US$ 1 millón en un par de años.

No queremos crecer como locos. Hemos plantado 22 hectáreas y queremos plantar 6 más. Los vinos están en grandes restaurantes, como Central, el mejor de Lima”, dice, satisfecho.

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