Punto de partida
Los Masitos, un matrimonio alrededor de la cocina
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11:30 am. Vanessa Toro (30) y Freddy Gómez (36) comen tranquilamente pan con palta en una de las mesas del local Los Masitos de Puente Alto, donde disfrutan las que -según los dueños- son las mejores pizzas y empanadas de la zona. El lugar ostenta orgullosamente un mapa de Bajos de Mena y un mural con mujeres que tienen fundaciones en la comuna.
A esa hora ya se escuchan las freidoras calentando el aceite, los mesones empiezan a recibir las masas de pizza y en una pizarra se leen los ingredientes de la última innovación: “El glotón”, un sándwich con pollo, pepinillos, barbecue, aros de cebolla, tocino, cheddar y mayonesa.
Vanessa y Freddy se casaron hace ocho años, y el origen del nombre viene de cuando pololeaban. Se miran con cariño y cuentan la historia entre risas. “Un día estábamos en la casa de mi mamá en Linares y mientras cocinaba pan amasado, Freddy me dijo ‘tus piernas son tan blancas como la masita del pan’. Todos nos reímos, le contamos a nuestros amigos y quedamos como los masitos”, recuerda Vanessa. “Quisimos ponerle un nombre que nos represente y tenga historia en nuestra vida”, agrega su marido.
Pero para llegar al buen momento que hoy tiene su local, debieron enfrentar momentos complejos, dicen. “Como todo emprendimiento, ha sido todo a pulso”, destaca Gómez, que se autodenomina el gerente general de la empresa familiar. Aunque todos allá saben que realmente no es él el que manda.
“Quedamos con una luca y un cajón de tomates”
Hace cuatro años Freddy Gómez era conductor de radiotaxi. Era conocido por todos en la zona, y pasaba el día arriba del auto. Hasta que se le echó a perder. En ese momento, recuerda Vanessa, “no había trabajo y nos quedamos literal con una luca y un cajón de tomates que nos regaló un amigo”.
Con ese cajón instalaron una mesa afuera de su casa y partieron la verdulería “Freddy”. Además recibieron un cajón de duraznos y una pesa a la que le faltaban piezas. El negocio empezó a crecer. Al mismo tiempo, Gómez aprovechaba de hacer carreras de taxi -que pudo arreglar con su dinero- en su tiempo libre.
En eso estaba cuando un pasajero le habló de Fondo Esperanza: ‘les podía ayudar’, le señaló entonces. Recibieron $ 200 mil y fueron a La Vega. Al poco tiempo tenían una verdulería hecha y derecha, toda la villa les compraba. Los vecinos se dieron cuenta de que el negocio era exitoso. “Y nos empezaron a copiar”, recuerdan. “Se trilló”, insisten. Bajaron las ventas y cerraron el local.
Las pizzas en la iglesia
Seis meses después, cuentan, “fuimos a la iglesia y mi hermana había preparado unas pizzas. Freddy las probó y quedó sorprendido. Me dijo ‘¿por qué no le pides la receta de la masa?’”. Ninguno de los dos sabía mucho de preparaciones gastronómicas.
La pareja se puso a cocinar hasta que llegaron a un buen producto. Partieron a la feria a dar de probar a los vecinos, y el éxito fue rotundo. Ahí se volvió a prender la ampolleta emprendedora y pensaron ‘¿por qué no abrimos nuestra propia pizzería?’ Freddy cerró el portón con terciado ranurado, cortó una madera con la que fabricó una puerta y usaron una melamina como mesón. Su sello eran las pizzas caseras y su diferenciador, que los clientes eligieran sus ingredientes.
Vanessa era la encargada de la cocina y Freddy el del teléfono y delivery. Recuerdan su primer despacho. “Había unos autos medio extraños que me miraban, no quería meterme al pasaje. Y me demoré en dejar el pedido en el domicilio”, afirma el gerente. Al poco rato Manuel, el cliente, los llamó. “Se demoraron”, advirtió. “Pero está exquisita”, aseguró más tarde.
Y empezó el boca a boca y la repartición de volantes por todas las villas de la zona.
El negocio iba bien, pero la cocina se llovía todos los inviernos, los sofás estaban convertidos en mesones y la casa ya no daba abasto. Además se incorporaron al negocio dos hermanos de Freddy, una ayudaba en la cocina y otro en el delivery. Tenían solo una mesa de manipulación, ahí se turnaban para hacer fajitas, pizzas y empanadas. “Siempre soñábamos con un local más grande, pero lo veíamos inalcanzable”, dice Vanessa. Sin embargo, su marido comenzó a buscar. Querían una esquina.
Un galpón de juguetes navideños
A finales del 2018 encontraron un lugar que cumplía sus exigencias, contactaron a la dueña y llegaron a un acuerdo. Mandaron a hacer tarjetas con la dirección, volantes y timbres. Pero la arrendataria se arrepintió, aseguró que tenía problemas con la luz y con sus perros. Los Masitos se desilusionaron.
Al poco tiempo una amiga peluquera llamó a Vanessa y le dijo que estaban arrendando el local de la esquina, un galpón enorme de juguetes y árboles navideños que solo abría en diciembre. Estaba en una calle principal, esquina y tenía un segundo piso donde podrían vivir. Era perfecto.
“Le pregunté a Freddy si conocía a la dueña y resultó ser una amiga suya de infancia. Él conoce a todo el mundo”, dice entre risas la jefa del local. Llegaron a un acuerdo, recibieron $ 1.200.000 de Fondo Esperanza y comenzó la construcción. Las repisas, vitrinas y todos los muebles del lugar los hicieron ellos.
El 6 de julio de 2019 abrieron su nuevo local: compraron hornos, freidoras, mesones e insumos. Quedaron con $ 5 mil en el bolsillo. Y la inversión empezó a dar frutos. Llovían los pedidos, ampliaron la carta y la cocina. Hoy tienen tres hornos, seis mesones y tres freidoras.
Además, ofrecen fajitas, salchipapas, papas fritas, pizzas, alitas de pollo crispy, aros de cebolla y arrollados primavera. ¿El secreto? “Preparar las cosas como si fueran para mi familia”, sentencia Vanessa.
Sobrevivieron al estallido social, aunque tuvieron que cerrar y solo hacer delivery e ir a otras comunas a comprar porque los supermercados cercanos los quemaron o saquearon. En la pandemia consiguieron un permiso de Carabineros para funcionar. Ellos terminaron siendo sus mejores clientes, y hoy cuentan que gracias a ser tan reconocidos pueden entrar a cualquier pasaje, “sin importar el peligro que exista en ellos”.
“Se ha catalogado Bajos de Mena como lo peor de Santiago”
Durante la conversación, el matrimonio comparte un par de empanadas. Mientras preparan la degustación cuentan que al igual que muchos de sus vecinos, viven con la estigmatización de la zona.
Sin embargo, matizan: “Estamos orgullosos de Bajos de Mena, por eso pusimos un mapa en el local. Queremos destacar a la gente que vive acá. Se nos ha catalogado en la tv como lo peor de Santiago, pero eso no es tan así. Hay delincuencia, pero también muchas cosas buenas”. Para eso, están construyendo un mural con mujeres de la zona que lideran iniciativas sociales en la comuna.