Punto de partida
Orca Bio: nace un unicornio científico
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Una plataforma que permite resetear el sistema sanguíneo e inmunológico de un paciente. Para eso el donante recibe un remedio cinco dias antes de donar su sangre para que sus células madre sanguíneas entren en circulación. Esa sangre luego se transporta al laboratorio donde se arma una droga celular. 24 horas después un paciente de cáncer terminal recibe por la vena esta especie de “suero con células” que reprograma su sistema inmune. “Lo más cercano sería un trasplante de médula, que solo por el rechazo inmunológico tiene una mortalidad aproximada de 20%. Nosotros eliminamos la capacidad de rechazar, al mismo tiempo que le damos la capacidad de eliminar y curar el cáncer de sangre”, explica el ingeniero de la Universidad Técnica Federico Santa María (USM) Iván Dimov desde el teléfono en Estados Unidos.
De los alrededor de 70 pacientes terminales que han sido tratados con esta terapia celular, la gran mayoría están sin cáncer, los más antiguos desde 2016. “Lo impresionante es que tus células cuando detectan la enfermedad se empiezan a multiplicar y a atacarla de manera tan masiva que los pacientes tienen reacciones con mucha fiebre por la efectividad del remedio”, dice.
Esto es lo que -en simple- está llevando a cabo en Menlo Park, California, a través de Orca Bio, la compañía que fundó en 2016 junto a los también PhD. Nate Fernhoff y Jeroen Bekaert. Tal ha sido la efectividad del tratamiento que acaba de cerrar una ronda de inversión por US$192 millones, con lo que totaliza aportes por US$300 millones. Quienes pusieron sus fichas en Orca son players de las grandes ligas: capitales “del calibre” de Bill Gates, fondos soberanos y de pensiones de Estados Unidos. Con todo, la empresa científica está valorada en más de mil millones de dólares.
La revolución que plantea Dimov podría luego aplicarse para resetear el sistema inmune no solo en cáncer, sino también en enfermedades como Lupus, Diabetes Tipo 1, Enfermedad de Crohn, Esclerosis Múltiple, e incluso VIH
La revolución que plantea Dimov podría luego aplicarse para resetear el sistema inmune no solo en cáncer, sino también en enfermedades como Lupus, Diabetes Tipo 1, Enfermedad de Crohn, Esclerosis Múltiple, e incluso VIH. “Hay dos pacientes que tenían leucemia muy avanzada y VIH. Cuando se les hizo el tratamiento para curar su cáncer, de yapa se eliminó el VIH”, dice en el castellano con acento gringo que aprendió durante los 10 años que vivió en Valparaíso. Ahí hizo los primeros cruces entre la ingeniería y la biología.
La huella chilena
Iván Dimov (38) nació en Bulgaria. Cuando tenía 10 meses, la familia se trasladó a Mozambique a ayudar en el desarrollo de ese país a través de la ONU. Allí su madre, economista, conoció al chileno Máximo Antoñoletti, también economista, que trabajaba en el organismo. La pareja se casó cuando Dimov tenía 10 años. Los siguientes seis años los pasó con ellos en distintos países en África y en Namibia terminó el colegio a los 16 años. Entonces la familia se trasladó a Chile: su madre y padrastro se instalaron en Puerto Montt para trabajar en la U. de Los Lagos, e Iván optó por la V Región.
“Siento que soy de todas partes, pero la mayoría de mis amigos son chilenos, mi familia y mi señora (PhD. en ingeniería en software) también”, dice.
Dimov entró a Ingeniería Civil Electrónica en la USM dos años antes que sus compañeros y luego hizo un magíster en Sistemas de Información en la misma casa de estudios. Ahí fundó el primer centro de robótica del país al mismo tiempo que, junto al profesor de biomédica de la U. de Valparaíso Cristián Diaz, creó dos startups: Bioautomática (un robot para construir chips de ADN para la medición de la expresión genética en las células) y Blabcode Ltda. (tecnología para implementar algo similar a los código QR en los celulares Nokia antiguos). Con él fundó también el Centro de Tecnología Hospitalaria (CTH) para ayudar a gestionar nuevas tecnologías médicas en los hospitales del país.
“Siempre me sentí muy fascinado con la biología, porque es una máquina muy sofisticada que tiene inteligencia, software y me enganché con ese interfaz”, asegura. Entonces decidió irse a Francia al polo tecnológico de Sophia Antípolis, cerca de Cannes, para trabajar en una investigación sobre el funcionamiento del cerebro humano, aplicando ingeniería y estrategias de IA. Pero al poco andar se dio cuenta que no era lo suyo. Regresó a Chile y desde ahí comenzó a explorar doctorados en biofísica aplicada: partió a Irlanda y Suiza a trabajar con el académico Luke Lee en el desarrollo de nuevas tecnologías de diagnóstico.
Cuando Lee se trasladó a Berkley, Dimov lo siguió e hizo un postdoctorado. En 2010 se mudó a Stanford para trabajar en medicina regenerativa. Fue ahí cuando con Fernhoff y Bekaert decidieron crear Orca.
La clave está en la manufactura
Las primeras investigaciones y testeos en terapias celulares las llevaron a cabo hace diez años. Pero solo cuando en 2016 estas ya estaban maduras, el trío decidió hacer el spinoff y levantar los primeros US$5 millones. Ahí entraron inversionistas ángeles, venture capitalist y el fondo Lightspeed Ventures. “Esos recursos nos permitieron demostrar la tecnología: que podíamos armar máquinas para escalar los desarrollos de manera industrial. Y nos permitió generar los datos para que la FDA se mostrara interesada en permitirnos hacer los ensayos clínicos que estábamos proponiendo”, dice.
Vinieron dos rondas de inversión más. Y con ello la construcción de una fábrica para manufacturar los remedios y testearlos en humanos. “Con eso demostramos algo que nadie había hecho antes: que podríamos entregar el medicamento en 48 horas a cualquier parte en EEUU”, señala. Y agrega: “Tener esa capacidad es la clave porque permite generar alta precisión en el producto celular que vas a entregar a un paciente. Porque hoy las terapias celulares no controlan bien su contenido, ya que no tienen las herramientas correctas, por eso así como hay casos exitosos, hay de pacientes que se mueren con los tratamientos. No sacas nada teniendo una droga donde 60% es el remedio y el otro 40% es escoria celular potencialmente tóxica”.
Años antes, uno de los grupos ligado a la universidad de Stanford que estaba trabajando en estas terapias se dio cuenta que mejorando la fabricación de un medicamento para cáncer de sangre la cifra de pacientes que vivía pasaba a 80%. Pero dado que la manufactura era tan complicada no podían escalar el negocio. “Conversaron con nosotros: ‘nos gustaría que sean nuestros partners’, nos dijeron. Pero no nos interesaba ser contratistas. Y terminamos comprándoles la terapia de fabricación del remedio”. Los resultados, dice, fueron “espectaculares”: “Tenemos un funcionamiento muy superior a cualquiera que se haya hecho. Logramos salvar a la gran mayoría de los pacientes de cáncer de sangre”.
Con estas cifras en la mano se dieron cuenta que tenían que preparar la comercialización. Y se lanzaron con una nueva ronda de inversión en junio pasado. Rápidamente llegaron a casi US$200 millones. “Ahora tenemos que ir a la aprobación del producto y escalar la fabricación para comercializarlo”, dice el CEO de la firma.
Sin match
Además de Orca-T, como se conoce la terapia estrella para el cáncer de sangre, Orca tiene un portafolio de distintas patentes y drogas. “Nuestra plataforma nos permite desarrollar recetas de nuevos remedios que nadie más puede hacer”, dice. Esto incluye desde aumentar la pureza de medicamentos ya existentes, hasta armar cocteles sofisticados de muchos ingredientes activos.
Las primeras versiones del tratamiento se hicieron a partir de donantes matcheados, es decir que tienen compatibilidad medular. Sin embargo, el desarrollo ya va en la tercera generación, que no requiere matcheo. “Hemos eliminado en gran medida la toxicidad asociada al trasplante original lo que nos permite meternos en más enfermedades autoinmunes y genéticas de la sangre”, agrega.
Según el ingeniero están cerca de obtener la aprobación del remedio de la generación 1 y armar algo parecido a Genentech, la corporación líder en biotecnología del mundo. Por eso, cuando se le pregunta si el sueño es que un gran laboratorio compre la empresa, Dimov no duda ningún instante: “No, porque eso nos quitaría la capacidad de crecimiento. Queremos armar una empresa exitosa de largo plazo, no estamos haciendo esto para salir a vender”, remata.